viernes, 29 de abril de 2016

Educar / Biografía - Gabriel Celaya

Hace 11 días se conmemoró el vigésimo quinto aniversario de la muerte de uno de mis poetas favoritos, el insigne Gabriel Celaya que, al parecer, murió pobre como corresponde a un auténtico poeta. Una de mis mixtificaciones favoritas, cuando explicaba literatura a mis alumnos de Primaria, era decirles que los poetas son unos señores que escriben en líneas más cortas, sin aprovechar todo el renglón: de este modo, desperdician tanto papel que acaban sus días pasando estrecheces económicas.



Como se ha puesto de moda otra vez la poesía social y comprometida (al menos en Twitter), hoy transcribiré dos poemas del escritor que, con sus “Cantos Íberos”, alumbró mi época estudiantil con una esperanza tan engañosa como imperecedera. Sin querer, puede que le esté haciendo víctima de otra de mis mixtificaciones: el primero de los poemas, universalmente atribuido a su talento poético, no está del todo claro si debe imputarse a la pluma de Celaya. De todas formas, es uno de los poemas más agraciados que he leído sobre mi antigua profesión y lo recojo. Lo tuve, impreso en un papel pegado sobre la pared, durante mis últimos años en activo: ahora va dando tumbos por ahí y he decidido copiarlo antes de que se me pierda.




El segundo poema, titulado “Biografía”, sólo en apariencia contradice al primero y me cala, aún más hondo, en no sé qué lugar de mi mente o, ya puestos, de mi espíritu, donde las palabras de algunos poetas son sagradas. Agur, Gabriel. 



EDUCAR

Educar es lo mismo 
que poner un motor a una barca.
Hay que medir, pensar, equilibrar…
y poner todo en marcha.

Pero para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino…
un poco de pirata…
un poco de poeta…
y un kilo y medio de paciencia concentrada.

Pero es consolador soñar,
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño,
irá muy lejos por el agua.

Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes, hacia islas lejanas.

Soñar que, cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera enarbolada.


BIOGRAFÍA

No cojas la cuchara con la mano izquierda.
No pongas los codos en la mesa.
Dobla bien la servilleta.
Eso, para empezar.

Extraiga la raíz cuadrada de tres mil trescientos trece.
¿Dónde está Tanganika? ¿Qué año nació Cervantes?
Le pondré un cero en conducta si habla con su compañero.
Eso, para seguir.

¿Le parece a usted correcto que un ingeniero haga versos?
La cultura es un adorno y el negocio es el negocio.
Si sigues con esa chica te cerraremos las puertas.
Eso, para vivir.

No seas tan loco. Sé educado. Sé correcto.
No bebas. No fumes. No tosas. No respires.
¡Ay, sí, no respirar! Dar el no a todos los nos.
Y descansar: morir.

miércoles, 27 de abril de 2016

¿Quién Se Acuerda De "V"?

Los españoles hemos elegido mal a nuestros legisladores y, como nos hemos equivocado y no eran éstos que han estado incrementando el aforo de nuestro culo desde el 20 de diciembre (nuevo día de los Santos Inocentes), tendremos que volver a intentarlo el 26 de junio, antes de irnos de veraneo (o al exilio). Lo que no deja de asombrarme (y, créeme, ya no me asombro de casi nada) es que la oferta vaya a ser la misma: las consabidas efigies, en los insufribles debates, nos obsequiarán con la reiteración, éstos de sus ruinosas vaguedades y aquéllos de sus ominosas boutades… ¿Qué hemos hecho nosotros para merecer todo esto? Porque no cabe duda de que estos Grandes Timoneles nos los hemos ganado a pulso: no los ha traído al candelero político ninguna invasión extraterrestre.


Diana Sáenz de Santamaría

Mi descosida memoria recuerda estos días la serie “V”, una ficción televisiva que causó furor a mediados de los 80 y que hoy se halla prácticamente relegada a lo más frondoso del olvido. En ella se presentaban por aquí unos visitantes alienígenas que, primero, se ganaban la confianza de las incautas gentes de este cándido planeta y, luego, descubrías que eran unos aprovechados de cojones que, lo que planeaban, era procesarnos como fuente de proteínas para sus asquerosas fauces de reptiles golosones. En fin, una pesadilla burdamente inventada, narrada con una parsimonia que aburría a las piedras y… ¿Por qué me habré acordado ahora de ella? Ah, sí, por los políticos, que son unos lagartones, que solo tienen presentes tres cosas: su interés, su conveniencia y su provecho.



Diana Díaz

Un comentarista de un periódico expresaba recientemente en un artículo de opinión que, si los mandamases de los partidos eran incapaces de ponerse de acuerdo, era debido a que los cuatro eran machos y la testosterona les dificultaba la capacidad de alcanzar un consenso, cediendo y negociando. Por tal motivo, sería conveniente que se retiraran y ocuparan su vacante las lideresas de sus filas que, siendo mujeres, serían más empáticas, condescendientes y flexibles y, sin duda, harían posible un gobierno que reflejara la pluralidad de este país. Es una idea.



Diada Colau

Aunque yo no la veo viable en exceso: lo que, a mi modo de ver refleja esta perversa situación de bloqueo político es que el pacto es tan improbable como la vida en Saturno, porque las posiciones son irreductibles. Parece ser que los españoles somos muy obstinados y una de las cosas en las que, precisamente nos hemos empecinado es en que el adversario político es un ser nauseabundo, en que el rival ideológico es un pozo de perversidad e ignorancia, ¡a darles caña, pues! ¡Se van a enterar!


Diana Arrimadas

Pese a mi firme creencia en que SÍ nos representan, incluso a mí que no les he votado, no deja de asombrarme (y créeme, ya no me asombro de casi nada 2) que, el que hasta ahora gobernaba no haya sido capaz de reconocer su palmario fracaso político, dejando su sillón y yéndose a su casa a ver el partido por la tele, mientras que los que apostaban por el cambio no hayan sido capaces de acordar un Gobierno que haga frente al estado de emergencia social y económica que pintan y que parece complacerles un montón, pues van a permitir que continúe ¿hasta después del verano?¡La virgen!


Diana Genuína

Pese a mi firme creencia 2 en que SÍ son el espejo de este semidesconectado país, encuentro un artículo en “El Mundo” que critica a nuestras “élites” (esa clase política que nos pone tan “a huevos” su denigración) un texto con el que, mira por dónde, estoy casi por completo de acuerdo (léelo, lelo):

http://www.elmundo.es/opinion/2016/04/26/571e65f7ca474147218b4683.html

lunes, 25 de abril de 2016

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 53

Veinte días más tarde estábamos todos menos Mateo en las piscinas municipales, tan libres de preocupaciones como sólo se puede estar cuando se tienen dieciséis años, acaba de terminar el curso y luce un espléndido sol veraniego en un cielo brillante y despejado, con dos nubes disolviendo su forma de cabezas de caballo, o de pingüinos, no lo recuerdo bien, en el azul infinito.

En éstas, Chus me pispó la toalla: “miradme”, rugió, “ésta que me pongo al cuello es la capa de Supermán” y se anudó al gaznate mi raída toalla, con la que dio dos vueltas a la piscina corriendo, antes de zambullirse en el agua.


“Toma, Pinchaúvas, no debe de ser la auténtica, no me confiere superpoderes”. Y arrojó a mis pies un guiñapo arrebujado y empapado, mientras se partía de risa por su ocurrencia, “por cierto”, añadió, “habéis visto que melones tiene la Conchita Larraz, estad atentos, que de un momento a otro se le van a salir del escote del bañador, poneos boca abajo para que no se os note nada; tú no, Pinchaúvas, que con la toalla tan mojada, luego parecerá que te has corrido”.



Cinco minutos más tarde, me había subido a la tabla del trampolín y me puse a gritar con los brazos extendidos: “Con ustedes, el mago Merlín, dispuesto a descubrirles el secreto cumbre de la hechicería: ¡no es necesaria una escoba para volar!” Llevaba sobre mis hombros angostos, como un embozo, la toalla de Chus, grande, azul y con estrellas. Cogí carrerilla y me tiré al agua como si continuara corriendo por el aire.


“Chus, no te enfades chico, donde las dan las toman”, dije mientras le ayudaba a escurrir la toalla, retorciéndola desde un extremo mientras él sujetaba el otro. El muy cerdo hizo gestos conciliadores y, cuando me halló suficientemente descuidado, descargó la toalla húmeda y retorcida sobre mis espaldas como si se tratara de un látigo, ¡zas! Traté de huir y me persiguió por toda la piscina, dando alaridos de guerra como si fuera Winnetou sediento de venganza.


Más tarde hubo tiempo para reírnos y tomarnos unas cervezas, mientras continuábamos ponderando los atractivos atributos de Conchita Larraz, a quien Josemari había intentado quitarle los pasadores del pelo, por ver si en la pugna, entre risitas sofocadas y chillidos, se le salía por encima del maillot algún interesante encanto, pero no tuvimos suerte.



Oscurecía y refrescaba, así que nos fuimos a los vestuarios a escribir cosas soeces, regando la pared con los chorros de nuestra orina que la cerveza ingerida hacía abundosa. Chus dejó un bastante legible “Conchita puta” y los demás convinimos en que era el amo, el caporal, el maestro, el jerarca, mientras nos vestíamos. Con las últimas luces del día y las primeras farolas de la noche, subíamos abocados a la señorial calle paralela al Paseo y, calmada la agitación festiva y vocinglera de la tarde, me di cuenta de que, por primera vez en toda mi vida, estaba echando un poco de menos a Nines, a quien llevaba casi tres semanas sin ver. Bueno, no es que la extrañara, pero me estaba acordando de ella y me apetecía verla.


 - Pinchi, dejamos las cosas en casa y nos juntamos en “El Arcángel” dentro de veinte minutos a tomar un blanco antes de cenar, ¿vale? Tú invitas.


Les dije que sí para no levantar la liebre, pero decidí pasar antes a ver a Nines. Iría a su casa, aunque allí cenaban temprano e igual los cogía con una fuente de boquerones rebozados en la mesa... Sin haber avisado, a lo mejor no era buena idea presentarme allí. Luego estaba el incordio de que, con lo sentimental que era Nines, igual se ponía pesada y me hacía estar paseando calle arriba, calle abajo, hasta las dos de la mañana, hablando de sus típicas naderías.


No. Era mejor dejarlo para el día siguiente, iría a la pescadería y, como estaría ocupada sirviendo chicharro, quedaríamos a una hora que me viniera bien, eso es. En vez de tomar su bocacalle, seguí por la calle Mayor hacia Puerta Nueva, pero cuando llegaba al portal me ocurrió algo extraño, como una urgencia indefinible localizada en el dorso de la mano, de rozar la suave mejilla de la mocosa. Bueno, ya no tan mocosa, que se ponía más guapa casi cada día que pasaba. Mitad apremio, mitad curiosidad, me entraron unas ganas irrefrenables de ir a verla, pese a lo intempestivo de la hora y tuve que desandar un buen tramo, pues ya estaba en la puerta de mi casa.



No me lo creía, pero estaba corriendo, con un trotecillo perezoso ocasionado por el capricho de ver a quien, hacía unos meses, no sabía cómo perder de vista. Llegué al portal contiguo a “PPP-K2 Rapún” y subí al primer piso, donde volví a dudar, por la evidente impertinencia de mi visita, cuyo atrevimiento se agravaba por lo inoportuno de la hora. Bajé al patio y me llamé idiota, cretino y subnormal en voz alta. De improviso, por una puerta lateral, salió el gigante del sanguinolento mandil de rayas verdes y negras: un escalofrío me hizo dar un salto, pero él me miró sin poner siquiera cara de sorpresa. Ni de ninguna otra cosa:


 - A buenas horas, mangas verdes – dijo – esta mañana se ha cogido la chiquilla el tren de Canfranc, con un berrinche de zollipos que de poco me la convierte toda en moquita. Llevaba dos o tres días queriéndose ir a despedir, mocete, no sé qué le has dau, pero una y otra vez le venía la llantina y se le iban las fuerzas, así que esta mañana la hemos facturau de cara pa Francia, cagüenla, con la falta que me hacía en la pescadería. Pero mi hermana que tié una tienda de quesos y vinos en Lyon, no me callaba: que si en este pueblo no hay porvenir, que si el trabajo ahí, con ella, iba a ser mucho más fino y la zagala se acabaría convirtiendo en una señorita, que si allí se gana mucho más dinero, que yo ya tengo aquí a la mayor, mientras que ella y su marido, un gabachazo con un bigote como la cola de una rabosa, no tienen hijos, que si la moceta allí aprendería francés y tendría ratos libres pa estudiar más cosas, en fin, que si te he visto no me acuerdo, no sé si le veremos más el pelo por aquí, porque con la libertad y los adelantos que hay en ese país, dime tú si querrá aparecer otra vez a pudrirse por estas tierras, cagüenlá, no la hubiera mandau, sino por los favores que le debo a mi hermana: era la mayor y renunció a su parte de la herencia. Llevábamos la pescadería a medias y, cuando yo me casé, ella se marchó a trabajar a Lyon. Por lo visto, le fueron bien las cosas… Esto me ha pillao de improviso, cagüenlá, cómo la voy a echar de menos, no te pienses que sólo en la pescadería, también en casa era mu apañada, y tan cariñosa…


Y con el dorso de la mano se secó un lagrimón del tamaño de una bombilla Osram. Yo tenía un extraño nudo en la garganta, de no estar sobrecogido, hubiera salido corriendo.



 - Ella no es de mucho escribir, porque fue a la escuela poco y mal, que era muy enfermiza, la condenada, con lo hermosa que está ahora. Te ha dejau un papel, porque no ha podido despedise y es que nos habían mandao los billetes, con los transbordos de tren y todo, para hoy, anda que no ha habido que batallar con pasaportes, permisos y hostias. Toma mocé, no sé si te escribirá más, porque a ella no le gusta y dice que no le sale.


Y me tendió un papel gris de estraza, muy recio, doblado en cuatro partes. Todo lo comunicativo y prolijo que había sido su padre, era de lacónico el mensaje de Nines, escrito con letra grande, desmañada y temblorosa:


“Adiós, Teo. Mucha suerte en los estudios y asta siempre, yo no pienso olbidarte nunca.”


No supe por qué cojones, el suelo se abría a mis pies, así que intenté ponerme a salvo y me fui sin despedirme.


“No te tenía que importar”, me decía, mucho más sombrío de lo que me habría figurado, “¿no era lo que tú querías? ¡Pues ya está! No veo por qué te tiene que afectar, so bobo”. Pero me afectaba, tardé tres días en reunir valor para volver a salir de casa.

 

viernes, 22 de abril de 2016

Días De Guardar - Carlos Pérez Merinero

En una apasionada tertulia, donde hablábamos de libros con unos amigos, dos de ellos casi llegan a las manos tratando de establecer la divisoria entre “novela policiaca” y “novela negra”. Ésta que comento hoy no deja absolutamente ningún espacio para la duda: novela negra, negrísima, como la tinta china, como el betún, como la boca del lobo, “como el porvenir de un hijo de puta”, que decíamos en nuestra inconsciente juventud. Negra y española, o sea, aún más negra, aunque no sé si en las pinturas de Goya hubiera tenido cabida, por aquello de la sempiterna censura.

Carlos Pérez Merinero aprovecha, en 1981, el breve lapso de absoluta libertad, abierto entre la dictadura de Franco y la de la corrección política, para adaptar magníficamente este poco complaciente género de origen norteamericano a la realidad española de la Transición, con lo que le sale una despiadada fábula sin moraleja, un relato grosero y brutal que puede dejar sin aliento al más pintado, una (bendita) salvajada.



El autor, fallecido en 2012

Releo a menudo esta novela justamente por lo contrario que la de la entrada anterior (18-4-2016), es decir, cuando de mi mente se apodera el lado oscuro y me posee algún tipo de odio por algún tipo de semejante, esta lectura me sirve de catarsis, tiene efectos terapéuticos, es como una sangría y hace aflorar todo lo ponzoñoso que hay en mí. Luego me quedo más sosegado y meriendo palitos de surimi.


Su estructura es la de una especie de diario, que se extiende tan solo al lapso de una semana, más concretamente de lunes a sábado, seis días, en los que pasan un montón de cosas . Y algunas más son contadas en retrospectiva, como antecedentes nada superfluos de la crónica.


Que es de una ferocidad sin descanso: el lunes ya asistimos a dos atracos a mano armada, un secuestro seguido de maltrato y violación y coronado con un doble asesinato. Y acabamos de empezar.


Aunque no te voy a desvelar el resto del argumento, te advierto que aún nos quedan cinco días muy turbulentos. Pero yo me voy a detener en el personaje central, en la estrella de la trama, un “figura” llamado Antonio Domínguez, un tipo de cuidado “si quieren mi opinión” (el entrecomillado es una muletilla que el fulano utiliza con frecuencia).



Mi ejemplar

A menudo, los malos son muy malos, o muy planos, o unos pobres diablos, o tuvieron una infancia difícil, o sufren algún desarreglo psíquico… Aquí es todo eso junto y trascendido por un plus de la más estricta amoralidad, de distancia infinita a cualquier consideración ética, la cual es dejada a los puros borregos, al rebaño que se mata a trabajar y cumple las normas a cambio de un poco de pasto y cobijo. Antonio es muy listo y carece de cualquier género de escrúpulos… Va más allá de nuestro “ello” freudiano, para llevar a cabo, literalmente, lo que le sale de los cojones. ¿No querríamos hacer todos lo mismo, si no nos poseyera el miedo de atenernos a las consecuencias? Bueno, a mí me parece un poco excesivo, y es de ese exceso ficcional del que me gozo, aunque he de decir que al propio narrador le parecen en ocasiones un tanto desmesuradas sus peripecias… Y se lanza a las justificaciones más peregrinas.


Porque está escrita en primera persona: es el propio Antonio Domínguez el que nos cuenta sus andanzas execrables en un estilo torpe, lleno de juegos de palabras, retruécanos y chistes facilones, de explicaciones chabacanas y de “sabiduría popular" convenientemente corrompida. Esto, lejos de arruinar el relato, se adecúa como un guante, en una concordancia muy certera con el espíritu del personaje, que trata de “ustedes” a unos impresionables lectores, en los que el monstruo busca una eventual complicidad. Acaso me sobran algunas citas o disquisiciones, cuyo carácter intelectual pervierte un poco la diáfana brutalidad del protagonista. En ocasiones, su confiada búsqueda de aprobación es hilarante; otras veces, su atroz suficiencia nos provoca una descarnada repulsión y es que, como es sabido, el peor aspecto de la crueldad, del mal y del dolor está en su trivialidad. Y no es tan fácil retratarla como acierta Carlos Pérez Merinero en este “Días de guardar”. Un libro perfecto para leer cuando estés “de mala hostia” (el libro que hubiera podido regalarle Pablo Iglesias a Otegi). Prueba el enlace, o mejor, cómpralo (creo que estaba desaparecido y lo reeditaron en 2014).

https://drive.google.com/file/d/0B-jREZodu-JmbHIyZk42WkthTHM/view?usp=sharing

La reedición de 2014

Y otro par de enlaces para que te ilustres aún más, si quieres:

http://javiermanzano.es/?p=4526

miércoles, 20 de abril de 2016

Cumbres Nevadas Desde El Valle De Plan

En la Primavera temprana solemos visitar cada año el valle de Plan, una especie de reunión familiar, en la que nos llegamos hasta uno de los más recónditos y apartados valles pirenaicos, de momento a salvo del hoy llamado peyorativamente “turismo extractivo”, al menos en invierno (no tiene pistas de esquí). Cuesta encontrar, en el Pirineo todo, un valle más ganadero que turístico (y con una despoblación tan acentuada): solitario es la palabra que estaba buscando.


Hacia el sur nos impone su gigantesca presencia el Macizo de Cotiella, cuya cumbre principal no se ve desde aquí: lo que en la imagen se aprecia son unas estribaciones, con unas cumbres que los autóctonos utilizaban como reloj: Peña las Diez, Peña las Once, Peña del Mediodía, Peña la Una… Cuando el sol acariciaba la cima, los moradores sabían la hora de manera natural y gratuita.



Esta primavera había muchísima nieve (aquí la regalan). Las corpulentas nubes moteaban su sombra en el blanco inmaculado de las laderas más altas y era cosa digna de verse. El valle secundario que se extiende en la parte baja de la imagen, cobija un pequeño lago en su cabecera, si no me he desorientado, el ibón del Sen.



No es por buscar excusas, pero resulta bastante complicado ajustar la exposición en las fotos con nieve: ésta enseguida “se quema” en la fotografía, es decir queda como una mancha blanca sin relieve, mientras que los otros objetos quedan subexpuestos (oscuros). Aquí he hecho lo mejor que he sabido para que se vea a los pinos trepar por las agrestes e inhóspitas laderas.



A veces, el conjunto de signos que ofrecen el cielo, las altas cumbres nevadas y las manchas de pino en las escarpadas laderas, simulan una especie de abstracción. Como el arte imita a la naturaleza, tengo para mí que algunos ilustres artistas del expresionismo abstracto tenían en su memoria inconsciente imágenes como ésta.



Este valle, que es el del río Cinqueta, tributario del Cinca, está cerrado por el norte por la mole del Montó, una montaña más corpulenta que alta.


Ésta es la vista panorámica hacia el Este. Todas las laderas del entorno están salpicadas de cabañas de piedra que aquí llaman bordas, su principal finalidad es dar cobijo al pastor, al ganado o a ambos. No entiendo a qué milagro se debe, pero suelen hallarse en buen estado, bastante alejadas de la ruina. Y son muy numerosas.



Y este es el fondo del valle. Una pista sin asfaltar discurre de sur a norte hasta el precioso enclave de Viadós, cuajado de bordas y con un refugio de alta montaña… Como es uno de los parajes más hermosos del Pirineo, en verano sí se abate sobre él el famoso turismo extractivo (ese que van a prohibir en Barcelona). La pista, en los meses de julio y agosto, es un pandemónium de vehículos, un atasco monumental (una vejación al medio ambiente y al otro medio).



Ahora el valle está increíblemente solitario como dije, tan aislado como este curioso monumento en el que, desde su interior, se ven perspectivas recortadas y caprichosas de las cumbres silenciosas y nevadas. Espero volver por aquí. Pronto.


lunes, 18 de abril de 2016

El Misterio Del Solitario - Jostein Gaarder

En mis ya no demasiado atestadas estanterías (leo casi exclusivamente en formato digital, ya que no alcanzo a ver la letra en papel) habitan unos cuantos libros cuya copia en eBook no he conseguido o he tardado en conseguir. Eso, de algún modo, me los hace más preciados y, cada cierto tiempo, cuando vuelvo a echar un vistazo, los aparto y los releo: a éste de “El misterio del solitario” le toca cada tres o cuatro años y nunca me defrauda.

En parte, porque trata de un padre y un hijo que comparten un propósito de búsqueda que va más allá de una simple experiencia de viaje: no es que yo sea un vocacional de la paternidad, pero determinados encuadres de la relación paterno-filial me tocan una fibra misteriosa e insondable y éste es uno de ellos. “El misterio del solitario” pretende hacerse pasar por un libro juvenil, enfocado a la muchachada entre doce y quince años y, sí, ahí puede estar su objetivo, sin embargo yo tengo sospechas, tal vez poco fundadas, de que puede ir mucho más lejos.



Jostein Gaarder, nacido en 1952 bajo el signo de Leo, es un autor noruego que, en los años 80, daba clases de filosofía en un instituto. En lugar de autocompadecerse, comenzó a escribir relatos encaminados a acercar al público juvenil a las grandes preguntas de la filosofía, exacto, esas que vienen resumidas en la canción de Siniestro Total: “¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Estamos solos en la galaxia o acompañados? ¿Y si existe un más allá? ¿Y si hay reencarnación?...” En fin, alcanzó un notorio reconocimiento en 1990 con este libro, titulado en noruego “Kabalmysteriet” que llegó a obtener el Premio Europeo de Literatura Juvenil en 1991, año en el que además daría el pelotazo mundial con “El mundo de Sofía”, pero esta es otra historia y a mí me gusta más la del libro anterior, pues tengo una fijación con las barajas.


Una historia que se desarrolla todo el rato en dos planos, reflejados en mi ejemplar en dos tamaños de letra diferentes: el grande es para la narración que se mueve supuestamente en el plano real: el de un padre y un hijo que atraviesan Europa en coche, en busca de una madre ausente, que años atrás los dejó “para encontrarse a sí misma” y “se ha perdido en el mundo de la moda”. El azaroso itinerario, en automóvil y ferry, desde Arendal (Noruega) a Atenas, configura un relato de viaje bastante ameno, en el que las charlas entre el padre fumador, bebedor, coleccionista de comodines de la baraja y filósofo, y el hijo, un preadolescente inquieto, curioso y reflexivo, nos van introduciendo en una trama vital y familiar compleja, conflictiva y apasionante. ¿Por qué a Atenas? Por un lado, es la cuna de los pensadores que encandilan al padre, y por otro, han visto una revista de modas griega que les da una pista del paradero de la 
desaparecida esposa y madre … La intriga está servida.


Pero en el otro plano, el de la letra pequeña, que plasma intercalado "el relato del panadero de Dorf", nos encontramos un cuento aparentemente sin pies ni cabeza. Un enano en una gasolinera ha regalado a Hans Thomas, el joven protagonista, una lupa y una recomendación: que hagan noche en un pueblo alpino llamado Dorf. Allí, el panadero obsequia al chico con unos panecillos, uno de los cuales contiene un librito escrito con letra minúscula. Hans Thomas encuentra curioso que en la panadería haya un pez de colores en una pecera en la que falta un círculo de vidrio… del tamaño de su lupa. Lupa que usará para leer la diminuta letra del librito a espaldas de su padre, pues ha prometido al panadero que guardará el secreto del libro y su contenido.

¿Y qué se encuentra allí? Pues un cuento de marineros y naufragios, de una isla desconocida que se abre y se ensancha y crece conforme se interna uno en ella, de un viejo habitante que también naufragó años atrás y combate su soledad haciendo solitarios con una baraja, hasta que los naipes cobran vida y se establecen por su cuenta… Es todo tan abstruso, tan fantasioso que, recuerdo que, en un momento dado, hablé mentalmente con el autor y le dije. “si sales de ésta de un modo medianamente digno y razonable, tienes un carajillo pagado en España…”



Y no. No te voy a reventar el libro, ni te chafaré el final; solo te diré que tardé un buen rato en poder volver a cerrar la boca: todo acaba encajando en una lógica narrativa y filosófica inapelable, digamos que el misterio se resuelve, en la misma medida en que puede resolverse el misterio de nuestra propia existencia, o la maravilla inverosímil de que estemos vivos en este preciso instante. Te dejo con el padre que, mientras conduce, dice al muchacho:


“ - ¿Sabías que acaban de descubrir un misterioso planeta donde viven millones de seres inteligentes que andan sobre dos patas y que miran el planeta a través de dos lentes vivas?

Tuve que admitir que todo eso me era totalmente desconocido.
 - Ese pequeño planeta está unido mediante una compleja red de líneas, sobre las que esos tipos tan listos ruedan dentro de unos vagones de colores.
 - ¿De verdad?
 - ¡Claro que sí! Y en ese mismo planeta, esos enigmáticos seres han levantado enormes edificios de más de cien plantas; y, por debajo de esas construcciones, han excavado larguísimos túneles por los que pueden desplazarse con unos artilugios eléctricos que se mueven sobre raíles.
 - ¿Estás completamente seguro?
 - Completamente.
 - ¿Pero… por qué nunca he oído hablar de ese planeta?
 - Bueno… En primer lugar, no hace tanto tiempo que se ha descubierto, y además, me temo que lo ha descubierto mucha gente, aparte de mí.
 - ¿Dónde está? … …”


“… … - Los humanos hubieran enloquecido si los astronautas hubiesen descubierto otro planeta con vida – afirmó finalmente mi viejo -. Lo que pasa es que no se dejan asombrar por su propio planeta.”



Estas dos breves citas ilustran las digresiones frecuentes del padre de Hans Thomas: le habla de Edipo, que no sabía que había matado a su padre y de Sócrates que no sabía nada, del oráculo de Delfos y del tiempo, del pensamiento que escapa al tiempo y de que vivimos exactamente un instante, éste, ahora… A Hans Thomas no le parecen un rollo y a mí tampoco, de hecho es lo que más aprecio, sin desdeñar la trama apasionante, la conmovedora “maldición” familiar, el espléndido cierre que anuda los dos planos de la narración, el estilo económico, simple, elegante y, sin embargo, turbador y poético… Y la oportunidad que se me brinda de, tal vez, reconocerme como un comodín.


Un poco demasiado largo para los actuales lectores juveniles, e imprescindible para todo aquél que conserve, aunque sea en grado mínimo, la capacidad de maravillarse al mirar al espejo y ver el habitante del espacio allí reflejado.



Ay, no tengo este libro en formato digital, por tanto no lo puedo compartir, pero me he llevado una gratísima sorpresa al ver que ya está en el catálogo de eBooks de Amazon (8’54 en su versión española).

jueves, 14 de abril de 2016

Castillo Bajo La Luna

¿Cómo se sujeta la Luna en el cielo? ¿Y qué pasaría si la Luna se cayera sobre la Tierra? Estas eran dos invariables preguntas que los niños me hacían cuando me tocaba intentar suministrarles un conocimiento básico del Sistema Solar: planetas, satélites, estrellas, asteroides, cometas y toda la parentela, representando en los cielos su danza incomprensible y luminosa. El hecho de que la Luna no nos pueda caer encima, con el consiguiente desnucamiento, me temo que continuaba siendo un arcano para los más temerosos de entre los alumnos, pese a mis esfuerzos didácticos y a los esfuerzos científicos de Galileo, Newton, Kepler y el resto de los muchachos.

Tierra y Luna: comparación de tamaño

Cuando renuncié a hacerme entender, traté de consolarlos con el insignificante tamaño de la Luna. Esta es una buena pregunta ¿cuál es el tamaño de la Luna? Ellos me la comparaban con un plato espacial, con un balón astral, con un queso cósmico… Pero cuando conseguía convencerles de que, con el brazo extendido, basta un simple garbanzo entre los dedos para taparla completamente (probadlo), el consuelo era muy eficaz: la caída de un simple garbanzo celeste no puede ser tan devastadora…


Evidentemente, la luna de la foto está inflada, no sé si como venganza sobre mis antiguos y entrañables alumnos, o como homenaje a Lars Von Trier, cuyo planeta Melancholia viene a caer sobre la Tierra en una estremecedora fábula cinematográfica sobre el fin del mundo.



El castillo de Monzón recibe al atardecer una luz ciertamente melancólica (quizá la que me gustaría ver cuando mi mundo, o sea, mi existencia, se liquide). Y en la imagen, una Luna recrecida por artificio fotográfico, pone una nota entre ominosa, ingenua y poética en la plácida luz del ocaso. En fin, pasatiempos propios de quien no aprecia la programación televisiva.

lunes, 11 de abril de 2016

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 52

Durante muchos días habíamos dejado de vernos con Nines. La excusa oficial era que yo tenía que concentrarme en los libros para poder sacar una buena nota en la Reválida, conservar la beca y continuar con los estudios. Aquella última tarde en el Rompeolas, se había mostrado remisa y renuente. Fui a darle un beso, pero me rechazó y me dejó con los labios fruncidos en el vientecillo fresco de la tarde. Y esto, que no había ocurrido jamás entre nosotros pues siempre era ella la más proclive a las expansiones cariñosas, o incluso eróticas, me sorprendió y me dejó herido en mi presunción y bastante amostazado.

 - Teo, siempre he sabido que no te tomas lo nuestro en serio – comenzó y, hacia el oeste, río Aragón abajo, unas nubes del color del vientre de los pescados más veteranos de entre los que ofertaba su padre, echaban a rodar por el cielo la primera amenaza de tormenta de la temporada. – Yo me hago la distraída, y aunque pueda pasar por idiota, no soy idiota: estaba convencida de que con el tiempo cambiarías, pero no haces otra cosa que permitir que me desahogue, para que luego me calle y todo siga igual y de la misma manera.


Me estaba poniendo en bandeja la ocasión tan largamente esperada, sin embargo no me atreví a entrar con el descabello, como tan a menudo había fantaseado: ahí te quedas, bici sin ruedas.




 - Piensa por ejemplo – continuó, – que siempre me das largas cuando te pido que vengas a buscarme a casa para que te pueda presentar a mis padres.


 - Pero si ya conozco a tus padres, además el señor Rapún me da mucho respeto…


 - Sí, y por eso lo llamas el Congrio cuando estáis de cachondeo con tus amigotes, Teo, trata por un momento de afrontar alguna cosa con formalidad, hace casi un año que salimos y nunca te comprometes, siempre vas a remolque y nunca tomas la iniciativa, nunca me incluyes en tus planes, nunca me propones que hagamos algo juntos, siempre tengo que ser yo la que tire y empuje, siempre yo, me está entrando el complejo de ser una pesada.


“Eso mismo”, pensé, eso mismo, díselo en voz alta y te la habrás sacado de encima. Pero no me atreví. Ya no estaba tan seguro de que era eso sin más lo que quería.


 - Va, chica, un par de semanas, lo justo para prepararme bien los exámenes, dos o tres semanas sin quedar, hasta que se acabe este curso tan cabrón y luego te prometo que me presento en tu casa y le digo al señor Rapún que quiero salir con la chavala más guapa de Jaca. Y no me refiero a tu hermana…


 - Vamos a hacer lo que tú dices, Teo, yo sería capaz de darte todas las oportunidades que hicieran falta, no me importa esperar, ya lo sabes y, si quieres que te diga la verdad, eso de los estudios me parece una pérdida de tiempo, incluso para ti. En especial para ti, porque fíjate: en el banco Hispano Ansotano sale una plaza de botones. Si te la consiguieras sacar, ya tienes, como aquel que dice, la vida resuelta. Primero, ordenanza, vale, te parecerá poca cosa; pero luego, auxiliar; más tarde, oficial y, quién sabe si después llegas a cajero, interventor, director incluso; soñar no cuesta nada. Y te quedas en Jaca: en tu casa no tendrás gastos, podrás ahorrar todo lo que ganes.


 - Pero, ¿tú estás mal de la azotea o qué coño te pasa? Soñar, lo que se dice soñar para mí, es una carrera universitaria: profesor, médico, abogado, filósofo, historiador, perito mercantil, yo qué sé…


 - Es que si te vas a estudiar fuera, se acabó, te olvidarás de mí y, por nada del mundo quiero que eso ocurra. Estaría dispuesta a…




Se interrumpió. En la esquina de uno de sus ojos, mates en la semioscuridad que había caído en el parque, una lagrimilla redondeaba un destello de perla fugaz. En ella vi reflejado el primer relámpago que hendía el horizonte y un trueno salvaje me sobresaltó con su ruido de cañón Gran Bertha.


 - Corre, vamos – dije agarrando con firmeza su brazo sedoso y flaco – que nos vamos a calar si seguimos aquí pasmados pelando la pava.


Pero no nos valió de nada: una cortina de agua nos puso empapados antes de que llegáramos corriendo, como pollos sin cabeza, a la escalinata del Paseo. Nines, convertida en una sopa de marisco, se reía un poco sofocada por la carrera: le parecía gracioso el cataclismo que estábamos compartiendo allí, solos en la brillante oscuridad, bajo las mangueras del cielo. Entonces fue ella la que me besó. Y esta vez me supo más dulce que nunca.


Debía de ser el chicle.




jueves, 7 de abril de 2016

Láminas De Frutos Y Frutas 2

Aparezco, chas, con nuevas láminas del escurridizo y apetitoso tema de las frutas; aunque todavía no ha llegado la temporada de la mayoría de ellas, el sabroso colorido de las ilustraciones ya nos las anticipa. Bien es verdad que los supermercados, los invernaderos, las cámaras frigoríficas y la importación desde el Cono Sur, hacen que, si a un urbanita de estas latitudes, se le apetecen en estos momentos, cerezas, albaricoques o ciruelas, tal vez no tenga que conformarse con mirar las ilustraciones.


Comienzo con una que trata de expresar un elemental criterio botánico, incluso esboza una sencilla clasificación de los frutos, no tan simple como la mía: frutos carnosos y frutos secos… Yo, lo único que he aprendido es que, en el abigarrado mundo vegetal, nada es del todo asequible: el conocimiento siempre se gana duramente.



Para empezar, está el tema de los nombres: nombre científico y nombre vulgar, este último con sus innumerables variedades locales. Luego, hay que determinar qué son y qué no son frutos. Un juego que aquí toda la vida se ha llamado “Pi” y que, más tarde, en los grandes almacenes, nos lo han vendido como “Scattergories”, nos ha llevado, siempre que hemos introducido la categoría “Frutas”, a interminables disputas (o discusiones que, aquí, no sonaría tan mal)… Empezábamos por “R” y ¡zas! Ya estaba liada, alguien siempre ponía “rábanos” o “racimos” y ¡hala! A acalorarnos.



Siendo así, no me parece una pérdida de tiempo poner un nombre de fruta con cada letra. Y te animo a que, las que no conozcas, las busques en Google Imágenes, donde darás con auténticas preciosidades. Y te animo, también, a que las que he omitido, porque desconozco una fruta con esa letra inicial, me la hagas saber. Las que he encontrado son: almendra, banana, ciruela, dátil, endrina, fresa, granada, higo, icaco, jobo, kiwi, limón, manzana, níspero, ñangapiré, oliva, pera, quinoto, rambután, sandía, tomate. uva, vainilla, xoconostle y zapote. Como de costumbre, encontramos letras muy fértiles, como la “m”(manzana, melón, melocotón, mandarina, membrillo, mango, maracuyá y mora), en cambio con la “y”, como no cuele “yemas de Santa Teresa”…


miércoles, 6 de abril de 2016

Láminas De Frutos Y Frutas 1

Qué frutalidad. Lo suyo hubiera sido encabezar con “Láminas de frutos”, es el término académico, pero esta mañana me entero con alarma de que en la taifa que, con mano blanca y pulso firme regenta doña Susana, o sea, en la diáfana Andalucía, se va a decretar el fin del sustantivo de uso genérico para toda la especie, en un rutilante y eficaz ejercicio de machismoterapia (¿o machismectomía?) Los que allí cobran de la mano que reparte el público maná, no podrán volver a decir “andaluces”, sino “andaluces y andaluzas”, o mejor aún, para evitar las reivindicaciones de un tercer sexo que reclame la adición de “andalocas”, se usará “la población andaluza”, circunloquio feo donde los haya.

En fin, harto ya en mi pasada vida docente, de enunciar “alumnos y alumnas”, “padres y madres” y desvaríos por el estilo, cedo el testigo de la mentecatez a las nuevas generaciones… Pero, ay, yo no sabría decir si estas preciosas láminas ilustradas, compartidas desde mi vieja enciclopedia Sopena (“vale la pena tener un Sopena”, decía el eslogan), estas joyas artesanales en cuatricromía, muestran frutas, o frutos en general. Lo exacto sería decir frutos, aunque aparecen apetitosas frutas con una luminosidad de colorido propia de los bodegones de Zurbarán, o de cualquier otro de los pintores de esta patria adormecida por las redundancias: por cierto, ¿ha dicho ya la RAE que las pintoras no son pintores? Sería la debacle (y me sumiría, por fin, en el mutismo).


En las láminas de frutas, cuya presentación se me está yendo de las manos, el criterio, digamos, botánico o taxonómico brilla un poco por su ausencia: hay un hermoso batiburrillo en el que, a veces, aparecen términos como aquenio, drupa, glande o pepónide, que recuerdo haber estudiado hace cincuenta años. Sin embargo no están todos los frutos clasificados ni organizados: el anónimo artista se ha dejado llevar por su intuición y ha pintado siguiendo pautas de esplendor y apetitosidad… Me encantan estas láminas, mañana publicaré otras dos.


domingo, 3 de abril de 2016

En Olsón, Ante La Catedral Del Sobrarbe

Iba a titular esta entrada “La Madre de todas las Puertas” o “La Puerta del Reino”, pero he decidido a tiempo recuperar parte de la seriedad y explicar de dónde he sacado la imagen de este inmenso portón tachonado que, esta vez sí, me vedó la entrada a los misterios que se almacenan en el interior del recinto que, según tengo entendido, no son desdeñables.


Había ido con mi esposa a visitar la localidad de Olsón, en el Sobrarbe, sabedores de que atesora una relevante joya arquitectónica (Monumento Nacional). Se trata de una inmensa iglesia que corona un promontorio a los pies del cual se extiende, iba a decir un pueblo perdido, más he caído en la cuenta de que, habiéndolo encontrado, por un ramal asfaltado a nueve kilómetros de la carretera que sube de Barbastro a Aínsa, no podremos darlo del todo por perdido. Ahora, eso sí, población no hallamos, aparte de un rebaño de ovejas, con varios corderillos y un perro pastor que apenas mostró interés por nosotros.



Llegábamos con la ilusión, propia de turistas curiosos, de pedir la llave en el pueblo y visitar la enorme iglesia, aunque no topamos con nadie y nos quedamos con las ganas. El grandioso templo, consagrado a santa Eulalia y denominado como “la catedral del Sobrarbe”, procede del siglo XVI y es una bella pieza renacentista que ha sido recientemente restaurada (estuvimos hace unos años y estaba la fachada enteramente cubierta de andamios).



Sobrecoge por lo desmesurado de su tamaño, ¿de dónde sacarían fieles para cubrir mínimamente su aforo en un núcleo tan pequeño? Misterio. Igual el obispo mandó traer maniquíes de fieltro para presenciar la transubstanciación…



Al fotografiar el templo, me encontré con un curioso problema: el contrapicado debido a que está “bastante en alto” y el gran angular necesario para que “quepa todo”, hacen que la imagen resultante pierda grandiosidad y no acabe de dar una idea del impacto que el ojo recibe frente a la poderosa fachada principal y el atrio… Así que he hecho trampas. He deformado la imagen y con esto he creído conseguir dos cosas: restablecer la impresión de magnitud que da la iglesia y fastidiar a los puristas que vean la foto, ahí es nada.