jueves, 30 de octubre de 2014

Ranas Y Otros Anfibios

Me atareo de nuevo en desempolvar las entrañables láminas de aquella vieja y obsoleta enciclopedia ¿y qué tenemos hoy? Pues ranas, delicioso manjar para los franceses y otros gourmets. Yo he probado sus ancas (sólo se comen las patas traseras) y es un sabor curioso y desconcertante: no adivinas si es carne o pescado, por más que el dicho reza: “Algo se pesca… Y llevaba una rana en la cesta”. Se tiene a la rana por un animal inofensivo, en contraposición a su pariente el sapo, cuyas vesículas urticantes le dan una fama de animal ofensivo, al que se ha calumniado muchas veces con el infundio de que escupe un veneno que ciega, hace caer el pelo y envenena la sangre. Una reputación casi tan mala como la de algunos políticos españoles. En todo caso, lo que parece cierto es que algunas ranas tropicales sí son animales muy venenosos, no como las de aquí que, con un poco de suerte, pueden encubrir a un príncipe encantado, el cual recuperaría su forma primigenia, al contacto de los labios de una doncella enamorada, aunque, en los tiempos que corren, las jóvenes son muy listas: jamás he visto a una besando a una rana, no sea que el hechizo se quiebre y le advenga a la ingenua una desgracia similar a la que aniquiló a Grace Kelly, pues, en numerosas ocasiones, el príncipe suele salir rana.

 
Cuando yo impartía clases de Ciencias Naturales, solía empeñarme en clasificarlos en anuros (sin cola, como el sapo y la rana) y urodelos (con cola, como la salamandra y el tritón). Hoy me entero de que existen también los anfibios ápodos (que no hay que confundir con los apodos, como Carasapo, Ranapeluda, Renacuajo o Himphame). Eso hubiera supuesto una complicación adicional considerable para mis alumnos. Una vez, en Alcolea, me trajeron un sapo gordo como un botijo que, fuera de su pringoso fango, me daba mucha pena y me obstiné en que lo soltaran en una acequia. Luego preferí no preguntar qué habían hecho con él (igual le pagaron unos estudios o lo convirtieron en mascota del centro al estilo USA).

 
De pequeños, cazábamos renacuajos en Jaca, en un arroyuelo que allí conocen como rio Gas. Los llamábamos “cucharetas” y nos los llevábamos a casa, en un tarro de cristal, para asistir pasmados a su metamorfosis en ranas. No sobrevivían, claro, pues desconocíamos todo lo relativo a su alimentación, a los requisitos ambientales que había que reproducir y, en fin, carecíamos de todo conocimiento y talento. Menos mal que las ranas en sus ubicuas “babas de rana” ponen huevos a carambullo y no siguen la política del hijo-único-para-darle-todas-las-atenciones-y-oportunidades, con la que se hubieran extinguido. Aunque, de todas formas, muchas especies de anfibios (tritón pirenaico… ) están en peligro de extinción, me temo que son animales muy indefensos y la destrucción de su hábitat progresa a un ritmo sostenible.

 
Al no haberme quedado ciego, no se me escapa que en internet hay imágenes maravillosas de anfibios (algunas las he “fusilado” aquí), que dejan a estas láminas a la altura del betún. No obstante a mí me hacen gracia porque son dibujos y pinturas artesanales, fruto de plumillas y pinceles, algo “retro” y “naif”. Además esta vez, no sé por qué, una lámina era en color y la otra no. Algo se ahorrarían en control de calidad y así la enciclopedia salió más barata.

 
Una última curiosidad: un periodista anunció que “veremos la regeneración política en España cuando las ranas críen pelo”. Me entero hoy, con alborozo y esperanza, de que existe una rana peluda africana (ver imagen), así que no está todo perdido. Ah, y se dice también: “a callarse ranas, que va a predicar el sapo”.
 
 
 

domingo, 26 de octubre de 2014

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 31

- Es que verás, - comencé, mientras él repasaba con un negro azabache el cabello de las bailaoras, con la intención de que dejara de parecer que llevaban casco, - salgo con la chica que no me gusta y la chica que me gusta evita tropezar conmigo por culpa de las bocazas sucias y parlanchinas de Chus y Josemari. A mí me interesaría hablarle y convencerla de que mis intenciones van en serio, pero no me presta atención y no veo cómo abordarla. Siempre va escoltada por dos o tres amigas. Por otra parte, necesito ya romper con Nines, sin que se quede muy chafada y, sobre todo, sin que me haga un numerito. Si no rompo con una, no me puedo congraciar con la otra, es un círculo vicioso.

 - ¿Cómo de vicioso? – Preguntó Mateo, guiñando un ojo mientras intentaba pintar una fogata en el centro del círculo formado por las sevillanas. Puso tanto humo, con el propósito de darle realismo, que me pareció que las figuras caerían asfixiadas de un momento a otro.

 - De vicio nada, compadre: manitas, algún besito y mucho pajilleo. – Le contesté recordando que mi hermano me disparaba todas las noches su admonición favorita, “Teo, vas a dejar preñado al somier”.

Pasamos diez minutos largos de ensimismamiento caliginoso, hasta que Mateo espetó de repente:

 - ¡La poesía es un arma cargada de futuro!

 - ¿A qué viene ahora esa simpleza? ¿Y qué tiene que ver con mis amarguras? Por cierto, que ya leo a Bécquer cuando me pongo más tristón, - y recité: - “Por una mirada, un mundo; por una sonrisa, un cielo; por un beso... ¡yo no sé qué te diera por un beso!”

 - ¿A mí? ¡Serás maricón!

 - A ti no, a esa pequeña diosa a la que he entregado mi corazón, a esa…

 - Corta el rollo, pimpollo, y no te pongas cursi, almibarado ni baboso. “La poesía es un arma cargada de futuro” es el título de uno de los Cantos Íberos de Gabriel Celaya, a quien seguramente no habrás leído, ocupado como estás en meneártela sin descanso. Y viene a cuento porque, ya que no puedes interceptar a tu hermosa damisela para declararle tu amor, pues te rehúye como a la disentería, digo, le escribes un poema donde le expliques tus sentimientos con violines y trompetas, luego se lo das y a esperar. No falla. Las chicas son muy sensibles a las coplas, a las rimas y a las misivas perfumadas. Lo leerá bizqueando y la tendrás en el bote.

 - Sería una excelente idea si yo supiera escribir un poema, - contesté, - pero además habría que superar la prevención que tiene, debida a un mal paso, antes ya habíamos tonteado un poco y…

 - ¿Para qué están los amigos? – Me volvió a interrumpir mientras salpicaba topos verdes sobre un vestido que había sido blanco antes de que se le ensuciara un tanto el papel. – Tú déjalo en mis manos: soy un poeta con una técnica muy depurada. Y capaz de ponerme en tu lugar y en el de ella, te voy a poner a tu dichosa Cheles en bandeja, sólo para que me dejes pintar en paz mientras te bebes mi clorhídrico en silencio.

 
Así era don SeguroDeSíMismo Mateo y un buen amigo, además. Yo no las tenía todas conmigo, pero cuando volví a la tarde siguiente, me aguardaba muy ufano y me tendió un recio papel color marfil que olía a violetas podridas. “Lee, lee”, me animó. Lo desplegué y me topé con estas arrebatadas líneas:

     “NOCTURNO EN DO MENOR

 Honda es mi nostalgia, limpia y serena,
ansia de eternidad, noche estrellada,
noche pura y tibia de luna llena;
sólo tristeza en la noche rasgada.

 Vago soñar, y una angustia velada,
recuerdos de amor, tu ausencia y mi pena
en las piedras, en la hierba mojada,
en el río que bajo el cielo suena.

 Buscaré entre las sombras tu mano,
sentiré que ya no está; el frío
de la luna, de la piedra y del río;

 el frío de ser, de buscar en vano,
tu cuerpo, mis manos... Amor dormido
hoy creó la ilusión de haber vivido.”

 - Sí, es bonito - admití, - aunque no sé si tiene mucho que ver con ella y conmigo.

 - Hará su efecto, te lo digo yo, ¿por qué eres tan desconfiado?

 - Y por qué ese título, “Nocturno en do menor”, ¿qué es eso?

 - Mira pollito, haz caso del experimentado gallo que conoce el corral al dedillo, - sólo me llevaba un año, pero se creía que era mi padrino, mi tutor y mi cicerone, - lo de nocturno etcétera es porque me llegó la onda de que le comentó la chica un día a doña Filo, la de música, que a ella, a tu querida Cheles, la de los labios como mieles, no le gustaba mucho la música yeyé, que su padre tenía un disco de los “Nocturnos” de Chopin y ella se lo ponía casi todas las noches. ¿Cómo puedes decir que estás chalado por una gachí de la que no sabes nada?

Esto me recordó además la diferencia social, Cheles era hija de un farmacéutico que tenía el equipo de alta fidelidad más envidiado de Jaca, total, para poner discos de música clásica. Además le dije a Mateo que ella conocía mi letra, porque le había dejado unos apuntes, así que tendría que copiar el poema yo, para dárselo y que colara que era fruto de mi inspiración.

 - Ningún problema. – Me dijo y me tendió otra hoja en blanco de ese pseudopergamino de olor asqueroso que, supuestamente a ellas les gusta tanto, pensé en el papel matamoscas.

 - Necesitaré otro, - le dije, - tengo que escribir una nota de despedida para Nines. Algo para que me deje en paz definitivamente, así que no hará falta mucha poesía, creo.

 
Y tras copiar, con mi letra de los domingos, el poema en una hoja, escribí en la otra de cualquier manera:

 “Mira chiquilla, creo que eres una renacuaja y que lo nuestro no va a ninguna parte. Se despide de ti el que ha intentado por todos los medios y se ha esforzado sin descanso hasta hoy para que le hagas tilín, aunque sólo sea un poquito y pese a todo se ha dado cuenta de que ya no te quiere, de que tal vez nunca te quiso y desea poner punto final a este malentendido antes de que te hagas demasiadas ilusiones. Adiós chata, nunca te molestes en volver a mirarme y espero que no me guardes rencor. Teófilo Gómez Quino.”

Mateo miró apreciativamente lo que yo estaba escribiendo por encima de mi hombro. Cuando terminé, dijo:

 - ¿Estás seguro de que has leído tantos libros como me has dicho? Porque, la verdad, no se te ha quedado nada, ni en el estilo ni en el contenido.

El podía decir misa, pero yo estaba muy contento con mi sublime labia gráfica.

Y con la suya, muy agradecido.

 

miércoles, 22 de octubre de 2014

Alcolea De Cinca. Antiguo Ayuntamiento

En septiembre de 1988 llegué, como profesor de aquella hoy remota EGB, a Alcolea de Cinca. Nuestro más implacable verdugo, que es el tiempo, aún me permitía considerarme joven. Vale más que diga, de entrada, que no conseguí enteramente adaptarme al llamado medio rural y que no conservo un recuerdo maravilloso, lo cual sería menos grave para mí si no hubiera estado allí quince años dedicado a intentar enseñar las potencias de dos, las ecuaciones de primer grado y otras menudencias escolásticas por el estilo. Vale más que confiese que no me quedé a vivir allí, pese a que, con buen criterio, era por aquel entonces obligatorio que los funcionarios de la educación pública residiéramos en el lugar donde se nos había otorgado la plaza. Allí fui, durante algunos años “el catalán”, porque había regresado a estas tierras tras residir varios años en Barcelona y debí ser tal vez algunas cosas peores, pues es frecuente que, en determinados pueblos de la ribera cinqueña, ciertos sectores tengan un concepto difuso del profesorado como un hatajo de vividores y sinvergüenzas aunque, claro, tampoco es la norma.


 
He de decir que el pueblo y sus alrededores, como espacio físico o geográfico, en el que fui un pertinaz turista, me resultaban muy atractivos: con frecuencia intentaba sacar a los alumnos a pasear, actividad esta que cada vez encuentra más cortapisas y restricciones en la vida académica, hoy mucho más constreñida que hace veinticinco o cuarenta años, pese a lo que pueda parecer, ya que en el presente hay que programarlo todo e incurres en una grave responsabilidad si sacas a “la canalla” de las (j)aulas sin haber justificado con la suficiente antelación los beneficios competenciales del paseo pedagógico, sin haber enumerado las medidas de seguridad tomadas o sin tener el visto bueno explícito de la comunidad educativa en pleno, reunida al efecto en un tenso sínodo.

 
Me gustaba especialmente el aspecto precario, desaliñado y un tanto poético de algunos rincones, de algunos portales, de algunas calles, la omnipresencia de las ripas, unos relieves tabulares que alzan caprichosos acantilados junto al río, encajonando al pueblo en su ribera y, sobre todo, un vetusto, decrépito y un tanto majestuoso ayuntamiento, en un caserón que, al remodelarlo, perdió parte de su atractivo pero, claro, se estaba cayendo.



 
En aquella época, me daba por tirar fotografías en blanco y negro, que yo mismo revelaba y positivaba con un limitado laboratorio casero. Algunas, luego, las he digitalizado e incluso tintado, como aquél que inventó la televisión en sepia para ver programas antiguos. Hace poco, he vuelto por allí, armado de una cámara más moderna y me he encontrado con una villa que se ha acicalado bastante, sin acabar de perder su sabor. Más adelante publicaré fotos más recientes y algunas tomas de las ripas que, si las desconoces, te harán prendarte de su aspecto peculiar y pintoresco, como de spaghetti western. Primero pongo las imágenes del más lejano recuerdo, porque he observado que internet es un moderno medio con un abundantísimo magma de imágenes del día, pero si buscas algo añejo, escasea de lo lindo.


 

domingo, 19 de octubre de 2014

Vivir Es Fácil Con Los Ojos Cerrados - David Trueba

Una película española reciente que tiene un notable grado de interés. Parece un oxímoron, pero me estoy refiriendo a “Vivir es fácil con los ojos cerrados”, una curiosa y original road movie dirigida por David Trueba y que, al parecer, va a representar a nuestro cine como aspirante a la mejor película de habla no inglesa. Anda que, si se lo dan, aprovecharé para hacerme el enteradillo diciendo que ya te la había recomendado. A mí, como beatlemaníaco y exprofesor, me atrajo por el tema que propone y me sorprendió porque no me esperaba gran cosa y menos esta aproximación tan decente, tan delicada y tan afectuosa a la época en la que andábamos con la dignidad secuestrada por una fétida dictadura. Luego, una vez recuperada nuestra dignidad, ya pudimos perderla por nuestra cuenta, cosa que hicimos rápidamente y aquí estamos.
 
Antonio, el protagonista
 
Antonio Sanromán, Anthony, es un modesto profesor de inglés, muy parlanchín, que ejerce en Albacete (en Albacete capital, dice) y está obsesionado con los Beatles en general y con John Lennon en particular. La interpretación de Javier Cámara, tierna, matizada y convincente, es uno de los principales activos de la película. Antonio utiliza las canciones del cuarteto de Liverpool para enseñar los rudimentos de inglés a sus alumnos y les hace escribir las letras en sus cuadernos, letras que traduce y comenta en clase, pero “siempre se escapan cosas” al pillarlas de oído. Usa una grabadora de cinta magnetofónica para registrar las canciones emitidas por Radio Luxemburgo (estamos en 1966) y llevarlas al colegio antes de que sean puestos los discos a la venta en España. Es un gancho, desde luego.

 
En estas, se entera nuestro hombre de que su ídolo (y el mío: si la obra de los Beatles te es ajena o sólo recuerdas vagamente que fue un cuarteto musical de hace medio siglo, tu engarce afectivo con la película va a ser más dificultoso, aunque no imposible, claro), el referente ético y estético de nuestro humilde profesor, el entonces archifamosísimo John Lennon, está rodando una película en Almería. Y allá que se va Antonio a conocerlo. La paradoja propuesta radica en que, por aquellos años, los Beatles eran más populares que Jesucristo, y pensar seriamente que su líder iba a ser accesible a un insignificante garrulo calvorotas, por muy llenos de humanidad que anduvieran éste y aquél, es como creer que yo, mañana, puedo tener una animada entrevista con Obama. Esta es la propuesta de la película, una gigantesca elipsis: el personaje principal (Lennon) es una ausencia. Sólo se le ve en un plano general a cincuenta metros de distancia, durante poco más de un segundo.

Pero, ¿se ve a John Lennon?
 
Los otros dos personajes que acompañan al confiado Antonio en su más que peregrina peregrinación, son Belén (Natalia De Molina) que escapa de una especie de sórdido hospicio para jóvenes embarazadas solteras y Juanjo (Francesc Colomer), un muchacho de 16 años que huye de su casa, algo así como para tomarse unas vacaciones de su insufrible padre, un “gris” (un policía nacional) encarnado por Jorge Sanz. A los dos fugitivos los recoge el afable profe cuando están haciendo auto stop. Este trío imbatible, Antonio, Belen y Juanjo, atravesará, en un Seat 850 de color verde botella, raudo como una centella, un curioso páramo de peripecias, orientados por la absoluta determinación del profesor de inglés, que quiere hablar con Lennon para que los Beatles incluyan las letras de sus canciones en la carpeta de los discos y así sus alumnos de Albacete puedan copiarlas sin huecos o errores. Los dos jóvenes secundarios están correctos, aunque a mí, personalmente, la actuación de ella no me acaba de convencer, me parece un tanto desmayada y opaca. En el resto del reparto, aparte de Ariadna Gil y el ya mencionado Jorge Sanz, luce con garra un inconmensurable Ramón Fontseré, un hostelero catalán exiliado a Almería y con un hijo discapacitado.

Belén
 
La línea argumental de la película es previsible y sorprendente a la vez. Si no entiendes la paradoja, tendrás que verla: alegre y melancólica, divertida y triste, más sensible que sensiblera y con un octavo de denuncia y siete de nostalgia. En todo caso, una sorpresa agradable.

Juanjo
 
En la banda sonora brillan una demo de John Lennon y varios subrayados guitarreros de (nada menos que) Pat Metheny. En la fotografía un leve matiz, entre cutre y feísta, es vencido por la línea clara y la luminosidad y amplitud de los exteriores almerienses. Curioso detalle: cuando se filma dentro del pequeño vehículo (el 850), el gran angular deforma un poco las caras, como en la convexidad de una cuchara.

Tres en la carretera
 
En la parte “negativa” destaco tres notas, de las cuales las dos primeras son características aplicables a casi todo el cine español reciente:

La primera es la toma de sonido y la dicción de algunos actores: o no se les oye bien, o no se les entiende. Con excepción de Javier Cámara, los demás parecen comerse las palabras, Natalia De Molina titubea entre el acento castellano y, cuando se acuerda, el deje andaluz. La dicción de Jorge Sanz es, como de costumbre, casi incomprensible: pronuncia la última frase del film y aún no la he descifrado, algo así como “asiquestaslamúsicacosgusta”.

Coches de época
 
La segunda es el buenismo y el sesgo que se da a la memoria histórica, cargando las tintas en la cabrona omnipotencia de los malos de siempre. Tal posicionamiento buenista, hace que el personaje del profesor roce lo inverosímil: un hombre tan justo, tan generoso y tan confiado que, él solo, hubiera salvado a Sodoma y Gomorra de la ira de Dios. En contadísimas ocasiones expresa su malhumor con un eufemismo cuyo rancio sabor me encanta: “me cago en la Os… curidad bendita”, no es Flanders, pero casi.

Javier Cámara y Ramón Fontseré
 
La tercera es específica de la película, “Vivir es fácil con los ojos cerrados” tiene algún que otro problemilla con el tempo: en algunas de las secuencias de corte más sentimental, el ritmo se estanca y el interés decae un poco. Lo que podía haber sido contado en un minuto, lleva tres o cuatro antes de regresar al apasionante motivo central donde la historia vive y vibra: ¿logrará nuestro encantador e ingenuo protagonista acercarse al artista consagrado, al referente de una generación, y tener un intercambio de impresiones con él? No te lo pierdas.  

David Trueba, el director
 
Por cierto, nos quedamos sin saber qué película es la que estaba rodando John Lennon en tierras de Almería, así que lo aclaro: se trata de “How I Won The War” (Cómo Gané La Guerra) una comedia absurda de Richard Lester, ambientada en la 2ª Guerra Mundial con un pretendido discurso antibelicista y una obra muy muy prescindible, en la que el famoso Beatle no es, ni muchísimo menos, el protagonista. Esta vez, el gancho no fue suficiente. Me quedo con la española y, de este modo, es la buena la que está basada en la mala.
 
John Lennon ganando la guerra
 
 

lunes, 13 de octubre de 2014

¡Qué rica La Pilarica! Repita

Extinguiéndose las últimas horas de este puente que habrá sido tan beneficioso para la salud física y mental de aquellos que permanecen uncidos al yugo del trabajo, me vienen a la mollera algunas reflexiones sobre el significado de esta fiesta de tan desigual fortuna en las ilusiones y en el corazón de los ciudadanos de este solar. Se ha pretendido, con la escasa obstinación que puede desplegar un Estado tan viejo y fatigado como éste, convertir al 12 de octubre en la fiesta nacional de las diecisiete baronías territoriales de España. En las tumultuosas periferias se despotrica sin desmayo acerca del “nacionalismo español” al que nunca se olvidan de tildar de “rancio y casposo”, en contraposición con los que ellos amparan, que son rutilantes y modernos, como si los hubiera diseñado el mismísimo Steve Jobs.

Para verificar la pervivencia del denunciado engendro, tuve la ocurrencia ayer de darme una vuelta por mi pueblo en busca de signos externos: tras caminar una hora, sólo había dado con tres banderas españolas en ventanas, balcones o terrazas. En una avenida lucía una de las llamadas “preconstitucionales”, con el escudo que, cuando éramos jóvenes y progres, llamábamos “el del pollo”, para ver si degradando el ave que lo protegía, lográbamos también degradar el régimen que encarnaba. En la parte alta del pueblo, en dos emplazamientos muy cercanos entre sí, lucían dos banderas republicanas. Mi amigo el Resentido, aunque también fue progre, no simpatiza con tales nostalgias históricas y comenta: “míralas, parecen las del orgullo gay, solo que con menos colores”. Eso fue todo, no cuento la del Ayuntamiento y, de hecho, es muy difícil encontrar banderas españolas por aquí, fuera de los mástiles de los edificios oficiales.

¿Será éste el secreto de la propuesta de Rajoy?

El 12 de octubre, como nadie ignora, se celebra la fiesta de la Virgen del Pilar, extremo este que pone muy contentos a determinados creyentes, a casi todos los vecinos de Zaragoza y a todas aquellas que son llamadas Pilar, María Pilar, Pili, Mari Pili, Piluchi, Piluca, Maripí o Pilili. También se pone muy contenta nuestra televisión autonómica low cost, que aprovecha la ocasión para ofertar una programación especial en directo y una ración doble de jotas actualizadas: “El ebrio guarda silencio / al pasar por el Pilar / la Virgen está dormida / no la quiere despertar”. Y es que las fiestas patronales multitudinarias son ocasión de todo tipo de excesos. La susodicha Virgen es patrona de la hispanidad, de Aragón y de la Guardia Civil, institución esta última, que hoy es la más respetada y valorada por los ciudadanos del país, mira tú quién lo iba a decir hace cuarenta años, ¿eh? Pero lo que muchas jóvenes víctimas de la LOGSE ignoran es que semejante día se conmemora el aniversario de la llegada de Colón a los territorios americanos (uno de mis alumnos me escribió, en un ejercicio, Cristo Balcolón, uniendo mediante este error lo religioso y lo civil). Semejante desembarco tuvo funestas consecuencias para las culturas allí preexistentes y muy prometedoras para los reinos europeos de España, Portugal, Inglaterra y, en menor medida, Francia. Se supone que la colonización de buena parte del suelo americano debería ser motivo de orgullo para los residentes en la Madre Patria, que somos descendientes de los que tan meticulosos atropellos hicieron en nombre de la fe, la cultura y la civilización, huyendo de la pobreza y buscando la plata.

Here lives the Pilarica

Bueno, pues semejante suma festiva se ha querido materializar aquí, como el 14 de julio en Francia, pero que si quieres arroz Catalina. Estaba yo destinado a L’Hospitalet y el 12 de octubre era allí laborable. Para intentar levantarme la moral, un colega me trajo unas revistas en aragonés, con el título de “Fuellas”, ignoro si todavía existe tal publicación, “mira, de tu tierra”, me dijo, aunque yo que soy muy desabrido, le contesté: “yo no tengo más tierra que la de las orejas” (lo cual es rigurosamente cierto).

Encontrado en una trinchera de la Guerra Civil

Y volviendo a la elusiva ilusión de lo que es o representa una fiesta, porque las fiestas son una ilusión, solo los días laborables están encarnados en una cruda y fatigosa realidad, nadie que no tenga más de cincuenta años recordará las esperanzas e ilusiones generadas por las pipas “La Pilarica”. Entonces, como hoy, los niños éramos muy sugestionables y comíamos pipas. Por una peseta o un poco más (menos de un céntimo de euro), comprabas un paquete de pipas “La Pilarica”. Dentro había un papelito que podía contener un premio: podías soñar con un mecano o hasta con una bicicleta. Pero en el papelito siempre ponía “¡Qué rica La Pilarica! Repita”. Te prometo que una vez me salió un premio, ¿adivinas cuál? ¡Otro paquete de pipas “La Pilarica”!

Pues así son estas fiestas, el premio es encontrarlas “ricas” y repetir. Y qué si no.

viernes, 10 de octubre de 2014

So Tell The Girls That I Am Back In Town - Jay-Jay Johanson

Para escenificar de algún modo mi parcial recuperación y mi regreso a estas páginas abandonadas a la deriva durante una temporada breve y larga, he escogido (o eslegido, como decían algunos de mis antiguos alumnos) una canción de Jay-Jay Johanson, un cantautor sueco bastante conocido a finales de los años 90, un precioso tema que ya me gustaría a mí que fuera pertinente al caso. La iré escuchando mientras termina mi, aunque tranquila como el sudario, no por ello menos amarga, exasperante  y angustiosa convalecencia. Y te invito a que lo hagas conmigo, si alguna vez has soñado con ser verdaderamente echado de menos, o que alguien de verdad te haya añorado. Imagino que situaciones así nos han sido deparadas a todos. De todas formas, no sé si es buena idea para una persona empeñada en superar la ilusión del yo, andar escribiendo un blog y esperar a la menor oportunidad que me brinda una salud quebrantada, para venir con una cancioncilla como ésta.


Que, volviendo al tema, es un tema muy de mi gusto: tal vez no me agrada demasiado el arreglo, muy condicionado por las modas de los noventa, aquel abuso formidable y un tanto excesivo de los compresores de audio que cuajó en el trip hop, downtempo o como lo quieras llamar. Lo más moderno se pasa enseguida y, al cabo de unos pocos años, parece estrafalario y ridículo, pero esta es una hermosa canción que hubiera cantado, por ejemplo, Sinatra, de no estar en el otro barrio.


 SO TELL THE GIRLS THAT I AM BACK IN TOWN

“I've been on the road
I've been on vacation
I've been travelling light to reach my final destination

Now I'm coming home

So tell the girls that I am back in town
You'd better tell them to beware
Well they may go or they might try to hide
I follow on and I'll be there

So tell the girls that I am back in town
And if it's true I do not know
That every girl around has missed me
since I decided to go

I could be your friend
I could be your stranger
I could be the one your mother said would be a danger
Now it's up to you.”


Por si suspendías inglés, te la traduciré lo menos zapateramente que pueda:

"He estado en camino, / he estado de vacaciones, / he estado viajando ligero para alcanzar mi objetivo final.

Ahora vengo de vuelta a casa.

Así que diles a las chicas que regreso al pueblo, / o mejor diles que anden con cuidado, / se pueden marchar o quizá deberían intentar ocultarse. / Yo continúo hasta que llegue allí. /

Así que diles a las chicas que regreso al pueblo / y es verdad que no he sabido / que todas las que me rodeaban me echarían de menos, / hasta que no decidí irme.

Puedo ser tu amigo, / puedo ser tu desconocido, / puedo ser ese que tu madre dice que es para ti un peligro… /

Ahora la decisión está en tus manos."

Por cierto, a día de hoy este asqueravilloso blog cumple dos años, así que nos felicito a todos los que pongamos los ojos aquí. Now it’s up to you.