lunes, 29 de agosto de 2016

Las Autoridades Sanitarias No Advierten

O advierten sólo cuando les conviene, vaya usted a saber.

En la mañana del domingo 21 de agosto, dos ciclistas zaragozanos murieron en la Nacional 330 atropellados por un conductor que, al parecer, iba un tanto pedo. En lo que va de año, 24 ciclistas han fallecido arrollados en la carretera, uno menos que el año pasado: como se ve no es un problema tan serio (ni tan mediático) como el de la violencia machista. Así que, antes de que pase socialmente desapercibido, intentaré dedicarle un breve comentario.


Dos ciclistas yacen en la carretera,
¿un aviso a los que pasan?

Imaginemos la puerta de un Opel Vectra con una cenefa negra, al estilo de las de las esquelas, o las de los paquetes de tabaco y dentro, escrito con una gruesa tipografía negra: “Las Autoridades Sanitarias Advierten Que Conducir Ebrio Puede Causar La Muerte De Los Ciclistas”. O de modo más genérico. “Conducir Irresponsablemente Perjudica A Todos Los Que Tengan La Desgracia De Hallarse Próximos A Usted”. Aunque, en letra más menuda, habría de añadirse debajo: “Pero no se preocupe, aunque extermine a un par de semejantes, cualquier Juez dictaminará libertad provisional con cargos, el proceso se prolongará y no es probable que pise la cárcel, ni que se arruine su vida. El muerto al hoyo y el vivo al bollo.”


No está escrito lo que quise a mi vieja burra

Nadie en su sano juicio esperará, digo yo, de las autoridades sanitarias, medidas semejantes, puesto que A)Todo el mundo conduce turismos particulares y B)Estamos hartos de oír que la fabricación de estos vehículos es, en nuestro país, “la locomotora del sector industrial”, así que ajo y agua, amigos ciclistas.


Consagré algunos años que anduve en una mediana buena forma al ejercicio de la bicicleta. Me gustaba ir por carretera y hubo años que conseguí sobrevivir durante varios miles de kilómetros al darwinismo que, en ese medio de la ruta y hasta donde yo recuerdo, se aplicaba a rajatabla. Muy pocas veces topé con conductores que, por ejemplo, en una carretera estrecha y con línea continua, redujeran en lugar de adelantarme en el acto. El riesgo en que se pone al ciclista durante el adelantamiento es gratuito y frecuente, el metro y medio de separación que marca la normativa es discrecionalmente cancelado por cualquier conductor con prisa.


Ahora cría polvo en el trastero

Y así llegamos al meollo del asunto: la bicicleta es un vehículo lento que entorpece la fluidez del tráfico, valor este último, La Sagrada Fluidez Del Tráfico, que está por encima de la integridad de cualquiera, admitámoslo y se soslaya de este modo la parte ética del problema. Sin embargo, he de hacer observar que tractores y excavadoras son vehículos similarmente lentos y es mucho menor el número de conductores que los arrollan: esta vez hay unanimidad en la reducción de la velocidad y en el adelantamiento con la adecuada precaución. Curiosa exteriorización de la ley del más fuerte, la única que siempre he observado cumplir en cualquier ámbito.


Tuve la suerte de sobrevivir al conductor borracho.
Y al sobrio de escasos escrúpulos

La solución del problema se irá materializando en una marcha de protesta (que fue convocada para el domingo 28 en Botorrita), en una mayor concienciación de los conductores, dado que algunos de ellos son ciclistas (y que puede empezar a dar frutos hacia mayo de 2338, cuando todos los vehículos sean guiados mediante automatizaciones informáticas muy avanzadas) y en las actuaciones políticas en las que, como siempre, este país se ve paralizado por el enfrentamiento de dos bloques antagónicos: en el reaccionario, opinan que la bicicleta es un vehículo que estorba en la carretera y, por tanto, debería prohibirse su circulación. En el progresista es peor aún, puesto que se les ha ocurrido permitir que las bicicletas infesten las aceras, pues aseguran que el riesgo para la viejecita artrítica, el mostrenco burriciego (moi-même) o el niño atolondrado es menor que el que el ciclista corre en la calzada. Y así volvemos de nuevo a la ley del más fuerte, en lugar de meternos en viejos valores burgueses como la cortesía y el respeto a las normas, o en el meollo de la cuestión: la capacidad de percibir al otro y ponerse en su lugar… Uf, esto sí que es imposible, continuemos con las marchas de protesta.


Y no solía transitar por la acera

martes, 23 de agosto de 2016

Un Mundo Feliz - Aldous Huxley

En mi juventud, “Un mundo feliz” era considerado poco más o menos un libro juvenil, de lectura obligada, eso sí. Un libro que habías de leer como entretenimiento en los últimos años del instituto o en los primeros de la universidad. Se consideraba una saludable diversión, pero se hallaba lejos de poder ser tomado intelectualmente en serio. La hegemonía cultural de la izquierda, en aquellos momentos, nos dotaba de las poderosas herramientas del materialismo histórico y del materialismo dialéctico, a la luz de las cuales, esta fantasía literaria no tenía más consistencia que la más pachanguera de las películas de ciencia ficción. Qué tiempos.

En el segundo cuarto del pasado siglo florecieron los totalitarismos, a tal punto que la intelectualidad de las metrópolis capitalistas temía por la libertad de sus inquietos culos, con la tétrica sospecha de que, finalmente, habrían de rendirlos a la tutela del Estado. Por un lado la situación social engendrada por la industrialización y el maquinismo era espantosa, lo cual incitaba a una huida hacia adelante; por otro lado, las soluciones del autoritarismo engendraban gran temor y manifiesta repulsión, por lo cual se describían literariamente sus indeseables efectos. Dos sagaces distopías han trascendido, llegando hasta nuestros días con insospechada vigencia: “1984”, cuya negra desesperación traté de comentar en la entrada anterior y “Un mundo feliz” cuyo empalago rosa y sintético trataré de describir en ésta.


En “1984”, la revolución socialista ha finiquitado el capitalismo, dando paso al reinado del partido único. Al parecer, tras la caída del muro de Berlín, la pesadilla plasmada en esta novela, crucemos los dedos, parece perder vigencia… Pero en “Un mundo feliz” la situación es diferente: capitalismo y colectivismo son superados en una síntesis que se describe minuciosamente y que, aún hoy, cuando la releo por enésima vez, me da que pensar más de lo que hubiera sospechado antaño: lo aquí descrito parece el Estado del Bienestar llevado a sus últimas consecuencias. Y, para estar escrito en 1932, retrata sospechosamente algunas de las aspiraciones sociales vigentes en nuestros días.




Describiría a Aldous Huxley (1894-1963), como el típico escritor inglés liberal, rico y sofisticado, de orientación intelectual, si yo supiera qué es eso. “Un mundo feliz”, la obra que lo haría más popular, está en el punto medio de una evolución personal y literaria muy interesante, que aquí no voy a comentar. Un aspecto que me causa notable admiración es que, de joven, pudo superar una ceguera, de resultas de lo cual escribió un libro “El arte de ver”, al que me gustaría echarle el guante.


“Un mundo feliz” es, en primer lugar, una delicia literaria por su estructura y argumento, sus referencias, sus vivaces neologismos, su lenguaje y su estilo a la vez cuidadoso y llano. Una lectura singularmente rica, entretenida y fácil, lo cual hace que podamos pasar por alto la enjundia que atesora el texto… Un texto para disfrutar de su encanto a la par luminoso y siniestro, aunque lo que a mí me sorprende es la actualidad de lo propuesto ¡en un libro que tiene más de ochenta años! Y que describe la sociedad de consumo casi casi tal como la conocemos.


Vamos por partes, en el libro Huxley retrata una sociedad humana dotada de una indudable comodidad material y casi por completo exenta de tensiones y malestar. ¿A qué precio? Recordemos el lema de la Revolución Francesa: “Libertad, igualdad y fraternidad”. Pues bueno, las dos primeras han sido sacrificadas y la tercera sometida a estrictas regulaciones. ¿Cómo? La libertad ha sido sustituida por el condicionamiento psicológico: una especie de hipnosis durante el sueño, la cual cumple la función de nuestra actual publicidad, con la interminable repetición de consignas, aforismos y normas que, inconscientemente van a moldear la existencia de unos seres humanos troquelados desde el momento de su nacimiento con unos patrones que no van a poder eludir.




La igualdad es un escollo considerable que se combate con unos métodos de reproducción y de gestación absolutamente controlados: se configuran cinco castas, desde los inteligentes alfa para las tareas de dirección técnica y social, hasta los intoxicados y disminuidos épsilon para las tareas físicas más rutinarias y pesadas. Esto se lleva a cabo mediante técnicas genéticas y de clonación que hacen que nadie llegue a estar descontento con el lugar que ocupa en la estructura social.


Respecto a la fraternidad, sí, tiene sus ceremonias y “todo el mundo pertenece a todo el mundo”, pero se desaniman las relaciones que impliquen exclusividad, como la pareja monógama estable: el sexo es una cosa natural y saludable, la pasión amorosa, no. De hecho, la mayor obscenidad en ese contexto social son las palabras padre y madre. Refutando la maldición bíblica (“parirás a tus hijos con dolor”), los niños son fruto de una elaborada manufactura biológica: vienen al mundo en un tarro y no son paridos, sino “decantados”.


Marx, Freud, pero sobre todo Henry Ford son los padres de esta revolución social que ha conducido a un mundo en el que la angustia, la escasez, la vejez, el dolor y la muerte han sido atemperados por la ciencia y la racionalidad, hasta donde éstas pueden llegar… Y es bastante lejos. El declive de la ancianidad es combatido con hormonas y sales de magnesio, haciendo que una persona tenga a los sesenta años el mismo aspecto que a los treinta. El abrupto final de la existencia desencadenado a aquélla edad, se considera parte natural de la vida, incluso desde los jardines de infancia los niños son condicionados para ver el lado alegre del último viaje (y el fósforo de los que se van es reciclado). Por último, pero no de menor importancia, está el soma, la droga perfecta: “el soma, el delicioso soma, medio gramo para una tarde de asueto, un gramo para un fin de semana, dos gramos para un viaje al bello Oriente, tres para una oscura eternidad en la luna; y vuelven cuando se sienten ya al otro lado de la grieta, a salvo en la tierra firme del trabajo y la distracción cotidianos, pasando de sensorama a sensorama, de muchacha a muchacha neumática…”




Pero la novela encuadra lo que podrían ser fatigosas disquisiciones en una eficaz línea argumental: Bernard, un “alfa” rarito y disconforme (en la medida en que se puede serlo en esta sociedad), consigue a pocas mujeres y, queriendo deslumbrar a Lenina Crowne, una neumática joven (el término “neumática” para describir a una mujer atractiva es un hallazgo), obtiene el permiso para visitar con ella una reserva. Las “reservas” son lugares donde viven colectivos humanos no integrados en la sociedad feliz, indios en este caso, y allí conocen al joven John… El “choque de culturas” acabará precipitando un dramático desenlace que, esta vez no, no te voy a chafar.


Uno da en imaginar que, entre los aficionados a la lectura, deben de quedar tres o cuatro que tienen la suerte de no haber leído aún este libro imprescindible. Si eres uno de ellos y has dado con esta entrada, prueba estos enlaces:

Un mundo feliz - Aldous Huxley.epub
Un mundo feliz - Aldous Huxley.mobi

jueves, 11 de agosto de 2016

1984 - George Orwell

Uno de mis libros fetiche, de esos que releo cada cuatro o cinco temporadas es este “1984” del británico (aunque nacido en la India) George Orwell. Junto con “Un mundo feliz” del también británico Aldous Huxley, forma la pareja de distopías más célebre de la literatura mundial. Hay que ver estos británicos, cómo le dan al coco, mezclando literatura con sociología, política, consideraciones éticas, y un pelín de metafísica para salpimentar. Estos cocidos de letras no suelen ser un plato elaborado por los escritores de habla hispana, pero tienen su indudable gracia.

Distopía opone su significado al de utopía. Mientras en la utopía se contempla una organización social perfecta, en la que todos los hombres son verdaderamente libres, iguales, felices y más buenos que Flanders, en las distopías asistimos horrorizados a organizaciones sociales que nos hacen sentir un vértigo de miedo, asco y estupor. La primera “Utopía” se debe al moralista y santo inglés Tomas Moro (siglo XVI), que da este nombre a una isla ficticia donde los hombres conviven en paz y armonía, en una sociedad patriarcal que ha puesto coto a los placeres insanos y a los demás, gozando sus habitantes con el acto de “liberar a los intestinos de su molesta carga” y otros igualmente inocuos. La falta de ambición les provee de felicidad, ahí está el quid.



George Orwell

Por el contrario, Orwell, que no elabora un relato tan ingenuo como el del antiguo humanista, claro, nos pinta el retrato espeluznante de una sociedad donde ni tú ni yo querríamos sobrevivir. La característica que definió la trayectoria vital de Orwell, fue la lucha contra los totalitarismos. Pero lucha, lucha. A menos de setenta kilómetros de mi pueblo, fue herido en el cuello por los fascistas contra los que había venido a pelear en la Guerra Civil Española. Tras la Segunda Guerra Mundial, concentró sus ardores en la madre de todos los totalitarismos: la Unión Soviética del padrecito Stalin, en la que, de modo bastante evidente, se basa esta novela, escrita en 1948, dos años antes de la muerte prematura del gran escritor y periodista, 48 se cambia por 84 para situar la acción en el futuro, cuando el totalitarismo domina el mundo entero y unas perspectivas ciertamente negras se cierran sobre la existencia humana, sobre cualquier existencia humana.



Edición de bolsillo

Así como la novela de Huxley, “Un mundo feliz”, de carácter más literario, se basa en llevar el “Estado del Bienestar” a sus últimas consecuencias, produciendo en el lector un sordo (y divertido) malestar, en este “1984” impera un opresivo y brutal feísmo, una pátina de polvo, grisura y penuria.


Todo lo que difunde el Ministerio de la Verdad, es falso; el Ministerio de la Abundancia provee una sórdida escasez; la Policía del Pensamiento está, a la más mínima, dispuesta a torturarte en los sótanos del Ministerio del Amor, y el Ministerio de la Paz desvía todos los recursos económicos y tecnológicos a una guerra sin fin con las otras dos potencias, igualmente totalitarias, tres contándonos a nosotros, en las que el planeta está repartido. ¿Cómo se mantiene esa situación miserable y horrenda? Sencillo: todo el mundo vigila y espía a todo el mundo. En todos los lugares y hogares están instaladas las ubicuas telepantallas ¡que son de ida y vuelta! Ves y te ven. Ves lo que “ellos” quieren que veas y te ven hasta cuando estás durmiendo, indefenso, tal vez gritando en sueños “¡Abajo el Gran Hermano!”


El Gran Hermano (vaya estupidez de nombre para un concurso televisivo, por cierto) es la representación y cúspide jerárquica del Partido. Un rostro que personifica el Poder, ni siquiera se sabe dónde vive o si existe realmente… Pero te vigila. Y te ama. Es una obvia encarnación de Stalin en la novela: incluso su retrato, cuando se describe en los carteles o en la telepantalla, concuerda con el del dictador soviético aunque, no nos fiemos, quizá se esté hablando de Dios.



Ejemplar de Círculo de Lectores

El personaje principal de esta narración en tercera persona, de corte muy clásico, aunque con numerosas digresiones, es Winston Smith, un gris funcionario del Partido, con un trabajo burocrático en el Ministerio de la Verdad. Trabajo que consiste en cambiar las noticias, en los periódicos de fechas pasadas, cuando son inexactas, ¿y cuándo son inexactas? Cuando contradicen la actualidad. Es decir, se modifica el pasado. De este modo, antiguos ilustres, caídos en desgracia, desaparecen; antiguas declaraciones en contradicción con la situación presente, se modifican; predicciones inexactas del Gran Hermano, se arreglan. A Winston su trabajo le parece una continua falsificación, pero es lo que hay, y es que el pobre no es muy bueno en el doblepensar, una acción con la que una cosa y su contraria se pueden simultanear en la mente sin que te estalle el cerebro: ya lo dicen las consignas del partido, “la guerra es la paz”, “la libertad es la esclavitud”, “la ignorancia es la fuerza”.


Winston conoce a una joven del Partido, Julia, con la que se cita burlando patrullas, espías y telepantallas. La lealtad que desencadena la relación de pareja es siempre sospechosísima para el Partido. Y la sensualidad, uno de los objetivos a eliminar (Liga anti-Sex). A lo largo de varios capítulos transita la obra por una historia de amor bastante emocionante ¿los pillarán? ¡Ay como los pillen! ¿Y dónde pueden esconderse?




Es momento también aquí de una digresión: no toda la población de “Oceanía” (la potencia donde reside Winston) pertenece al Partido. El ochenta y cinco por ciento son proletarios (“proles”), trabajadores miserables y embrutecidos a los que se les permite casi todo, porque no le importan a nadie. Los miembros del Partido son una élite dirigente, su relevancia política no acaba de ponerles a salvo de la escasez imperante y sus privilegios son un arma de doble filo: a la menor falta, incluso la pensada y no cometida (“crimental”), las van a pasar moradas: les espera la tortura, la muerte, la vaporización… o la reeducación. Así que un “prole”, una especie de viejo anticuario venido a menos, les da cobijo, alquilándoles un cuarto (sin telepantalla), donde Winston y Julia viven un sensual idilio sin esperanza, porque saben que les van a coger.


Al margen de la trama, el atractivo principal de la novela son las sugerentes ideas con las que el totalitarismo es expuesto y desenmascarado: la neolengua, menos palabras ambiguas para ayudar al bienpensar. Y también el doblepensar, lo negroblanco, el paracrimen… Es decir, se apunta que lo primordial para controlar a un ser humano, es controlar su mente, de modo que no pueda pensar siquiera la rebelión, que no se le pueda ocurrir. Y si esto falla, siempre quedará la tortura: la habitación 101 del Ministerio del Amor, donde lo más horrible que puedas concebir, toma cuerpo real.


La novela ha dado lugar a dos películas que yo conozca. Decentes pero poco más, no acaban de dar en el clavo. Las dos se titulan “1984” y las dos son británicas. La que me gusta un poco más es de 1956, y tiende a centrarse en la historia de amor. La otra es ¡de 1984, cómo no! Y, protagonizada por John Hurt, pone el acento en los ambientes opresivos, densos y claustrofóbicos.



Cartel de la película de 1956

De la novela, solo he podido conseguir este ejemplar electrónico, un tanto defectuoso porque está lleno de errores tipográficos. De todas formas, lo comparto con gusto:

https://drive.google.com/file/d/0B-jREZodu-JmYm1mZVQ3NFFKakU/view?usp=sharing

sábado, 6 de agosto de 2016

50 Años Girando El Tambor De Un Revólver

Por la prensa me acabo de enterar de que “Revolver”, el celebérrimo álbum de los Beatles acaba de cumplir 50 años. Fue publicado en Brexitlandia el 5 de agosto de 1966, yo estaba a punto de cumplir 13 años y solía ver un programa musical televisivo llamado “Escala en Hi-Fi”, donde hacían lo que hoy se llama playback (el término local “fonomímica” no tuvo eco alguno) con los éxitos musicales del momento. Con un poco de retraso, como era habitual por aquí, el impacto del sencillo “Yellow Submarine” hizo que durante quince o veinte domingos seguidos me tragara embelesado las imágenes de cuatro pavos haciendo como que cantaban, entre ocurrentes payasadas, el popular tema de los Beatles… Ocho años más tarde, habiendo conseguido un trabajo como pedagogo subalterno, pude adquirir el álbum en vinilo. Ya no estaba de moda, claro, pero lo escuché quinientas mil veces y aún lo conservo, como se aprecia en las fotos. Por cierto, la portada fue un icono de toda una generación: se trata de un collage en blanco y negro realizado con dibujos y fotografías por Klaus Voormann, que había tocado con el grupo a comienzos de los 60.


Durante un periodo, hacia el 2005-2010, tuve a Rate Your Music () como página musical de referencia, para la cosa de consultar e ilustrarme, y por aquel entonces, este “Revolver” era encumbrado por los usuarios de esta web al primer puesto de “mejor álbum musical de todos los tiempos”, lugar que ha perdido en beneficio de Radiohead y su “OK Computer”.


Me parece que lo que menos necesita el mundo a estas alturas es otra revisión pretendidamente crítica de “Revolver” (solo en la mencionada Rate Your Music hay más de 1200). No parece fácil pues desentrañar el misterio de este disco, así que me contentaré con unas cuantas ocurrencias subjetivas sobre sus desgastados surcos, la primera de las cuales es que no se trata del álbum de los Beatles que más me gusta: prefiero “Rubber Soul” que culmina su época flequillense y “Abbey Road” con el que despiden su época (a secas).



Dicho lo cual, no es ocioso añadir que la mayor parte de sus temas me alegrarían el día aunque sólo contara con ese motivo de felicidad y ninguno más. ¿Por dónde empiezo? Para mí siempre se ha tratado de un disco un tanto disperso: aunque los chicos del grupo están absolutamente poseídos por la gracia y la inspiración, parece que vayan tanteando dónde aplicar estos dos regalos de los dioses para hacerlos más presentes y tangibles… ¿En un cuarteto de cuerda de corte clásico? McCartney narra en dos minutos la desgarradora historia de la gente solitaria, retratando a la solterona “Eleanor Rigby”, cuando ésta recoge para consolarse el arroz arrojado en una boda. ¿En una melodía onírica? Escucha a John Lennon cantando las excelencias del sopor en “I’m Only Sleeping”. ¿En un rock desenfadado y experimental? Escucha al espiritual Harrison quejándose de los elevados impuestos en “Taxman” ¿En una balada romántica? McCartney canta un anticipo de lo que podrías escuchar cuando vayas al paraíso, si has sido bueno, en “Here, There and Everywhere” ¿Qué te gustan las cosas raras? Escucha la audaz y extraña prédica que Lennon se marca en “Tomorrow Never Knows”.



Acabo mucho antes si, de las catorce joyas musicales de esta corona, descarto las que para mí brillan un poco menos, que son sólo tres: “Love You To”, “She Said, She Said” y “Yellow Submarine”, ante ésta, que paradójicamente se hico la canción más célebre (¿o popular?) del álbum, tengo una actitud ambivalente: durante décadas me pareció lo más pachanguero, facilón e insubstancial de los Beatles, pero, de pocos años a esta parte, no deja de cautivarme su encanto ingenuo y psicodélico, que radica tanto en la letra como en la campechana dicción de Ringo, sin olvidar unos efectos de sonido a mitad de camino entre la inocencia y el delirio.


En el otro extremo, destaco una canción que habla de cuando el amor se acaba, “For No One”, y la pongo como mi favorita de esta cosecha del 66, no por nada en concreto: me saca del mundo y punto.



Aunque de pasada, señalaré dos fenómenos que el álbum pone de relieve. Uno es la sensación (subjetiva) de que, en esta grabación en concreto, el bueno de Paul McCartney parece el más inspirado del grupo. El otro es más sabido: a partir de este disco los Beatles ya no tocaron sus temas en conciertos en directo, limitándose a vivir de los réditos de sus grabaciones (mal les hubiera lucido el pelo hoy en día, ¿eh?). El caso es que un conjunto formado por dos guitarras, bajo y batería mal podía interpretar, por ejemplo, un tema como “For No One”, donde en el acompañamiento destaca el clavicordio y el solo se confía ¡a una trompa! Por no hablar de otros temas que se adornan con cintas grabadas y reproducidas al revés. Como conmemoración del aniversario, lo he escuchado hoy con atención (en Spotify) y me han parecido los 34 minutos mejor empleados de mi vida reciente.


Y como remate, un cover muy original, ¿o no? 


miércoles, 3 de agosto de 2016

Dos Minutos De Odio 6. El Verano

El verano es una estación incómoda, prosaica y molesta de la que abomino. Sé que para mis compatriotas es la época preferida del año, debido a las vacaciones que les permiten abarrotar los más inimaginables espacios, pero yo ruego a mis dioses tutelares que llegue cuanto antes el otoño que, particularmente en mi pueblo, es hermoso, grato y suave.

A vuelapluma, daré las tres o cuatro razones que esgrimo para considerar el verano mi cuarta estación favorita:

Por supuesto, el calor. Temo que la sartén de Aragón tiene muy poco que envidiar, en este terreno, a la de Andalucía. Por un lado, cualquier hora entre las diez de la mañana y las nueve de la noche es suicida para salir a la calle: podrías evaporarte. Pero lo peor viene por la noche: a las dos de la madrugada es frecuente que la temperatura no haya bajado aún de los treinta grados y, desde luego, en el interior de las casas, no bajará en toda la noche, por mucho que abras la ventana para no cocerte.


Y de aquí viene la segunda: el follón de la calle. Como la muchachada no tiene clases de Derecho Penal, Psicología, Inglés o Física, están buena parte de la noche pasándolo bomba: gritos y carcajadas, botellones y petardeo de motos, una delicia si no se complica con alguna fiesta de barrio, “acto cultural” o cualquier movilización de colectivos en pro de la vigilia.

Consecuencia de las dos anteriores, la inacción, la parálisis: uno “no tiene ganas de hacer nada” y, en consecuencia, toda pretensión de aprovechar el tiempo o de emprender cualquier actividad tropieza con la más absoluta falta de energía. Esto me lleva a compartir el estereotipo de que, en los países donde siempre hace calor, el desarrollo económico ha de ser muy difícil.

Por último, la proliferación de insectos, moscas, avispas, mosquitos… Éstos últimos en mi pueblo, durante el día, levantan pesas en su gimnasio al aire libre y, al atardecer o por la noche, no te pican, sino que, provistos de servilleta, cuchillo y tenedor, te llevan en volandas a un rincón apartado donde poder saciarse a su gusto. Si te has puesto repelente, se lo beben primero como aperitivo y luego te dejan la piel como la superficie lunar, por listo.


Otros “contras” son meramente subjetivos y no te voy a fatigar enumerándolos todos: aborrezco las fiestas de los pueblos, donde en mi juventud era casi obligatorio acudir (y no ligabas nunca), desprecio todas las canciones del verano que no he tenido más remedio que sufrir, padeciendo la desgracia de tener tímpanos, odio las playas abarrotadas, el mal servicio de locales hosteleros masificados en esta estación, maldigo la frecuencia con que me infectan las “cagaleras de la muerte”, detesto la incomodidad de los viajes, sujetos en la época veraniega a toda clase de vejaciones: hacinamiento, retrasos, cancelaciones… Y, el más subjetivo y peor de todos los contras: soy invadido por una oleada de prosaísmo, de la cual este soneto que se me ha ocurrido hoy da cuenta cabal y si no, juzga:

VERANO 2016

Corrompe mi menuda circunstancia
que este mes, de un agosto caluroso,
amague en mí el estado gaseoso
y no pueda viajar al sur de Francia.

Subrayo del calor franca importancia,
destilando un sudor muy pegajoso
y fétido, que brindo generoso
a los seres que pueblan esta estancia.

Intento mitigar tan gran canícula
deslizando una gélida partícula
de hielo entre mis glúteos sofocados…

Los mosquitos me atacan en barrena,
no refresca a la hora de la cena
y así vuelvo a abusar de los helados.



lunes, 1 de agosto de 2016

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 58

35.    MI ABUELO VA PERDIENDO LA CABEZA
Según creo haber dicho antes, mi abuelo Jeremías vivía con nosotros desde el fallecimiento de mi padre y, superada la tristeza inicial (por el óbito) y la ulterior alegría (por el reencuentro), nuestra vida no se había hecho más confortable ni más placentera: su exigua pensión, 138 pesetas y 75 céntimos, escasamente le alcanzaba al pobre para renovar sus fláccidas boinas y proveerse de tabaco. Había puesto más de relieve si cabía, nuestras estrecheces pecuniarias y de espacio, era un auténtico desastre en el ámbito doméstico, como si hubiéramos sido alcanzados por una bomba de inanidad y desorden y además se estaba moviendo hacia las penumbras de la senilidad.



 - ¿Sabes que por fin van a tirar las murallas de Jaca, mocé? Ya era hora, hay que joderse cuánto se han retrasao con la piqueta, ya hubieras visto tú lo que habría crecido esta ciudad si no estuviera encerrada por las murallas de la leche, ¡sería tan grande como Zaragoza!


 - Yayo, hace más de cincuenta años que derribaron las murallas, tú debías de tener mi edad, ¡si no le fueras robando los periódicos al trapero, no andarías tan desorientado!


 - ¡Cagüendiós, ya decía yo que estaba el papel muy amarillo y que olía mal! Mialó, 31 de octubre de 1915, si no puede ser.


 - Si quieres enterarte de las noticias, lo mejor será que pongas el Telediario.


 - En la tele no se oyen más que mentiras y paparruchas, pa que se entretenga el Caudillo, que dicen por ahí que está ya un poco chocho y va a poner otra vez a un Borbón, pa jodernos a todos. La información de verdá, la traen las letras impresas, toda la vida ha sido así. Anda, baja al estanco y súbeme un paquete de cuarterón, que me tengo que ir a dar sepultura al alcalde Iguácen, que se murió anteanoche y se lo están comiendo las moscas.


Lo mejor era seguirle la corriente, aunque me daba un poco de reparo, pobre hombre: mi hermano Rosendo le gritaba, cuando el viejo desnortado se iba a un sepelio de cuarenta años atrás y esto me descomponía.



 - En “El Pirineo Aragonés” – me decía en otra ocasión – viene hoy la esquela de Manolito Araguás, qué pena, con lo que hemos ido juntos a rondar de jóvenes. Si hombre, mocé, claro que lo tienes que conocer, era el hijo de Bernardina, la que nos venía a ayudar con el mondongo, primo de Saturnino el colchonero. Estos venían de la mejor casa de Martillué, solo que en la guerra les requisaron las fincas y ya no se las volvieron. Dicen que los militares rojos que huyeron del cuartel de los Estudios cuando el Alzamiento, se fueron a esconder allí, en casa Jirulo de Martillué, y cuando fueron a buscarlos, don Manuel, el padre del finado, les dijo que ahí no había nadie. Lo registraron todo y no dieron con ellos, ¿sabes ánde se habían escondido?


 - Yo qué voy a saber, yayo, si para mí las guerras tendrían que estar todas prohibidas.


 - Estaban el corral, enterrados debajo el fiemo, ahí no se pusieron a excavar, que el que mandaba a la patrulla que los había ido a capturar, era un alférez muy señorito, de narices muy finas pa andar hurgando en los estercoleros; ahora que se quedó con la sospecha y, al acabar la guerra, como era un hombre fuerte del Movimiento y llegó a gobernador civil, pues los jodió bien.


 - Ya, ¿y los del fiemo?


 - Pues, menos uno que se asfixió allí mismo y se lo comieron los tocinos, llegaron a la zona de los rojos y nunca más se supo de ellos. La familia de Manolito, arruinada, con todo confiscado, se vino a Jaca. Y se hicieron mondongueros. No me digas que no conocías a Manolito, si hombre, uno así con boina, de mi edad, pero chupao y con la nariz muy roja él, y chistoso… el más chistoso de Jaca. Y bien plantao. En la Dictadura de Primo de Rivera, él y yo los más buenos mozos de la redolada, que no nos quedábamos nunca desparejaos en un baile, luego en la posguerra lo pasó mal con las fiebres maltas y después, el paralís que le dejó aquél síncope; ahora que empezaba a echar el mal pelo, va y la espicha…


 - Pues no lo conozco.


 - Qué coño no lo vas a conocer, si era el suegro de Rapún, el pescatero. ¡Abuelo de tu novia, jodido, mira si no lo vas a conocer!


 - Yayo, Nines ya no es mi novia: se ha ido de Jaca. Me he quedado desparejao como tú dices…


 - Pues qué coño haces aquí perdiendo el tiempo con un viejo: ¡marcha a tocales el culo a las mocetas!



A la tarde siguiente, cuando llegué a casa tardísimo y reventado de la faena en el Banco, lo encontré más mustio que de costumbre. No se había puesto la dentadura y, al chupar el cigarrillo, casi se le juntaban las mejillas por dentro.


 -Ay mocé, no sé qué pecado he cometido pa tener este castigo de cavilar sin descanso, tenía que haber estado más encima de tu madre y haberle quitado de la cabeza ese matrimonio con aquél majadero inútil, aquello era un capricho y se le hubiera pasao, yo hablé con el señor obispo pa ver si conseguía que mandaran al destierro a ese borracho inepto de Emeterio, pero el Régimen se había ablandado una barbaridad y, a los vagos y maleantes, ya no les daban en lo alto de los lomos como se merecían, cagüendiós, tenía que haber cogido yo el pico con el que cavaba las sepulturas y habéselo clavao en la frente y no dejar que tu pobre madre se convirtiera en el blanco del chismorreo de todo Jaca.


Me puse muy serio:


 - Abuelo, no sé si sabes que estás hablando de mi padre. Y que no lleva ni medio año muerto.


 - Qué tu padre, ni tu padre. Ese mastuerzo inservible era el padre de Rosendo. De tal palo, tal astilla, la otra semana lo despidieron del taller y aún no nos lo ha dicho a los de casa; que sea mi nieto no significa que yo esté ciego, está más echao a perder que Judas y tiene más delito que Negrín. Para colmo de males, anda enredando a tu padre y los dos van a acabar durmiendo a la sombra, si lo sabré yo.


 - Yayo, te acabo de contar que papá nos dejó hace seis meses.


 - Pero, ¿tú estás zurupeto o qué te pasa? Mira que te han ido insinuando por activa y por pasiva que tu padre, el de verdá, es Serafín el del “Arcangel”, eres su vivo retrato y has heredao su buen carácter y su buena cabeza, a más eres tan pánfilo como él. Tú viniste al mundo de un desliz que tuvo tu madre cuando él vivía aquí antes de que lo mandaran al convento. Y no es pa reprocháselo a ninguno de los dos. Si no se ha sabido a las claras es por la vergüenza de no andar de boca en boca más de lo necesario, aunque, en un sitio tan pequeño, no ha faltao quien lo ha ido pregonando.


 - Anda ya, abuelo, yo ya no sé si hacer más esfuerzos por negar lo evidente y tendré que darle la razón a Rosendo: tú te estás yendo de cabeza.


 - Una cosa es que no tenga la cabeza en mi sitio y otra muy diferente que no sepa la verdad en lo tocante a mi propia hija, que es una santa a la que Dios le ha de perdonar todos los pecados, mientras el otro cornudo se pudre en el infierno.


 - ¡¡Abuelo!! – Ya está. Le estaba yo gritando como Rosendo que, por cierto, entró en ese momento, pues venía del trabajo, cualquiera que fuese el que ahora tenía.


 - Qué viejo del demonio – intervino -. Le vamos a tener que poner un pañal.


 - Si hombre – replicó el abuelo –, y a ti un bozal. O un morral colgao de las orejas con tu ración de alfalfa.


Y, con un papel del librillo de fumar, se secó una lágrima que no se decidía a echar a rodar por sus arrugadas mejillas. Y es que también él se daba cuenta de que iba perdiendo la cabeza.


Las tres últimas imagenes de este capítulo
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