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martes, 15 de agosto de 2017

Franco Battiato - Orizzonti Perduti

En 1985 aún se publicaban en este país una pléyade de revistas musicales de cierta difusión, que los aficionados a los géneros pop, rock y similares, devorábamos, de la primera a la última página, con avidez. En una de esas revistas (¿”Vibraciones”, tal vez?) tuve primera noticia del que se iba a convertir en mi cantautor quinquenal favorito, desbancando a los anglosajones de toda la vida... 

Franco Battiato acababa de publicar en nuestros lares un disco ¡cantando en castellano! vaya ocurrencia extravagante, ya que en tal época cantar en extranjero daba, automáticamente, más prestigio, incluso aunque fuera en italiano, como hubiera sido el caso. El álbum se llamaba “Ecos de danzas sufí”, lo compré en vinilo y lo puse en el plato, vuelta y vuelta, hasta que me lo aprendí de memoria.

Lo cierto es que tuve tiempo de sobra, porque la discografía del siciliano éste empezó a llegar con cuentagotas, pese a que el hombre había alcanzado una popularidad notable: el tema “Centro de gravedad permanente” se llegó a oír hasta en las verbenas de los pueblos en fiestas. Nada en su producción posterior alcanzaría una cima semejante, aunque los que nos habíamos enamorado de su música le fuimos fieles durante décadas de altibajos, incluyendo algún que otro chasco.



La portada del disco

Pues ésta es la nota característica del cantante italiano: una denodada irregularidad, en cualquiera de sus discos suenan las músicas de las esferas, juntas (o revueltas) con las tonadillas más insulsas. Grabación tras grabación, hallamos un par de diamantes, varias perlas y uno o dos cascotes.


Los detractores de su genio lo tildan de cargante, pretencioso, pedantesco y kitsch. Y yo me inclino a darles la razón de forma superficial para llegar al fondo del asunto, donde estos caracteres se vuelven del revés, como un calcetín, para mostrar tales etiquetados convertidos en raras y poderosas virtudes, en méritos líricos y musicales incuestionables. Las letras están llenas de aforismos y citas cultas y saltan de la sátira a la metafísica, de lo sarcástico a lo trascendente, de lo íntimo a lo universal con una vivacidad que burla cualquier rigor. Una voz templada e inconfundible, asentada en la mejor tradición de la música ligera italiana, sobrevuela en un registro agudo y contenido unos arreglos siempre muy esquemáticos y de marcado tinte electrónico tan pasado de moda, que su atractivo se renueva por el otro extremo. Ya está. La magia funciona casi siempre.




Sus discos, entre 1979 y 1988 son, prácticamente todos, una yuxtaposición de delicias puras. A partir de los 90, reaparecen los momentos de esplendor más aislados y su popularidad se refugia en los incondicionales, entre los que me cuento. He visto su directo dos veces memorables en Barcelona (en la Plaza de la Catedral y en la nave de Zeleste, en ambas ocasiones le acompañó un notable éxito y a mí se me hizo el culo agua de limón).



Battiato en 2012. Tempus fugit

“Orizzonti Perduti”, he seleccionado este disco por tres motivos:

 1. Es muy representativo, para bien y para mal, de los modos y maneras del artista, si acaso trata temas más cotidianos, sociológicos y domésticos, que me son más accesibles e interesantes.
 2. En su publicación (1983), pasó más desapercibido que otros y no tuvo muy buenas críticas; como esto me parece injusto, me remito a sus temas más logrados: La stagione dell'amore, Un'altra vita, o Gente in progresso (esta última, sobrecogedora) y me doy cuenta de que, en esta ocasión, las canciones tienen un punto más de nostalgia, una melancolía insondable, una serena búsqueda de trascendencia. Y, como siempre, hay algún corte flojo hasta lo desconcertante (La música è stanca), uno de ocho, los discos de Battiato son siempre cicateramente breves.
 3. Sólo una de las canciones tiene versión española (La estación de los amores). Encuentro loable el intento de Battiato de cantar en castellano, a veces incluso de forma improvisada, con la letra anotada en un papelito, pero a mí me gusta mucho más el timbre de sus temas en italiano y prefiero no haber oído una versión (apresurada) en español.

Descárgate el disco con un clic aquí:

Franco Battiato - Orizzonti Perduti


O, si solo tienes tiempo para paladear un tema, te recomiendo éste mismo:

UN’ALTRA VITA

Certe notti per dormire mi metto a leggere,
e invece avrei bisogno di attimi di silenzio.
Certe volte anche con te, e sai che ti voglio bene,
mi arrabbio inutilmente senza una vera ragione.
Sulle strade al mattino il troppo traffico mi sfianca;
mi innervosiscono i semafori e gli stop, e la sera ritorno con malesseri speciali.
Non servono tranquillanti o terapie
ci vuole un'altra vita.
Su divani, abbandonati a telecomandi in mano
storie di sottofondo, Dallas e i Ricchi Piangono.
Sulle strade la terza linea del metrò che avanza,
e macchine parcheggiate in tripla fila,
e la sera ritorno con la noia e la stanchezza.
Non servono più eccitanti o ideologie
ci vuole un'altra vita. 




(Para llevarme la contraria y aprovechando que carezco de un conocimiento mínimamente sólido del italiano, me invento una apresurada traducción que, mejor, llamaré aproximación: OTRA VIDA. Algunas noches, para dormir, me pongo a leer / y a veces necesitaré momentos de silencio. / En algunas ocasiones, incluso contigo y sabes que te quiero de veras, / me enfado inútilmente, sin una verdadera razón. / En la carretera por las mañanas, el denso tráfico me sofoca, / me enervan los semáforos y las señales de “stop”, / y por las tardes regreso con un malestar especial. / No sirven los tranquilizantes o las terapias / se necesita llevar otra vida. / Abandonados en el sofá, con el mando a distancia en la mano, / historias de los bajos fondos, Dallas y Los ricos también lloran. / En camino la tercera línea del metro que avanza, / y los vehículos aparcados en triple fila, / y por la tarde vuelvo con el aburrimiento y la fatiga. / No sirven más excitantes o ideologías, / se necesita llevar otra vida.)

Y, por si te has quedado con ganas, un concierto de 1992 en el país de las mil y una noches:



lunes, 12 de septiembre de 2016

Dos Conciertos En Blanco Y Negro

Cualquier pretexto se me hace bueno para recrearme periódicamente en la Beatlemanía. Hace pocos días la prensa recogía la noticia de que Mark David Chapman, el asesino de John Lennon, ha visto denegada por novena vez su petición de libertad condicional tras 36 años en la cárcel. Le condenaron a una reclusión indefinida, de la cual debería cumplir al menos 20 años, y continúa entre rejas, el motivo es “la gravedad del crimen y el respeto por la ley”. Me alegro de que “la ley” sea respetada en algún lugar del mundo y pienso que Chapman equivocó su “escenario del crimen”: en España, asesinos de similares características de funestidad regresan a su pueblo poco más de diez años después de haberle dado gusto al dedo, o de haber oprimido el detonador, claro que sus víctimas no son tan relevantes.

Una cosa me lleva a la otra y me pongo en YouTube a ver al ilustre melenudo malogrado a los cuarenta años y a sus no menos ilustres compinches. Hay mucho material, pero esta vez me he dado de morros con dos vídeos singulares que he recogido y comparto aquí, pues me han parecido dos maravillas documentales para tratar de entender la efervescencia musical de mediados de los sesenta, un fenómeno difícilmente comprensible (o siquiera imaginable) hoy.


En el primero, un concierto muy bien editado para la época, 1965, el reclamo son los Beatles, pero en poco más de hora y media vemos desfilar a toda la primera división de aquel ardoroso pop británico. Sorprende la cantidad y calidad de la propuesta: Moody Blues, Rolling Stones, Kinks, Animals, Donovan… y sorprende aún más el nivel de las interpretaciones en directo, con unos medios técnicos que distan mucho de los de ahora. Faltan muy pocos y no sobra casi ninguno de los intérpretes entonces convocados por la revista “New Musical Express” para este antológico evento. Más de uno de los artistas te parecerá definitivamente vintage, pero claro, la gala tiene ¡más de cincuenta años!


Acostumbrado a los discípulos e imitadores que surgían por aquí, a la ranciedad televisiva de aquellos días, y al funesto playback que después lo invadió todo, este concierto es una bocanada de autenticidad y energía irrepetible: la primera vez me lo tragué enterito sin poder cerrar la boca. Recomiendo ver el paroxismo interpretativo de un jovencísimo Van Morrison, o a un Eric Burdon que parece recién duchado tras salir de su turno en la mina, para cantar “Don’t Let be Me Misunderstood” como jamás la has escuchado (y es seguro que esta canción la habrás oído alguna que otra vez).



En el otro documento, salen los Beatles tocando en Melbourne (Australia) ¡en 1964! El sonido no es demasiado bueno (imposible con la amplificación de aquella época haciendo frente a miles de chillidos histéricos), pero la imagen está bastante bien y el montaje simultanea el propio concierto con el entorno demencial que provocaba la presencia del cuarteto en una masa de jovencitas sumergidas en estrógenos, oxitocina y otras hormonas… Algunas de estas muchachas serán, hoy en día, unas agradables abuelitas que, con un mohín de condescendencia, disculparán a la frenética y enardecida criatura que tuvo el privilegio de ver al fabuloso cuarteto en su, ay, ya lejana juventud.



sábado, 6 de agosto de 2016

50 Años Girando El Tambor De Un Revólver

Por la prensa me acabo de enterar de que “Revolver”, el celebérrimo álbum de los Beatles acaba de cumplir 50 años. Fue publicado en Brexitlandia el 5 de agosto de 1966, yo estaba a punto de cumplir 13 años y solía ver un programa musical televisivo llamado “Escala en Hi-Fi”, donde hacían lo que hoy se llama playback (el término local “fonomímica” no tuvo eco alguno) con los éxitos musicales del momento. Con un poco de retraso, como era habitual por aquí, el impacto del sencillo “Yellow Submarine” hizo que durante quince o veinte domingos seguidos me tragara embelesado las imágenes de cuatro pavos haciendo como que cantaban, entre ocurrentes payasadas, el popular tema de los Beatles… Ocho años más tarde, habiendo conseguido un trabajo como pedagogo subalterno, pude adquirir el álbum en vinilo. Ya no estaba de moda, claro, pero lo escuché quinientas mil veces y aún lo conservo, como se aprecia en las fotos. Por cierto, la portada fue un icono de toda una generación: se trata de un collage en blanco y negro realizado con dibujos y fotografías por Klaus Voormann, que había tocado con el grupo a comienzos de los 60.


Durante un periodo, hacia el 2005-2010, tuve a Rate Your Music () como página musical de referencia, para la cosa de consultar e ilustrarme, y por aquel entonces, este “Revolver” era encumbrado por los usuarios de esta web al primer puesto de “mejor álbum musical de todos los tiempos”, lugar que ha perdido en beneficio de Radiohead y su “OK Computer”.


Me parece que lo que menos necesita el mundo a estas alturas es otra revisión pretendidamente crítica de “Revolver” (solo en la mencionada Rate Your Music hay más de 1200). No parece fácil pues desentrañar el misterio de este disco, así que me contentaré con unas cuantas ocurrencias subjetivas sobre sus desgastados surcos, la primera de las cuales es que no se trata del álbum de los Beatles que más me gusta: prefiero “Rubber Soul” que culmina su época flequillense y “Abbey Road” con el que despiden su época (a secas).



Dicho lo cual, no es ocioso añadir que la mayor parte de sus temas me alegrarían el día aunque sólo contara con ese motivo de felicidad y ninguno más. ¿Por dónde empiezo? Para mí siempre se ha tratado de un disco un tanto disperso: aunque los chicos del grupo están absolutamente poseídos por la gracia y la inspiración, parece que vayan tanteando dónde aplicar estos dos regalos de los dioses para hacerlos más presentes y tangibles… ¿En un cuarteto de cuerda de corte clásico? McCartney narra en dos minutos la desgarradora historia de la gente solitaria, retratando a la solterona “Eleanor Rigby”, cuando ésta recoge para consolarse el arroz arrojado en una boda. ¿En una melodía onírica? Escucha a John Lennon cantando las excelencias del sopor en “I’m Only Sleeping”. ¿En un rock desenfadado y experimental? Escucha al espiritual Harrison quejándose de los elevados impuestos en “Taxman” ¿En una balada romántica? McCartney canta un anticipo de lo que podrías escuchar cuando vayas al paraíso, si has sido bueno, en “Here, There and Everywhere” ¿Qué te gustan las cosas raras? Escucha la audaz y extraña prédica que Lennon se marca en “Tomorrow Never Knows”.



Acabo mucho antes si, de las catorce joyas musicales de esta corona, descarto las que para mí brillan un poco menos, que son sólo tres: “Love You To”, “She Said, She Said” y “Yellow Submarine”, ante ésta, que paradójicamente se hico la canción más célebre (¿o popular?) del álbum, tengo una actitud ambivalente: durante décadas me pareció lo más pachanguero, facilón e insubstancial de los Beatles, pero, de pocos años a esta parte, no deja de cautivarme su encanto ingenuo y psicodélico, que radica tanto en la letra como en la campechana dicción de Ringo, sin olvidar unos efectos de sonido a mitad de camino entre la inocencia y el delirio.


En el otro extremo, destaco una canción que habla de cuando el amor se acaba, “For No One”, y la pongo como mi favorita de esta cosecha del 66, no por nada en concreto: me saca del mundo y punto.



Aunque de pasada, señalaré dos fenómenos que el álbum pone de relieve. Uno es la sensación (subjetiva) de que, en esta grabación en concreto, el bueno de Paul McCartney parece el más inspirado del grupo. El otro es más sabido: a partir de este disco los Beatles ya no tocaron sus temas en conciertos en directo, limitándose a vivir de los réditos de sus grabaciones (mal les hubiera lucido el pelo hoy en día, ¿eh?). El caso es que un conjunto formado por dos guitarras, bajo y batería mal podía interpretar, por ejemplo, un tema como “For No One”, donde en el acompañamiento destaca el clavicordio y el solo se confía ¡a una trompa! Por no hablar de otros temas que se adornan con cintas grabadas y reproducidas al revés. Como conmemoración del aniversario, lo he escuchado hoy con atención (en Spotify) y me han parecido los 34 minutos mejor empleados de mi vida reciente.


Y como remate, un cover muy original, ¿o no? 


martes, 21 de junio de 2016

Día Europeo De La Música

No quedan días en el calendario. Al revés, casi en cada fecha tiene uno que concienciarse, dios qué palabra tan horrorosa, sensibilizarse (no tiene arreglo), de algún hecho: un problema, una discriminación, una carencia… Y no, no nos quedan 364 días para vivir tranquilos. El día 15 me quedé patidifuso, entrecomillo: “Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez”, ¿creen ustedes que los candidatos políticos dejaron de darnos la brasa a los indefensos elementos de la tercera edad? Nada. Como si fuera el Día Internacional Del Proctólogo Despiadado. No cejaron, quiero decir. El día 16 fue el Día Internacional del Niño Africano y el 20, ayer, el muy triste Día Mundial del Refugiado. 

Menos mal, que el próximo 26 es el Día Internacional de Apoyo a las Víctimas de la Tortura ¡Qué coincidencia! Sí, el día de las elecciones, el 26-J, como se dice ahora, que no se sabe si es el 26 de junio, de julio o de jenero. Y si alguien cree que todo hasta aquí es una de mis características bromas frívolas, que investigue y verá que punto por punto me he documentado.



Por ejemplo hoy, día 21 de junio, me sorprende este impresionante elenco:
Día Internacional del Sol (coincidiendo con el Solsticio de Verano, aunque en los medios que me adoctrinan dijeron que fue ayer. Es curioso que esta celebración haya adquirido un carácter ecologista, ¿seremos ahora responsables de la conservación del Sol?)
Día mundial contra la ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica, lo aclaro por si alguien cree que el mundo es contrario al sindicato nacionalista vasco).
Día Internacional del Yoga.



Y Día Europeo de la Música. Hombre, por fin algo más alegre y asequible para que yo me embarque en una eventual celebración, aunque me pregunto ¿europeo? ¿Hay día asiático de la música? ¿O día norteafricano de la clave de fa? En fin, parece que se celebra desde 1982, promovido por el Ministerio de Cultura de Francia, en el ámbito de la Unión Europea, para “promover el intercambio cultural entre los pueblos y el trasvase musical de unos territorios a otros”, pues muy bonito. 


Mis vecinos deploraron la celebración.

Y para sumarme a ello, cosa que nadie me había pedido, enlazaré un vídeo de mi sinfonía predilecta de Mozart, una que compuso en Salzburgo en 1773 ¡a la edad de 17 años! ¡La número 25! ¡Virgen santísima y en aquella época no hacían la ESO!…

El tema principal del primer movimiento, muy sincopado y totalmente impactante me tiene todavía prendado… Si el hechizo también te alcanza, puedes buscar los tres movimientos restantes en YouTube o seguir este enlace:

http://tono-menor.blogspot.com.es/2011/09/grandes-obras-sinfonia-n-25-en-sol.html


Que lo disfrutes y no sólo en esta fecha.


domingo, 1 de mayo de 2016

Rich Folks Hoax - Rodriguez

He escuchado por primera vez, hará cosa de dos semanas, a este músico estadounidense que yo, en mi arrogante ignorancia, desconocía (ya me vale) y aún no me he repuesto de la conmoción que semejante cacho de trozo de pedazo de artista ha dejado en mis oídos. ¿Qué hubiera pasado si a Bob Dylan o a Neil Young nadie les hubiera hecho ni puto caso? Pues que hubieran batallado por hacerse un lugar mediante un par de álbumes y adiós muy buenas.



Tal le ocurrió a este hombre que, por tamaño artístico, me hace pensar en los dos que he nombrado… Sixto Rodriguez sacó un disco en 1970 (Cold Fact, Im-Pres-Cin-Di-Ble) que pasó bastante desapercibido, otro en 1971 (Coming From Reality), con menor repercusión aún, y fin.




Años más tarde, resultó que en Australia y en Sudáfrica había cosechado algunos fieles seguidores y, poco a poco, relanzó una carrera con giras, reediciones y recopilatorios, en plan cualquier tiempo pasado fue mejor. Gracias a internet ha llegado hasta mi desastrada guarida en el último rincón del primer mundo y, por puritita gana de hacerle un homenaje, enlazo dos videos de YouTube: uno con el texto de esta monstruosa canción y otro con una interpretación reciente… Luego, aprovechando que sé menos inglés que los robots que atienden las reclamaciones a las compañías telefónicas en su Detroit natal y aprovechando, por tanto, que la ignorancia es muy atrevida, pondré una versión española de la letra que puede estar dos puntos por encima de “totalmente errónea” y tres por debajo de “no muy atinada”, bueno, como dijo Yoda “hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes”.




La luna cuelga en un cielo morado / El niño duerme mientras la madre suspira. // Hablando sobre los ricos / los ricos saben los mismos chistes / pero aparcan en cualquier sitio.


El cura echa el sermón desde una sepultura poco profunda / Cuenta sus dineros y te pinta: salvado. // Hablando de la gente joven / Los jóvenes comparten los mismos chistes / pero se reúnen en los sitios más antiguos.


Así que no me hables de tus éxitos / ni de tus recetas para mi felicidad. // Fuma en la cama / Yo nunca pude digerir / esas ilusiones que reclamas para ir tirando.


El sol brilla como siempre lo ha hecho / Polvo en un ataúd es el destino de cada uno. // Hablando de los ricos / Los pobres han creado la farsa de los ricos / y solo idiotas a los que amamantaron hasta muy tarde se la creen.


Así que no me hables de tus éxitos / ni de tus recetas para mi felicidad. // Fuma en la cama / Yo nunca pude digerir / esas ilusiones que reclamas para ir tirando.




lunes, 8 de febrero de 2016

Vidas Ejemplares De Sujetos Peculiares 2

Juan Cartipás Mostela, cuyo nombre artístico andando el tiempo sería Juan Exuperancio Gorgojo, el Cantautor del Pelo Rojo, nació en Pelegriñón (Huesca) el 29 de febrero de 1852. Sus padres, Olegario y Toñina no sospechaban, aquel día lejano y feliz, que su retoño había venido al mundo con un rarísimo don: solo celebraba su cumpleaños el 29 de febrero, una vez cada cuatro años, en los bisiestos, de modo que su edad avanzaba cuatro veces más lentamente que la del resto de los mortales. En 1888, cuando cumplió los nueve años y entró a trabajar de pastor de ovejas en el Mas de Culgrós, sus padres ya habían muerto de viejos.

Poco o nada sabemos de su vida, hasta el 29 de febrero de 1976, en el que con motivo de su trigésimo primer cumpleaños, se emborracha en una desmedida parranda y comienza a cantar jotas salaces con un vozarrón tan potente y bien timbrado que, por un lado, la Guardia Civil lo detiene por alteración del orden público aunque, por otro, tiene la fortuna de ser escuchado por Liborio Barfulaire, a la sazón director artístico del sello independiente Aragónadas, donde empezaban a recalar diversos artistas folclóricos y modernos, con especial preeminencia del recién estrenado gremio de los cantautores comprometidos.


A Juan Cartipás, cuando salió del calabozo, oyéronle proferir tan donosos insultos, tan gallardas quejas y tan ocurrentes amenazas, que los representantes del sello discográfico, que se habían personado a pagar la fianza reunida mediante una colecta, decidieron extenderle un precontrato, como cantante y letrista. Cartipás, cuya formación musical abarcaba bandurria, guitarra, laúd y castañuelas, firmó para dos discos y todas las actuaciones promocionales y giras que su compañía tuviese a bien proponerle.

El primer disco, “Pilarica Fashion”, fue un éxito avasallador en los círculos políticos, sociales y culturales del aragonesismo más radical, los que acuñaron el eslogan “España nos rapa” y que auparon a Cartipás (ahora Gorgojo) como cantautor emblemático de los más alternativos, frente a la tibieza de Labordeta, La Bullonera o Carbonell. En sus conciertos, hasta 300 o más asistentes coreaban enfervorizados las incendiarias consignas de Gorgojo y sus ingeniosas letras: “Al Capital, por la vía rectal”, “En Chalamera no se refrigera tu puta caldera”,“Chens d’Aragón, semos el copón”, “El trasvase ye pa’ cagase” y “Ucedé, Psoe, fachas y otras cucarachas” eran las más solicitadas por fans que opinaban que para ser cantautor, al revés que para ser ídolo de las nenas, no hacía falta una gran belleza maxilofacial y sí ser un poco fachendoso y “malhablau”.


Desgraciadamente, Gorgojo no era un agitador político y cultural, sino un agitador a secas, incluso para sus fieles acabó siendo un camorrista. Su segundo álbum “Merre Vien Talaspe Lotas”, pese a verse, hoy en día, como un clarísimo exponente del punk, no caló en sus seguidores, incluso muchas tiendas de discos se negaron a venderlo por su estética musical feísta y provocadora. Las radios no programaron nunca ni una sola de sus canciones y apenas vendió 50 copias, ni siquiera la pegadiza nana “Voy a contar las ovejitas que hice mías” tuvo el menor eco.


Para colmo, en los ochenta ingresa en la triste cofradía de los ludópatas. Se arruina y cae a lo más profundo del hoyo. Sin amigos, olvidado y convertido en un despojo humano, fallece de un traumatismo craneoencefálico: había echado sus últimas 25 pesetas en una máquina tragaperras y al obtener dos ciruelas y una campana, le propinó un cabezazo tan fuerte que rompió el cristal y se quedó encajado e inerte en el bar La Tajada de Daroca. Dramático final: para colmo, algunas iniciativas recientes de reeditar sus discos o hacerle un concierto homenaje, han quedado en nada. Ni siquiera Bunbury se prestó a “desempolvar el recuerdo de una figura de tan trasnochada radicalidad”.

viernes, 17 de abril de 2015

Radio Futura - La Ley Del Desierto / La Ley Del Mar

Me paseo a menudo por páginas de internet dedicadas a usuarios deseosos de comentar las grabaciones de música moderna (o que lo ha sido) desde los años cincuenta hasta nuestros días. Entre las que más tiempo de navegación me usurpan, destacaré “Rate Your Music” o “Allmusic” que, francamente, están muy bien (No como Rolling Stone, que está más obsoleta que la bisabuela de Freddie Mercury). En la primera de ellas, me llama la atención que cualquier paisano se pone a hacer listas de sus preferencias y se queda tan ancho: “Los 100 mejores discos del año 1976” y pone los que le salen de los cojones, “Las 200 mejores canciones sobre la hernia discal”, “Mis cantantes predilectos de rancheras y corridos”, lista encabezada por Rocío Durcal, o “Ranking de los álbumes de Camela, del mejor al peor”… A veces me han dado tentaciones de marcarme una lista (estoy registrado como usuario), por ejemplo, “Los cien peores arreglistas del pop español”, pero no me he animado.

No obstante, esto me ha dejado latiendo la pregunta “¿cuál consideras tú que ha sido el mejor disco de la música ligera en este país?” La cuestión es un tanto baladí, porque tiene una respuesta diferente acorde con el año de nacimiento: la música que te conmueve es una cuestión generacional, con fecha de caducidad y no llegaríamos a un acuerdo ni siquiera entre los aficionados más melómanos del patio. Sin embargo hoy me apetece hacer un esfuerzo: puedo eliminar todos los álbumes publicados antes de 1980, por el sencillo motivo de que los artistas no tenían la suficiente autonomía para imponer una línea creativa, al margen de compañías discográficas cuyo provincianismo, casposidad y atención exclusiva a lo que tuviera el más inmediato y obvio tirón comercial, eran absolutos. Mentaré por ejemplo algunos notables álbumes de Serrat, cuyos arreglos atroces, que habían evolucionado apenas desde los tiempos de Machín, enrancian unas canciones de altísimo nivel. A partir de los noventa, se produce una separación entre el mainstream, la corriente más popular, qué sé yo, Sabina, Bosé, Luz Casal, Rosario Flores o Celtas Cortos, artistas todos ellos cuya labor no me ofrece, personalmente, el menor interés, y la corriente minoritaria, el indie y los grupos, músicos y cantantes poco conocidos, cuya influencia, a despecho de propuestas de gran calidad, ha sido escasa.


O sea que, como en el libro “Yo fui a EGB”, nos centramos en los ochenta, la nueva ola, la movida y todo aquel pescado… Y aquí es donde quería llegar, al disco de este cuarteto formado por los talentosos hermanos Auserón, con Enrique Sierra y su abrasiva guitarra y Solrac en la batería. Cantante, bajo, guitarra y batería, un clásico del rock que, en este momento (estamos en 1984) y en este país (estamos en la España Cañí) suena muy, pero que muy innovador. Doce canciones, seis en cada cara, no sobra ni falta ninguna: algunas tendrán más éxito (“Escuela de calor”, “Semilla negra”), otras serán menos conocidas (entre éstas, están mis cuatro favoritas: “Historia de play-back”, “Hadaly”, “Tormenta de arena” y “En Portugal”)… ¿Sabes por qué te gusta tanto este disco, so melón? – Me pregunto – pues porque era lo más cuando eras joven, no te giba. Un error: ya no era tan joven, pasaba de los 30. Cuando yo era joven, lo más eran los Brincos (que también me gustan, qué le vamos a hacer).


Bueno pero, ¿qué tiene este disco que no tengan muchos otros antes o después? Varias cosas, que intentaré detallar:

Una importante solidez conceptual, ningún tema flojea o baja el listón, o cambia de registro alterando la unidad de la obra en su conjunto. Las letras, muy interesantes, se salen de las historias trilladas y, casi por primera vez, el español suena natural y encajado en estos ritmos rockeros y espasmódicos. Se nota que Auserón es un buen cantante y un bicho de una talla intelectual notable: muchas canciones siguen conservando un planteamiento que, aun hoy, resulta misterioso, original o inquietante.


En segundo lugar, el caldo donde se cultiva: por primera vez da la impresión de que ingresamos en la normalidad internacional; se acabó la transición, ya estamos concienciados, los cantautores pueden pasar a mejor vida. Ya da la impresión de que vivimos en el mundo moderno. No más “¿dónde estará mi carro?”


Por último, la producción es una ventaja neta: los han echado o se han ido de su sello discográfico y tienen poca pasta, de modo que se autoproducen y autoarreglan las grabaciones. Esto que ha sido señalado reiteradamente como un empobrecimiento del disco (por ellos mismos, incluso, que han remezclado y regrabado muchas veces algunos de estos temas), a mi juicio no debilita la música, sino que es para mí su mayor gracia: es tan esquemático que ningún detalle superfluo resta energía a las canciones que, de este modo, suenan como una lijadora. No les volvería a pasar. Sus discos posteriores, con mayores medios de producción y ya eclosionando el invento del “rock latino”, tienen cosas muy interesantes, pero no la magia de éste. Por cierto, se oyó hasta la extenuación, por una vez y sin que sirviera de precedente en este país, el éxito premió el talento. Qué tiempos.

Como el vinilo se me quebró por el desgaste, tengo una copia que venía en una colección, o con un periódico, no me acuerdo, es la que aquí comparto: de uso obligatorio para melómanos y nostálgicos en la cuarentena o en la cincuentena y muy recomendable para el público en general.


martes, 13 de enero de 2015

Jean Sibelius - Sinfonía Nº 2

Aún no hace tantos años, todos pensábamos que el CD de audio era el formato musical definitivo, un soporte que perduraría a lo largo de mil años. Qué cosa es la tecnología, no te puedes fiar: hoy en día, cuando ponen algo a la venta, ya está obsoleto, es decir, no lo lanzan sin asegurarse de tener ya el recambio, el sustituto más avanzado, que hará que todos sigamos comprando y comprando, en un vano intento de hacer disminuir el paro con tan interminable flujo de demanda.

La cuestión es que compré dos colecciones de discos de música clásica del sello Deutsche Grammophon, ¡doscientos cedés! Allí estaba toda la pandilla, desde Monteverdi hasta John Williams con la banda sonora de La Guerra de las Galaxias, pasando por Bach, Mozart, Beethoven, Brahms y otros ilustres talentos. Y allí siguen, criando polvo en dos bonitos estantes (ahora los acostumbro a escuchar en el iPod y en Spotify que, para Borges, vendría a ser la infinita discoteca de Babilonia…)

Hasta el otro día que desempolvé uno de Jean Sibelius, para compartirlo en ésta página. Por varios motivos, siento una afinidad especial por el espíritu que se trasluce en la música de este finlandés ilustre. Su procedencia me parece exótica (¿cuántos finlandeses sabría nombrar? Si me esfuerzo mucho, cuatro: el referido, más un escritor, un futbolista y un piloto de coches, a ver si los adivinas). Su vida me parece interesante, con las dificultades de carácter, las adicciones y la perpetua tensión de un gran artista. Y su obra me ha acompañado en diversas convalecencias: me intriga, me distrae y me serena a un tiempo.

 
No es un compositor fácil, de estos que lo oyes un par de veces y te pones a silbar sus melodías, no. Tampoco es una música que te exija paciencia y nervios de acero, como la de muchos compositores más vanguardistas del siglo XX, es decir, todavía es tonal y tiene unas estructuras reconocibles. Yo la aprecio especialmente porque me parece a la vez serena y dramática, reposada y dinámica, íntima y poderosa, meditativa y descriptiva… Especialmente su ciclo de siete sinfonías constituye el típico regalo que los dioses hacen a la humanidad cada doscientos o trescientos años. Proponen un sonido orquestal con una textura inconfundible, esa es para mí la clave: timbres, armonías, motivos melódicos y rítmicos se entrelazan, como he dicho, en una textura, la palabra no es otra, que tiene evocaciones paisajísticas. La paz bucólica de los bosques nevados, movimientos y tensiones que fluyen o se amortiguan y una definitiva tendencia o propensión al silencio. No sé si el de la paz, o el de la melancolía y la amargura. Una música muy “natural”, influida por los ciclos, aspectos y facetas de la propia naturaleza, la música de un amante de la ornitología…

Imagen tomada del blog sibeliusencastellano
 
Jean o Johan Sibelius (Hämmelinna, 1865-1957) nació en la Finlandia todavía perteneciente al imperio ruso, su música, teniendo evidentes influencias nacionalistas, tiende hacia lo universal y, afortunadamente, es un compositor sobremanera valorado en nuestros días. También tuvo mucho éxito en vida, pero hacia su madurez le fue abandonando la inspiración (por una brutal autoexigencia, quizá) y tuvo momentos en que tendió a consolarse con la botella. Fue bastante longevo ¡y había sobrevivido a un cáncer de garganta! A partir de 1926 ya no termina obra alguna, después de su incomparable séptima sinfonía, ¿para qué?

 
La que hoy he colgado en mi nube y te recomiendo que te la bajes, es la segunda. Para mí, no siendo la mejor, es la más asequible de sus sinfonías: con una estructura muy definida, de corte clásico, en cuatro movimientos y un innegable sesgo beethoveniano, es más “movida” que otras, tiene melodías más detectables y un momento decididamente orgásmico: el arranque del cuarto movimiento.

Es, pues, la puerta de entrada ideal a un ciclo sinfónico del que cualquier aficionado a la música, con un poco de esfuerzo, extraerá un placer interminable... Aaabre tu meente.
 
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jueves, 10 de abril de 2014

Crowded House - Time On Earth

Crowded House, literalmente “La Casa Abarrotada”, un ingenuoso nombre para un grupo de música pop comercial del cual, según su publicidad, “conoces muchas más canciones de las que imaginas”. A finales de la década de los 80 y comienzos de la de los 90 (del siglo pasado, glup), unos muchachotes australianos (del mismo Melbourne, de Melbourne capital), comandados por un tal Neil Finn, un refinado escritor de canciones pop, gozaron de un considerable éxito en lo que no sé si se llamaba, tal vez no todavía, el “mainstream” musical, la fábrica de sueños de usar y tirar encaminados al público adolescente, en particular “a las niñas” que son más sensibles… Incluso aquí, en la otra punta del globo terráqueo, su bombazo “Don’t Dream It’s Over” (1987) sonó hasta el aborrecimiento, puede que hasta en la radio del pastor más perdido entre las montañas. Es lo que tiene la aldea global. Hacia 1993 se esfumó su éxito y adiós muy buenas, un recopilatorio y a pensar en otra cosa.

De "jóvenes ídolos"
Catorce años más tarde, que en el mundillo musical son diecinueve modas después, vuelven como si no hubiera pasado nada y graban este “Time On Earth”. Sus fans están más calvos, ellos y más fondonas, ellas y, tanto unos como otras, salvo contadas excepciones, ya no prestan excesiva atención a los lanzamientos discográficos… Por lo que respecta a llegar a un nuevo público, de la generación más joven, la cosa está verdaderamente cruda para estos trovadores: se les ha pasado el arroz o han perdido el tren. Ya en los 70 se decía, como ocurrencia chistosa acerca del vertiginoso e implacable paso del tiempo, “¿sabías que Paul McCartney, antes de estar en los Wings, tocaba con otro grupo?”

a "maduritos interesantes".
Catorce años más tarde, pues, Neil Finn y compañía regresan con otro disco, como si hubieran pasado unas semanas de vacaciones, haciendo lo que saben, orfebrería pop efervescente y ligera. Y, como era de esperar, la grabación tiene una repercusión modesta y escasa: algún fan nostálgico y algún despistado que rastrea en las rebajas del Corte Inglés.

Otra más del paso del tiempo
Craso error. Porque el disco es muy gordo, está muy bien hecho y Finn y compañía no han perdido el pulso: siguen escribiendo muy buenas canciones, puede que mejores que las de antaño. Algo más reposadas e introspectivas, lógico, pero sin perder el gancho. Sorpresa. Poco a poco el álbum va ganando un reconocimiento crítico más que merecido y, para mí, es de lo mejorcito que vio la luz en 2007, un poquillo anticuado, claro, en el momento de su aparición, pero reúne una colección de canciones de muchísimos quilates, acariciadoras y agradables, que pueden relajar los oídos más ásperos, encallecidos o agarrotados.
 
El disco era un cedé
Y tenía esta portada
El pop se ha hecho adulto sin perder un ápice de su delicia o de su frescura. Requiere, eso sí, una escucha paciente, porque no entra a la primera, pero a las cuatro o cinco escuchas quizá ya te sientas tentado de silbar o tararear las estrofas y estrib illos más agradecidos y pegadizos, que están en “She Called Up”, en “Even a Child” o en “Walked Her Way Down”. Si recordabas su época anterior, te agradarán “Nobody Wants To” o “Say That Again” (¡qué temazo!). “Pour Le Monde” huele a algo aún más grande: a las grandes canciones pop de la edad de oro. Y si le dedicas tiempo, te acabarán llegando cortes más apagados, pero de mayor ambición y enjundia, como “People Are Like Suns” o “English Trees”. De ésta última pongo un sencillo y bonito vídeo con la traducción, aunque me parece que tiene algún fallo de sonido, lástima:
 

Y si quieres bajarte el disco y grabártelo en un casette, para ponerlo en el aparato de la cocina y que suene mientras fríes las empanadillas, como se acostumbraba a hacer antaño y así descansas de los insufribles políticos de la radio, pues aquí tienes un enlace que espero que te funcione. Si te gusta, te lo acabas bajando de pago, en calidad iTunes, serán 10 euros muy bien gastados, te lo garantizo:    


domingo, 16 de febrero de 2014

El Morro De Los Creadores Y La Voracidad De Sus Gestores

Resulta que compré el álbum Planet Waves de Bob Dylan en 1974 en vinilo. Como me gustó, lo escuché una y otra vez, hasta que la aguja del equipo de música agrandó y profundizó sus surcos, de tal manera que se impuso la presencia de un ruido, como si alguien en segundo plano estuviera friendo huevos. Es lo que tenía la música en vinilo. Ahora ese ruido analógico es muy apreciado por la peña del Hip hop, pero como fondo de folk o de clásica, molestaba lo suyo, daba morcilla, vamos.

Así que cuando se reeditó en formato cedé, me lo volví a comprar. No me preguntaron si ya lo tenía para hacerme una rebaja (porque ya lo había pagado una vez)… Además los cedés eran más caros que el salmón, o sea que te clavaban sin piedad, mientras el divo de turno venía a Barcelona, se hospedaba en el Ritz, hacía cubrir el extenso suelo de la suite con una alfombra persa y se corría una juerga con groupies como huríes (en cantidad y calidad) y con drogas sin adulterar.

En estas, llegó Internet e hizo su aparición la mal llamada piratería y se les acabó el chollo (a los creadores, en beneficio de los grandes ejecutivos de las compañías de telecomunicaciones). Mala suerte amigos, así las gasta el mercado.

Pájaro Libélula - Paulino Clii
 Su reacción no se ha hecho esperar: han presionado a los poderes públicos para intentar cobrarnos por tercera vez el mismo contenido: que si un canon, que si un plus en las tarifas… En fin, yo ya he pagado dos veces (tres si cuento mi suscripción a Spotify, 5 € al mes) por un disco del que no puedo disponer libremente: anteayer ripeé una de sus canciones para ponerla en un video y compartirla con los tres amiguetes y medio que se asoman a este blog y van en YouTube y la silencian, porque no tengo derecho a usar una canción que el ínclito judío grabó ¡hace cuarenta años! ¡Toma Jeroma, pastillas de goma! Igual va a ser necesario que la pague (por cuarta vez) para disponer de ella. De seguir así, no me extrañaría nada que una mañana la estuviera escuchando en mi casa, con la ventana abierta, y subieran un leguleyo, un policía, o ambos, a decirme que no tengo derecho a darla a conocer a los que pasan por la calle y que cierre la ventana ipso facto. “No, no es que moleste el ruido: es que no tiene usted derecho a difundirla…” Algo así estoy preparado para escuchar. Ya les vale.

Yunaited Colors Of Beneton - Andresito Guarjol
Continuaré hablando mal de los creadores y, sobre todo, de sus voraces, insaciables y asaz inútiles gestores. Les toca el turno a los de la letra impresa. Pretender cobrar entre catorce y dieciocho euros por un libro en formato electrónico es firmar el acta de defunción del sector. Y es lo que han hecho. Los libros de papel son caros, se supone, porque acarrean enormes gastos de producción: el papel, la impresión… Pero, ¿Qué gastos de producción acarrea colgar un fichero en la red?¿O es que, de repente, las empresas editoriales se han vuelto generosas y quieren hacer millonarios a los escritores? No señor: márgenes, beneficios, impuestos, promoción, representación… El mamoneo de siempre.

Por otra parte, si uno prefiere, pongamos por caso, leer a Baroja en vez de a los novelistas de actualidad, se encuentra con una carencia notable de libros de este autor y otros muchos primeros espadas de nuestro patrimonio cultural, en las ofertas editoriales de libros electrónicos “legales”. Es un desierto. Nadie se ha tomado la molestia de satisfacer esta demanda. Vas a alguna fuente de las mal llamadas “piratas” y encuentras gratis (los piratas hoy en día son así, regalan los tesoros en lugar de enterrarlos) extensos catálogos de Baroja, Unamuno, Azorín, Ortega… ¡Que no están en ningún otro sitio! Un “amateur” ha empleado su valioso tiempo libre, tras trabajar diez horas diarias por ochocientos euros al mes, en hacer un escaneado con reconocimiento de texto de, pongamos por caso, Sender, cosa que las editoriales no han hecho. Te encuentras una copia “ilegal”, algo imperfecta (y gratuita), que cubre un vacío y una desatención absolutos, mientras los supuestos responsables están llorándoles a los poderes públicos para que éstos hagan de Dooh Nibor (que, al revés de Robin Hood, roba a los pobres para entregárselo a los ricos). Me reiría si no porque se me iban a saltar los puntos…
 
Pájaro Luciérnaga - Paulino Clii
Pero hablando de puntos, donde los defensores de las espléndidas remuneraciones de la creatividad (los paladines de la Cultura, con mayúsculas) alcanzan su punto de mayor estulticia es en el cine patrio. Para empezar, cuando me fijo en los créditos de cualquier película de factura nacional, resulta que, como contribuyente, la he pagado yo. Bien sea, a través de la Diputación de Lugo, de la Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha o del Ministerio de Cultura. A continuación, si estoy interesado en verla, me la vuelven a cobrar en una sala de cine y, finalmente, en el muy dudoso caso de que quisiera conservarla o coleccionarla, me la cobran por tercera vez en DVD, en una televisión de pago, o en un canal en abierto, sepultada en un vertedero de publicidad (que es la forma de rentabilizarla). Total, tres extracciones de numerario por un producto que últimamente es, en el mejor de los casos, mediocre. Se quejan y se quejan y achacan la crisis del sector a la ruindad del Gobierno y a la piratería y ello les impide hacer la menor autocrítica: la piel que habitan les parece muy cómoda (y a mí muy poco interesante). Yo no sé cómo, en tiempos verdaderamente difíciles, Berlanga pudo rodar “El Verdugo”, o Buñuel “Viridiana”, con todos los factores en su contra y, en cambio, ayer mismo nuestros gobernantes subvencionaban, por ejemplo, catecismos ideológicos tan burdos y soporíferos como “De Tu Ventana A La Mía” o “Una Pistola En Cada Mano”, títulos cuyo visionado recomiendo encarecidamente eludir y ver a cambio, qué sé yo, “Atrapa A Un Ladrón” de Hitchcock, ya que, seas del sexo que seas, encontrarás que Grace Kelly está divina. Y además, como premio adicional, los creadores de esta película no te toman por un retrasado.
 
    

martes, 29 de octubre de 2013

Adiós A Lou Reed

Ayer falleció, con 71 años de edad, el cantante y guitarrista Lou Reed, uno de los mitos de la música rock. No es que haya sido muy longevo, pero para un superviviente del lado desenfrenado de la vida, tampoco está nada mal: Jimi Hendrix, Jim Morrison o Janis Joplin, no lo consiguieron. Ayer se pudo aplicar al gran Lou Reed, lo expresado por él en su canción:
“Oh, it's such a perfect day
I'm glad I spent it with you
Oh, such a perfect day
You just keep me hanging on
You just keep me hanging on”

 
¿Qué hace tan significativa e influyente la figura de este hombre? Se preguntan algunos, que no tienen edad suficiente para recordar la importancia de la música como fenómeno cultural y de masas entre, por ejemplo 1967 (año de publicación de “The Velvet Underground & Nico”, el disco con la célebre portada del plátano de Andy Warhol, grabación que aquí, gracias a la censura, llegaría más bien un poco tarde) y 1974 (año en que se edita el archicélebre disco en directo “Rock N' Roll Animal”). Contestar a la pregunta no es fácil. He ensayado estas respuestas: también los malos necesitamos un director espiritual y también las sensibilidades torcidas o echadas a perder, necesitamos de un poeta que cante nuestras más abyectas y desdichadas epopeyas en la perra aventura de la vida.

Lou Reed hizo con solvencia ambas cosas. Viviendo su propia existencia entre el desorden y el caos (muchos entrevistadores y periodistas relatan que se chutaba delante de ellos, antes o después de un concierto). Pero hizo muchas cosas más: buena música, excelentes canciones, letras llenas a partes iguales de poesía y sordidez, de cinismo y de ternura hacia toda suerte de perdedores… Y, tras su relativa rehabilitación hasta se embarcó en “proyectos artísticos serios” y siguió dispensándonos una obra musical que, habiendo ganado en madurez, nunca llegó a perder el filo de su crudeza, siempre áspera y rigurosa.

Vale. No fue tan popular como Michael Jackson. Es cierto que tuvo siempre un aroma marginal. El público más joven lo desconoce, pese a las evidentísimas influencias del bueno de Lou y de su grupo matriz, la Velvet Underground, en la mayor parte de la música de los 90 y siguientes… Entre el público de más edad, los carcas deberíamos quedar descartados de su influjo, su temática no nos debería alcanzar: las últimas consecuencias del placer y del egoísmo, hedonismo y desesperanza, andanzas de drogadictos y pervertidos, autodestrucción y suicidio, menudo ejemplo. Pero claro, su magnetismo es incuestionable, incluso cuando pinta sus cuadros más afligidos, desoladores y terminales, va el tío y nos alcanza: está hablando con claridad meridiana de nuestro propio lado oscuro, de nuestra desventura metafísica y, encima, no deja de hacerlo con desarmante misericordia. Si a eso le sumamos que tenía glamour, no debe extrañarnos que hiciera del infierno un lugar más interesante.

 
Como disco que a mí me parece más significativo elegir, para hacer sonar en sus exequias remotas en este rincón perdido del mundo, me decanto por este “1969: Velvet Underground Live with Lou Reed” que recomiendo a cualquiera que guste de la música cruda, de las canciones en estado salvaje, de las tormentas eléctricas en plena noche, al aire libre. Es una lista, punto por punto, de todo lo que no me gusta, de todo lo que me desagrada en un disco, y sin embargo el compendio me parece fascinante, aterrador, sublime, inolvidable. Voy por partes: no aprecio los discos en directo, ni los discos dobles y este es ambas cosas. Los discos en directo suelen tener un sonido descuidado, plano y empobrecido, el de éste raya lo deficiente, con un omnipresente ruido de fondo en una grabación que parece casera y desaliñada. Los discos dobles suelen albergar material de relleno que la discográfica empluma al oyente con el señuelo de que el formato doble le sale más barato. Aquí algunas canciones se alargan en interminables tormentas de denso guitarreo distorsionado. Además los instrumentistas, con la salvedad de Lou, no son nada del otro mundo: particularmente la batería, Maureen Tucker, parece que ha aprendido a tocar tomando una semana de clases por correspondencia. Y el bajo tiene una presencia escasa. Creo que he trazado un panorama lo bastante impresentable y no te lo bajarás.

 
Pues te vas a equivocar. El disco funciona. De principio a fin. En el terreno de la más desnuda emoción, comunica con inaudita intensidad y acaba siendo asombroso. Claro, están las canciones, casi todas las buenas de la Velvet, desde “Sweet Jane”, “Pale Blue Eyes” o “I’ll Be Your Mirror”, hasta “Rock And Roll”. Una experiencia mesmerizante. Tuve el disco (que se publicó en 1974) varios años y lo puse hasta que se quedó casi transparente, luego se lo pasé a un amigo y más tarde he tardado un montón en encontrarlo por ahí. Si, como yo, crees que puede haber mucha belleza en cosas poco pulidas y acabadas, disfrútalo con este enlace:
     


viernes, 13 de septiembre de 2013

Sniff 'N' The Tears - Ride Blue Divide

Un conocido spot publicitario proclama que los ochenta molaban (pero sólo en música, añade). Por mi parte no puedo estar más de acuerdo. La música de los ochenta molaba, es el verbo exacto.

Frente al valor de lo “auténtico” que marcó la década anterior, los ochenta proclamaron la irrupción de lo desenfadado, de la frivolidad, de la pura diversión. Hasta lo siniestro era cachondo, como si se estuviera apurando el fin de los días previo al apocalipsis. Triunfó una estética hortera y macarra, con pretensiones de elaborada sofisticación, de distinguido y aristocrático glamour. El pop, más o menos sintético, era el género dominante, aunque figuras emblemáticas, como Prince o Tom Waits, ponían un contrapunto que hacía enormemente diversificado el panorama (musical).

Estos son Sniff 'N' The Tears. Paul Roberts es el 2º por la derecha
Los chicos del grupo Sniff ‘n’ the Tears encajan en la etiqueta de “grupo ochentero hasta la médula”, aunque tienen la desgracia de obtener su mayor (y único) éxito a finales de los setenta, con Driver’s Seat, una canción tan enganchosa y pegadiza, que ya nunca más encontrarán algo tan inmediato y resultón. Para colmo, estaba en un álbum (“Fickle Heart”, 1978), donde el resto del material era, en su mayoría, de bajo perfil. Lo cierto es que, tras este patinazo, no llegaron nunca a jugar en primera división. Eso sí, Driver’s Seat fue un pelotazo y si en los 80 tuviste las orejas puestas, la has oído, pero por si acaso, te la pongo aquí.
 

En 1980, 1981 y 1982 sacan un álbum cada año, buscando repetir un éxito que se les resiste… y luego un largo silencio. El líder y prácticamente el factótum de estos chicos londinenses es un músico y artista gráfico, un tipo con más talento que suerte, un tal Paul Roberts, sujeto algo malcarado, con un aspecto poco apto para un grupo “de niñas”, o sea, que no era un efebo glorioso como los que componían formaciones muy exitosas en aquel entonces, léase Duran Duran y Spandau Ballet, de cuya estética mamaron nuestros inefables Mecano.

El álbum de Sniff ‘n’ the Tears de 1982, su último esfuerzo, tan serio como estéril, por alcanzar la difusión a la que, por mérito, eran acreedores, se titula “Ride Blue Divide”. Desgrana textos, en algunas ocasiones, oscuros o herméticos, en otras, más sencillos y obvios, cantados con una elegancia pop inaudita, con una voz, la de Paul Roberts, a la vez aterciopelada y áspera. Solo Bryan Ferry en “Avalon” cantaba con una voz tan atractiva en aquel mismo año. Ride Blue Divide era una delicia ochentera, que inunda por completo los surcos del vinilo, el cual pasó bastante inadvertido, casi nadie pensó que aquello fuera relevante, salvo por su sofisticada portada, diseñada, claro, por el omnipresente Paul Roberts, que luego haría fortuna como pintor hiperrealista.

 
Se trata de un disco muy agradable de principio a fin, muy homogéneo, sin apenas sobresaltos ni momentos bajos en el nivel de sus nueve chispeantes temas: “Hungry Eyes” fue la canción que se oyó un poquito en las radios de la época, al tratarse de la más pachanguera y simple, personalmente me “ponen” más “You May Find Your Heart”, “Gold” (una balada de corte americano con maravillosos ruiditos sintéticos), o la que da título al álbum, “Ride Blue Divide”, aunque no hay ni un solo tema que no se quede un poco conmigo: unas melodías placenteras y pegadizas, unos coros etéreos y sensuales, una producción pulida y esmerada y, sobre todo… esos inconfundibles sintetizadores de la época, que hoy son ya piezas de juguetería o pertenecen al baratillo del desguace musical, pero que puestos en su contexto suenan, como se dice ahora, “divinos de la muerte”.
 

Si no te dice nada el rollo musical de los años ochenta, difícilmente vas a empezar ahora, ni con este disco ni con ninguno, pero si te va el pop desenfadado, las melodías pegadizas y coloristas , el sonido elaborado y artificioso, o si cedes a los embates de la nostalgia de una época en la que eras más joven y la cacharrería del mundo musical era más novedosa, dale una oportunidad a este viejo disco que, en su día, debió de pasarte bastante desapercibido.

Aquí tienes un enlace para probar si puedes descargarlo. Es una copia sólo pasable, porque proviene de un vinilo.