domingo, 31 de diciembre de 2017

Feliz 2018

Sin escatimar recursos, la redacción de este blog ha mandado a su más afamado reportero gráfico a las mismísimas puertas del infierno, para obtener una imagen con la que deseamos felicitar el año que se avecina al suscriptor, al visitante y al simpatizante, a los tres; añadiendo, sin excesiva malicia, connotaciones de una sugerencia poco tranquilizadora: 2018 podría ser peor todavía que 2017.

Así que para que esto no ocurra, proponemos fruncir el ceño, tensar el cuello, contraer abdominales, apretar las nalgas y, en un esfuerzo combinado, gastrointestinal y respiratorio a un tiempo, vamos a apretar muy muy fuerte para rescatar el año entrante de los funestos presagios que lo envuelven y acompañan.



Tras relajarnos del intenso empujón, ya podemos consagrarnos a lo que hemos venido: Feliz 2018, que algunos de nuestros deseos se cumplan, que algunos de nuestros temores se soslayen y que haya un resto de esperanza en el fondo de la caja de Pandora.

jueves, 28 de diciembre de 2017

El Día De Los Inocentes

El abogado de oficio que me habían asignado parecía sinceramente perplejo.

 -Pero, hombre de Dios, ¿en qué estaba usted pensando? ¿Lo suyo es locura o estupidez? ¿Acaso estaba proyectando colgar un vídeo en Youtube para que sus amigos vieran lo memo que es, o estaba buscando que alguien le diera dos hostias?


 Me sorprendió que, pese a mi edad, no mucho más allá de la veintena y sin tomar en consideración mis pintas de retrasado, todos los que me conocen dicen unánimes “este chico parece un retrasado”, bueno, pues que el abogado cincuentón me tratara de usted y, aunque yo veía en su mirada una cierta conmiseración, no me apeó el tratamiento en los veinte minutos que estuvimos largando de lo mío.


El caso es que yo soy un enamorado, o más bien un fanático, del Día De Los Inocentes y de la más clásica de las inocentadas, el monigote de papel de periódico de toda la vida. Durante todo el día de ayer, estuve recortando periódicos: primero los doblo con un primoroso cuidado en forma de acordeón, para recortar de una sola vez tres o cuatro muñequitos totalmente simétricos. Luego les pongo una tira de celo en la cabeza, la doblo sobre sí misma para que no se ande pegando donde no debe y ya los tengo preparados; para mayor disimulo, los acabo ordenando en una carpeta.



Hoy por la mañana, como cada 28 de diciembre, salgo de casa con la carpeta en la mano, veo a un señor despistado y me hago el despistado yo también, saco el primer monigote como si fuera un documento que quisiera mirar, deshago la doblez del celo y paf, se lo planto disimuladamente en el gabán. Luego coloco dos o tres más a unos caballeros que están fumando en una terraza, me subo al 28 y allí endoso tres o cuatro más a algunos viajeros que van agarrados mirando al techo. Me bajo y, con el sigilo que me da la experiencia de años y años de trabajar la misma inocentada, me deshago de todos los muñecos menos uno, y es entonces cuando caigo en un detalle que me inquieta sobremanera: todas las víctimas de la sempiterna broma han sido varones, esta mañana y siempre. Toda la vida inocentes sólo del sexo masculino, desde que empecé a los siete años a colgar el papelito en las espaldas de mis compañeros. Esto me perturba, porque no sé si obro de esta manera por caballerosidad o por machismo. 


Así que, a bote pronto, decido endosarle el último a una fémina. Por la avenida hacia la plaza Aragón va una que me parece idónea, camina hablando por el móvil en voz más alta de lo normal y gesticulando un poco. Como considero que está en Babia, me acerco sigilosamente por detrás y le adhiero el monigote.


A continuación todo pasa tan rápido que me resulta difícil recordar la secuencia exacta. El grito y los ecos “¡me están acosando!””¡Un acosador! ¡Un acosador!” La pequeña multitud que se congrega con celeridad, me insulta y me zarandea. El coche patrulla que aparece de la nada, el policía que me introduce en él sin contemplaciones, la gente que pregunta “pero, ¿no lo van a esposar?” La llegada a los juzgados, que ahora están en las afueras... “¿Abogado? ¿Para qué voy a tener yo un abogado, si estoy estudiando un máster en robótica y, además, no me he metido en un lío en toda mi puta vida?”


Sin lugar a dudas, esta noche dormiré en el calabozo que comparto con dos yonquis desmejorados y temblorosos. Mañana, si hay suerte y dependiendo de cómo se tome la juez la denuncia, me pueden soltar, puesto que a todos parece golpearles la evidencia de que no soy peligroso: es casi seguro que, en nochevieja, me estaré tomando las uvas fuera, o eso me ha dicho el abogado que se va a encargar de mi defensa. Lo malo es que me van a echar del Colegio Mayor y, la fama que me va a colgar un incidente como éste, va a ser muy negativa. Estoy dudando si prefiero pasar por acosador o por imbécil.



“Muy probablemente por ambas cosas” ha rematado mi abogado, debe ser porque es el de oficio.

(© Prudencio Melgarejo. 2º Premio del concurso de microrrelatos de Gurguzcullar del Purejón.)

sábado, 2 de diciembre de 2017

De La Naturaleza Y Cualidades Del Gilipollas

En la última reunión de la junta ordinaria de la “Asociación de Amigos del Parénquima”, tuve un rifirrafe verbal con uno de los vocales de la directiva a propósito de una subvención a la remolacha forrajera y, para remachar su argumentación en contra, la coronó con un expeditivo “¡Gilipollas!” Como no soy muy ducho en el arte de insultar en directo, debido a cierta escasez de mordacidad, ingenio y reflejos, opté por guardársela y, tras documentarme, espetarle un denuesto absolutamente irrebatible, que lo dejara convertido en el hazmerreír de las cucarachas.

Volví a casa cariacontecido y, antes de comerme el bocadillo de anchoas que me ha recomendado el médico porque es bueno para la hipertensión, consulté en el diccionario RAE el significado preciso del que, a mi juicio es el insulto más utilizado en el ámbito peninsular, un insulto al alcance de todos los niveles culturales y léxicos, contundente, vejatorio y políticamente correcto, al no denigrar a ninguna minoría, menospreciar ninguna orientación sexual, ni escarnecer al titular de ningún defecto físico o mental inevitable para el sujeto zaherido con este vocablo tan corriente.




En el diccionario consultado, pone exactamente: “gilipollas: 1. adj. malson. Esp. Necio o estúpido. Apl. a pers., u. t. c. s.” Doy por sentado de que te percatas de todas las abreviaturas y paso a reflexionar por escrito acerca del contenido de la palabreja.


Un tío (o tía) del que afirmamos ser un gilipollas es, sencillamente todo aquél que despreciamos porque su conducta nos parece necia o estúpida. Sin embargo, no somos poseedores de la clave de la sabiduría en el comportamiento: lo que a nosotros nos parecen acciones propias de un gilipollas, al propio gilipollas no pueden parecérselo de modo alguno, pues nadie dirá de sus obras y de sus palabras: “Es que claro, como yo soy gilipollas, no tengo otra opción que actuar así u opinar de esta manera”. “Conduzco a 190 kilómetros por hora porque, como soy gilipollas, no creo en absoluto que el exceso de velocidad tenga que ver con los accidentes de tráfico”.




Aquí tenemos una notable cualidad del vocablo, su simetría: a no dudar, aquél a quién tú consideres gilipollas porque no bebe en una fiesta muy enrollada, considerará que es una gilipollez beber alcohol y ponerse a decir sandeces como haces tú.


Al margen de la simetría, otra nota característica de la gilipollez es su tinte emocional: aquéllos con los que no eres capaz de empatizar aunque te esfuerces, suelen ser unos gilipollas, mientras que son “tíos majos” aquéllos con los que empatizas sin ningún esfuerzo ni reserva. Esto nos llevaría a una interesante cuestión de índole matemática: si A considera gilipollas a un conjunto de sujetos que conoce, B tendrá su propio conjunto de beneficiarios del epíteto, C el suyo... y así hasta completar determinada comunidad de sujetos más o menos interrelacionados. Los gilipollas más auténticos estarán en la intersección del mayor número de conjuntos enumerados por los sujetos opinantes, aunque esto es dar demasiada importancia a la impopularidad con la que nuestro término ultrajante podría confundirse o solaparse: así, un profesor duro y exigente, será un gilipollas para la mayor parte de sus alumnos.




Otra característica de la gilipollez, es que alcanza más fácilmente a colectivos que a individuos. Por ejemplo, si yo, como aficionado del Zaragoza, digo que los del Huesca son unos gilipollas. Si después acabo conociendo y tratando a unos cuantos aficionados del Huesca, descubriré que uno por uno “son majos”, esto es lo que nos pasa cuando tratamos con un cierto grado de confianza a las personas: descubrimos que la mayoría “son majos” o tratables o incluso interesantes, lo que pasa es que tomados en una masa indiferenciada y ajena nos parecían todos iguales. De este modo, la gilipollez se suele atenuar con el trato... salvo cuando es auténtica, pero seguro que puedes concretar y defender pocos casos de genuina adecuación del ultraje con el sujeto.




Otra nota característica es que es muy difícil ser un gilipollas a tiempo completo, lo normal sería decir estar gilipollas. El paisano que esta mañana me ha quitado una plaza de aparcamiento mediante una maniobra heterodoxa, ganándose así el mencionado baldón, por la tarde me ha hecho notar que se me habían caído veinte euros del bolsillo y es que estamos ante una cualidad muy difícil de sostener de modo perdurable.




Corrección política dentro de la malsonancia, simetría, contenido emocional negativo, aplicación muy fácil a colectivos externos y falta de carácter permanente, estas son las características de un insulto muy popular, que lo dice todo y no dice nada del receptor. Así pues, llegamos a la conclusión de hallarnos ante un vocablo comodín, apto para cualquier clase de persona. De todas formas no es tan inocuo... Un auténtico gilipollas se sentirá muy herido si lo profieres y podría intentar desviarte el tabique nasal. Y, si has llegado hasta aquí, estarás pensando en mí con una certeza que ya no podría discutirte aunque quisiera, sí amigo, hasta formo parte de una ONG: Gilipollas Sin Fronteras (al servicio de tu desahogo).
 

lunes, 27 de noviembre de 2017

El Padre, El Hijo Y El Burro (Cuento Tradicional)

En un libro de cuentos costumbristas y chascarrillos baturros que me regaló mi padrino cuando yo era un tierno infante, leí por primera vez esta historia que, a dia de hoy, estoy convencido de que es universal, si bien no demasiado conmovedora, apta para cualquier lector desprevenido que pulule por la red en busca de invenciones ejemplares pero no muy largas. Casi no dudo de que a cualquiera que la ojee distraidamente, le resonará como a mí, procedente de sus más remotos recuerdos infantiles.

En un pueblo del somontano, a menos de media jornada de la capital vivía Cipriano, un hombre viudo algo mayor, que decidió ir a vender sus hortalizas al hermoso mercado porticado de la ciudad.


Cargó, en las alforjas de un borrico de su propiedad, las lustrosas berenjenas, los densos tomates y los sabrosos calabacines y se hizo acompañar de su hijo, para que éste no anduviera, al salir de la escuela, por el pueblo haciendo trastadas con los otros ganapanes. Pronto vendió todo el género que era muy apetitoso y sacó sus buenos cuartos en el animado mercado de verduras, frutas y hortalizas.


Montó a su hijo en el burro y, tirando del ronzal, se dirigió de regreso a su casa. Apenas había salido de la ciudad por el camino del Pueyo, cuando se cruzó con unos paisanos que volvían de las viñas. Tras devolver un escueto saludo, Cipriano oyó que al alejarse, decían:


-Fíjate, el crío sano y fuertote, repantingado en el burro como un señorito y el pobre viejo, con canas y ya un poco encorvado, tiene que andar jibándose los pies con los cantos del camino. A dónde vamos a ir a parar, si es que hoy en día ya no se respeta ni a los mayores.


Un poco apurado, el padre le dijo al chico.


-Mira, vamos a cambiar y así no murmurará la gente.


Se subió entonces al burro y ahora, era el niño el que delante tiraba del ronzal.


Se cruzaron con unas comadres que venían de la ermita, éstas les miraron ceñudas y no esperaron a alejarse para comentar:


 -Mira tú, el señor “coflao” en el borrico, como si fuera un obispo y la pobre criatura bien enclenque, a patita, que va a llegar el chavalín reventado a casa. Hay quien no tiene miramientos con los más débiles, qué mal hombre.


El padre le dijo al niño entonces:


-Anda, sube a la grupa y así, yendo los dos montados, no daremos más que hablar.



Pero aún no habían recorrido mas que unos pocos centenares de metros por el polvoriento y pedregoso camino, cuando se cruzaron con los enlutados que volvían de un entierro. Uno de ellos, exclamó:


-¿Habéis visto qué par de bestias? Si van a escachar al pobre borrico, desde luego hay gente que se piensa que tiene derecho a maltratar a los animales, qué salvajes.


-Quizá tengan razón – dijo Cipriano -, mira, hijo, como ya falta poco para llegar al pueblo, vamos a bajarnos los dos y recorreremos a pie lo que nos resta, que es verdad que el burro debe de estar cansado con la jornada que lleva.


Hacía poco que habían descabalgado, cuando se tropezaron con unos mozos que se iban de fiesta:


-¿Habéis visto qué par de bobos? El borrico sin carga, fresco como una rosa, y ellos dos hechos polvo y gastando suela, desde luego hay gente que no sabe aprovechar lo que tiene, qué memos.


Cipriano muy abatido, se dio cuenta de que nunca se puede contentar a todo el mundo, de que hagas lo que hagas siempre vas a ser criticado, por tanto se prometió no olvidar aquella provechosa enseñanza y, en adelante, hacer siempre lo que le saliera de los cojones.



El burro no estaba cansado, se comió todo el forraje y durmió beatificamente, soñando que era un unicornio.


El niño no estaba cansado, cenó sopas de leche y durmió como un lirón, feliz por haberse picado las clases y haber acompañado a su padre que, encima, le había dado dos reales de propina, una moneda que le gustaba mucho con su agujero en el medio.


Cipriano, derrotado por la fatiga, estuvo dando vueltas en la cama durante toda la noche y es que, la mala leche que se le había puesto, no le dejaba pegar ojo.


Y ahora, una versión ultramarina y musical del cuento:



sábado, 18 de noviembre de 2017

Mañana Empiezo

Es propio de la celebración de la noche de Fin de Año el propósito de iniciar un nuevo capítulo en nuestras vidas, quizá con cambios realistas y no demasiado ambiciosos, desterrando costumbres viciadas e intentando dar un giro a nuestras existencias llenas de previsibilidad, de grisura, de flaquezas y de componendas. Hacia el 5 de Enero, comienzan las dificultades y, como escribió Cavafis, constatamos, un año más, que siempre seremos lo que ya fuimos.

Mañana dejo de fumar, mañana hago las paces con mi hermano, mañana recojo y ordeno el trastero, mañana me pongo a dieta, mañana dejo de cascármela a todas horas, mañana dejo de perder el tiempo con los periódicos, a partir de mañana toco un ratito el saxo todos los días, a partir de mañana preparo unas oposiciones para oficial de juzgados, mañana empiezo a acostarme a una hora más temprana, mañana empieza todo.


Restos dejados por el asalto a los cielos

Habiéndome instalado en una edad colindante con la tercera, me doy de bruces con dos fenómenos vitales innegociables, dos pérdidas que están aquí, las sepa aceptar o no: por un lado disminuye la plasticidad en todos los terrenos, el cerebro se paraliza encallando en la comodidad de las rutinas, por otro, la energía va menguando a pasos agigantados. ¿Es posible un propósito que canalice estas dos menguas para declinar de un modo menos ostentoso? Ay, lo dudo mucho, pero, ay de aquél que no lo intente con toda la firmeza que sea capaz de reunir y se avenga en cambio a un crepúsculo perpetuo, mientras el calendario desgrana la cuenta atrás definitiva... Es evidente que ya no escalaré montañas, ni aprenderé a hablar alemán, ni correré una maratón, ni viajaré a Japón a ver los Juegos Olímpicos, pero si no soy capaz de poner un poco de orden y energía en mi cotidianeidad, me queda un largo y tedioso periplo hasta alcanzar el estado vegetal. Y luego, el mineral.


Las ayudas con las que cuento, al menos en mi caso, son dos: definir propósitos alcanzables y concretos y diseñar un horario estricto, práctico y compatible con mis escasas pero ineludibles obligaciones.


No se hable más: a partir de mañana comienzo mi preparación para presentarme como concursante cuando reediten Operación Triunfo. Es necesario llenar la vacante que dejó el óbito de David Bowie en el corazón de los inconformistas senior. Freddie Mercury me iba menos y, por ese motivo, no moví ficha en su día.


El original
El sosias (pintado en mi iPad)


Qué pedazo de canción (caigo una y otra vez en el espejismo de que habla  de mí). Y me gusta cómo está traducida.

viernes, 10 de noviembre de 2017

El Año De La Muerte De Ricardo Reis - José Saramago

El parco número de aficionados a las lecturas que sigan las entradas con la etiqueta “Libros” en este blog, pueden tener la equivocada impresión de que todo lo que cae en mis manos es chachi y me depara ratos de insoportable diversión, que comparto llevado de mi entusiasmo, de mi acierto y de mi buena suerte. Nada más lejos de la realidad: a veces, mi insobornable disciplina de lector me lleva a lidiar con prestigiosos ladrillos, que me deparan tardes de tedio y cansan mi vista ya casi residual, con bailes de letras fruto del desinterés que la obra causa en mis abatidas neuronas.

Y, claro, debería sentirme en la obligación de compartir también el aburrimiento, para advertir al eventual lector de que se va a enfrentar a un mamotreto sin escrúpulos, ¿no? Soy consciente de que Saramago es un prócer y esta crítica, tan personal como poco fundada, podría ofender a sus numerosos admiradores... En el caso de que leyeran esto, lo cual es muy poco probable, así que, adelante.



La cubierta de mi volumen

¿Por qué empecé a leer esta muy cansina novela? Bueno, la poesía de Fernando Pessoa y los poetas que también eran Fernando Pessoa y a los que dio existencia independiente de sí Fernando Pessoa, entre ellos el depurado clasicista Ricardo Reis, me han causado, desde que los conocí, una rendida admiración, pareciéndome su múltiple personalidad la cumbre que yo soy capaz de apreciar en las letras portuguesas contemporáneas.


Como la novela iba a tratar de una de las personalidades heterónimas de Pessoa (de una de sus máscaras, vamos), me sonó a que podría aportarme datos interesantes de la vida, obra y muerte del gran poeta portugués del siglo XX. Pessoa murió en 1935 y, en la ficción de Saramago, Ricardo Reis, una de las encarnaciones del gran poeta, regresa de Brasil tras la muerte de su... ¿Mentor? ¿Creador? ¿Progenitor? El propio Ricardo Reis morirá en Lisboa en 1936, después de unas cuantas insípidas peripecias amatorias, unos cuantos tediosos vaivenes por la capital portuguesa y unas cuantas confusas conversaciones con el propio Pessoa que, sin ser fantasma, se ausenta del cementerio para hablar de la vida y de la muerte con el opaco doctor Reis.


Esta vistosa portada no refleja el tono de la novela

¿Cuál es la clave para que el libro esté animado de una pasión de tan bajo perfil? ¿De un interés tan escaso? ¿De un argumento tan errático? Es muy simple, Saramago, desde sus concepciones ideológicas, que le absorben hasta plasmar aquí muy poco más que estas mismas convicciones, no admira en absoluto a Pessoa, ni al personaje, ni a su obra, ni a su creación de la que es parte el propio Doctor Ricardo Reis. Queda de este modo perpetrada una obra, no sólo desganada, sino esencialmente insincera. Cuando un escritor, sea de ideología o creencias comunistas (como es el caso), fascistas, reaccionarias, anarquistas, monárquicas o mormonas, no embrida su preconcepción, sino que la deja transparentar en todos sus párrafos, no estamos hablando tanto de obra literaria como de sermón. Y hay que advertírselo al lector, porque si no es creyente, se va a fatigar de lo lindo.


Para el premio Nobel de Literatura José Saramago, Ricardo Reis es un pequeñoburgués egoísta e insignificante, incapaz de percibir la pobreza, la desesperación y la atroz y ridícula dictadura en la que Portugal languidece día tras día. En una Lisboa invernal y desapacible, la peripecia del personaje, comienza con su desembarco e instalación en el hotel Bragança. Viene de Brasil sin un propósito definido, propósito que el autor no se propone definir en las quinientas páginas que nos aguardan. Enseguida nos damos cuenta de que el doctor Reis, médico y poeta, carece de conciencia y sensibilidad social, pecado imperdonable para Saramago, Reis sólo escribe unas odas en plan torre de marfil que, a su biógrafo, le parecen cosa risible, calderilla artística, formas hueras. 


El autor posa en plan intelectual

En el hotel, Ricardo Reis trabará relaciones con un elenco variopinto de personajes, entre los que destacan las dos mujeres que polarizan la escasa tensión sentimental del relato, la señorita Marcenda y la criada del establecimiento, Lidia. A la primera, una dama refinada aunque tullida, la ama con melancolía y renuncia, a la segunda, la usa para sus desahogos de señorito. Entre indiferente y mezquino, Reis, un producto de su clase, nunca será sensible a la entrega, la generosidad y el afecto de Lidia, a la que deja preñada en el más puro estilo calavera... 

Bien, todo esto se amalgama, acompañado de abundante lectura de periódicos, alguna mudanza, un viaje a Fátima, el clímax de una rebelión marinera en plan acorazado Potemkin, muchísimos paseos por Lisboa y mustios diálogos con el difunto Pessoa acerca de la vida y la muerte confundidas. Cuando Saramago se cansa de tan errático pulso, y tarda bastante, mata a su personaje con la misma desgana y falta de consistencia con que lo mantenía vivo, coronando así un texto a la vez denso, insustancial, engolado e insípido.

Bonita frase, y es verdad, la obra no me ha convencido

En cuanto al estilo, la pugna de una prosa desarticulada con amagos de vanguardia con el más puro realismo socialista, da lugar a un híbrido cansino que, sinceramente, no se me ha dado entender en qué plano funciona. Soy consciente del mérito indudable de la obra de Saramago, leí la “Historia del cerco de Lisboa” y disfruté bastante con él, pero esta vez me la ha jugado y, sin ánimo de ofender ni a su memoria ni a sus lectores, éste me ha parecido un guiso demasiado abundante y muy poco apetitoso.


Otra frase, para despedida

viernes, 3 de noviembre de 2017

Perdido En El Supermercado

Decía el humorista Perich: “la experiencia nos enseña que la experiencia no sirve para nada”.

Andaba yo pensando hace unas decenas de meses que me serviría de la presente publicación para compartir mis experiencias como “trabajador de la enseñanza” en un pasado cada vez más remoto y, el otro día, la visita de un ex colega me hizo percatarme, con meridiana claridad, de que, apenas quitas el pie de las aulas, donde el que imparte y reparte se queda con la peor parte, te has convertido a todos los efectos en un fósil, cuyos conocimientos sobre competencias educativas y tedios similares, apenas serían de aplicación en el reino visigodo de Witiza, aquél en el que aún se empleaba la tiza.


No obstante, hoy traigo el tema porque aún continúo buscando aquella “autoridad” tan problemática en el ámbito docente y que, desde luego, no sería devuelta por ciertas pintorescas medidas gubernamentales amagadas por el pepé cuando tenía mayoría absoluta. De modo impersonal observo (y padecía cuando estaba en activo) que escuelas, institutos y otras guarderías adolecen de una alarmante falta de ascendencia o predicamento sobre su inmadura clientela que, en cambio, sí se otorga a la publicidad en los medios de comunicación de masas a la hora de impartir conocimientos, actitudes y valores.



Esto siempre me dejó perplejo: como cualquier docente me daba cuenta de que si mis enseñanzas contradecían las de la televisión, los anuncios o la prensa deportiva, por ejemplo, los receptores ni siquiera se sometían a
 la molestia de tomarlas en consideración para contrastarlas: simplemente las arrumbaban al rincón de las telarañas con las lenguas muertas, las especies extinguidas y las consejas de viejas. Ni más ni menos que si estuviera hablando de cuan largas y tupidas debieran ser las enaguas para alcanzar la decencia.


“¿Te gusta conducir?” Y hasta el menos aplicado de mis alumnos sabía la respuesta encarnada en una prestigiosa marca de coches, debería haberme animado a poner esta pregunta en un examen, en lugar del área del círculo (por cierto, las cifras más bajas de fracaso escolar, se dan en las autoescuelas).


Por eso me llamó la atención el texto que voy a transcribir, del escritor francés Michel Houellebecq. Lo he sacado de una recopilación de artículos, entrevistas y pequeños ensayos que publicó con el título de “El mundo como supermercado”. Lo propongo como reflexión para profesores y maestros y, por hoy, me eximo de dar más la brasa, ahí va:


“La publicidad instaura un superyó duro y terrorífico, mucho más implacable que cualquier otro imperativo antes inventado, que se pega a la piel del individuo y le repite sin parar: «Tienes que desear. Tienes que ser deseable. Tienes que participar en la competición, en la lucha, en la vida del mundo. Si te detienes, dejas de existir. Si te quedas atrás, estás muerto.» Al negar cualquier noción de eternidad, al definirse a sí misma como proceso de renovación permanente, la publicidad intenta hacer que el sujeto se volatilice, se transforme en fantasma obediente del devenir. Y se supone que esta participación epidérmica, superficial, en la vida del mundo, tiene que ocupar el lugar del deseo de ser. La publicidad fracasa, las depresiones se multiplican, el desarraigo se acentúa; sin embargo, la publicidad sigue construyendo las infraestructuras de recepción de sus mensajes. Sigue perfeccionando medios de desplazamiento para seres que no tienen ningún sitio adonde ir porque no están cómodos en ninguna parte; sigue desarrollando medios de comunicación para seres que ya no tienen nada que decir; sigue facilitando las posibilidades de interacción entre seres que ya no tienen ganas de entablar relación con nadie.”




viernes, 13 de octubre de 2017

Entusiasco En Su Quinto Cumpleaños

La entrada de hoy se encamina a conmemorar los cinco años de este blog, a agradecer las 147.000 visitas, cifra ésta que sospecho muy inflada, debido al escaneo de los robots de búsqueda que transitan infatigables el internet, escudriñando qué se yo, los hackers de países remotos son inescrutables, registran páginas y páginas para indescifrables propósitos que, desde luego conmigo, dudo que alcancen, a no ser que vayan a la caza de fabulaciones de tercera clase.

Phelicidades a todos

147.664 visitas según el panel de Blogger

A los no-robots, gracias por leer o contemplar alguna de estas bienintencionadas excrecencias, gracias y pido disculpas por contribuir a duplicar cada pocos meses la dimensión del vertedero binario, parece una contaminación verdaderamente dañina, ésta.


Un blog casi tan global como El País

Cinco años y 633 entradas más tarde, sigo tan desorientado como cuando este blog inició su andadura, perdido, como un bacalao agitándose en la procelosa red internáutica, atrapado sin remedio; yo no sé que pretendía en octubre de 2012, pero fuera lo que fuese, he de confesar honestamente que no lo he alcanzado. Y ahora está además el tema de las luces que se extinguen, las del espíritu en la decepción y el desaliento, y las del cuerpo, en la ceguera progresiva. En el último trimestre de 2012 conseguí publicar 44 entradas, veremos si en el mismo periodo de 2017 llego a 10.


Ora et labora

Cinco años y 633 entradas más tarde soy mucho más pesimista respecto a lo que me rodea, por dentro y por fuera, y me requiere mucho más esfuerzo físico y anímico escribir y eso que, no lo creía posible a los 64 años, pero sí, he aprendido (de una vez) mecanografía, ejercitándome con un método de internet, quiero decir escribir usando todos los dedos y sin mirar el teclado, de otro modo ya no podía continuar: al mirar el teclado y la pantalla, las dificultades de enfoque y mi reducidísimo campo visual me imponían un ritmo de cuatro palabras por minuto.


Desde Monzón con Entusiasco y pasión

En cuanto a la temática, la pérdida del contacto cotidiano con la realidad de las instituciones educativas, el desencanto más funesto y absoluto con las realidades políticas y la progresiva retirada de la vida activa, reducen mi elenco a hablar del estado de mis vísceras y poco más. Al menos, los jubilados de la construcción van a las obras a entretenerse en la contemplación de su progreso, criticando los métodos modernos de excavar, cimentar, encofrar y poner ladrillos. Yo no soy capaz de distraerme yendo a las ventanas de un colegio a ver los modernos desempeños pedagógicos, además, a lo peor creerían que soy un pederasta.


Aquí preparo las entradas
Un blog con fotos irrepetibles, como ésta
(estos hermosos árboles ya no existen).
El camino sigue y hay que continuar.

domingo, 8 de octubre de 2017

Ciudad Del Hombre - José María Fonollosa 1. Poemas A La Mujer

Adquirí el otro día en Amazon (a muy buen precio, por cierto) una magnífica edición de la obra recopilada de José María Fonollosa, el poeta más desconocido de las letras españolas de la posguerra, el más oculto, el más ignorado (y no es de extrañar), caracterizado por una escritura fuerte que explora la zona oscura del ser humano (él), con una voz muy subjetiva y con una ferocidad que no deja de dar cierto vértigo al lector incauto (yo). Si ignoras por completo su existencia, te remito a este artículo de Wikipedia, donde transcriben un poema póstumo que para mí es muy difícil de no suscribir.
https://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Mar%C3%ADa_Fonollosa

Es un escritor que, en endecasílabos de apariencia formal muy simple, aborda, con una voz potente, una temática reiterada en poemas breves como hachazos: pequeñas historias sobre la soledad, el deseo sexual, la mujer, la posteridad, la violencia, la vida y su transcurso temporal, la trágica vulnerabilidad del ser humano, la vanidad del éxito, la plenitud como imposibilidad y, por encima de todo, la desesperación en todos sus grados y variedades.


Este es el libro

Dado lo que me complace su abrasiva lectura, si dios me da esa luz, es muy posible que regrese con más muestras de la poética de este monstruo. Hoy copiaré y subiré 6 hermosos poemas 6, con el hilo temático de la mujer. Vamos allá:


Carrer de Vila i Vilá 2

Dices que no te gusta, que no quieres
y tu vestido es siempre como un muro
con grietas que impacientan a mis manos.

Te cuelgas, sin embargo, de mi brazo
y te aprietas sonriendo. Yo no puedo
evitar que mi cuerpo busque el tuyo.

Y estoy cual esos postes de alumbrado
que ven algo extraviado por la acera,
mas no pueden bajar a recogerlo.

¿Por qué quieren a un hombre las mujeres?
Sólo se puede amar de una manera.
Tu madre nada sabe de estas cosas.



Te he comprado zapatos y unas medias.
Te compro lo que quieres. Lo hago a gusto.
Tú sabes conseguirlo si me miras.

Debes corresponderme de algún modo.
No sirven por más tiempo las palabras.
Solo se puede amar de una manera.



Carrer d’en Fontrodona 2


Me gusta contemplar las jovencitas.
De las generaciones del amor
son la última remesa que nos llega.

Me comolace observar su audacia tímida.
Son nuevas promociones impacientes
para llegar a tiempo hasta mi tiempo.

Tal vez alguna alegre muchachita
de esas cuatro que están en la parada
del autobús y ríen naderías,

suspire entrecortada entre mis brazos
dentro de pocos años, ya hecha, entonces,
hermosa juventud su adolescencia.

Casi siento en mis brazos su latido.
Lo bueno de ser hombre es que el amor
-la mujer-, si uno quiere, siempre es joven.


Esta es la reseña


Plaça de Blasco de Garay

Mi casa necesita una mujer
que llene de canciones sus paredes
y complete mi cama por la noche.

Un cuerpo que discurra en torno mío.
Una voz que responda si digo algo.

Yo no tengo el dinero de los otros;
no sé tampoco hablar como los otros,
ni tengo la apostura de los otros.

Por eso necesito una mujer
que oculte mi tristeza entre sus brazos.



Carrer de les Carretes 2

Yo sé que a ti te gusta aunque lo niegues.             
Lo sabemos los dos. Tú te complaces
sumisa obedeciendo mi deseo.             
Aparentas desgana, mas te agrada.

Quiere ser dominada la mujer.             
Le gusta ser forzada. Opone siempre,
aun débil, resistencia a ser amada.             
Le place ser tomada por la fuerza.

Como agrada al asfalto en la autopista             
que lo recorran coches de potencia.

Uno puede escoger cualquier muchacha.             
Disputarla, quitársela incluso a otro.
Ella sigue contenta al que la gane,             
aunque lo disimule adusta y seria.

No le importa quien venza. Pertenece,             
lo sabe, al que es más fuerte. Es el que admira.
Siempre niega al principio. Luego accede.             
Y dócil se acostumbra a cualquier hombre.


Este es el hombre


Carrer de Sant Jeroni


Todos tienen derecho a usarla. Todos.
La lluvia no mojó sólo una calle
ni el sol nunca salió para uno solo.

La mujer es para eso, paraíso,
para uso de los hombres. Campo abierto.
Es fácil de entender. Es bien común.

Es la hembra de la especie. La de todos.
Y ha de entregarse a aquel que la apetezca.
Por eso va cambiando de un hombre a otro.

Esa es su utilidad como mujer.
Por tanto, aunque te tome por la fuerza,
es mi derecho usar lo que es de todos.


Y este es un cartel de su club de fans

Carrer del Bisbe Laguarda 2

Debiera liberarse la mujer
de la opresión en que la tiene el hombre.

Bien es verdad que algunas son verdugos
que sin piedad castigan a sus machos.
Mas, por lo general, es la oprimida.
No cuenta como igual individualmente.
Se la ha apartado a un lado y asignado
las funciones higiénicas más bajas:
es cubo de basura de los hombres.

Resulta incomprensible su obediencia
a unas normas injustas desde siglos.
Parece resignada o adaptada,
incluso unas contentas, a estar presa
de algún dictadorzuelo cruel e imbécil
que la veja y le exige una sonrisa.

Sus razones, supongo, habrá tenido.
O, acaso, ha sido un simple experimento
ese dejar hacer. Mas comprobado
de manera exhaustiva que los hombres
no logran resolver la convivencia,
debiera liberarse la mujer.
Y asumir, ella, el mando de la especie.
Nosotros ya tuvimos nuestro tiempo
y hay que reconocer que fracasamos.

miércoles, 4 de octubre de 2017

Enterrado En Vida - Arnold Bennett

En esta tibia sobremesa, con la digestión en “pause”, voy a contar cómo conocí a Priam Farll y a Alice Challice. La culpa la tuvo mi obstinada afición a coleccionar colecciones. Esta vez, el coleccionismo me llevó a una promoción de quiosco titulada “Biblioteca Borges”, construida alrededor de las preferencias lectoras del maestro argentino. Eran, creo recordar, unos 80 libros de tapa dura, con letras doradas sobre cubierta negra, prologados por el propio Borges, cuya labor, aparte de haberlos leído y elogiado, se concretaba en una breve reseña introductoria, no más de una o dos páginas. Yo, a mi vez, leí la mayoría de los títulos, descubriendo obvias o escondidas maravillas y algún que otro indigesto ladrillo.

“Enterrado en vida” fue uno de los libros que iba descartando una y otra vez. El título me desanimaba, pues creía que escondía un relato del estilo de Lovecraft, o de Stephen King que, decididamente no es mi palo preferido: me gustaría asustarme con ellos, pero me asusta lo pronto que empiezo a aburrirme. En éstas, un amigo aficionado a la lectura en general y a Borges en particular, me lo recomendó como uno de los textos más divertidos de la literatura anglosajona (que es mucho decir). Tenía razón. Otro amigo, en cambio, lo despachaba como “una novelita intrascendente al gusto burgués”, para este otro amigo “el gusto burgués” es lo peor, los burgueses son una subespecie indeterminada del género humano, caracterizados por la insensibilidad, la ramplonería y el mal gusto, sin otro interés que el provecho económico e incapaces de leer a Virginia Woolf, pobrecillos.


Here it is

El libro de Bennett pretende ser un relato de confusiones, engaños y enredos pero, tocado por una gracia concreta, por completo singular, es muchísimo más que eso, e igual que se dice “falla por todas partes”, yo acuñaré aquí la expresión “acierta por todas partes”. Particularmente por tres:


Uno, la estructura argumental es simple, estamos en los comienzos del siglo XX y un artista muy tímido y sensible, Priam Farll, ha regresado a Londres. Justo al llegar a su domicilio, muere su criado de una pulmonía, un bribón llamado Henry Leek. El médico que certifica la defunción, por las trazas y el atavío, cree que el señor de la casa es el fallecido y Priam, el criado. Por no contrariarle y porque le parece buena idea desaparecer de la vida pública, Priam se hace pasar, en lo sucesivo, por el granuja de Leek, el criado, haciendo creer a todos que ha muerto el artista. No hay problema para hacer verosímil la suplantación, porque sólo tiene un pariente lejano y Priam ha vivido siempre, de hotel en hotel, fuera de Inglaterra. El problema que sí tiene Priam Farll es que es uno de los pintores más reputados de su país, nadie le conoce personalmente, pero sus cuadros le reputan como “el mayor pintor que ha habido después de Velázquez”... Semejante artefacto narrativo, un embrollo clásico, nunca pierde ritmo ni credibilidad y va conduciendo a un desenlace tan lógico como inesperado.


Enoch Arnold Bennett, el autor

Dos, el humor. El propio Arnold Bennett dice de su libro: «He empezado a leer “Enterrado en vida” y no puedo dejar de sonreír. Creo que jamás he leído un libro más divertido que éste». Y no es petulancia, resulta que tiene razón. Las reflexiones del autor se embarcan muy a menudo en un humor irónico, muy fino, muy sutil; en otras ocasiones, es ácido y sarcástico, pitorreándose con llamativa seriedad de la justicia inglesa, del arte, de los marchantes, de la vida moderna, de la gente influyente o poderosa... A mí me hubiera gustado burlarme, con esa aparente inocencia ecuánime, de todo lo que me parece ridículo.


Y tres, los personajes. Amén de una extensa corte de secundarios muy característicos, están el tímido e hipersensible Priam Farll, una de las mejores encarnaciones del temperamento artístico que asoma en una novela... Y Allice Challice, nunca me hubiera imaginado a las huríes regordetas, cincuentonas y llenas de cachazuda sensatez y sentido práctico: “Alice era la criatura más acogedora que había producido la evolución del universo.” leemos en un párrafo de la novela y a fe que el autor no exagera un ápice, vemos en la realista Alice su lealtad a Priam, su firmeza, su humildad y honestidad, las cuales a ti te pueden hacer sentir bien en todo momento, ¡y eso que considera que la ocupación artística es una bobada! pues leemos: “¡Como si no hubiera ya bastantes museos con cuadros! Cuando los que hay estén tan llenos que no se pueda ni entrar, entonces será el momento de construir más. He entrado dos veces en la National Gallery, y te juro que yo era la única persona que había allí. ¡Y eso que es gratis! La gente no necesita museos. Si los necesitara, iría a visitarlos. ¿Has visto alguna vez una taberna vacía, o los almacenes de Peter Robinson vacíos? ¡Y allí sí que se gasta uno el dinero! ¡Una tontería, eso es lo que yo digo!” Claro que Alice no podía saber que, cien años más tarde, los rebaños de turistas acudiríamos en tropel a corretear sin sustancia por los pasillos de estos mausoleos de las artes plásticas, que testimonian al mundo-supermercado actual algo que, en otro tiempo quizá, florecía y tenía algún significado (al menos uno que a Priam se le hacía muy presente).


Más cerca del autor

Leer este libro ha sido una experiencia, para mí, muy divertida, claro que la diversión es una cuestión muy subjetiva, hay quien no encuentra nada divertido leer, hay quien encontrará este libro muy superficial, o muy espeso, o muy de otra época, incluso habrá quien encuentre más divertido a Saramago, que ya es encontrar. Bueno sí, leer es encontrar y yo encontré a tiempo este libro casi perdido de un prolífico autor casi olvidado. Y me lo he pasado de fábula:
Leer no nos hace mejores, en particular y en lo referido a los últimos tiempos, contra más leo, más me encabrono. Pero clásicos como éste nos despiertan esa parte del espíritu lobotomizada por la vulgaridad, la insensatez, el gregarismo, la manipulación, la mediocridad y otros tuits.


Una versión española reciente

Dos citas más, hay centenares de perlas de la ironía como éstas, ocultas en el libro para hacerte sonreir:


“Un hombre gordo y sucio se aproximó a la entrada de la valla con aire meditabundo. Llevaba en la mano un rollo de planos, y el extremo de un lápiz largo y grueso en la boca. Era el hombre que interpretaba los sueños del arquitecto para que pudiera comprenderlos el soñoliento obrero británico. La experiencia de la vida lo había convertido en un ser un tanto brusco.” ... ...


“No tenía derecho a mostrar su mal humor en un banco completamente inocente, que pagaba un veinticinco por ciento de interés a sus accionistas y mil libras al año a cada uno de sus directores, y repartía después las migajas que quedaban entre los hombres que tenía encerrados en aquellas jaulas.” ... ...


Y así lo encuentran en las librerías inglesas.

domingo, 1 de octubre de 2017

Spanish Insanity

¡El “piro papero”! ¡Ponnos el “piro papero”!

Vaya, pues sí, esto es lo más parecido a un “éxito” que tuve en mi breve, intensa, esforzada y desacertada carrera de músico electrónico amateur. La mayoría de las personas a las que comentaba mi afición compositora daban en pensar que estaba mal de la cabeza, claro que yo contaba entonces la nada juvenil cifra de años próxima a la cincuentena y carecía de estudios musicales y de capacidad de sonrojo. Los amigos, ya se sabe cómo son, se burlaban amistosamente y, cuando intentaba enseñarles algún tema que había concluido con mi ordenador y su inseparable tarjeta de sonido Yamaha SW1000 XG me decían «¡El “piro papero”! ¡Ponnos el “piro papero”!»


Piro papero pipiro piro pá... o sea, "Spanish Insanity" para el mercado internacional, es un pasodoble bacaladero, festivo y pachanguero, desenvuelto y sarcástico, con el que pretendía, qué se yo lo que pretendía y, como lo sigo ignorando, hoy lo prostituyo alegremente para amenizar esta fecha tan triste, en la que siento un corte, un sonrojo y un embarazo que intentaré ahuyentar bailando (en la oscuridad).


La madre que nos parió a todos.


La que bailaba pasodobles en las verbenas prepostfranquistas, con su permanente y su dignidad, ahora por muchos motivos, inalcanzable.


Lo dicho, un pasodoble cañero y mordaz.



En el “widget” de la derecha, en Soundcloud, lo podrás escuchar mejor y durante más tiempo, mientras que el vídeo de YouTube es un poco premioso, fugaz e inoportuno. Y se oye peor.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Ajedrez Y Montaña. El Lago De Cregüeña

Con el señuelo de “Ajedrez y Montaña” se ha culminado el pasado mes de julio en Benasque el trigésimo séptimo campeonato de ajedrez en la localidad altoaragonesa.

Lo de la montaña es muy atractivo, claro, pero mis crecientes carencias físicas, me apartan de cualquier excursión seria y mis crecientes carencias mentales me apartan del ajedrez, así que no sé a qué voy, aunque lo cierto es que subo cada año.


Será por los amigos, supongo. Y de las, para mí, inauditas proezas de uno de ellos quiero escribir hoy. Se trata de un hombre algo mayor que yo, alto y espigado, cordial, friolero, industrial y catalán. Lo traigo aquí porque hace verídico el eslogan citado, “Ajedrez y Montaña”, en serio, pocos jugadores pueden compaginar las exigencias de un torneo cada vez más profesionalizado y saltar por los riscos, trepar por las laderas, cruzar las inmisericordes pedrizas, llegando a la hora de la partida enteros y competitivos. He de decir, para restarle un poco de mérito, que está en una envidiable forma física y así ya se puede.




Contaré, con el apoyo fotográfico que me remitió él mismo vía email, una de las últimas aventuras alpinas, rigurosamente fuera de mi alcance, a que se dio este hombre en una mañana de julio y que roza lo increíble.


Resumiré el itinerario y su reportaje para no alargarme como acostumbro.





Sale del hostal antes de que raye la aurora, va en su coche hasta el Plan de Senarta. Allí, con dos compañeros de fatigas, un pastelero de Jaca y una maestra de Sabiñánigo, cogen un autobús que les asciende por la pista que recorre el valle de Vallibierna, es un autobús todo terreno que, por el módico precio de 24 €, te encarama a donde se tocan el cielo y la tierra.




Y aquí es cuando empiezan a caminar, donde termina la pista, a mano derecha, un sendero umbrío y saltarín remonta un barranco hasta el ibonet de Coronas, un laguillo de delicia donde, años atrás, yo me quedé sin arriesgarme al descubrimiento de ulteriores maravillas.




Una desnuda ladera, durísima, conduce a los ibones de Coronas, que se alcanzan sin resuello y se dejan atrás, enfilando un collado a casi tres mil metros de altura.




Al asomarte, un ¡Ooh! muy grande, allí debajo, si apartas los pies, verás el extenso lago de Cregüeña, azul como los siete mares, a tu izquierda, como una pirámide en espera de faraón, el pico de Aragüells.




Mi amigo, consciente de sus limitaciones, dice, esperó en el collado a que sus compañeros subieran al Aragüells y regresaran, encargo que les llevó cosa de una hora.




Y ahora viene la parte que me admira porque nunca hubiera podido afrontarla, un descenso casi vertical hasta el poderoso Cregüeña, cuyas aguas hay que rodear, dejándolo siempre a la izquierda y caminando por una ladera poco amistosa.




Lo que queda, no por más fácil es menos engorroso, hay que bajar una incómoda pedriza que aporrea rodillas y tobillos, las piedras son grandes como autobuses, afiladas, inestables o traidoras.




Mucho después de que lamentes no ser una rana o un canguro, llegas a una praderita y un sendero se desploma entre árboles, pino negro preponderante, con la ruidosa corriente a la izquierda, hasta que súbitamente, flop, deposita a nuestros héroes ¿aniquilados de cansancio? en una pista, a media hora aún de donde, al punto de la mañana, dejaban el vehículo.



Esto para mí es como hablar de los viajes de Marco Polo, pero ellos ¡llegan a Benasque a la hora de comer!




Me lo cuenta mi amigo y le pido que me mande las fotos de la expedición, cosa que hace, no sin que le prometa que no contaré jamás su increíble periplo. Cosa que hago, porque ponerlo aquí, con la de lectores que fidelizo, es como haberme llevado el secreto a la tumba.




Las fotos son un poco pequeñas, pero es que me tenía que mandar muchas por correo electrónico. Si un eventual lector se quejase, le retaría a que tuviera los huevos de acometer semejante odisea y viera, de este modo, los maravillosos lugares en vivo y en directo. Por si acaso, le pongo el mapa de la ruta y le deseo suerte. La va a necesitar.