miércoles, 29 de abril de 2015

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 38

24 ¡QUÉ FEAS SON LAS DE SABIÑÁNIGO!
Era la fiesta de Santo Tomás de Aquino, bueno había sido el último lunes de un gélido enero, pero decidieron posponerla hasta que asomara el primer día de incierto buen tiempo. ¿Fiesta? ¡Y una leche! Nos tocaba ir al instituto igual, solo que en vez de clases había un montón de celebraciones todo el día, algunas eran ceremonias muy aburridas: misa en la capilla, charlas y discursitos en el salón de actos, entrega de las matrículas de honor del curso pasado (Chus tenía tres y yo una, el resto fueron para las chicas)… Otros acontecimientos presentaban mejor pinta: competiciones deportivas, actuaciones, concursos y baile. ¡Baile! Y sin Nines por el medio eso podía estar bien, porque venían las chicas del instituto de Sabiñánigo a competir en baloncesto, en balonvolea y en no sé qué más. Nuestras compañeras ya nos tenían calados, pero con las forasteras ¡quién sabía qué oportunidades se podían presentar!

Empezamos mal: el único día del curso en el que la misa era obligatoria y al gilipollas de Rivero le dio el consabido ataque de incontinencia verbal, haciendo eco y remedo del sermoneo del celebrante:

 - ¡Mujeres que no meáis! ¡Mujeres que no me hais escuchado!

Y yo, como un imbécil, venga a reírme de sus malhadadas ocurrencias:

 - ¡Condones! ¡Con dones del Espíritu Santo!

A estas alturas, nos echaron de la capilla a los cinco o seis más alborotados. Luego tendríamos un desagradable “tête a tête” con don Marcelino el Jefe de Estudios que, como de costumbre, nos dijo que se avergonzaba de nosotros, que nos iba a poner una nota en el expediente cuya lectura por instancias educativas ulteriores, arruinaría para siempre nuestras vidas y cerraría la puerta de nuestro futuro, convirtiéndola en una trampilla por la que seríamos incapaces de huir de las sentinas en las que íbamos a chapalear el resto de nuestras miserables existencias, sin contar las consecuencias ultraterrenas del justificable cabreo que el Señor se habría agarrado, pues es de sobra conocido que es muy quisquilloso con los irreverentes, los descreídos y los impíos. Además, se iba a llamar en el acto a nuestros padres para que, allí mismo, nos pusieran las orejas como pimientos colorados, extremo este que a mí me preocupaba menos, pues en mi casa no había teléfono ni se hallaba nadie que hubiera podido atenderlo. De todas formas, Rivero, en un insólito arranque de gallardía asumió todas las culpas derivadas de su chocarrero proceder y, con esto, a los demás nos soltaron.

 
No tan pronto que no llegáramos bien tarde al partido de baloncesto entre nuestras chicas y las de Sabiñánigo, que iban ganando por 26 a 5. Nuestras compañeras, que flaqueaban pese a los atronadores bramidos de ánimo, iban ataviadas con camiseta amarilla y pantalón de deporte blanco. Las visitantes, en cambio, lucían camiseta blanca y unos lamentables pololos azules tan decorosos como antiestéticos. Hacía algunos años que no veíamos a las chicas hacer deporte con aquellos ridículos bombachos. Aquellas forasteras eran espigadas y un tanto desgarbadas, disipaban las burlas que su atuendo provocaba jugando con sentido y con concentración y nos estaban dando una soberana panadera. Para aliviar nuestra desmoralización, remarcó Chus:

 - ¿Os habéis fijado qué feas son las de Sabiñánigo?

Yo no había reparado en ello y me fijé entonces, con ánimo desde luego, de darle la razón. Y se la di. Mucho más tarde he aprendido que un rostro femenino, de no ser de una manifiesta belleza acorde con los más asentados cánones de regularidad y armonía, gana ante nuestros ojos conforme lo vamos viendo a menudo, conociendo y apreciando. De este modo, una desconocida, salvo que sea una Ingrid Bergman, está en franca desventaja, al comparar sus facciones con aquéllas que nos son más familiares y por ello nos ha dado tiempo de juzgar con más consideración, de acostumbrarnos a su atractivo singular y específico. Las cinco que correteaban por la pista, pasándose una pelota que las nuestras ni olían, sí que me parecieron, injustamente como he dicho, cinco callos. Pero entre las del banquillo, había una que llamó mi atención: tenía el pelo rizado y la cara pecosa, unos bonitos ojos del color acerado de las nubes de tormenta y una nariz muy recta, casi enteramente cubierta por las pecas. Cuando se la señalé a Chus, dijo:

 - ¿Esa? ¡Pero si es más fea que el culo de un babuino! No me jodas, Pinchaúvas, tú tienes el gusto más estropeado que los dientes. Además es más larga que la soga de un pozo, ya verás cuando se levante, no le llegas ni al sobaco.

 
No le hice caso y además, cuando se levantó a sustituir a una compañera, pude apreciar que no era tan alta, aunque tenía un gancho mortal: desde el fondo de la pista, encestó tres seguidas en carrera y su entrenador la volvió a sentar para no ridiculizar más a las locales, que acabaron perdiendo por 48 a 11 y eso que arbitraba, muy caseramente, nuestro profesor de gimnasia.

Me prometí intentar acercarme a la esbelta baloncestista y, apenas tuve que esforzarme, pues careció de otros moscones durante los concursos en el patio. Los de su centro la trataban con una displicencia rayana en el escarnio, de sus vociferaciones colegí que se llamaba Pascuala y no era la más popular en su instituto. Los del nuestro, ni se acercaron a las de Sabiñánigo, como si fueran leprosas, para mí que andaban amostazados por los deshonrosos resultados deportivos y éste era su modo de venganza.

Allí me fui, pues, tratando de aproximarme con fingida desenvoltura a mi objetivo. Me comí, a medias con ella, una manzana que colgaba de una cuerda sobre nuestras cabezas. Y luego me acerqué en su compañía, extremando la comicidad del cometido, a sacar con los dientes unas monedas que se hallaban enterradas en un balde repleto de  harina. Me puse la cara como un payaso, pero conseguí retirar muchas, concretamente un montón. Y mientras, se las iba dando para que las guardase e iba desgranando anécdotas y sandeces con las que conseguía desnortar su apariencia arisca y hacerla reír.

 
Comoquiera que no sólo se rio con todas mis ocurrencias, sino que me ayudó a limpiarme la cara, finalmente hice acopio de toda mi determinación y le pregunté si le gustaba el baile, pues si así era y carecía de pareja, me encantaría continuar conversando mientras dábamos vueltas al compás de la música, yo no sabía bailar pero me esforzaría mucho para no pisarla…

- ¡El baile! ¡Qué cursilada! Venga, vamos a dar una vuelta y me enseñas tu pueblo, que no había estado nunca y dicen que es muy bonito. Con tal de que estemos de regreso antes de las ocho, cuando salga nuestro autobús, ni nos echarán en falta, ¿o alguien te echará en falta a ti?

Esta pregunta fue acompañada de una sonrisa un tanto pícara, que me hizo pasar de “bastante interesado” a “atontado por completo”. Si nos largábamos del recinto del instituto con la suficiente discreción, ciertamente nadie repararía en nosotros, pero se presentaba un problema adicional: había que darle esquinazo a Nines. Si me la encontraba por la calle, seguro que se me ponía cara de culpable. Entonces se me ocurrió una idea luminosa como un fuego fatuo ¡El cementerio! Tirando por la carretera, dejábamos el pueblo a mano izquierda y no había necesidad de transitar sus calles. Ponderé resuelto mientras señalaba la dirección a la que nos encaminaríamos:

 - Lo más interesante que se puede ver en Jaca es el cementerio. Vienen turistas franceses, alemanes y hasta americanos a verlo y a fotografiar los monumentos funerarios de la nobleza que hubo aquí.

 - Un cementerio, qué animado. Bueno, iremos paseando hacia la puesta de sol y así me puedo zafar un rato de los insufribles gañanes de mi clase y del latazo de Pascuala.

 - Es un nombre muy bonito – le mentí.

 - No me jodas tú también – y, en aquellos tiempos, oír decir un taco a una chica me dejo pasmado, pasé de “atontado por completo” a “derretido por sus huesos”. – Es casi tan bonito como Pinchaúvas – me puse colorado, lo sé porque me ardió la cara. – Yo me llamo Lucía y me han cambiado el nombre para decirme Pascuala la Intelectuala, ya ves tú qué ingeniosos.       

lunes, 27 de abril de 2015

Campaña Electoral: Empate En Cabeza




 
Hoy me sale gastar cuatro burdas bromitas con cuatro Himphames chistes que denotan, por un lado, mi más palmaria incapacidad para el humor gráfico y por otro, mi casi equidistante simpatía por las cuatro candidaturas que parten el bacalao. Es como si el bipartidismo hubiera hecho mitosis para multiplicarse… Lástima que no pueda votarlos a todos, con lo majos que son.
Pido perdón por algunos juegos de palabras y dobles sentidos excesivamente rebuscados, que quitan espontaneidad a las viñetas pero, ya lo he dicho, no es lo mío, así que no las pienso mandar a “El jueves”.

domingo, 26 de abril de 2015

Venezuela En Estampas De Ayer

¿Por qué está tan presente este gran país latinoamericano en los últimos tiempos en nuestros medios de comunicación? ¿Y por qué impulsa de tal modo a nuestros políticos a la incontinencia verbal? ¿Qué intereses se mueven por aquí para que tengamos tan presente la realidad sociopolítica de allá? The answer my friend is blowing in the wind, que es la manera fina de decir que no hay una pista clara en tan enrevesada baraúnda, otra vocinglera trapatiesta que trae divididos a nuestros representantes públicos.

Se confundirá quien piense que se trata de una cuestión de menosprecio o de racismo, pero vistos desde la óptica corriente en estas latitudes, sus actuales mandamases nos parecen tres puntos por encima de pintorescos y tan solo uno por debajo de grotescos.

Bien es verdad que esta apreciación no es unánime: en la especie de patio de colegio en que se convirtió el Congreso el otro día, los del PP, PSOE, CiU y PNV trataban de sacar adelante una exigencia de liberación de los opositores que en aquel país están encarcelados bajo la severa acusación de golpismo. Ignoro si es razonable que un gobierno encarcele a determinada oposición política, aunque me doy cuenta de que, en determinados regímenes, es muy frecuente ceder a la tentación de orillar interlocutores molestos por este medio (y aun por otros más contundentes).

 
 Lo que llamó de veras mi atención es la catadura y razonamientos de los que se oponían a cursar la moción: el bizarro e impulsivo señor Tardá, en nombre de ERC, espetó a sus adversarios: "Un Gobierno legítimo sólo puede ser sustituido por la voluntad expresada en unas elecciones, y Maduro ganó, aunque a ustedes les joda". Esto me hace temer lo peor, pues el impetuoso separatista podría ganar las elecciones el 27 de septiembre y, tomando ejemplo de sus admirados bolivarianos, podría decretar que sus opositores ingresaran en prisión, cosa que, a tenor de lo que expresa, debe parecerle muy justificable ¡eso sí que les jodería!

A los de Izquierda Plural, les parecía una injerencia intolerable en los asuntos internos de un Estado soberano pedir las excarcelaciones. A su parecer, la injerencia solo debe aplicarse a Estados Unidos (caso Couso) o a Israel (por la causa palestina)… Y es que en los periódicos en que envuelven sus bocadillos, todavía no salen noticias acerca del final de la Guerra Fría. Entrañables.

Pero los más chiripitifláuticos, como de costumbre, fueron los chicos de Amaiur, que dijeron que en España también se encarcela a la gente por sus ideas políticas (Otegi), a lo que cabe señalar que no es así, precisamente, si huyen a Venezuela (donde las dan, las toman).

Para apaciguar los ánimos, según es su costumbre, Salió el señor Maduro, visualicemoslo con su chándal, en su canal televisivo, para señalar que los congresistas españoles harían mejor en dedicarse a pensar en sus mamás, advirtiendo que no les hará ni puto caso porque son unas élites racistas y corruptas, a las que ya corrieron de allí hace doscientos años y, lo acabó de arreglar, hablando de los grupos paramilitares que usaba el señor Felipe González para encargarles el asesinato de sus opositores políticos. Un prodigio de perspicacia el señor Maduro, claro que, con la cantarina ayuda de pajaritos hipertrofiados, ya se puede.

 
El caso es que no era mi intención hoy intoxicar, sino evacuar dos observaciones:

Una, que antes de este terremoto mediático que nos ha sacudido los últimos años, era para mí éste, uno de los más desconocidos países latinoamericanos. Uno tenía noticia de Argentina, Brasil, México, Perú, Chile o Colombia a través de los reflejos de su cine, de su literatura, de sus intelectuales y artistas, de sus avatares políticos, pero confieso que, respecto a Venezuela, estaba más pez que los boquerones. Una vaga idea de un país relativamente rico y con oportunidades de trabajo, donde habían ido a parar algunos de nuestros emigrantes en los tiempos de vacas flacas.

Dos, que en las láminas de vocación panhispánica de mi vieja enciclopedia, salían cuatro páginas de bellas fotos de Venezuela. Las pondré hoy en el blog como desagravio: un país con estampas tan hermosas, no debe dar lugar a un juicio por mi parte, ignorante y a la ligera, basado tan sólo en el pintoresquismo de algunos de sus dirigentes, cuyos improperios y bravatas, amplificados por la caja de resonancia de la prensa, dan una visión empobrecida y burda de una realidad que seguro que es más valiosa y contrastada que esa zafia caricatura que sacamos aquí. Aunque claro, lo de guardar en la hucha a la oposición ya lo hacía en la madre patria, un tiempo atrás, un gallego muy peculiar, no tan chistoso como el señor Maduro, pero peculiar de todas formas. También estoy seguro de que el señor Rajoy considera a Joan Tardá un golpista o poco menos, pero de eso a tenerlo entre rejas…

 

jueves, 23 de abril de 2015

San Jorge: El Dragón Te Perdona

Según cuentan las más acreditadas leyendas justificativas del poder establecido, a cuyo conjunto denominamos Historia, hubo una época remota en la que los poderosos justificaban su preeminencia en la protección que brindaban con generosidad a los más inermes, desfavorecidos o debiluchos; los que antiguamente recibíamos el calificativo de desamparados.

Yo jamás he creído en esas paparruchas ni en muchas otras de los, para mí excesivamente acreditados, estudios históricos. Es más, tiendo a pensar que los poderosos aristócratas de antaño obtenían, al igual que los envidiados plutócratas de hogaño, sus honores y glorias del abuso, del saqueo y de la que los romanos llamaron “suprema ratio”, es decir, la fuerza.

Al igual que antes los señores ejercían la fuerza basada en sus entrenados brazos y en sus aguerridas mesnadas, en nuestros días, los nuevos señores ejercen la fuerza del número, la de las masas cuyas necesidades y aspiraciones controlan, adulteran y dirigen. Éste mismo es un texto manipulado por sus aviesos propósitos: es saludable permitir que unos cuantos idiotas accedamos a una ilusión de lucidez (perfectamente controlada) que es tan minoritaria como inofensiva. Aunque, eso sí, te lo pasas bien.

 
Esto viene a cuento, o mejor a leyenda, de la figura de san Jorge, santo patrón de Aragón, de Inglaterra, de Georgia, de Bulgaria, de Etiopía y de unos cuantos lugarejos más, encomendados a la protección de tan bienaventurado y poderoso varón. En Aragón es día festivo a todos los efectos, así que aquí lo estamos disfrutando, con sol y el viento de costumbre en esta época.

Como me preocupa la eventualidad de que los nacionalistas aragoneses adquieran la resonancia y primacía sofocantes de sus homólogos catalanes y, al ser pillado sin tener ni pajolera idea de quien era ésta sagrada momia, me tenga que exiliar al desierto australiano, me documentaré un poco, pues no es un riesgo baladí el que corro: los candidatos a ser elegidos fuerzas vivas de esta agonizante comunidad, he notado que fuerzan “una miajica” el perfil autóctono, tan rentable en las urnas inminentes y, cuando los entrevistan en la radio, hablan todos que parecen el mismísimo Paco Martínez Soria.

Al parecer, San Jorge/Sant Jordi/Saint George/San Xurde/Al-Khader fue un soldado romano originario de Capadocia, que se convirtió al cristianismo y recibió martirio el 23 de abril del año 303, poco o nada más se sabe de manera contrastada del sujeto, cuya enorme popularidad se debe a una leyenda que, en cada sitio, cuentan de manera diferente: un dragón atemorizaba a un reino, o tenía secuestrada a una doncella, o exigía con draconiana avidez riquezas y tributos… El personal andaba pues bastante molesto con este precursor del señor Montoro y es entonces cuando aparece a caballo el santo, con armadura, imaginamos que desciende de entre los bienaventurados así pertrechado, y le arrea una somanta al dragón. Los lugareños, agradecidos, le colman de honores, prebendas y su fervor es tan duradero que llega a nuestros días, solapándose con la fiesta del libro o, incluso, eclipsándola.

 
La versión más curiosa de esta leyenda, la recuerdo de un libro de lengua de 3º de EGB: una doncella encuentra en sus aposentos una lagartija de buen tamaño. Sus gritos alertan al señor de la casa, que acude y, con un cuchillo, la corta en dos. Luego la muestra muy ufano a su criado y éste, en la taberna, al contar el incidente, engrosa la lagartija, convirtiéndola en un enorme lagarto.

Más tarde, el tabernero cuenta el suceso a unos arrieros y otros parroquianos y al lagarto, le crecen los colmillos, le sale cresta y alcanza el tamaño de un gorrino bien cebado. Finalmente, los arrieros, en su camino, relatan a otros viajeros el acontecimiento, de modo tal que la talla del lagarto pasa de cerdo a vaca y de ésta a elefante o a bestia gigantesca que eructa fuego…

 
En Cataluña, la festividad, laborable a todos los efectos y celebrada desde el siglo XV, es una especie del día de los enamorados autóctono: el mozo regala a la moza una rosa y una espiga y la moza regala al mozo, un libro. Como soy un poco tocapelotas, mientras estuve allí me pareció una celebración un tanto sexista: a mi modo de ver simboliza o legitima la superioridad intelectual del varón, más dado a la lectura que a la decoración o a la perfumería. No obstante, tiendo a no fiarme de mis apreciaciones, que expongo por pura vileza.

Como esta otra de la corrección política de la leyenda: cuando yo era niño, San Jorge alanceaba al dragón desde su corcel y lo dejaba tendido boca arriba, exánime y con las entrañas humeantes colgando, faltaría más. Después, se limitaba a darle una manta de hostias, lo abandonaba malherido o lo ponía en fuga… Actualmente, bajo el signo de la relamición, el santo persuade al dragón de que su conducta es disruptiva, insolidaria y molesta. Y también de que las doncellas no deben ser sometidas a sevicia o vejación alguna, de no mediar el consentimiento explícito de éstas. Convencido el dragón de lo inadecuado de su conducta, se presenta voluntario a 300 horas de trabajos comunitarios. De no ser así, imaginemos que se entera Greenpeace de que un santo patrón anda molestando, con su lanza herrumbrosa, a un animalito de una especie en peligro de extinción… Lo hacen ir en el Rainbow Warrior III, de vuelta a Capadocia, ¡remando! 
 

martes, 21 de abril de 2015

Matemáticas Y Diversión 15. Los Relajantes Polígonos Regulares

Para todos aquellos que se han visto desposeídos de su vieja calculadora Casio por su hijo que va a 2º de ESO, daré la solución a los números vampiros que propuse en la entrada del 31 de enero pasado. Los números vampiros de cuatro cifras que faltaban son:
  80 x 86 = 6880,   21 x 87 = 1827,  21 X 60 = 1260  y  35 x 41 = 1435.
El que encuentre uno de los 155 números vampiros de 6 cifras tiene más suerte, paciencia o sabiduría que yo. Y es merecedor de mi más sincero respeto.

Pero hoy trataré de relajar a la concurrencia con el último descubrimiento de los sabios congresistas de la buena vida, o del bienestar, que se reúnen uno de estos días en el sur de España. Uno de los ponentes, me pareció entender, dijo que, entre las tareas más apropiadas para hacer felices a hombres y mujeres de cualquier edad, está la de pintarrajear, con sus propias manos, es decir, de manera analógica, no vale con el ordenador, disponiendo los más variados coloringos por la superficie elegida, sea ésta el tradicional papel o el moderno vagón de un convoy de mercancías.

Y en lo que al pintarrajeo se refiere, una de las propuestas más sencillas y decorativas es la de trazar un polígono regular, inscribirle todas sus diagonales y entretenernos en combinar colores a nuestro gusto en las zonas que se nos determinan. Este relajante encargo solía yo llevarlo a término con alumnado de primero o segundo de Secundaria: el más popular era el octógono, fácil de trazar y resultón. Con polígonos de 4, 5 6 ó 7 lados, los resultados eran más sosos (menor número de zonas para combinar colores). Con polígonos de 9, 10, 11 y 12 lados, la cosa se complicaba en exceso, como se verá. Un fracasillo fue el dodecágono regular, fácil de trazar: a partir de un hexágono que todo el mundo sabe hacer con el compás, pues el lado equivale al radio del círculo que lo contiene y basta con llevar seis veces consecutivas la medida al borde; una vez tenemos el hexágono basta con hacer las mediatrices de sus lados y ya está, seis se convierte en doce.

 
De cada vértice del dodecágono, salen 12 – 3 = 9 diagonales. Como hay 12 vértices, serán 9 x 12 = 108 diagonales. Pero como cada una pertenece a dos vértices, 108 : 2 = 54 diagonales.

 
Como los muchachos han sustituido el Rotring por un rotulador negro y el compás por un artefacto que adquieren en un bazar chino, este fue uno de los mejores resultados: impintable ¿no?

 
A día de hoy, cualquier manco, con un programa de diseño vectorial, te lo hace perfecto, tal que así:

 
Aunque habíamos quedado en que esto no valía ¿o sí? La combinación de informática y bazares chinos ha ocasionado un destrozo en la habilidad manual de las jóvenes víctimas de la ESO. Yo apuesto doble contra sencillo a que, ni uno de cada diez, sabe el procedimiento para trazar un PENTÁGONO REGULAR o un HEPTÁGONO REGULAR y, para la próxima entrada, te reto a que lo recuerdes (y te recuerdo que Gandhi hablaba de las necesidad y las bondades de hilar o tejer todos los días un rato A MANO).

Pero volvamos al octógono: ¿cómo proceder para dibujarlo? Sencillísimo.

Se traza una circunferencia y, con la escuadra mismo, dos diámetros perpendiculares. Las bisectrices de estos diámetros, llevadas hasta la circunferencia nos dan, junto con ellos, las cuatro diagonales mayores.

 
Se traza el octógono uniendo los extremos de estas cuatro diagonales y ya se pueden trazar el resto. ¿Cuántas? 8 – 3 = 5 desde cada vértice. 5 X 8 = 40 en total. 40 : 2 = 20 descontando las repeticiones. Es importante saber cuántas, si no el alumnaje se lía.

 
Ya lo tenemos, hala ¡a pintar y a disfrutar! Este podría ser un resultado aceptable. El alumnado del Barça lo pintará de azul, granate y amarillo. El del Madrid combinará blanco, morado y, ocasionalmente, azul o negro. Cuatro colores deberían bastar para cualquier polígono, o eso dicen.

 
Para acabar una tabla de polígonos (no necesariamente regulares) y su número de diagonales:

Número de lados
Número de diagonales
3
0
4
2
5
5
6
9
7
14
8
20
9
27
10
35
11
44
12
54
13
65
14
77

Una vez observada la progresión de la columna de la derecha, podrías llegar fácilmente hasta el polígono de 93 lados. Dibujarlo sería otra cosa.
 

viernes, 17 de abril de 2015

Radio Futura - La Ley Del Desierto / La Ley Del Mar

Me paseo a menudo por páginas de internet dedicadas a usuarios deseosos de comentar las grabaciones de música moderna (o que lo ha sido) desde los años cincuenta hasta nuestros días. Entre las que más tiempo de navegación me usurpan, destacaré “Rate Your Music” o “Allmusic” que, francamente, están muy bien (No como Rolling Stone, que está más obsoleta que la bisabuela de Freddie Mercury). En la primera de ellas, me llama la atención que cualquier paisano se pone a hacer listas de sus preferencias y se queda tan ancho: “Los 100 mejores discos del año 1976” y pone los que le salen de los cojones, “Las 200 mejores canciones sobre la hernia discal”, “Mis cantantes predilectos de rancheras y corridos”, lista encabezada por Rocío Durcal, o “Ranking de los álbumes de Camela, del mejor al peor”… A veces me han dado tentaciones de marcarme una lista (estoy registrado como usuario), por ejemplo, “Los cien peores arreglistas del pop español”, pero no me he animado.

No obstante, esto me ha dejado latiendo la pregunta “¿cuál consideras tú que ha sido el mejor disco de la música ligera en este país?” La cuestión es un tanto baladí, porque tiene una respuesta diferente acorde con el año de nacimiento: la música que te conmueve es una cuestión generacional, con fecha de caducidad y no llegaríamos a un acuerdo ni siquiera entre los aficionados más melómanos del patio. Sin embargo hoy me apetece hacer un esfuerzo: puedo eliminar todos los álbumes publicados antes de 1980, por el sencillo motivo de que los artistas no tenían la suficiente autonomía para imponer una línea creativa, al margen de compañías discográficas cuyo provincianismo, casposidad y atención exclusiva a lo que tuviera el más inmediato y obvio tirón comercial, eran absolutos. Mentaré por ejemplo algunos notables álbumes de Serrat, cuyos arreglos atroces, que habían evolucionado apenas desde los tiempos de Machín, enrancian unas canciones de altísimo nivel. A partir de los noventa, se produce una separación entre el mainstream, la corriente más popular, qué sé yo, Sabina, Bosé, Luz Casal, Rosario Flores o Celtas Cortos, artistas todos ellos cuya labor no me ofrece, personalmente, el menor interés, y la corriente minoritaria, el indie y los grupos, músicos y cantantes poco conocidos, cuya influencia, a despecho de propuestas de gran calidad, ha sido escasa.


O sea que, como en el libro “Yo fui a EGB”, nos centramos en los ochenta, la nueva ola, la movida y todo aquel pescado… Y aquí es donde quería llegar, al disco de este cuarteto formado por los talentosos hermanos Auserón, con Enrique Sierra y su abrasiva guitarra y Solrac en la batería. Cantante, bajo, guitarra y batería, un clásico del rock que, en este momento (estamos en 1984) y en este país (estamos en la España Cañí) suena muy, pero que muy innovador. Doce canciones, seis en cada cara, no sobra ni falta ninguna: algunas tendrán más éxito (“Escuela de calor”, “Semilla negra”), otras serán menos conocidas (entre éstas, están mis cuatro favoritas: “Historia de play-back”, “Hadaly”, “Tormenta de arena” y “En Portugal”)… ¿Sabes por qué te gusta tanto este disco, so melón? – Me pregunto – pues porque era lo más cuando eras joven, no te giba. Un error: ya no era tan joven, pasaba de los 30. Cuando yo era joven, lo más eran los Brincos (que también me gustan, qué le vamos a hacer).


Bueno pero, ¿qué tiene este disco que no tengan muchos otros antes o después? Varias cosas, que intentaré detallar:

Una importante solidez conceptual, ningún tema flojea o baja el listón, o cambia de registro alterando la unidad de la obra en su conjunto. Las letras, muy interesantes, se salen de las historias trilladas y, casi por primera vez, el español suena natural y encajado en estos ritmos rockeros y espasmódicos. Se nota que Auserón es un buen cantante y un bicho de una talla intelectual notable: muchas canciones siguen conservando un planteamiento que, aun hoy, resulta misterioso, original o inquietante.


En segundo lugar, el caldo donde se cultiva: por primera vez da la impresión de que ingresamos en la normalidad internacional; se acabó la transición, ya estamos concienciados, los cantautores pueden pasar a mejor vida. Ya da la impresión de que vivimos en el mundo moderno. No más “¿dónde estará mi carro?”


Por último, la producción es una ventaja neta: los han echado o se han ido de su sello discográfico y tienen poca pasta, de modo que se autoproducen y autoarreglan las grabaciones. Esto que ha sido señalado reiteradamente como un empobrecimiento del disco (por ellos mismos, incluso, que han remezclado y regrabado muchas veces algunos de estos temas), a mi juicio no debilita la música, sino que es para mí su mayor gracia: es tan esquemático que ningún detalle superfluo resta energía a las canciones que, de este modo, suenan como una lijadora. No les volvería a pasar. Sus discos posteriores, con mayores medios de producción y ya eclosionando el invento del “rock latino”, tienen cosas muy interesantes, pero no la magia de éste. Por cierto, se oyó hasta la extenuación, por una vez y sin que sirviera de precedente en este país, el éxito premió el talento. Qué tiempos.

Como el vinilo se me quebró por el desgaste, tengo una copia que venía en una colección, o con un periódico, no me acuerdo, es la que aquí comparto: de uso obligatorio para melómanos y nostálgicos en la cuarentena o en la cincuentena y muy recomendable para el público en general.


martes, 14 de abril de 2015

14 De Abril, Día De La República

El caso es que casi se me pasa por alto. Hoy hace 84 años que fue proclamada en Madrid y otras ciudades españolas la segunda República. Me lo ha recordado mi amigo el Resentido que, como es un tanto contradictorio, unos días dice que piensa votar a los de Podemos, porque confía en que le darán el pasaporte a su denostado borbón y otros, en cambio, clama por la resurrección de Franco, para que ponga un poco de orden en el desnortado patio de las baronías territoriales, delincuenciales y corrupturistas. España y yo somos así, señora.
 
Había pensado en no atreverme a frivolizar con un tema en el que la memoria histórica adolece de amnesia parcial. Cuando toco un tema sensible de índole política (zas, la palabrota que empieza por “p”), mis amigos, que dicen no leerme, ponderan unánimes lo reaccionario de mis textos: Sigerico, Amalarico, Gesalerico y un servidor, encabezamos la lista de los ultramontanos más carcas y me entra complejo de estar disecado. Y es que no soy republicano, mi familia paterna lo fue y pagó con un duro exilio su desafección por el bando victorioso. A los numerosos republicanos de nuevo cuño, que me bombardean con sus razones de que una monarquía es un anacronismo, de que no tragan que el jefe del Estado sea un fulano no electo y de que la dinastía borbónica posee una amplia hoja de servicios  constelada de regias cagadas en su nada inmaculada trayectoria (recordemos a Fernando VII, con su “marchemos todos y yo el primero, por la senda constitucional”, no es de extrañar que el presidente Mas porfíe en apartarse de la citada senda).
 
 
No obstante, a estos neorrepublicanos, les suelo recordar con malicia que algunos de los países que miramos con más envidia, Holanda, Reino Unido (éste no podría ser una república, sería una contradicción en los términos), Bélgica, Dinamarca o Suecia, son monarquías parlamentarias, mientras que todos los países que miramos con más horror son, sin excepción, repúblicas. Por otra parte, nadie se entrega a aclararme qué tipo de república abrazaremos cuando Podamos: presidencialista, parlamentaria o bananera son los tres estándares más divulgados. Una república presidencialista, al estilo de los USA, parece ser lo que peor nos cuadra: imagino a mis amigos de izquierdas, verdosos por la repugnancia que les produciría, por ejemplo, el señor Aznar como presidente de la República: me entra flato de la risa. De este otro modo, al menos les queda el consuelo de que al borbón no lo han elegido.

 
 A los antiguos republicanos, no les hare blanco de mis malévolas tiñosidades: aquellos que viven, frisan los noventa años de supervivencia y no sería justo que los metiera en el saco con la nueva hornada: éstos que, sin haber pasado por una existencia tan difícil como sus mayores, se creen mejores que ellos y piensan que darían con la solución que los otros no hallaron, la de integrar un país seriamente dividido, con mucha desigualdad social, privilegios frente a marginación, exclusión, ignorancia o pobreza… Y atraso, mucho atraso: ese era el terreno en el que les tocó pelear (y perder) a nuestros mayores. Puede que sea verdad que la historia no les ha hecho justicia. Entre otras cosas, con sus herederos. (Bueno. Está por ver.)

 
Para no despedirme en plan melancólico, recordaré un libro que leí hace muchos años (en aquella hoy superable transición democrática),se titulaba “El desfile de la Victoria” de Fernando Díaz-Plaja, una obra de ficción, una novela en la que el busilis del asunto era el hecho de que los republicanos habían sido el bando vencedor en la guerra civil. De forma intermitente, se pone de moda este tipo de historia-ficción y, en concreto, aquí se abordaba el tema de los opositores a una victoriosa república democrática, que eran unos aristocráticos y decadentes señoritos falangistas los cuales preparaban, cómo no, un atentado… Si algún día estoy de humor (y está el horno para bollos), publicaré mi propia versión, en clave jocosa y retrofuturista, de lo que hubiera sido un triunfo de las armas republicanas (miedo me doy). A mandar.


viernes, 10 de abril de 2015

Incidente En El Metro De La Línea Amarilla (2ª Parte)

Bueno, como dice un viejo proverbio apache, “lo prometido es deuda”, así que ahí va la segunda (y última) parte del verídico y ejemplar relato de lo que aconteció a unos intrépidos viajeros en el metro de Barcelona.

Alto ahí, amigo. Si no leíste ayer el comienzo de la historia, te remito a la entrada anterior. De no comenzar por ella, ni habrás cogido cariño a los personajes, ni entenderás el desenlace de su aventura. Estás avisado. De paso, adjunto el retrato de la principal protagonista, doña Renun, que hubiera deseado ser entrevistada por Tele 5, si en aquella época hubiera habido cadenas privadas.

Incidente En El Metro De La Línea Amarilla (2ª Parte)

Entre treinta y cuarenta personas en la escalera mecánica detenida e inutilizada, armonizaron un coro de quejas e improperios, a los que se sumaron los de otras tantas que esperaban al pie su oportunidad de remontarse mecánicamente hasta el cielo abierto. Por lo visto, la solución del contratiempo se demoraba. Al parecer no habían localizado el bar en el que solía hallarse diseñando sus estrategias operativas el personal de averías. Algún señalado cuadro de la compañía, se rumoreaba que nada menos que el cuñado del Jefe de Estación, habíase acercado a tranquilizar a los inmovilizados e inanes viajeros, consiguiendo el éxito alucinante de poner histérico a todo el mundo con sus cuatro primeras palabras. La gente comenzó a chillar de miedo, a exigir la devolución del importe del abono y la inmediata puesta en marcha de aquello: un señor que aseguraba ser primo segundo del subgobernador civil de Badajoz, no se cansaba de repetir que movilizaría toda su influencia política – que era mucha – para que rodaran cabezas. En los escalones más bajos habían comenzado ya algunas marrullerías y peleas.

 
Doña Renun estuvo un ratito chillando, como una soprano enloquecida en un aria que recordaba vagamente a una de Parsifal, aunque con la letra cambiada de este tenor: “quiero sentarme / quiero irme de aquí / aquí nos vamos a morir de sed y de hambre / yo tengo hambre”. Luego fue víctima de la ilusión de que el bolso era la caja de mantecados que la aguardaba en casa; tan intensa y real fue la ilusión, que abrió el bolso y se comió el monedero. Iba a continuación a devorar una barra de labios, cuando el trajeado marusa interbancario, que abrillantaba con su mano trémula la calva del viejecillo desdentado y tuforoso, le alcanzó, movido de misericordia, un chicle de uva casi sin mordisquear. La Renun, que lo admiraba ya poco a menos que a Clark Gable en “Los últimos de Filipinas”, eructó emocionada y se tragó el chicle en un abrir y cerrar de ojos, entre gruñidos y espasmos de agradecimiento delirante y convulso.

Cuando llevaban algo más de dos horas inmóviles en los peldaños de la escalera ex-mecánica, un somnoliento sopor de tintes caliginosos se adueñó de los hasta entonces inquietos y bulliciosos ex-viajeros. El viejecillo y el hombre de los talonarios que, desde hacía rato, ya se llamaban por su nombre de pila y hacían fervorosas manitas, comentaron preocupados que si el sueño vencía a doña Renun y ésta se desplomaba sobre ellos, su incipiente idilio se vería abocado a un trágico final. Consideraron la conveniencia de llamar a los bomberos a fin de que pudieran apuntalarla, de este modo se sentirían más seguros y la espera perdería zozobra. El recurso de llamar a los bomberos ya se había planteado en los momentos de histeria, cuando un jovenzuelo incineró el frufrú de una prostituta jubilada con la colilla de su porro. Un empleado del metro había asegurado entonces que era imposible que los bomberos acudieran, pues no se podía bajar con el camión al vestíbulo de la estación. Así toda eventualidad de salvamento merced a la acción de los bomberos quedaba descartada, aunque no hubieran estado en huelga.

 
Algunos jóvenes pasotas no cesaban de gritar: “¡Marcha! ¡Marcha!” Pero la gente los acosaba con su indiferencia, hasta que alguien insinuó que, de propagarse la subversión, era muy posible que hiciera acto de presencia la Policía Nacional, e intentara con sus molestas pelotitas de goma disolver el grupo de atrapados usuarios del transporte público, con lo que la cosa podía degenerar en mortalera. Como aquello, en sentido estricto, no era un disturbio, se resolvió hacer callar a los inmoderados drogadictos: “tengamos la fiesta en paz, ¡tengamos la fiesta en paz!” farfullaba una y otra vez el pariente del Subgobernador, hasta que aquellos imberbes degenerados optaron por callarse y se dedicaron a plantar marihuana en unas bolsas de deporte.

Abrazados en un mismo peldaño, el Rey de la Letra de Cambio y el vetusto héroe carlista, se arrullaban dulcemente, en tanto que doña Renun ponía música de fondo, contándoles a ambos con un murmullo cantarino su asombroso historial clínico:

 - Entonces, el doctor Tuga pensó si pudiera ser que tuviera un pólipo en el recto y me preguntó si alguna vez mi marido y yo… Bueno, si lo hacíamos por ahí, imagínense qué indecencia, me hizo pasar una vergüenza… Yo, naturalmente, le dije que éramos una familia decente y cristiana y que ni se nos había pasado por la cabeza semejante guarrada, que esas asquerosidades son cosa de franceses y que nosotros, no. Así que me mandó unos análisis, unas pruebas y unas radiografías y cuando vio los resultados me dice muy serio: esto tiene toda la pinta de ser un tumor, hay que operar enseguida, con un poco de suerte, le sacamos el intestino grueso, el duodeno y el bazo y no se le vuelve a reproducir. Como a mí estas cosas de las operaciones me dan mucho miedo, pues me cambié de médico y me fui a uno particular que nada más que con unos supositorios…

De modo tan brusco como inesperado, la escalera mecánica tronó, chirrió, tableteó y con un movimiento lento pero enérgico, reanudó su anheladísimo ascenso, justo un instante antes de que un fraile mendicante enajenado por el insufrible tostón, intentara enrollar su rosario en torno al gañote de doña Renun, la cual ignoró toda su vida que había salvado su cuello tan sólo por tres décimas de segundo.

 
 - ¡La han arreglado! ¡La han arreglado! – Chilló doña Renun alborozada de alegría y ajena al peligro que había corrido. Su entusiasmo vacuno y exuberante prendió en el resto de los viajeros, como hubiera prendido en paja seca. Nadie supo cuándo ni de dónde salieron unas botellas de champán. El estampido de los corchos y el subsiguiente remojón despabilaron hasta a los más somnolientos. Entre libaciones y efusiones de contento llegaron todos arriba a tiempo de disfrutar de un dorado atardecer otoñal. Lágrimas de alegría y emocionadas despedidas. Se acordó constituir una comisión para ir a felicitar al servicio técnico de la compañía por la pronta y feliz reparación de la escalera mecánica.

El anciano cagamanturrio y el impecable administrativo, cuyos nombres no revelaremos, pues ellos mismos nos rogaron discreción, salieron del trance fortalecidos por un amor eterno. Doña Renun, que no había logrado hasta entonces largar la historia completa y verídica de sus asombrosas almorranas, quedó unida a ellos por una gratitud y afecto sin límites y se ofreció a hacer de madrina en la boda. Pese a que en aquella transitoria época, el matrimonio estaba sujeto a la paridad de sexos, el amor de estos dos varones, les hizo derribar algunas barreras y obtuvieron dispensa papal.

Aun ahora –han pasado algunos años – se reúnen de cuando en cuando a rememorar el accidentado viaje en la escalera mecánica, el arrojo del viejecito, quien por cierto lleva una dentadura postiza nueva, regalada por su joven amante, las horas de zozobra y fatiga y el venturoso final. Doña Renun les sirve mantecados y les informa de que no se trataba de almorranas, sino de un vigoroso y saludable pólipo que un buen día decidió instalarse en su recto, exactamente como había supuesto el doctor Tuga.

Por Navidad, suelen mandarse felicitaciones y participaciones de lotería. El año pasado, les tocó la pedrea.
FIN
 
Doña Renun, a portrait by Himphame
 

jueves, 9 de abril de 2015

Incidente En El Metro De La Línea Amarilla (1ª Parte)

En el otoño de 1979, minuto arriba o minuto abajo, me sucedieron un par de cosas que se reflejan en el relato que viene a continuación: una es que leí “La autopista del sur” de Julio Cortázar y me gustó tanto que decidí plagiarlo; otra es que llegué para instalarme en Barcelona y quedé impresionado por los vastos espacios y el gentío del metro.

Este cuento, de intención feísta, inmisericorde y un tanto subnormal, lo escribí entonces, lo encontré la semana pasada y lo publicaré entre hoy y mañana, en dos partes, con la esperanza de que se haga más llevadero. Como me han regalado una caja de “Plastidecor”, añado el retrato de uno de los protagonistas, personaje con el que espero que nadie se identifique: el viejecillo incontinente. Mañana añadiré a la galería el bello rostro de doña Renun. Al ejecutivo no lo pintaré porque, al estar basado en un personaje real, podría molestarse.

Sin más disquisiciones, doy comienzo al cuento:


Incidente En El Metro De La Línea Amarilla (1ª Parte)

La señora Renunciación comprimió, nerviosa y mustia, el rulo de papel que su paciencia ardiente había elaborado con una farragosa enjundia adulterina en cuadros de fotonovela. De buena gana hubiera descargado un iracundo capirotazo en el greñudo coco de un pelagatos que, no sólo había obstruido con sus glúteos el acceso a un asiento libre que, por edad y derecho, le estaba destinado, sino que para colmo se interponía ahora entre su persona y las puertas correderas, cuyo abrir y cerrar era, a duras penas, el tiempo por ella requerido para ubicar sus catorce arrobas de sebo en el exterior del convoy. Lo logró, si bien hubo de renunciar a la elegancia que da la locomoción bípeda y arrojarse en plancha al andén, a la sazón muy transitado.

Tras recuperar compostura y pertenencias, emitiendo unos gruñidos que los malparados circundantes no sabían etiquetar, acaso excusas o simple borbolleo de tráquea, se encaminó a la escalera mecánica observando, en el límite entre bizqueo y reojo, ora a un vejete cerúleo y esputoso, ora a un ejecutivo impoluto que olía a tarjeta de crédito.

La masa humana se iba compactando ante la proximidad de la renqueante escalera mecánica. Bamboleando los pies con lentitud, una procesión expectante aguardaba el ascenso, ensayando rictus de indolencia o fastidio, para llegar al hogar interpretando con desenvoltura el humor correspondiente a la jornada.

 
La señora Renunciación oteó los aledaños desde su infatigable corpulencia, por ver si identificaba un rostro conocido, a cuatro dedos del cual escupiría, con voz viperogangosa, los pormenores de su visita al especialista de las hemorroides, encuadrados en un amplio esquema de vivencias infectas que enardecían su morbo fofolibidinoso y vulgar.

Ocultaría, tal vez, el detalle escabroso de la sustracción de la fotonovela, perpetrada aquella misma mañana en la antesala del eminente proctólogo. Y no es que la señora Renunciación fuera de natural chorizo, ni tuviera una exagerada tendencia a enamorarse de lo ajeno; en esencia, la había tomado del revistero con ánimo de amortajar la espera, y había sido requerida cuando sus ojos bovinos devoraban los fotogramas más ensoñadores e intrigantes, de modo que resolvió deslizar las amables secuencias en su bolso, para tener ocasión de mamárselas en la intimidad del vagón de metro.

Entre el corcovadísimo vejete, el ejecutivo replanchado y doscientas doce personas más, no vio la señora Renunciación a una sola de sus vecinas a quien poder hacer sabedora de las últimas vicisitudes de sus purulentas almorranas. Desconsolada por tan amargo trance, aprestose a aferrar el pasamanos de la escalera mecánica, con el repentino apremio dado por el recuerdo de que su vuelta a casa se vería gratificada por la presencia sensual de una caja de mantecados, comprada el día anterior en un colmado, que le aguardaba, apetecible y prometedora, en el íntimo cajón de la cómoda del dormitorio, debajo de las fajas.

 
Comenzó a ganar altura, integrada en un racimo de género humano recocido e impaciente. Ante y sobre ella, dos señores que, fingiendo distinción, obtenían un grotesco envaramiento, ojeaban las letras gordas de sendas Vanguardias. Al lado de la señá Renun nadie había osado instalarse, pues la estrechez de espacio le hubiera evidenciado como sobón de aglomeración urbana. Tras ella, el ejecutivo gomoso lanzaba miradas de olímpica inexpresividad sobre su arcaico compañero de escalera, el escuálido vejete, mientras pensaba en su Alfa Romeo que se eternizaba en el taller, obligándole de este modo a viajar con la chusma.

Apenas el culo de la señora Renunciación hubo adquirido un predicamento a los ojos del vejete, fijando la atención de éste en el suntuoso trasero de la fondona, detúvose con un brusco trastabilleo el ascenso de la escalera mecánica, enterrando por mor de la inercia, las fauces del encandilado matusalén en los glúteos acolchados de la menopáusica.

El nonagenario adefesio prorrumpió en babeantes excusas, mientras la agredida se atusaba la monumental falda con aspavientos de dignidad.

Uno de los vanguardistas de delante frunció el ceño, al tiempo que levantaba la vista de un gol de Asensi:

 - ¿Qué pasa ahora? ¿Por qué se para esto?

El otro imbécil no se dignó en salir de detrás de un golpe de Estado en Senegal para gruñir de impaciencia. Doña Renun gorjeó:

 - ¡Algún gamberro! ¡Algún gamberro que ha echado mano del freno de emergencia! ¡Despellejarlos a todos es lo que tenían que hacer! – Sin duda se acordaba del jovenzuelo que había atentado contra sus varices, condenándola a sostener con sus ebúrneos pilares la enorme marmita de grasa de su cuerpo en la plataforma del vagón.

 - ¡Coñ, es que son ganas de empreñar! – Dijo el vejete tratando de parecer salomónico y juicioso, - ¿Qué farem ara?

 - ¡Oh! – Exclamó a su lado míster Fiducias – seguramente el Servicio Técnico de la Empresa será en breve apercibido de la contingencia. No creo que nos veamos obligados a permanecer largamente en este estancamiento tan enojoso como improductivo.

A los ojos de la adiposa comadre, este párrafo había convertido al figurín con portafolios en el líder indiscutible de la situación:

 - ¿Verdá usté que no nos tendrán mucho rato así? Y claro, ¿qué vamos a hacer de mientras? Lo que es a mí me van a cerrar la tocinería…

 - Es inconcebible, es… INCONCEBIBLE que estas cosas ocurran, ¡voy a escribir una carta a los periódicos! – Sentenció ante doña Renun el lector que tenía menos cara de oligofrénico, eludiendo el hecho de que su redacción era pésima y plagada de faltas de ortografía.

Terció el otro:

 - Los periódicos están en manos de cuatro sinvergüenzas. Como diga usted la verdad, no le publicarán nada que pueda comprometerles. No pierda el tiempo: en éste cotarro, mandan cuatro sinvergüenzas y solo leemos lo que les conviene.

 
Pero doña Renun no les prestaba la menor atención. Miraba inquisitiva al ejecutivo y tenía ganas de hacer pucheros:

 - Pero yo no puedo quedarme aquí toda la mañana, me van a cerrar la tocinería, mi marido, todo el santo día corriendo, estoy reventada mire, si por lo menos me pudiera sentar, ¡Ay, Dios mío!

 - Tranquilícese señora, no pierda los nervios; tenga usted la certeza de que la Compañía ha elaborado ya un esquema de actuación encaminado a reintegrarnos de inmediato a nuestras cotidianas labores productivas. Aplaque, pues, su impaciencia que a nada eficaz ni positivo puede conducirle.

 - Ay sí, ay sí, más de diez minutos verdá que esto no puede pararse, si por lo menos lo arreglaran pronto, pero es que a mí, como me hagan estar de pie, se me hinchan las varices, y luego está lo de las almorranas ¿sabe usté? Que no le dejan parar a una, no se crea usté que yo me puedo sentar en cualquier parte, pero ahora sí que me sentaría, sí, que estoy rendida.

El encarpetado administrativo con ínfulas gerenciales calculó, a ojo, el espacio que sería necesario habilitar para permitir la maniobra de almorranaje sobre la atestada y detenida escalera mecánica, pero así que se percató de que serían imprescindibles no menos de cuatro peldaños para desparramar aquel culo elefantiásico, archivó la idea como inservible. El patriarca de su izquierda, con la molesta sensación de haber perdido protagonismo, propuso, nunca sabremos si en un arranque de gallardía o de furor suicida, hacer algo que a él le pareció práctico para salir de allí:

 - ¿Que no podríamos saltar el pasamanos y salir al otro costado? No n’hi ha molta d’alsada, ¿Que us fa pó?

La arrogancia del senecto hizo mella en el egregio chupatintas, que envolvía en papel de facturas y balances un tierno y sensible corazón, ligeramente escorado, eso sí, al Cupido sarasa. Serio, no obstante.

 - No, avi, no es cuestión de miedo. La idea es poco practicable mirada con objetividad: se trata de un trance harto dificultoso para la señora, cuya situación, no lo olvidemos, es la más precaria. Por otra parte usted, mi querido amigo, aunque no dudo de que está en condiciones de coronar con éxito tan arriesgada empresa podría, por otra parte, lastimarse de modo irreparable si tenemos en cuenta su edad…

 - ¿Lastimarme? ¿Qué diú, lastimarme yo? ¡Oyve, noi, si estuviera aquí el general Zumalacárregui, qué lástima que no, ¡aquet señó pudría dirle qui soc yo! ¿Lastimarme diu? ¡Me hubiera visto trotar con el general Sumalacárregui, quins temps! Ara veurá…

No tuvo tiempo el sedoso ejecutivo para obstaculizar la acción del arrugado atleta: con una agilidad del todo impropia de su edad, se desmorró contra la barandilla, logrando no obstante pasar al otro lado casi la mitad de la dentadura postiza, solo que muy desmenuzada. Un fétido olor fulminó a los circunstantes, señal inequívoca de que, con el esfuerzo, al anciano se le había desprendido algo más que la dentadura.

 - Así que llega el verano, estos metros se ponen irrespirables, hay gente que no se debe cambiar de muda ni aunque la maten. Yo, a mi marido, cada semana lo cambio de calcetines, de calzoncillos y de camiseta, en fin, todo, y es que no se puede andar por ahí oliendo a carnuz – terció la foca, con el caritativo ánimo de disimular el diarreico desliz de su compañero de viaje.

El ejecutivo solícito y ya totalmente cautivado por el heroico y desdichado gesto del longevo, sintiose invadido de agradecimiento ante la observación de doña Renun que, pese a que estaban en octubre, podía colaborar bastante a paliar el bochorno del anciano, el cual desmintió:

 - No, si es que m’hi cagat…

 
Y añadió, sin embarazo aparente, que se dirigía a comprar pañales cuando la avería de la escalera mecánica le había pillado con los bajos desprotegidos, frente a una eventualidad que le asaltaba cada vez con más frecuencia, para enojo de su nuera.

Uno de los lectores de prensa resumió la situación a voz en cuello:

 - Hostia, ¡a ver si se pone en marcha esto de una puta vez!

(Continuará)