martes, 29 de abril de 2014

Mascotas De Combate

“Eso está más pasao que los Pokémon” oí decir hace casi veinte años a un muchacho de secundaria, refiriéndose a una cuestión de moda. Pero se equivocaba. La pervivencia de la (para mí) insustancial saga ha sido inusitada: un desafío más a mi obtuso entendimiento. Se siguen editando, sin descanso, novedades en el fértil terreno de los juegos para videoconsolas y mi asombro, que mis hijos atribuyen a una indestructible cazurrería, no deja de crecer ante tamaña proliferación. Aún recuerdo cuando fui, hace mucho tiempo, a ver con uno de ellos que estaba en segundo de primaria, la inenarrable “Pokémon Mewtwo: El Regreso”, a mí casi se me salta un ojo, pero él ni parpadeó. A mí me pareció una paparrucha incomprensible, a él la octava maravilla del séptimo arte. La brecha generacional quedó de manifiesto en un instante. Salimos del cine, él convencido de que, de mayor, iba a ser entrenador Pokémon, decisión que no abandonó hasta cumplidos los dieciséis años; yo, persuadido de que me iba a perder todo el resto de la saga, decisión que no he abandonado hasta hoy, y creo que me he perdido unas veinte películas de los pendencieros bicharracos.

Disney y la explosión demográfica

Una vez que andaba echando pestes yo, de las pamplinas con que les llenan a los niños de hoy el hueco donde antes sospecho que se solía alojar el cerebro, una amiga mía, psicóloga por más señas, me confortó diciendo que tenía su lado bueno: fomentaba el amor por los animalitos y ayudaba a los niños a comprender la Teoría de la Evolución… Ignoro qué pensará el buen Darwin en el otro barrio de esta, como poco, mixtificadora divulgación, pero a mí me queda un taimado reproche que hacer a los adalides de la psicopedagogía posmoderna:

Que es ni más ni menos que el dirigido a su desprecio por la importancia de la memoria en el aprendizaje. Se burlan, como si fuera un pasatiempo de cenutrios, de los que memorizan nombres y fechas en historia, conjugaciones y reglas en gramática o símbolos y valencias en química… “El aprendizaje memorístico no sirve para nada”, para no ser un berzotas hay que desarrollar, según ellos, el pensamiento lateral, la inteligencia emocional y la solidaridad con otras culturas que nos ayuden a hacer la ablación de nuestras limitaciones como occidentales. Magnífico programa, pero luego resulta que los niños disfrutan ejercitando la memoria que, al fin y al cabo, es una potencialidad asombrosa de la mente. Y se aprenden de memoria los nombres, características de ataque y defensa, evoluciones, costumbres y hábitats de ¡setecientos Pokémon! En lugar de, pongamos por caso, las tablas de multiplicar, los primeros números primos o los verbos irregulares ingleses. ¿El saber no ocupa lugar o los saberes vanos desplazan a los conocimientos útiles? Responda, señor Pedagogo, no me deje anquilosado en mi conclusión final: en realidad, todos los saberes son vanos (particularmente los adquiridos por los pedagogos).

¿A cuántos puedes poner el nombre?

Termino, pelillos a la mar, compartiendo aquí mi homenaje a los afortunados creadores nipones con un Pokémon inédito, diseñado por mí, con mis propias nalgas, y al que he puesto el nombre de Scarfotar, que creo que está vacante. 
  

domingo, 27 de abril de 2014

La Carrera De La Mujer

Esta mañana he sido espectador de un notable evento, entre festivo y reivindicativo, que ha tenido lugar por las calles de Monzón y que ha congregado a más de mil participantes en la primera “Carrera De La Mujer”. Entre ellas había desde atletas capaces de correr los 4 kilómetros del circuito urbano en menos de un cuarto de hora,



 
pasando por corredoras de todos los niveles…






Hasta paseantes de todas las edades.




Como sé que estas mujeres están corriendo, entre otras cosas, para huir del conformismo, me ahorraré hoy mi habitual verborrea y me limitaré a compartir unas fotos hechas desde una terraza y a decirles a las protagonistas “chapeau” (o chapó).
 
 

sábado, 26 de abril de 2014

Bestialismo. La Verdad Sobre Perros Y Gatos

Revisando alguna entrada antigua de este blog, me apercibo de que, en la correspondiente al 15 de febrero de 2013, el vídeo de YouTube en el que el diputado de UPyD, Tony Cantó, intenta utilizar la tribuna del Congreso para alfabetizar un poco a sus compatriotas (e incluso a sus señorías, de paso) acerca de que, en sentido estricto, los animales no son sujetos de derechos, ha desaparecido: “este vídeo no existe”, dice. Lo han borrado o lo han retirado, digo yo. Que, por cierto, ando un poco despistado respecto de YouTube, empresa filial de Google a la que , a veces, confundo con un servicio público, en donde confiar la difusión de determinados contenidos audiovisuales, qué ingenuo. Con el tiempo esta popular página se ha situado en un nivel de fiabilidad quince puntos por debajo de “incierto” y sólo uno por encima de “calamitoso”.

No existe, ya te digo. Busco un posible sustituto que recoja la intervención del bizarro orador, para reconstruir la integridad de aquella entrada, y me encuentro, ¿qué me encuentro? Una alocución mutilada, proveniente de alguna televisionzucha, que ha usado la oratoria de Cantó para subtitularlo y ridiculizarlo. Penoso. Pero claro, ¿Qué refleja? Una opinión pública que, de tanto ser moldeada en el animalismo estilo Walt Disney o “Liberad a Willy”, va a acabar en el bestialismo (platónico, eso sí, nada de beneficiarse a las gallinas).

Lindos Gatitos
 
Viene esto a cuento, a raíz de una polémica que se ha suscitado en mi pueblo, acarreada por la ocurrencia del concejal de festejos de reinstaurar las vaquillas durante la celebración de las fiestas patronales. No sé si es una buena o mala idea. No soy adepto a semejante diversión y puedo garantizar, a cinco meses vista, que me la perderé. Pero tampoco, aún menos, me voy a apuntar como seguidor de los talibanes que quieren imponer la corrección moral, en este terreno, a sus convecinos. Semejantes dechados de rectitud y posesión de la verdad existen en todas partes y, en cada una, martirizan a sus paisanos de forma distinta. Yo, como digo, los llamo talibanes y, en este momento, toda actuación pública (por tanto, política) está en manos de dos clases de ciudadanos, dos formas de actuar y de entender el mundo, dos ideologías: chorizos versus talibanes, aunque también hay grupo mixto, Dios nos asista.

Un representante talibán se muestra muy ufano de que, en Monzón, estén prohibidas las exhibiciones de animales en espectáculos del tipo de zoos ambulantes, exhibiciones ecuestres, circos y empresas semejantes. Pone a su adversario a bajar de un burro por lo de las vaquillas. Espero que nuestro fogoso prohibicionista no sea vegetariano, porque su próximo paso podría ser desmantelar las granjas, cerrar el matadero o atacar el Mercadona con carritos para decomisar los productos cárnicos. Vaya con los activistas: si no me dieran un poco de miedo, me darían mucha risa.

Y no es que yo sea partidario de maltratar a los animales, ni de mal tratar nada, ni siquiera a los minerales, no me veo inmensamente rico y comprándome un diamante del tamaño de una castaña, para aplastarlo con un pedrusco y decir “¡juo, juo, pues no era tan duro!” Que nadie me malinterprete, prefiero el arte de la tauromaquia al espectáculo de la Fórmula 1. En cuanto a las vaquillas, me parecen una diversión dudosa. Y tirar una cabra o un burro desde un campanario, como en algunos lugares se hacía hasta no hace mucho (cosas de la tradición), lo considero abominable y vergonzoso, pero por la bajeza y la insensibilidad que promueve en los asistentes a semejante demostración, no por otro motivo. A Dios tampoco parece preocuparle el sufrimiento animal, ¿o no exigía que le sacrificaran corderos?

En fin, qué le vamos a hacer, todos hemos visto “El Rey León” y otras chufas similares y, en los recientes tiempos de bonanza económica (que tanto echamos de menos), floreció la industria de la mascota y nuestros hogares se llenaron de perritos, gatitos, peces, tortugas y alguna iguana.

No lo abandones. Él nunca lo haría
 
Entre los detentadores de mascotas, los que han apadrinado un perrito (o un perrazo) son los más ufanos y rara vez se dan cuenta de que los demás no compartimos su entusiasmo, su alborozo y ese desafío al civismo que, a veces, les lleva a pensar que los derechos de su chucho están por encima de los de los prójimos a los que, la pobre bestezuela en su inconsciencia, podría molestar, incomodar, asustar o, incluso, dañar (aunque no lo crean, se han dado casos). Yo mismo estuve diecinueve días en el hospital debido a que un perrito suelto me tiró de la bicicleta y, aunque no me ciega el odio (como se dice en las emisoras progres acerca de las víctimas del terrorismo), tampoco me ciega la simpatía por los chuchos. Si leo la célebre frase, atribuida a Diógenes el Cínico, aquella de “más conozco a los hombres, más quiero a mi perro” no solo no establezco ningún acuerdo moral con él, sino que pienso que, decididamente, le pasaba algo. No obstante, algo profundo y ejemplar debe removerse con tan curiosa máxima: muchos detentadores de perros muestran un absoluto desprecio por el género humano. El otro día paseaba yo por la extensa y cada vez más concurrida chopera de mi pueblo, cuando un perro suelto, de buen tamaño, se acercó a ponerme el hocico en la entrepierna. “No hace nada”, me dijo, sonriente y con aire tranquilizador, alguien que colegí que se trataba del dueño. “No hace nada, pero si yo fuera trotando a ponerle la nariz en el chocho a tu madre, igual no lo encontrabas tan gracioso”. Fui tildado (con razón) de grosero y (sin ella) de amargado. En general, la urbanidad está de más y ¿cómo va a pensar el dueño de un perro que su noble compañero puede ir por ahí ocasionando algún tipo de molestia, de malestar, de susto? Ya lo he dicho: inconcebible. No puede ser.

Sobre éste más valdrá que
el dueño asegure que "no hace nada"

Alguna vez, estando en un grupo de amigos, cuando no hay ningún tema mejor del que hablar, se plantea, para animar una discusión, el siguiente dilema moral: “Hay un horroroso incendio y tienes que ponerte a salvo pitando. Sólo puedes llevarte, para salvarlo de las llamas, un cuadro de Picasso o un pobre perrito indefenso, ¿qué elegirías?” ¿Qué es más valioso, el arte o la vida? Ese sería el planteamiento general, aunque es irresoluble sin someterlo a todo tipo de matizaciones: ¿Un cuadro de Picasso o una lombriz? Suelo sentir más cariño por las lombrices de tierra que por la mayoría de los perros, ¿Un cuadro del imitador más zopenco de Tàpies o un cerdo bien cebado? Sí, lo has adivinado por fin, apareció mi animal favorito.

Bueno, más o menos a mi edad, cada hombre es presa de un extravío. Con más precisión, diría que consiste precisamente en ese extravío: bien sea el desmedido amor por las bestezuelas, que estoy criticando, o el desmedido amor por las divagaciones, que estoy padeciendo. Los hombres acabamos siendo un hatajo de fracasados, menos algunos que escapan a la suerte común, siendo frasolteros. Si has llegado hasta aquí, ya me perdonarás, no quería batir ningún récord de incontinencia verbal. 
 
Del mal, el menos
 
  

jueves, 24 de abril de 2014

La Iglesia Patólica

Continúo con las entradas que hacen alusión al hecho religioso. Debe ser propio de las fechas, supongo. El caso es que estábamos paseando por Madrid con unos amigos y, desde un escaparate, nos asaltó una visión inaudita: se anunciaba allí una nueva confesión, la Iglesia Patólica, por más señas, que como es sabido tiene su sede en el Paticano. Dado que soy propenso a atender a la Revelación, de cualquier modo que se vehicule la palabra divina, me acerqué en actitud de catecúmeno, leí el mensaje y hasta tomé una fotografía para vencer la incredulidad de los incrédulos.


Sobre un catafalco, en todo parecido a los tradicionales monumentos de Semana Santa, campeaba una fotografía de mi venerado Groucho Marx, con su célebre frase: “Dios ha muerto, Nietzsche ha muerto y yo tampoco me encuentro muy bien”. Debajo, otro cartel rezaba: “Iglesia Patólica. El Pato de Goma nos salva de toda idolatría, ya que hay que ser idiota de remate para creer en Él. www.PATICANO.com”. En torno a este parco mensaje, se desplegaba un altarcillo, entre cristiano y oriental, con profusión de patitos de goma y otros símbolos.

 
Por supuesto, me encantó la provocación, me pareció lúdica, frívola e ingeniosa y sopesé el convertirme en acólito de tan singular credo. Más tarde, ya en mi hogar, visité su web en busca de una evangelización más precisa y me topé con una página de corte republicano, entre libertario y marxista karlista (es decir, de Karl, más bien que de Groucho) que, sin suponer una palmaria decepción, me remitía a rollos demasiado bien conocidos y, una vez más, pensé “lo comparto pero no lo respeto”. Eso sí, como detalle fetén, se ofrecen a oficiar bodas por el rito patólico, lástima que ya estoy casado por el rito civil. Otra vez será.

 
Y, dado mi natural misticismo, me inclino más por la Iglesia Catatónica.
 


 
 

miércoles, 23 de abril de 2014

Matemáticas Y Diversión 9. La Pandilla Helena

Creo haber consignado ya que el horror que todos los estudiantes de secundaria experimentan hacia la geometría es, no por infundado, menos contundente. De este agresivo rechazo, sólo se desmarcan una minoría de elegidos, escogidos por los demás con la poco acreditativa etiqueta de empollones. Seres incomprensibles y marginados que saben calcular el área de un triángulo o la longitud de una circunferencia sin consultar en Wikipedia.

Hace ya más de 20 años, un alumno particularmente visionario me dijo: “las matemáticas no sirven para nada, de no ser que vayas a trabajar en un Bingo”. Legisladores y expertos, más o menos con las mismas opiniones, inclinaciones y aptitudes que el mencionado alumno, diseñaron la LOGSE, reforma educativa donde, por fin, las matemáticas quedaron relegadas al tercer o cuarto plano formativo, entre las incompetencias más perdonables.

Yo seguí hablando con entusiasmo a mis alumnos de secundaria de aquella pandilla de griegos que, dibujando con un palo en el duro suelo de tierra polvorienta, descubrieron casi todo lo que conocemos hoy de geometría elemental, pero ya sabía que tenía la batalla perdida: les estaba hablando de unos chiflados y, la mayoría, tuvieron el buen sentido de hacerse de letras, que son más fáciles y se titula igual. Tales de Mileto, Pitágoras y el resto de la cuadrilla, supongo que fueron alegremente olvidados: los legisladores estaban enfrascados en la Educación para la Ciudadanía y los legislados, como siempre, en ir tirando.

En una Olimpiada Matemática para alumnos de 2º de ESO, por aquellas fechas, salió este curioso y breve enunciado, inspirado en las travesuras de aquellos remotos griegos:


A mí me pareció muy sencillo e intenté trabajarlo en clase. Dentro de dos semanas, os daré la solución. En otra ocasión, y siempre en 2º de ESO, traté de embarcarme en el siguiente problema: dado un octógono regular de 2 cm de lado, calcular su área. Algo tan conciso provocó malestar en los alumnos, que ya se olieron la tostada: “El área del octógono regular, ¿no es perímetro por apotema partido por dos?” “Sí”. “Bueno, pues 2 x 8 = 16, así que 16 cm es el perímetro, pero tienes que darnos la apotema”. “Ah, eso, queridos, el gran Pitágoras os ayudará a calcularlo fácilmente”. No tan fácilmente y os invito a hacerlo. De mis muchas camadas de alumnos, sólo uno llegó a la solución sin ninguna clase de ayuda. Que la fuerza te acompañe.

Octógono con sus 20 diagonales
convertido en un motivo coloreado
Por cierto, en la entrada anterior, la serie la forman los números 1, 2, 3, 4 y 5, apoyados ante el espejo. Seguirá el 6, que más o menos, tiene esta pinta:

 
Nos vemos.
 

domingo, 20 de abril de 2014

Procesión Del Santo Entierro En Monzón

“Cristo ha resucitado, ¡aleluya!” Con este más bien poco novedoso mensaje, el señor Pope Francis decretaba esta mañana en Twitter el final del luto conmemorativo que cada año, de diversas maneras, escenifican sus seguidores en honor de la Pasión y Muerte de su Redentor. De todas maneras, las nuevas tecnologías parecen ser la panacea para los difusores de frases obvias, lemas políticos, citas y convocatorias, eslóganes, consignas y otros elementos de gran simplicidad o simpleza: el mensaje ha sido re tuiteado centenares de miles de veces, por unos fieles que, tal vez no sepan o no tengan presente que Cristo ha de resucitar necesariamente todos los días en sus corazones.


 
En mi pueblo, el punto culminante de la celebración que hoy damos por concluida, es la llamada procesión del Santo Entierro. Para mí, que adolezco de palpable incredulidad, no deja de ser un acto folclórico de notoria seriedad, consistencia y empaque al que, pese a sus vigorosos tambores, le falta un poco de ritmo y acaba haciéndose un pelín demasiado largo.


 
Yo he conocido estos desfiles procesionales, en las tierras de Aragón, a través de tres fases históricas muy señaladas y me refiero solamente a los tiempos recientes. Nadie me ha pedido que lo haga, pero las voy a enumerar, comentándolas con brevedad, porque estos testimonios se me olvidan y, cuando tenga nietos, no se los voy a poder contar si no los tengo apuntados.

 
La primera fase, que llamaré nacionalcatólica, fue la de mayor severidad y mayor prestancia, los desfiles eran bastante multitudinarios y tenían un mucho de ominoso e intimidatorio. La Guardia Civil, en uniforme de gala, iba marcando el paso. Las autoridades civiles, militares y eclesiásticas nutrían una numerosa y severa comitiva, cuya seriedad rayaba en la adustez y el desabrimiento. Los espectadores guardábamos un silencio y una circunspección acordes con la fervorosa solemnidad del acto. Y según creo recordar, cuando pasaba el Santo Sepulcro, teníamos que hincar las rodillas en la acera, en señal de respeto a la sagrada víctima del magnicidio.


 
De la noche a la mañana, con la llegada de la transición política, las procesiones entraron en la fase que llamaré penosa. Un lamentable declive se posesionó de las manifestaciones religiosas que vieron reducido su censo de manera espectacular. Además, los escasísimos penitentes iban al trote y como a hurtadillas. Los pasos eran acarreados, casi uno a continuación de otro, formando un pesaroso y deslucido convoy, que pasaba por delante de los bares, otrora cerrados y a la sazón abarrotados, otrora silenciosos y ahora haciendo retumbar la música rock en sus portales. Los itinerarios se acortaron de modo drástico. Las autoridades civiles enviaban desganadamente uno o dos representantes, mientras los alcaldes, para ganar los votos y las simpatías entre el creciente descreimiento de las masas, se jactaban de no acudir a semejantes actos de carácter primitivo, ponderando su obsolescencia antediluviana.

 
Y cuando muchos ya no lo esperábamos, resurge el fervor con la masiva presencia del tambor. Los desfiles vuelven a contar con larguísimas hileras de cofrades entre paso y paso, algunos pasos pierden las ruedas y vuelven a ser llevados en volandas, a pulso, por los penitentes más jóvenes y vigorosos. Centenares de encapuchados golpean con unción, con fuerza y ritmo en los parches, consumando sesiones maratonianas. Casi diría que, durante unos años, el éxito colapsa unos desfiles interminables y cuasi festivos. Las bandas ensayan largamente para el evento. Vuelve la presencia de las autoridades, si bien más discreta que en la fase nacionalcatólica.


 
A esta última fase, que ya da signos de haberse estabilizado en su masiva presencia callejera, la llamaré fase folclórica. No es que quiera ser irreverente, pero su sustancia religiosa me parece un poco endeble: como un maquillaje, o un barniz… Y lo que prima es una manifestación festiva atávica, que bien, bien, no sé en qué consiste. Admito por supuesto cualquier discrepancia posible.
 

 
    

viernes, 18 de abril de 2014

Semana Santa Bajo La Lluvia. Zaragoza 2007

Henos en la época del año en que más preocupados andamos por la meteorología. Y es que, dado el creciente fervor de las masas, empujadas a tocar el tambor sin desmayo y a participar en los variopintos desfiles procesionales que constelan nuestra geografía de coloreados cucuruchos pertenecientes a las más diversas cofradías, el tiempo atmosférico cobra una importancia primordial. Si llueve o hace mucho viento, hasta Dios, Nuestro Señor, se queda en casa, sin acudir al huerto de Getsemaní, que una cosa es ser prendido, flagelado, escupido, arrastrado, escarnecido y crucificado y otra muy distinta, calarse hasta los huesos y pillar una pulmonía.

 
Comoquiera que la muerte del Señor se asocia a las más imprevisibles perturbaciones meteorológicas, el buen tiempo dista de estar garantizado. Y es que la muerte de Jesús desencadena señales bastante tempestuosas, como puede leerse en San Mateo, 27:

 
“45 Desde la sexta hora descendió oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora novena.
46 Como a la hora novena Jesús exclamó a gran voz diciendo: --¡Elí, Elí! ¿Lama sabactani? --que significa: Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has desamparado?--
47 Cuando algunos de los que estaban allí le oyeron, decían: --Este hombre llama a Elías.
48 Y de inmediato uno de ellos corrió, tomó una esponja, la llenó de vinagre, y poniéndola en una caña, le daba de beber.
49 Pero otros decían: --Deja, veamos si viene Elías a salvarlo.
50 Pero Jesús clamó otra vez a gran voz y entregó el Espíritu.
51 Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. La tierra tembló, y las rocas se partieron.
52 Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de hombres santos que habían muerto se levantaron;
53 y salidos de los sepulcros después de la Resurrección de Él, fueron a la santa ciudad y aparecieron a muchos.
54 Y cuando el Centurión y los que con él guardaban a Jesús vieron el terremoto y las cosas que habían sucedido, temieron en gran manera y dijeron: --¡Verdaderamente éste era Hijo de Dios!”

 
No obstante, hace unos años, estaba en Zaragoza y tuve ocasión de observar como los fervorosos fieles desafiaban al sempiterno aguacero que ameniza estas fechas, proveyendo a los actores de la Pasión, instalados en sus floreados pasos, de unos chubasqueros que les permitían ejecutar el sagrado drama de la Redención sin mojarse. Como me gustó tamaño ardid, hoy que no hace tan mal tiempo, me toca homenajear a tan bravos y sufridos penitentes.


martes, 15 de abril de 2014

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 24

Una tarde, estábamos en la biblioteca del casino Principal, una sala con periódicos y revistas y una vitrina con libros tras unas puertas de cristal que nadie abría jamás, y Chus me llama con gestos perentorios. “¡Mira, mira, Pinchaúvas! ¡Maña, qué araña!” Tenía la revista Blanco Y Negro abierta por una página donde una chica, con los brazos cruzados, mostraba precisamente lo que tras ellos se ocultaba, en un juego que yo tardaría bastante en comprender y, desde luego, el censor no había comprendido en absoluto. Le iba a decir a Chus que era agradable de ver, cuando vi algo menos agradable en la entrepierna de su pantalón, levantada casi un palmo hacia adelante respecto de su posición normal, o por lo menos habitual: una mancha oscurecía el paño pardo de su tirante bragueta, era del tamaño de un escupitajo e iba extendiendo de manera paulatina sus bordes… “Mira que eres guarro, macho”, le dije, pero los demás usuarios de la sala, todos ellos viejos cascarrabias avinagrados, me hicieron callar con sus airados “¡Chssst, que así no hay quién pueda leer, chavales! ¡Iros a la calle a encorrer a las mocetas!”

Tomado del blog jacaenlamemoria
En definitiva, acabó siendo Josemari el que nos ilustró sobre los más relevantes misterios relativos a la apariencia y funciones del organismo femenino que, hasta entonces, desconocíamos a conciencia. Un día se presentó en el Rompeolas, donde habíamos quedado, con un bulto rectangular bajo la camisa. Para los que desconocen la hermosa ciudad de Jaca, aclararé que el citado Rompeolas nada tenía que ver con el inexistente mar: era un promontorio despejado al fondo del Paseo, con una baranda de piedra y asientos donde sentarse a contemplar la pequeña vega del río Aragón. Los adolescentes (aunque este término todavía no se estilaba) pasábamos allí interminables veladas, perdiendo lo único que teníamos a montones: el tiempo. Como era una tarde luminosa pero fresca, en la que nos habíamos dispensado del baño en las piscinas, nos instó a bajar hasta el otro lado del Puente San Miguel “para estar tranquilos”, sentándonos al borde del camino que sube hasta el pueblecito de Asieso. Nosotros queríamos saber a qué venía semejante destierro y entonces nos lo enseñó. A escondidas (“si me cogen, me la cargo, ya conocéis a mi padre”), había sustraído o chorizado en la biblioteca de su casa, un manual básico de Ginecología y Obstetricia, de cuando su progenitor, el dentista, era estudiante de medicina. Y allí estaba casi todo lo que queríamos saber: en un grabado amarillento y ajado, con pretensiones de fotografía, se ofrecía, a página completa, la entrepierna profusamente etiquetada de una fémina en tendido supino, con los muslos separados: el velloso monte de Venus, los labios mayores y menores con el capuchón del clítoris, el meato urinario y el orificio vaginal que mostraba el himen (“por aquí se mete y hay que romper, cuando se hace la primera vez, esta membrana”, “¡Ajjj, qué asco!”)…
 
 
No era en verdad una visión muy seductora. Para nosotros, no resultaba más cautivador o atrayente que imaginar un balde de mondongo. Además, Josemari, que se había empollado a conciencia el manual dispuesto a fardar de enterado toda la tarde, nos ilustró, sin omitir ningún detalle, sobre los procesos de ovulación y menstruación y, a renglón seguido, pretendió explicarnos los detalles más crudos y truculentos de un parto. Yo estaba un poco aturdido y mareado y casi me entraron ganas de vomitar. El misterio había saltado hecho añicos ante la despiadada perorata de mi amigo, buena parte del encanto estaba arruinada para siempre, habíamos descubierto aquello que se esconde tras la intimidad, el enigma había dejado de intrigarnos. A partir de ese momento, olvidaríamos el tema y no volveríamos a pensar en ello jamás. Nunca. En la vida. De ningún modo podríamos superar la repulsión que nos embargaba al conocer el sucio mecanismo y sus viscosos engranajes. Oscurecía y volvimos en silencio, sólo Chus dijo: “no sé si voy a poder cenar”…

No sé cuánto tardarían los otros, pero yo no lo pude superar hasta esa misma noche en mi casa: sólo y acostado en mi cama (mi hermano se había ido a una verbena), dándole vueltas a las repugnantes revelaciones de esa tarde, empecé a tocarme y un torbellino de puro deleite me cerró los ojos antes de caer en un sueño inusualmente tranquilo.

Tomado del blog jacaenlamemoria
Había ingresado en esa larga época de las continuas fantasías que abocan, sin descanso, a la masturbación. Y para colmo, no creo haberlo dicho, pero había una chica que me gustaba. Y ahora podía poblar su inasible misterio de toda clase de pelos y señales. 
 
               

jueves, 10 de abril de 2014

Crowded House - Time On Earth

Crowded House, literalmente “La Casa Abarrotada”, un ingenuoso nombre para un grupo de música pop comercial del cual, según su publicidad, “conoces muchas más canciones de las que imaginas”. A finales de la década de los 80 y comienzos de la de los 90 (del siglo pasado, glup), unos muchachotes australianos (del mismo Melbourne, de Melbourne capital), comandados por un tal Neil Finn, un refinado escritor de canciones pop, gozaron de un considerable éxito en lo que no sé si se llamaba, tal vez no todavía, el “mainstream” musical, la fábrica de sueños de usar y tirar encaminados al público adolescente, en particular “a las niñas” que son más sensibles… Incluso aquí, en la otra punta del globo terráqueo, su bombazo “Don’t Dream It’s Over” (1987) sonó hasta el aborrecimiento, puede que hasta en la radio del pastor más perdido entre las montañas. Es lo que tiene la aldea global. Hacia 1993 se esfumó su éxito y adiós muy buenas, un recopilatorio y a pensar en otra cosa.

De "jóvenes ídolos"
Catorce años más tarde, que en el mundillo musical son diecinueve modas después, vuelven como si no hubiera pasado nada y graban este “Time On Earth”. Sus fans están más calvos, ellos y más fondonas, ellas y, tanto unos como otras, salvo contadas excepciones, ya no prestan excesiva atención a los lanzamientos discográficos… Por lo que respecta a llegar a un nuevo público, de la generación más joven, la cosa está verdaderamente cruda para estos trovadores: se les ha pasado el arroz o han perdido el tren. Ya en los 70 se decía, como ocurrencia chistosa acerca del vertiginoso e implacable paso del tiempo, “¿sabías que Paul McCartney, antes de estar en los Wings, tocaba con otro grupo?”

a "maduritos interesantes".
Catorce años más tarde, pues, Neil Finn y compañía regresan con otro disco, como si hubieran pasado unas semanas de vacaciones, haciendo lo que saben, orfebrería pop efervescente y ligera. Y, como era de esperar, la grabación tiene una repercusión modesta y escasa: algún fan nostálgico y algún despistado que rastrea en las rebajas del Corte Inglés.

Otra más del paso del tiempo
Craso error. Porque el disco es muy gordo, está muy bien hecho y Finn y compañía no han perdido el pulso: siguen escribiendo muy buenas canciones, puede que mejores que las de antaño. Algo más reposadas e introspectivas, lógico, pero sin perder el gancho. Sorpresa. Poco a poco el álbum va ganando un reconocimiento crítico más que merecido y, para mí, es de lo mejorcito que vio la luz en 2007, un poquillo anticuado, claro, en el momento de su aparición, pero reúne una colección de canciones de muchísimos quilates, acariciadoras y agradables, que pueden relajar los oídos más ásperos, encallecidos o agarrotados.
 
El disco era un cedé
Y tenía esta portada
El pop se ha hecho adulto sin perder un ápice de su delicia o de su frescura. Requiere, eso sí, una escucha paciente, porque no entra a la primera, pero a las cuatro o cinco escuchas quizá ya te sientas tentado de silbar o tararear las estrofas y estrib illos más agradecidos y pegadizos, que están en “She Called Up”, en “Even a Child” o en “Walked Her Way Down”. Si recordabas su época anterior, te agradarán “Nobody Wants To” o “Say That Again” (¡qué temazo!). “Pour Le Monde” huele a algo aún más grande: a las grandes canciones pop de la edad de oro. Y si le dedicas tiempo, te acabarán llegando cortes más apagados, pero de mayor ambición y enjundia, como “People Are Like Suns” o “English Trees”. De ésta última pongo un sencillo y bonito vídeo con la traducción, aunque me parece que tiene algún fallo de sonido, lástima:
 

Y si quieres bajarte el disco y grabártelo en un casette, para ponerlo en el aparato de la cocina y que suene mientras fríes las empanadillas, como se acostumbraba a hacer antaño y así descansas de los insufribles políticos de la radio, pues aquí tienes un enlace que espero que te funcione. Si te gusta, te lo acabas bajando de pago, en calidad iTunes, serán 10 euros muy bien gastados, te lo garantizo: