viernes, 29 de enero de 2016

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 49

En un principio pensé que se trataba de una irrepetible tarde de suerte. Pedí un chato de blanco y me puse a jugar a la escoba con Chus, Josemari y Jezú. Gané esa ronda y la siguiente y la siguiente y la siguiente… Estaba tan crecido que pedí una de cubalibres.

 - Mira Pinchaúvas – dijo Chus mosqueado – que ésta te va a tocar pagarla a ti. Y como no acostumbras a llevar más allá de tres pesetas, tendrás que estar fregando los vasos de Serafín toda la semana que viene.

Volví a ganar y esta vez el que se mosqueó fue Jezú:

 - Cagonlá, Pinshito, por mis muertos que la de ahora no la ganas ni aunque te emborrashe como está hasiendo, me ví a consentrá. ¡Serafín, otra de cubalibres!

 
Andábamos ya bastante bebidos y montábamos un vocinglero alboroto, acompañado de golpes en la mesa y risotadas, el asiduo y jovial estrapalucio, nada que no hubiéramos puesto en escena otros viernes al anochecer. Había perdido la cuenta de las rondas que habíamos trasegado… Y aún no me había tocado pagar ninguna.

 - ¿No habías quedado con la Mejillones? – Me preguntó Josemari con acento vitriólico, teniendo en cuenta que hacía meses que no usaba ninguna alusión despectiva referente a Nines. Puede que, desde lo del teatro, hasta anduviera un poco colado, ¿estaría celoso? – Vamos a jugarnos la última, que hoy Pinchaúvas está sembrado, tiene el siete de oros amaestrado el muy cabrón. ¿Otra vez cubalibres?

Serafín vino taciturno con una bandeja en la que había tres vasos altos a rebosar del líquido espumoso y oscuro. Yo lo recibí con una carcajada y otras muestras de escandalera:

 - ¡No jodas, Serafín! ¿No ves que te has equivocado al contar? ¡Somos cuatro y te falta traer uno!

 - No me he equivocado al contar. A ti ya no te pongo más.

 - No fastidies ¿y me puedes decir por qué?

 - Porque tú ya tienes bastante. Y además, eres menor.

 - ¿Qué? ¿Cómo? ¿Pero esto qué es? ¿Qué discriminación es ésta? Estos también son menores y les has servido. Y todos los que tienes ahí fuera en la barra, también son menores. Si el único mayor de edad que hay ahora en este bar eres tú.

 - Anda, Teo, has bebido más de la cuenta: sal a que te dé el aire fresco y vete a casa que todavía no vas muy mal…

 
 - Ponme el cubata, joder. Si es el último.

 - Ni hablar, Teo, por hoy ya llevas suficiente, si quieres te pongo un agua de Vichy. – No sé si fue la risita de Chus el detonante que me hizo explotar, pero estallé y me dirigí a Serafín, en plan gallito, con la más absoluta desconsideración y falta de respeto:

 -¡Valiente gilipollas! ¡El agua de Vichy se la pones a tu puta madre!

Un seco estampido puso un final repentino a esta algazara. La mejilla izquierda me dolía terriblemente, el pómulo me escocía y el oído me silbaba. Tardé más de medio minuto en comprender que Serafín me había dado una bofetada. Una muy fuerte.

 - Mira, Teo, no quería hacer esto delante de todos y, además, vas a tener que escuchar algo que tampoco quería decirte en público. Has perdido a tu padre hace pocos días y te has quedado huérfano de la poquísima autoridad que el pobre Emeterio, Dios le haya perdonado y lo tenga en su Santa Gloria, ejercía sobre ti. Desaparecido él, pareces haberte quedado a solas con el recuerdo de su mal ejemplo, como estás evidenciando ahora. Y, en conciencia, no lo puedo permitir y no lo voy a tolerar. Y si te estás preguntando: ¿a éste qué diablos le importa lo que, en adelante, me pase o me deje de pasar? Que sepas que tengo razones más poderosas de las que sospechas para inmiscuirme en tus asuntos, que sepas que hay un motivo muy poderoso que, por ahora no te diré, para preocuparme por tu futuro, para impedir que te eches a perder como Emeterio y para considerarme, a todos los efectos… tu nuevo padre. Así que vete a casa ahora mismo, entra en el excusado del rellano, ponte dos dedos en el paladar y vomita todo lo que has sobrecargado tu organismo en ésta velada de excesos. Vete, entonces, a la cama y mañana será otro día y, si reúnes el valor suficiente, ven otra vez a hablar conmigo, que tengo una cosa muy importante que decirte.

 
Sin más, me cogió por la grasienta mata apelmazada de cabello que cubría mi nuca, me hizo levantar con suavidad no exenta de firmeza y me puso de patitas en la calle. Yo estaba como atontado, no sé si por la hostia que me había soltado Serafín, por la sorpresa asociada o por la curda. Me alejé aturdido, pero no tanto que no oyera a Jezú preguntarle con voz muy beoda a Serafín.

 - ¿Cómo é que os pareséi tanto el shavaliyo y tú?

Entonces me llegó el fragor de otro estampido desde el interior del bar. Una detonación que ya me era familiar. Y, haciendo eses por la calle Gil Berges, me fui camino de casa.

 

miércoles, 27 de enero de 2016

Aquí Te Espero, Compañero

Tomé esta foto (esta atemporal instantánea, iba a decir) en el cementerio de Olvena, hace 40 años. Olvena es un bonito pueblo colgado en la confluencia de los ríos Cinca y Ésera, en una escarpada estribación de la sierra de la Carrodilla. Del exiguo casco urbano al cementerio cimero se transita por un camino estrecho y empinado. No consigo imaginarme (ni lo he preguntado) cómo podían cargar el féretro por esa cuesta implacable hasta la altiplanicie donde descansan los ancestros de los vecinos, en un pequeño recinto en el borde preciso del abismo.

Por un lado, parece un lugar idóneo para el despegue de las almas hacia el anhelado paraíso, por otro convoca un intenso recuerdo de la rima de Bécquer “¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!” Aunque he de observar que, en este caso, la eterna soledad les alcanza en un lugar privilegiado: un balcón o mirador sobre la sierra abrupta, árida y, a su modo, hermosa.

 
Si no porque parece un deseo impracticable, me apuntaría a descansar en un lugar así, junto a la herrumbrosa cruz del paisano con su chapa ilegible a modo de leyenda o epitafio, yaciendo en este soleado y ventoso peldaño de la “escalera hacia el cielo” de aquella canción de Led Zeppelin. Bueno, si me hago incinerar, tal vez alguien se anime a subir mis restos aquí, en una de aquellas bonitas latas metálicas de Cola Cao que, cuando joven, usaba de cajas de tambor para acompañar, con solemnes porrazos, el ritmo de la canción citada. Lástima que quedaran tan abolladas.
 

martes, 26 de enero de 2016

Insulte, Pero Primero Consulte: Inventario General de Insultos - Pancracio Celdrán

El insulto es un ataque, un asalto, una demolición de la fama o del honor de la víctima del agravio verbal. Creo haber leído (en una novela de ciencia ficción de los 90) que la fama es todo aquello que los demás saben o creen saber de ti mismo, mientras que el honor es aquello que tú no puedes ignorar de ti mismo. Parecería pues que un insulto puede ensuciar la fama de un ser humano, pero para enturbiar su honor, hace falta dar en la diana y abrirle los ojos a una evidencia desconocida. Ser tratado con respeto pone a salvo, de todas formas, tu fama; en cuanto al honor, tú sabes si lo posees o lo has perdido.


Uno está sumergido en la sensación desalentadora de que, últimamente, todos nos hemos perdido mutuamente el respeto; sin embargo las injurias son cosa de toda la vida y de todos los tiempos, sobre todo durante la niñez, en la que van curtiendo nuestra delicada piel, hasta convertirla en un recio y calloso caparazón. Yo tuve que lidiar toda mi infancia con Cuatrojos, Cegato, Rompetechos y Gafotas. Los niños se insultan con una ferocidad y una puntería desconcertantes y no estoy hablando del acoso, sino del pan nuestro de cada día. Estoy seguro de que los docentes en activo tratan de sofocar diariamente varios fuegos cruzados de insultos en las aulas, pasillos y zonas deportivas o recreativas de cualquier centro de enseñanza.



Tengo la imprecisa teoría de que el insulto nos da más detalles acerca de la persona que lo profiere que de la que lo recibe. Y esta certeza difusa me llevaba, en el desempeño docente, a tratar de atajar las acometidas verbales tratando de explicar qué nos decían acerca del talante del agresor. Por ejemplo una de mis alumnas llevaba el nada antiestético nombre de Rebeca y sus escarnecedores aprovechaban que estaba un tanto entradita en carnes, para llamarla Revaca, muestra soberbia de destreza en la crueldad. En estos casos, sancionar sirve de muy poco y mi intervención tendía a brindar la idea de que si te metes con una persona porque tiene una masa corporal algo generosa, tal vez el problema es tuyo, al ser incapaz de aceptar a los demás tal como se te muestran y eso te llevará, tarde o temprano, a la marginación, a la carencia de amigos y, por supuesto, a la infelicidad, ya que acabarás no aceptándote a ti mismo. 
- ¿Y colaba? 
– A veces.


Todo esto viene a cuento de estar leyendo el “Inventario General de Insultos” (1995) de Pancracio Celdrán Gomáriz, una genuina obra de consulta para todo deslenguado que quiera alzarse por encima de la barrera de lo soez y lo limitado en que ha caído en la actualidad el muestrario de improperios, que se limita hoy a unas pocas palabrotas cuya reiteración obsesiva ha devaluado, amortecido, descafeinado y desafilado su poder devastador sobre la fama ajena.

Y es una lástima porque, en el ámbito español, la fama ajena es algo que, de forma obsesiva, nos vemos compelidos a mancillar, menospreciar y, si fuera posible, devastar con un epíteto certero y oportuno. Pongo por ejemplo al político cuya posición ideológica nos produce rechazo. Por supuesto que no nos molestaremos en rebatir sus argumentos (en caso de que los expusiere), faltaría más, que tuviéramos que ponernos a pensar. Es mucho mejor y más simple la descalificación: XX es un memo, un rufián, un tarugo, un sarnoso, un odioso pisamierdas. Y tan anchos.

Recuerdo un viejo chiste en el que un nuevo Dante baja al infierno. Los condenados están en gigantescas calderas de aceite hirviendo, agrupados por nacionalidades: los holandeses, los franceses, los italianos, los ingleses… De cuando en cuando, un réprobo consigue trepar por el interior de la caldera hasta agarrarse al borde. Entonces, uno de los demonios, con un tridente, empuja al infortunado que cae de nuevo al fondo de la marmita. En esto, el visitante del infierno observa que no hay ningún diablo vigilando la caldera de los españoles y pregunta a los guardianes: “¿Y no tenéis miedo de que los españoles escapen del fuego?” “Quiá”, le responden, ”cuando un español trepa por la pared interior, mucho antes de que llegue al borde, sus compatriotas ya se encargan de cogerle de los pies y arrastrarle otra vez al fondo”.


Bueno, pues volviendo al libro, que ha de leerse de forma intermitente, ya que nos hallamos ante un extenso diccionario, el autor, Pancracio Celdrán, define el significado de cada denuesto, lo sitúa en época y contexto, de modo que remite con frecuencia a obras clásicas de lexicografía o etimología, ubicándolo en citas literarias, poemas y refranes, que enriquecen lo que de otro modo sería un seco muestrario. Cervantes, Quevedo y el siglo de oro, en general, tienen una notable presencia ya que, en aquella época, más brillante que feliz, los escritores de relieve eran unos maestros en el arte del agravio, la injuria y el baldón.

Dado mi talante malévolo, eludiré por superfluo el comentario de lo mucho que me he divertido, sobre todo con aquellos términos más desusados de nuestra acerada bilis patria. Te dejaré algunos para que puedas reducir el círculo de tus amistades. Por orden alfabético, pues recuerdo mis tiempos en la escuela, donde hacía escribir a los niños “el abecedario de las flores”, “el abecedario de las frutas” o “el abecedario de los nombres de persona”. Nunca, claro, les animé a escribir el abecedario de los insultos (no hacía falta): Acémila. Borrego. Cabestro. Dompedro. Estafermo. Fargallón. Gurrumino. Hediondo. Inepto. Julandrón. Lechuguino. Mastuerzo. Necio. Ñiquiñaque. Orate. Pelafustán. Quejica. Robaperas. Sabandija. Trapisondista. Uñilargo. Vilordo. Yeti. Zullenco.


Uno por letra, difícil elección, todos están extraídos del “Inventario General de Insultos”, todos están definidos y glosados por don Pancracio Celdrán; he aprendido algunos que desconocía, aunque el ingenio del capitán Haddock y de los personajes de Francisco Ibañez ya me habían puesto en contacto con el grueso de la obra, excepción hecha de las que mi hijo aún denomina “palabrotas”, que esas se aprenden en la calle.

No enlazo al libro, que es fácil de encontrar en PDF, y termino con unos versos del mismo que me califican al pelo, pues hoy me he extendido de lo lindo: 

“Pedancio: a los botarates
que te ayudan en tus obras
no los mimes ni los trates:
Tú te bastas y te sobras
para escribir disparates.”

sábado, 23 de enero de 2016

Coñaques

Estaba hoy, sábado por la tarde, en el momento de tomar café, copa y puro… Y en estos momentos me conformo con el café y con el recuerdo. Y hoy me ha asaltado uno burbujeante y chistoso. Rara vez veo la tele (sólo el futbol en abierto y no siempre), así que no sé a ciencia cierta desde cuándo no hay anuncios de coñac en la, antaño denominada, caja tonta. ¿Hace 30 años o más? Qué más da, pero hoy venían a mi mente una miríada de anuncios ¡de coñac! O de brandy, como hemos tenido que llamarlo luego.


Los que velan por nuestras constantes vitales y por nuestro confort moral, casi nos han hecho olvidar que en nuestra sociedad los vicios van evolucionando y, lo que hace 50 años era normal y público hoy se considera dañino y debe perseguirse o, cuando menos, soterrarse con pudorosa vergüenza. Correlativamente, cosas que, en aquella época censora y parcialmente censurada, se consideraban una perversión o una lacra, hoy son mostradas como ejemplo de conducta. Pero dejémonos de relativismos morales y volvamos a las copas, cuyos anuncios martillaban en la televisión pública (única existente entonces) y contribuían a financiarla, porque pedir un canon para su mantenimiento (como en Francia) era aquí cosa impensable (Franco ya nos educaba en el todo gratis).


El más presente y entrañable era el coñac Fundador. Durante una época vino con un disco sorpresa de obsequio, un single de contenido musical variable (desde infecto a extraordinario), que se promocionaba con aquello de “Redondo es el disco sorpresa de Fundador”, a través de un cordial muñequito, llamado don Pedrito “que está como nunca”, un dibujo animado de un señor cabezón con sombrero y bigote, con el que se podían identificar pléyades de padres mientras saboreaban la copita de coñac y, en la tele, sonaba: “Está como nunca el coñac que mejor sabe, Fundador, está como nunca porque es seco y es suave”.


Por el contrario, Terry, jugaba la baza del erotismo, con una chica rubia montando a pelo en un hermoso caballo blanco jerezano: “Terry me va… “ Decía el macho, “Usted si que sabe” ronroneaba una sugestiva voz femenina. Luego me enteré de que una de las modelos empleadas en el anuncio fue Nico, cantante con The Velvet Underground, e icono a finales de los 60 y comienzos de los 70, toma calidad.


Aunque la palma, en lo que a machismo se refiere, se la llevaba Soberano, “Porque Soberano es cosa de hombres”, a través de unos anuncios que, hoy, nos parecerán seguramente increíbles.


Había muchos otros, a cual más dionisíaco:

Veterano, “Veterano tiene eso. Y, por eso, con Veterano me quedo.”


501, “Es el momento oportuno de tomar 501”.

Bobadilla 103, “El calorcillo”.

Magno, “Un poco de Magno es mucho”.

Y tantos otros (¿cuál de ellos era “para los entendidos que no son esnobs”?) Decididamente el consumidor masculino se ha sanificado, el brandy está de capa caída y la época dionisiaca ha caducado (al menos, la mía). O tempora o mores, que decían ya los clásicos romanos.

jueves, 21 de enero de 2016

De Los Nombres De To' Cristo

La primera carga que los padres imponen a su vástago, aparte de la vida, es la de un nombre que, acertado o desacertado, será una gracia o una lacra, un adorno o un baldón que le acompañará toda su existencia.

Antiguamente, los nombres solían denotar pertenencia a un estrato social. Las clases altas, conscientes de la dificultad de la elección, hilaban largos nombres compuestos, para que el retoño o la retoña, alcanzada la madurez, usara del que le viniera en gana, teniendo un amplio muestrario procedente de los más variados ancestros y ancestras. Traigo aquí, a cuento de lo expresado, dos ejemplos hallados por mis infatigables investigaciones. Un varón de cuna ilustre, podía ser bautizado como: Ignacio Armando Leandro Tristán Leocadio de las Nieves y del Sagrado Corazón. Una damisela distinguida podía ser agraciada con el nombre de Sagrario Enriqueta Damiana Cristina Presentación del Señor.
 

Los pobres, por el contrario, solo gastaban un nombre. Si los progenitores eran prudentes o discretos, daban en un sencillo José, Juan o Antonio para el macho y María, Carmen o Pilar para la hembra y así ponían a ambos a salvo de ulteriores complicaciones, malentendidos o bochornos de aquellos que la originalidad de los humildes acaba acarreando casi siempre.

En este campo hay nombres cuya deliciosa obsolescencia me hace sonreír, ante la bizarría, la piedad insensata o la falta de cautela de algunos antepasados que usaron estos recios apelativos que, a día de hoy, se consideran decididamente arcaicos.
 

En la provincia de Teruel, conocí a una señora llamada Circuncisión, aunque usaban con ella el diminutivo Circun, éste para mí se lleva la palma como el nombre que me ha parecido más insólito. Otros que me han llamado la atención por su arcana singularidad, han sido: Sinforiano, Tiburcia, Venancia, Santiaga, Reparada, Policarpo, Restituto, Ulpiano, Mamerto, Práxedes, Gelsumina o Hermelando.
 

En nuestros días, los padres no son tan atrevidos y recurren a la seguridad infalible de las modas en vigor. En mis tiempos de docente me encontré, a menudo en una clase, con repeticiones, rayanas en la epidemia, de David, Daniel, Adrián, Alejandro, Vanesa y Jessica. A una muchacha de éste nombre (léase Yésica), le gasté la broma de contarle que unos padres, dudando entre poner a su hija Vanesa o Jessica, le pusieron “Vanésica” (y me dijo: ¡hala, qué feo!)
 

En la España del siglo XXI, las modas más asentadas son la territorial (entre padres autonómicos sensibles al hecho diferencial) y la exótica, entre los padres de las clases más desfavorecidas. A ésta última pertenecen los nombres que más me han llamado la atención en los últimos tiempos, sé que a alguno no le parecerán verosímiles, pero aquí están: Daglas, Brallan, Estifen o Estiven, Yónatan o Kevin Cosme (por homofonía con Kevin Costner). Si digo ahora que mis nombres favoritos se refugian en la sencillez de un Diego, Manuel, Ana, Julia o Alicia, como mi madre, les permito que me digan: “Ahí va, qué rancio”. A mandar.


Toda esta catarata de simplezas, me ha venido a raíz de consultar los nombres más frecuentes por provincias en los enlaces:
http://unadocenade.com/una-docena-de-nombres-de-chico-mas-puestos-en-espana/
 
Y no sacaré más conclusiones que las obvias: los nombres se van apegando al particularismo territorial y se van desapegando del santoral religioso, la historia sagrada y las fuentes tradicionales. Los mapas los he tomado de las páginas enlazadas. No están todos por no redundar.

 

martes, 19 de enero de 2016

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 48

30.  UNA CONSPIRACIÓN A PLENA LUZ Y UNA JUERGA TABERNARIA
El reingreso en los médanos de la cotidianeidad, rumbo al piélago de la desilusión, no estuvo exento de ciertos alicientes y sorpresas. Por un lado los colegas del instituto comenzaron a olvidar poco a poco el incidente que nos había distanciado. El primero en aproximarse fue, cómo no, Mateo. Como él no había ido al viaje de estudios a divertirse, mi atolondrada deserción y las consecuentes represalias sobre el grupo, no le habían estropeado la diversión. Antes bien le habían permitido concentrarse en aprender todo lo que de técnica pictórica puede absorber una mirada atenta en los mil y un museos que jalonaban el camino, en los que atendió reconcentrado hasta la última palabra de Pichot, muy dado a interminables disertaciones sobre los entresijos de las Bellas Artes, esas que tanto apasionaban a mi amigo y tan poco a casi todos los demás.

 
 - Estoy interesado en adentrarme en la pintura al óleo – me dijo Mateo – porque es la técnica más compleja y de más posibilidades expresivas. Tienes que venir a mi casa a ver mis primeros pinitos. Las artes plásticas en general y la pintura en particular serán un vehículo formidable de transformación social en los cambios que se avecinan.

 - ¿Qué cambios? ¡Ah! La tele en color y eso…

 - Voy a acabar comprendiendo por qué te llaman Pinchaúvas, amigo Teo. No. Me estoy refiriendo a cambios políticos: el general Franco va a cumplir 76 años y no puede durar eternamente. Tú no tienes conciencia de las transformaciones que tendrán lugar entonces, claro, pero en este país los trabajadores van a tomar el poder y van a cambiar el signo de la dictadura.

Creo haber señalado que ésta era una de las ventoleras de Mateo, una tabarra política medio incomprensible y medio peligrosa, con la que percutía sin piedad en los oídos de los pocos que no salíamos huyendo al verlo aparecer por una esquina. Me tuvo tres cuartos de hora hablándome de lo importante que era un mandamás chino que se llamaba Mao Tse Tung, el cual les había regalado a sus novecientos millones de amarillos paisanos, un libro que había escrito, un libro que tenía las tapas rojas y por eso se llamaba “El Libro Rojo de Mao”, donde les daba instrucciones para dar todos a la vez una patada en el suelo con lo que, siendo tantísimos, harían temblar al mundo. Del temblor que se produciría, las aguas encharcarían la Tierra entera y todos nos pondríamos a cultivar arroz como los chinos. Y el presidente Mao Tse Tung gobernaría el mundo que, tras la sacudida, sería un oasis pantanoso de paz y prosperidad. A él se lo habían dicho, hace unos días en Zaragoza, unas chicas navarras muy majas que hablaban de libertad sexual y de una organización revolucionaria de los trabajadores…

 - Libertad sexual, vaya suertudo, follaste con ellas entonces... ¿No?

 
No conseguí interrumpirle. Una organización revolucionaria de los trabajadores que iban a crear para que, cuando los chinos dieran la patada que haría temblar el mundo y todo se encharcara, repartir semillas de arroz a todos los que quisieran empezar ya con la siembra y, de este modo, nadie sufriría nunca más desnutrición.

Esto lo dijo mirándome a mí, así que no me quedó más remedio que mostrarle mi superioridad en otro terreno:

 - ¿Has calculado ya las integrales que tenemos para el lunes? Porque si no, te las paso.

Mateo era muy malo en mates, asunto que enmascaraba celosamente, como si fuera un desdoro.

 - No. Ya las tengo hechas. Las he resuelto al mediodía después de comer. No tenían excesiva complicación. Bueno, ¿vendrás mañana por la tarde a echarle un vistazo a mis primeros lienzos? Tráete a Nines si quieres, que me fío más de su criterio que del tuyo.

 
Me quedé con los ojos como platos. Por un lado porque a mí, que era el mejor de la clase en matemáticas, si quitabas a la Yegua y a su amiga de las gafas gordas, que era tan horrorosa que ni me acuerdo cómo se llamaba, las integrales en cuestión me habían costado toda la tarde de ayer y había una que no sabía si la tendría bien, así que para Mateo debían ser como el libro ése de Mao en edición original: un batiburrillo de ideogramas hermético e indescifrable. Por otro lado no comprendía el mecanismo que había cuajado, a los ojos de todo el mundo, mi evasiva relación con Nines: para Mateo y los demás, era mi novia y punto. Vi salir al Congrio de la pescadería y me escondí en un portal. Mira que si él también estaba al tanto… Veía sus brazos como ramas del árbol de la Salud y su mandíbula como la proa de un remolcador y me cagaba en los calzoncillos, por suerte pasó de largo.

 - ¿De quién te escondes? – Dijo Mateo. – El señor Rapún sabe que sales con su hija. Me lo contó mi abuela que estuvo en la pescadería comprando chirlas. Si no te ha saludado es porque está esperando que Nines te lleve a casa para presentarte en plan formal.

El vértigo casi no me dejó articular palabra, pero al final conseguí despedirme:

 - Adiós, pintamonas. Mañana a estas horas me presentaré en tu casa. Ten preparado el ácido clorhídrico.

Así era como llamábamos a su vino rancio, por mor de la etiqueta que lo camuflaba en un rechoncho frasco marrón. Esta alusión me despertó las ganas de echar un trago y me encaminé directo hacia “El Arcángel”.

domingo, 17 de enero de 2016

En Albelda, A Finales De Los 70. La Escuela En Blanco Y Negro

Corría el curso 1979-80, uno de los de mayor esplendor en los anales de la EGB (Educación General Básica, “Yo también fui a EGB”, solo que en la mesa de enfrente de los pupitres). El, por aquél entonces MEC (Ministerio de Educación y Ciencia), que rigió largo tiempo mis destinos, me envió a la localidad de Albelda, en la Litera oscense, para hacerme cargo del alumnado que sale en las fotos.


Un alumnado de primera calidad académica, dicho sea de paso. Muchos de ellos habrán completado estudios superiores o así lo espero. Como hoy no me he tomado el Nutrament, apenas recuerdo media docena de nombres, pero eso no hace al caso, lo que rememoro es un alumnado inquieto, estimulante y, en general, bastante aplicado.


Eran otros tiempos, claro: en Matemáticas y Ciencias, el nivel medio de uno de estos muchachos, en 8º, creo que podría equipararse a los del actual 4º de ESO, misterios de la vida y es que, a veces, los presupuestos no lo son todo.


Han pasado 36 años y eso se nota en las fotos: tanto el alumnado, como mis compañeros y yo, parecemos seres de otra época, así de implacables son los cambios en el tiempo y las modas. El look más moderno y actual que seas capaz de imaginar hoy, dentro de 36 años parecerá rancio y desfasado como el tinte del pelo de tu abuela.



Y sé que está prohibido publicar fotos de niños en internet, la ley protege a los menores como es natural, solo que los niños y niñas que prestan sus infantiles rostros a estas instantáneas se están hoy aproximando, como diría Vargas Llosa, a la flor de la edad: la cincuentena.


Me haría ilusión, por supuesto, aunque lo veo poco probable, que alguno de ellos se viera, se reconociera y experimentara un puntito de nostalgia, siquiera la vigésima parte de la que he experimentado yo al recuperar éstas fotos. Fotos de muy escasa calidad, ya que entonces disponía yo de una cámara de cartón plastificado, de cero megapíxeles.


Si mal no recuerdo, creo haber tenido muy buena relación con estas jóvenes personas pero, quien sabe, la memoria tiñe de rosa el recuerdo y lo oscuro se desecha y olvida. Me enseñaron los alrededores de Albelda, particularmente un espléndido paraje de rocas areniscas, que llamaban los Castellasos, a donde solíamos ir de excursión algunas tardes de buen tiempo para ver si me daba un ataque al corazón, ya que los chavales colgados de esas rocas estaban bajo mi tutela y responsabilidad, así que pensaba: “si alguno se escorromoña, voy al trullo”.



Una gran roca parecía un rinoceronte varado.


Otra, una cabeza de caballo, o su efigie.


El paraje rocoso era de una buena escala: la figura en la cumbre sirve como referencia.



Incluso años después, intenté pintarlo, pero no me salía y dejé el cuadro sin concluir.


Más tarde siempre es demasiado tarde: al volver hace poco a aquellos alrededores, me topé con un entorno algo degradado y la fantasmagoría poética de rocas y vegetación ya no era como la que habitaba en mi mente… O me equivoqué de sitio, ya que mi sentido de la orientación es mítico, me puedo perder en un escobero.

sábado, 16 de enero de 2016

Filatelia Accidental 2

A raíz de haber mostrado parte de mi colección de sellos, he alcanzado cierta tenue notoriedad en Gurguzcullar del Purejón, municipio virtual del cual ya creo haber hablado en otra entrada y en el que al parecer, entre los vecinos, soy el único filatélico vivo.

Por este motivo, el periodista del ayuntamiento, Especioso Panda, muy celebrado por su incisivo amarillismo, determinó hacerme una entrevista para el periódico digital de mayor difusión en la localidad, PurejoNews. La transcribo íntegra, debido a su brevedad.


P - ¿Cree que, en nuestros días de emails, whatsapps, tuiteo y retuiteo, Skype, Facebook y otros adelantos en la comunicación, la filatelia, en cuanto que pasión coleccionista vinculada a algo tan obsoleto como la carta escrita en papel y enviada a través del correo, tiene algún probable futuro o es algo ya definitivamente muerto y enterrado en el desván de los tiempos pasados? ¿Usted cree que hay menores de dieciocho años que se incorporan a esta afición?

R – No lo sé.


P - ¿Usted etiquetaría la filatelia como consumo cultural, en el mismo plano, digamos, que el teatro, las visitas a exposiciones de artes plásticas, el turismo histórico y monumental, el acudir a  la ópera y a conciertos, la adquisición de libros y grabaciones musicales o piensa que se mueve en un plano inferior, por su alcance más minoritario y por su menor calado artístico, o tal vez su empaque, relevancia y prestigio más restringidos?

R - Es posible, aunque me parece irrelevante.

P – Y en cuanto a inversión, ¿qué piensa de los sonados fracasos recientes de muchos pequeños inversores en fondos filatélicos? ¿Es verdad que los ejemplares raros y los catálogos extensos son muy caros cuando se está interesado en adquirirlos y muy baratos cuando uno decide ofertarlos y desprenderse de una magnífica colección de sellos nuevos, pongamos, en bloques de cuatro?

R – Mi intención no era vender, de modo que lo ignoro.


P - ¿Qué es necesario para introducirse con buen pie en este apasionante rincón de anticuario, de una de las aficiones, que hace unos años seducía por igual a mayores y pequeños y mantenía tiendas dedicadas, puestos en mercados al aire libre, exposiciones y ferias de intercambio entre coleccionistas y un nivel de actividad que hoy parece un tanto residual?

R – Primero determinar qué tipo de colección se va a iniciar: país o países, época, nuevos o usados… Un buen catálogo impreso, lupa, pinzas, fundas y muchísima calma y paciencia.


P - ¿Alguna observación más para finalizar?

R – Pues sí. En la anterior entrada, la definición y calidad de las imágenes eran catastróficas. Y para resarcir a los aficionados, las cuatro láminas que pondré hoy estarán escaneadas con la máxima calidad que me permitan mis medios. Y un saludo a mis paisanos y lectores.  

miércoles, 13 de enero de 2016

Filatelia Accidental

Estaba documentándome para el cuarto tomo de “Memorias De Un Cantamañanas” (En Nueva Zelanda, “Singmornings’ Memories”) cuando constaté que, entre 1976 y 1980, ¡me dedicaba a coleccionar sellos! Así dicho, suena a una dedicación seria, pero la verdad es que fue una de mis actividades de menor mérito, algo así como cuando aprendí a nadar con flotador.

Me limité a apuntarme en la oficina postal de mi pueblo al “Servicio Filatélico de Correos” que, al precio nominal, me mandaba todos los sellos que se iban emitiendo en España y yo, por mi cuenta, sólo tenía que comprar las páginas del Olegario (un álbum adaptado y completo) conforme iban apareciendo y meter los sellos, con unas pinzas, en unas fundas para preservarlos. Pan comido.

 
No sé por qué lo dejé, así que hoy escaneo cinco páginas para ponerlas aquí. Tienen casi cuarenta años… Más o menos por aquella época, falleció René Goscinny, escritor de, entre muchas otras cosas, las fantásticas aventuras de “El Pequeño Nicolás”, alguno de cuyos volúmenes comentaré en cuanto recupere el riego sanguíneo, pero que, si tienes un hijo entre 8 y 13 años, te recomiendo que compres ya sin falta para, con la excusa, leerlas tú mismo y volver a ver la vida con el estado de gracia de los ojos de un niño de esa edad.

Te dejo con un relato completo, muestra pertinente del tema de hoy:

“Filatelias

Rufo llegó terriblemente contento a la escuela esta mañana. Nos enseñó un cuaderno muy nuevo que llevaba, y en la primera página, arriba a la izquierda, había un sello pegado. En las demás páginas no había nada.

—Empiezo una colección de sellos —nos dijo Rufo.

 
Y nos explicó que fue su papá quien le dio la idea de hacer una colección de sellos; que eso se llama filatelia y que era terriblemente útil, porque se aprendía historia y geografía mirando los sellos. Su papá le había dicho también que una colección de sellos podía valer montones y montones de dinero, y que había habido un rey de Inglaterra que tenía una colección que valía terriblemente cara.

—Lo que estaría muy bien —nos dijo Rufo— es que vosotros hicierais colección de sellos; entonces podríamos cambiarlos. Papá me dijo que así es como se llega a hacer colecciones formidables. Pero los sellos no tienen que estar rotos, y sobre todo es preciso que tengan todos los dientes.

Cuando llegué a casa a comer, le pedí en seguida a mamá que me diera sellos.

—¿A qué viene eso ahora? — preguntó mamá—. Vete a lavar las manos y no me des la lata con tus ideas descabelladas.

—¿Para qué quieres sellos, jovencito? — me preguntó papá—. ¿Tienes que escribir cartas?

—No, bueno —dije—; es para hacer filatelia, como Rufo.

— ¡Eso está muy bien! — dijo papá—. ¡La filatelia es una ocupación muy interesante! Coleccionando sellos se aprenden montones de cosas, sobre todo historia y geografía. Y, además, ¿sabes?, una colección bien hecha puede valer mucho. Hubo un rey de Inglaterra que tenía una colección que valía una verdadera fortuna.

—Sí —dije yo—. Entonces, con mis compañeros, haremos cambios y tendremos colecciones terribles, con sellos llenos de dientes...

—Sí —dijo papá—. En cualquier caso, prefiero verte coleccionar sellos en vez de esos juguetes inútiles que llenan tus bolsillos y toda la casa. Y ahora vas a obedecer a mamá: vas a lavarte las manos, vas a venir a la mesa, y, después de comer, te daré algunos sellos.

Y después de comer, papá buscó en su despacho y encontró tres sobres, en los que rompió la esquina donde estaban los sellos.

—¡Ya estás en camino de hacer una colección formidable! —me dijo papá, riendo.

Y yo lo besé, porque tengo el papá más estupendo del mundo.

 
Cuando llegué a la escuela, esta tarde, había varios amiguetes que habían empezado colecciones; Clotario tenía un sello, Godofredo tenía otro y Alcestes tenía uno, pero todo roto, asqueroso, lleno de mantequilla, y le faltaban montones de dientes. Yo, con mis tres sellos, tenía la colección más estupenda. Eudes no tenía sellos y nos dijo que éramos tontos y que eso no servía para nada; que a él le gustaba más el fútbol.

—El tonto eres tú —dijo Rufo—. Si el rey de Inglaterra hubiera jugado al fútbol en lugar de coleccionar sellos, no habría sido rico. Quizá incluso ni habría sido rey.

Tenía toda la razón Rufo; pero como tocó la campana para entrar en clase, no pudimos continuar haciendo filatelias.

En el recreo, nos pusimos todos a hacer cambios.

—¿Quién quiere mi sello? —preguntó Alcestes.

—Tienes un sello que me falta —le dijo Rufo a Clotario—. Te lo cambio.

—De acuerdo —dijo Clotario—. Te cambio mi sello por dos sellos.

—¿Y por qué voy a darte dos sellos por tu sello, si me haces el favor? —preguntó Rufo—. Por un sello doy otro sello.

—Yo sí que cambiaría mi sello por un sello —dijo Alcestes.

 
Y después el Caldo se acercó a nosotros. El Caldo es nuestro vigilante y desconfía cuando nos ve a todos juntos, y como siempre estamos juntos, porque somos un grupo de compañeros fenómeno, el Caldo desconfía todo el tiempo.

—¡Mírenme bien a los ojos! — nos dijo el Caldo—. ¿Qué están tramando ahora, mala hierba?

—Nada, señor — dijo Clotario—. Hacemos filatelias, o sea, que cambiamos sellos. Un sello por dos sellos, o algo así, para hacer colecciones estupendas.

—¿Filatelia? — dijo el Caldo—. ¡Eso está muy bien! Muy instructivo, sobre todo en lo concerniente a la historia y a la geografía. Y, además, una buena colección puede llegar a valer mucho... Hubo un rey de no sé qué país, y no me acuerdo de su nombre, que tenía una colección que valía una fortuna... Bueno, hagan sus cambios pero pórtense bien.

El Caldo se marchó y Clotario tendió su mano, con el sello dentro, a Rufo.

—Entonces, ¿de acuerdo? —preguntó Clotario.

—No — contestó Rufo.

—Yo estoy de acuerdo — dijo Alcestes.

Y, después, Eudes se acercó a Clotario, y, ¡hale!, le quitó el sello.

— ¡Yo también voy a empezar una colección! —gritó Eudes, riendo.

Y echó a correr. Clotario no se reía, corría detrás de Eudes gritándole que le devolviera su sello, asqueroso ladrón. Entonces, Eudes, sin detenerse, lamió el sello y se lo pegó en la frente.

— ¡Eh, chicos! — gritó Eudes—. ¡Mirad! ¡Soy una carta! ¡Soy una carta por avión!

Y Eudes abrió los brazos y empezó a correr haciendo «braom, braom»; pero Clotario consiguió ponerle la zancadilla, y Eudes cayó, y empezaron a pelearse terriblemente, y el Caldo volvió corriendo.

— ¡Oh! ¡Ya sabía yo que no podía confiar en ustedes! — dijo el Caldo—. Son incapaces de distraerse inteligentemente. ¡Ustedes dos, castigados!... Y, además, usted, Eudes, va a hacerme el favor de despegarse ese ridículo sello que tiene en la frente.

—Sí, pero dígale que tenga cuidado de no romper los dientes — dijo Rufo—. Es uno de los que me faltan.

Y el Caldo lo mandó castigado, con Clotario y Eudes.

 
Los únicos coleccionistas que quedábamos éramos Godofredo, Alcestes y yo.

—¡Eh, chicos! ¿No queréis mi sello? —preguntó Alcestes.

—Te cambio tus tres sellos por mi sello — me dijo Godofredo.

—¿Estás loco? — le pregunté—. Si quieres mis tres sellos, dame tres sellos, ¡no faltaba más! Por un sello, te doy un sello.

—Yo sí quiero cambiar mi sello por un sello — dijo Alcestes.

— ¿Y qué ventaja saco? — me dijo Godofredo—. ¡Son los mismos sellos!

—Entonces, ¿no queréis mi sello? —preguntó Alcestes.

—Yo estoy de acuerdo en darte mis tres sellos — le dije a Godofredo— si me los cambias por algo bueno.

—¡Vale! —dijo Godofredo.

—Está bien; ya que nadie quiere mi sello, ¡mirad lo que hago con él! —gritó Alcestes, y rompió su colección.

Cuando llegué a casa, de lo más contento, papá me preguntó:

— ¿Qué, joven filatélico, cómo marcha esa colección?

—Estupendamente — le dije.

Y le enseñé las dos canicas que me había dado Godofredo.”
 

domingo, 10 de enero de 2016

La Creu De Sant Jordi I La Cara De Tots Els Altres

En el momento en que escribo esto, no estoy sorprendido por el divorcio largamente anunciado que se propone en este Estado (de descomposición), sino por el morro inaudito con que la parte que lo impulsa y promueve, digamos la parte demandante, lo está llevando a cabo. Me explico: van a romper una comunidad a la que pertenecemos, sin siquiera pedir nuestra opinión. Como si fuera un cierre patronal. Ahí os quedáis, en la puta calle, que yo ya he puesto a buen recaudo los bienes objeto de litigio. ¿Qué broma es ésta?… ¿Puede un pueblo ser reo de ruindad, de torpeza, de villanía, de imbecilidad o de aturdimiento? Me temo que no, por tanto no voy a seguir por este camino. Aunque no puedo, hoy, evitar señalar que el popularísimo eslogan “Espanya ens roba” nos suena aquí algo insultante, no sé, como si alguien, a orillas del Manzanares lanzara al escenario político un “Cataluña apesta”("Catalunya fa pudor"). ¿A que no mola?


Me centraré, pues, en un detalle: los socios anticapitalistas del “Pujolato”. Los chicos asamblearios de la CUP, la solidaria izquierda antisistema, dijeron primero que se había de ganar el plebiscito (ahora, en algunos sitios, a las elecciones autonómicas las llaman plebiscitos), para ejecutar el “mandato popular” de la “desconexión”. No lo ganaron, pero su reputada honestidad les llevó, a los pocos días, a desdecirse, a empatar a 1515 y a poner en bandeja de plata, a la burguesía más filistea, el vasallaje y la pleitesía de sus vástagos (un poquito) descarriados. Internacionalistas y solidarios, vaya, a la izquierda del mismísimo Trotsky y su inseparable piolet catalán, de Bakunin y hasta del explosivo POUM. Yo, cuando era joven, sí, fui de izquierdas similares (militante, hasta pagaba cuotas)… Hoy me siento al respecto, tan abochornado como se debía de sentir Herbert Von Karajan cuando le recordaban su pasado juvenil… Aunque afortunadamente mi caso es muchísimo menos notorio.

Notorio, muy notorio también, es el caso de un traidor profético, de un judas clarividente, uno al que le quisieron dar la Creu de Sant Jordi para ver si dejaba de tocarles los huevos a la casta abductora. No tragó y por aquí he descubierto una de sus colaboraciones en prensa, de hace unos diez años, cuya lucidez quería compartir en un día tan assenyalat (señalado):


sábado, 9 de enero de 2016

Todo Por Una Chica - Nick Hornby

“Todo por una chica” (2007), fue publicado originalmente en inglés como “Slam” (y es que, como dijo Gila, “al cambio, se queda en nada”), yo lo hubiera traducido como “Golpe”, “Portazo”, o incluso “Carpetazo”, pero claro yo no trabajo en ninguna editorial española, donde a los pobres les debió parecer que las chicas y los chicos, al sentirse aludidos, podrían interesarse por el libro.

“Todo por una chica” es una breve novela sobre la crisis del modelo familiar tradicional y los embarazos adolescentes. Podría dar para el guion de uno de aquellos telefilmes de sobremesa, “basados en hechos reales”, que con bajo presupuesto, escasa imaginación y un abrumador empalago sentimental, sustituyeron por estos pagos a aquella extraordinaria serie de “El Virginiano”. Pero entonces, ¿cómo recomiendo un libro así? ¿Por qué creo que debería leerlo todo aquél que sea o haya sido alguna vez joven, en edad o en espíritu?

 
La respuesta está en la especial sensibilidad y visión del autor, en los modos y las formas de Nick Hornby, un monstruo, para mí uno de los integrantes de la santísima trinidad inglesa de la narrativa de nuestro tiempo (junto con Ian McEwan y Julian Barnes). Si este blog tuviera seguidores, les aseguraría que volverá por estas páginas, pues tengo en mente comentar su últimaravillosa novela (Juliet, desnuda) y una película de la que es guionista (An Education), si dios me da esa luz.

El protagonista de “Todo por una chica” es Sam, un adolescente que hace skateboard, estudia bachillerato y tiene pensado ir a la Universidad a cursar arte o diseño gráfico. Vive con su madre, una treintañera divorciada, que lo dio a luz a los dieciséis años.

Sam tiene en su habitación el póster de su ídolo Tony Hawk, póster con el que habla y al que le pide consejos. También lee continuamente el libro autobiográfico “Hawk - Occupation: Skateboarder”, escrito por el famoso patinador y que Sam considera su Biblia. En éstas, conoce a Alicia, de la que se enamora. Tras un breve e intenso noviazgo, se cansa de ella y la deja. Fin.

 
Si no fuera porque accidentalmente (ya que tomaban precauciones) ha dejado embarazada a la chica… Y ella quiere tener el bebé.

A partir de aquí, entramos en el meollo de la cuestión. Y en unos divertidos vaivenes temporales. Cuando Sam habla con su admirado Tony Hawk, para preguntarle si saldrán a flote con el asunto del bebé, si recompondrán su relación… ¡Los “poderes “ de Hawk le mandan al futuro! Es decir, se ve inmerso en una jornada que dentro de unos meses o de un año va a vivir realmente.

 
Por lo que he contado, puedes sacar la conclusión de que la historia no es como para tirar cohetes. Un solemne error. Nick Hornby hace con estas historias cotidianas o anodinas un sugestivo y clarividente fresco de las relaciones humanas en nuestro tiempo. Por una parte, un estilo elusivo y circunloquial, característico de la narrativa inglesa, muestra siempre más que lo que dice, subraya lo que oculta, transmite con vivacidad usando meras alusiones: un prodigio de exuberancia envuelto en la más sutil delicadeza. Por otra parte, los personajes de Hornby, que en una primera mirada son acomodaticios y egoístas, mezquinos y pusilánimes, están trazados con tal complejidad y riqueza que enseguida muestran un reverso de humanidad y benevolencia, haciendo brotar una inmediata empatía por estos antihéroes confusos, desorientados e inseguros: como nosotros mismos.

 
Un último punto es el que hace referencia a la actualidad en su temática: aparece profusamente la música (Hornby empezó como crítico musical en la prensa), el fútbol, las modas, el famoseo… A mi modo de ver el autor arriesga en referencias muy cercanas que, a no tardar mucho, estarán decisivamente desfasadas. Pero hasta esto lo hace con sabiduría y mesura, con lo que disfraza de “texto de consumo” lo que es un genuino ejercicio de literatura grande y no al revés. No te confundas: puede parecer una novela juvenil, para muchachos y muchachas de secundaria o bachillerato pero, o mucho me equivoco, o es una narración con el suficiente empaque para las grandes ligas de las letras.

Libro delicioso y sutil, melancólico y divertido. Cómpralo en la versión española de Anagrama o prueba este enlace: