martes, 31 de mayo de 2016

Ermita De Nuestra Señora De Treviño En Adahuesca

El fin de semana pasado anduvimos haciendo un poco de turismo por tierras del Somontano y accedimos a esta singular ermita situada en un ámbito tan… beatífico, que no he podido resistir la tentación de compartir unas cuántas fotos.


Fachada norte (principal)

La ermita no deja de tener su gracia, no sé si tardorrománica o protogótica, y eso que íbamos provistos del muy erudito libro de Cayetano Enríquez de Salamanca, que contiene más de doscientos términos de arquitectura sacra, todos incomprensibles fuera del ámbito de los especialistas. Pero más que la propia ermita, lo que es evocador y adorable es el muy bucólico paraje donde se asienta, a todas luces como resto de un conjunto de mayor envergadura: un monasterio de buen tamaño, un antiguo convento del cual la escueta ermita es el testimonio superviviente.



Fachada oeste

Es a poco más de un kilómetro al sur del pueblo de Adahuesca, donde se alza esta curiosa construcción, que tiene dos fachadas muy relevantes: la que mira al oeste, con una pequeña puerta de acceso, está rematada por una espadaña donde faltan las campanas, y la que da al norte, con un atrio porticado accesible desde el oeste, cobija una preciosa portada, con una superposición de numerosos arcos y ¡con una gatera! Tal vez para permitir el acceso de cuatro gatos a algún oficio religioso…



Portada principal (con gatera)

Acceso al atrio desde el oeste

El cautivador y melancólico entorno, que invita a la meditación o, como mínimo, a contemplar la puesta de sol, incluye, entre su arbolado, tres airosos cipreses muy altos: de modo inevitable te conminan a mirar el cielo. Una delicada astucia para inducir, si no una experiencia sobrenatural, al menos un momento sereno y reflexivo.


Vista general según se accede


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lunes, 30 de mayo de 2016

Manual De Subsistencia Gratuita Para Veganos

De niños, en mi pueblo, nos lanzábamos alegremente al campo a comer toda clase de porquerías vegetales, con la gastroenteritis como horizonte inmediato. Hoy me vienen los recuerdos de cuatro productos muy abundantes, por completo gratuitos, quizá incluso nutritivos y puede que hasta un tanto sabrosos. Claro, también intentábamos mangar fresas, cerezas o melocotones: en tal terreno, en la estrecha época de mi niñez, los condicionantes éticos eran inexistentes, pero se alzaba el mito del feroz labriego armado tal vez con una escopeta que, en nuestra imaginación, estaba cargada con cartuchos de sal que pondrían nuestras nalgas en ignición. De modo que sólo los más atrevidos superaban esta aprensión que a los demás nos paralizaba en las cercas, mirando el cerezo con ojos golositos.

De los cuatro productos, el más común y apetitoso eran las moras de las zarzamoras. Había y sigue habiendo a patadas en las soleadas lindes de los caminos: llegaba agosto y nos las brindaba grandes, negras y dulces hasta el hartazgo. El poco o ningún tránsito rodado por las pistas agrícolas, hacía que no estuvieran polvorientas ni supieran a gasoil: el único inconveniente radicaba en la extremada pinchosidad de las zarzamoras y en la disputa que era inevitable emprender con insectos que, con frecuencia, te dejaban algún dedo como una salchicha de un picotazo.



El siguiente en nuestras preferencias, eran las llamadas “manzanitas de manuel / que son buenas de comer”, las insípidas frutillas rojas del espino blanco o del majuelo que, como arbusto, crecía abundante en las orillas de los caminos. Eran de un tamaño algo mayor que un guisante y tenían un huesecillo ocupando casi todo su interior (con lo que su parecido con una manzana era nulo). Los más despistados podíamos confundirlas con los peligrosos tapaculos (escaramujos), muy astringentes, que dejaban atascadas y llenas de retortijones nuestras tripas.


A los frutos de las malvas silvestres, los denominábamos “tomates”, se trataba de unos diminutos botones verdes, tan sosos como adictivos. Si me paro a pensarlo era, verdaderamente, como comer hierba.



Y por último, aquí quería yo llegar como se echa de ver en las fotos, y solo para los muy valientes, estaban los cardos. Si estabas dispuesto a estragarte las manos y quitar las afiladísimas espinas, lo cual requería habilidad y entereza, obtenías como premio un corazón dulce, aromático y carnoso, que no acabo de saber si pertenece a un recuerdo o a un sueño: me veo “tomando prestadas” las pinzas de una de mis tías, que era manicura y, tras una larga y sacrificada sesión de cirugía, disfrutando del núcleo tierno de estas alcachofas salvajes, una delicia.



Ya sé que, de haber habitado en climas más benignos, estaría hablando de las grosellas, las frambuesas, los arándanos o las fresas silvestres, pero no es lo mismo… no son tan fotogénicos (algún consuelo tenía que buscar, ¿no?)


miércoles, 25 de mayo de 2016

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 55

Al día siguiente, por la mañana, en casa de Mateo, estábamos en su espaciosa terraza ante el caballete donde daba los últimos toques a la Torre de la Cárcel y, por primera vez, mostré un genuino entusiasmo por sus avances pictóricos:

 - Te ha quedado muy bien, muy real: en esta pintura no tienes que explicar nada, todo el mundo lo ve.


 - Cuando seque, voy a llevarla a los almacenes San Juan. Me han dicho que la pondrán en el escaparate e intentarán venderla. Voy a pedir novecientas pesetas más lo que me cobren por el marco. – Firmó “Mateo Lahoz 1968” y se alejó para ver el efecto conseguido desde lejos. Nos quedamos mirando el cuadro un rato, en su factura detallista se veía la pescadería de Rapún y eso me hizo sentir una punzada de melancolía.


 - Me pregunto qué andará haciendo Nines allá en Lyon, - dije.


 - Pues aprendiendo francés, supongo. Y haciendo amistades, ten en cuenta que allí será una belleza exótica. Seguro que ha conocido a un tal Jean-Pierre y se consuela con él de tu fastidioso y mortecino recuerdo.




 - ¿También tú te vas a poner en plan borde, como los otros? Si es así no vale la pena que te cuente que ni me imaginaba que la iba a echar de menos, menudo alivio, pero resulta que ahora pienso en ella más que cuando la tenía pegada y no me dejaba ni a sol ni a sombra… Joder, qué tonto fui.


 - ¿Qué te hace conjugar el verbo en pasado, joven gañán? A mí no me parece que haya mejorado tu entendimiento: el de una mosca sigue siendo envidiable comparado con el tuyo. Además, como dice el poeta: “siempre seremos lo que ya fuimos”.


 - Fabuloso, pues; encima ayer nos tuvimos que marchar de “El Arcángel”, porque mi hermano y esa gentuza con la que va ahora se metieron con nosotros y Chus y éstos no quieren volver nunca más por allí…


 - Huy, por lo que he oído, mejor que no vayáis por allí: a mí me parece que Serafín y tu hermano andan metidos en un asunto poco claro. Se van en moto a pescar, eso dicen ¿sabes?


 - Sí. Se han hecho muy amigos y se han aficionado a pescar, estas tardes de verano, en el río Gas.


 - Sí, pero alguien los vio el otro día llegarse a la estación de Navasa. Y allí recogieron un paquete del tren, con mucho misterio. No sé. Ya sabes que tengo aficiones de detective.


 - ¿Y qué piensas que puede ser?


 - Ni idea, pero mi teoría es que tu hermano está utilizando al ingenuo de Serafín, que es la candidez personificada, para algo turbio… Como sea lo que yo pienso se les puede caer el pelo.


Y no quiso decir más. Se puso a juguetear con la pipa, como siempre hacía, para darse aires de misterio. A mí lo que se trajera mi hermano entre manos, me tenía sin cuidado. Y no podía ser nada bueno. Lo que me desesperaba era estar sin un lugar donde quedar a tomar unos blancos con tranquilidad y buena música, así que concluí:


 - Estas vacaciones, vamos a acabar enloqueciendo de aburrimiento.


 - Ay, ahora que me haces pensar, te puedo enseñar algo muy divertido, pasa adentro.




En su habitación, me enseñó un aparato pequeño que sacó de una caja, nuevo a todas luces, no muy distinto de una radio a pilas.


 - Tú has visto en el instituto el magnetófono que tienen, que parece un armario: pues esto, con lo diminuto que es, hace lo mismo. Te permite grabar y reproducir pequeñas cintas que van en un cartucho y que se llaman casetes: el sonido no es muy bueno, pero puedes registrar mensajes, conferencias, clases, programas radiofónicos… Yo lo uso para guardar las emisiones de Radio Pirenaica y Radio España Independiente: se pone un micro conectado aquí, se le da al botón rojo y graba.


 - ¿Se puede grabar música? - Pregunté esperanzado.


 - Ya te he dicho que el sonido no es muy bueno, aunque puedes cantar y así oyes como suena tu voz, que siempre es diferente a como tú te la escuchas, ¿no te has grabado nunca?


 - No. – Respondí. Y esto pareció animar su faceta experimental.


 – Yo he probado a cantar una canción, con la música de un disco de fondo. Te pondré la grabación para que te hagas una idea.


Se me había olvidado que Mateo era miembro del Orfeón Jacetano. Uno de los pocos que habían admitido de nuestra clase. En el instituto nos habían hecho presentar a todos: había una especie de tribunal y te hacían pasar de uno en uno. “Cante usted algo” decía el Director del orfeón, que estaba flanqueado por la profe de música y don Marcelino. Yo entoné los primeros compases de “Un sorbito de champagne” y me hicieron callar a los seis segundos. “Tiene poquita voz”, dijo el Director, “pero desagradable”, apostilló don Marcelino. Mateo, en cambio, sí se daba traza de cantar medio bien.




Oí su grabación de “Ojos de España” y, pese a que me parecía una canción de lo más rancio, debo reconocer que no estaba mal. Era verdad, el sonido no era muy bueno y a él se le oía bajito. Una relampagueante idea estalló en mi cerebro: había traído el disco de “Anduriña”, que teníamos a medias con Josemari y Chus, para enseñarle la contraportada con la paloma de Picasso, a él, que era pintor, de modo que le gustaban hasta esas mamarrachadas y le pregunté:


 - ¿Puedo grabar ésta, que me sé la letra de memoria?


 - Claro. Vaya, el disco de moda. Espera que, en un instante, preparo el tocadiscos. Toma mientras el micro y conéctalo a la grabadora. Vale. Así. Va. Grabando.


“En Galicia un día yo escuché / una vieja historia en un café: / era de una niña que del pueblo se escapó / Anduriña joven, que voló. / Lloran al pensar donde estará / mas nadie la quiere ir a buscar…”


En ese momento me poseyó la añoranza de Nines hasta unos extremos desbordantes, impúdicos, canté lleno de sentimiento y a pleno pulmón, creía que había llegado a fundirme con la emoción del tema y del recuerdo evocado. Ahora vería Mateo lo que era una canción como es debido, cantada con auténtica sensibilidad…


 Mientras buscaba el comienzo de la cinta, Mateo no parecía muy impresionado con mi exhibición:


 - Gritabas mucho y se me ha olvidado decirte que no hay que acercarse tanto el micrófono. No creo que haya quedado muy bien:


El aparato reprodujo entonces tres minutos de una berrea grotesca y distorsionada. Una melopea gangosa y horripilante que apenas permitía distinguir de qué canción se trataba. Parecía el bramido de agonía de un gigantesco molusco. Mi sorpresa y mi chasco fueron monumentales…


Mateo, por lo general tan serio, estaba sofocado por las convulsiones y lloraba de risa. Me fui dando un portazo, aunque tuve que volver porque me había dejado el disco: Mateo me abrió con los ojos enrojecidos, pero tuvo la decencia de no decir jamás una palabra a nadie sobre mi estreno musical.

martes, 24 de mayo de 2016

¡Sécame Los Platos! - Kurt Baumann

Como soy más bueno que el pan de multicereales y más compasivo que el padre san Damián de Molokai (menos en lo tocante a unos improbables derechos de autor), pongo a disposición de los padres con enanitos hiperactivos e insomnes otro cuento para leerles por las noches, con el fin de inducir en las criaturas un sueño reparador (sueño en que, a los progenitores, les da tiempo de hacer las reparaciones que la infatigable actividad de los pequeños terroristas ha hecho imprescindibles). 

Me viene este rollo a la mente, porque el cuento trata de un niño asaz tremendo y con la autoestima muy alta, que acorrala a su indefenso padre con argumentos, argucias y sofismas dignos del caletre de un experimentado abogado de lo penal. Recomiendo la lectura del largo y descarado texto, para aquellos momentos en que los angelitos se relajan y bajan la guardia. 

Agradezcamos al escritor suizo Kurt Baumann y al ilustrador inglés Michael Foreman, este vivaz retrato de los pequeños monstruos que estamos criando para que nos ayuden a secar los platos (o demos gracias a dios de que salgan ya bastante secos del lavavajillas).


Vale la pena dedicar los quince minutos que reclama una misericordiosa y simpática ilustración del declive del patriarcado, ya que como nos cantaba, a mediados de los 80, el lúcido autor Franco Battiato, la más sagaz de las voces italianas, “I'analista sa che la famiglia è in crisi, da più generazioni per mancanza di padri” (el analista sabe que la familia está en crisis, desde hace generaciones, por falta de padres). ¿O no?















Con un click sobre ella agrandas cualquier imagen.

viernes, 20 de mayo de 2016

Vuelve La Fiesta De La Banderita

Pues sí, pesaditos. Bienvenidos todos a la cita que más nos excita. Excelente maniobra la de aproximarse a la deseada emancipación a fuerza de ser cargante, desabrido, engorroso, mortificante e impopular con los que te oprimen: así, cuando te liberes, se liberarán ellos de un agobio tan insufrible como recurrente. Bien urdido, colegas estrategas, solo que enfrente no hay nadie (algún juez con la tripita suelta y pare usted de contar).

Me consolaré con un chiste muy bueno: va el equipo H, a jugar a un estadio extranjero, pongamos que de uno de estos califatos de moda y, al saltar al césped, advierten que todos los espectadores van armados con escopetas y fusiles de asalto… Llaman al delegado de campo y le piden explicaciones. El delegado les tranquiliza: “no se preocupen, es costumbre aquí, cuando el equipo local marca un gol, lo celebran disparando salvas al aire”. El capitán de los visitantes no las tiene todas consigo: “ya, pero ¿y cuando marca el equipo de fuera?” A lo que contesta el delegado: “pues no lo sabemos, todavía no se ha dado el caso”.



Vuelve el aquelarre de todas las temporadas. Contaminado con la sacrosanta letanía de la libertad de expresión y el respeto a los sentimientos de un pueblo. Ah, y el cortés miramiento con los que defienden su identidad amenazada por el macabro reino visigodo. Claro que sí, puede ir usted al estadio a exhibir, si lo desea, la bandera escocesa, la estelada, la de la confederación sudista, la del imperio austrohúngaro, la Reichskriegsflagge, el águila romana, la enseña preconstitucional y la republicana ¿O me equivoco?



Pero uno ya se siente fatigado de que los derechos a respetar sean siempre los de los mismos: los de aquellos que son lo suficientemente obsesivos, plastas y querulantes para imponer a todos los demás la ubicua presencia de sus cansinos pitos y de sus insufribles flautas. El president de la república catalana y la alcaldesa de Barcelona, habiendo recibido de sus cohibidos vasallos la satisfacción que ellos creen merecer, podrán posar, uno su refinado tupé y la otra sus orondas nalgas, encumbrados por la displicencia que atesoran, en el palco del Vicente Calderón y solazarse con la reivindicación volcánico-balcánica, seguida del previsible triunfo de su equipo.



Y a los que les incomode, una vez más, la escenificación de la rechifla de nuestros desahogados vecinos y ver las gradas repletas de símbolos identitarios extradeportivos, que se jodan y que no vean el partido.


Bueno, pues así lo haremos.


 Si te respetas, apaga. Blackout for Respect. Pásalo.

miércoles, 18 de mayo de 2016

Más Papeles De Panamá

No te asustes, amigo lector, Entusiasco no va a sacar a la luz tu titularidad de sociedad opaca alguna, limitando su pretensión a reflexionar un poco sobre el foco de los medios informativos. Llevan un mes hablando de Panamá, Panamá por aquí y Panamá por allá: es curioso, un ángulo del planeta salta a las primeras planas, nos dan la infatigable brasa durante una temporada y luego lo devuelven a la penumbra grisácea de los lugares donde no ocurre nada aprovechable para los intereses mediáticos. Nada aprenderemos sobre Panamá, sobre deslocalización o sobre políticas fiscales en estas semanas y cuando “ya no sea noticia”, nos habremos quedado, finalmente, allí donde todos nos quieren: en la ignorancia y en la superficialidad que nos hacen, ay, tan manipulables.

No consigo en este momento recordar una sola imagen del país latinoamericano, ni una sola, ¿tú sí? Como es obvio, no he estado nunca en Panamá y, como últimamente hago menos turismo que la mayoría de los gasterópodos, no creo que vea otras imágenes que las que hoy saco de mi rancia, bendita y amada enciclopedia y sus láminas llenas de exotismo. Imagino que la editorial Sopena aspiraba a venderla en toda Hispanoamérica y, por este motivo, dedicaba dos o tres páginas a recoger las bellezas emblemáticas de cada país. Niños y jóvenes curiosos, no azotados todavía por la incuria de la ESO, aprendíamos cosas sobre el vasto mundo, más allá de nuestra comunidad autónoma, sus paisajes insuperables y sus imperecederos valores identitarios.


De Panamá, apenas recordaba el Canal que une dos océanos. Para más insidia, Atlántico y Pacífico, están a distinto nivel y, para superar la altura del escalón, hubo de abordarse la construcción de esclusas, obras magnas de la ingeniería hidráulica que permiten a los barcos salvar un desnivel. Había visto pues, esquemas de tales esclusas parecidos a éste:



También había leído la historia de Vasco Núñez de Balboa, que descubrió el océano Pacífico marchando por el istmo hacia el sur (hoy los setenta kilómetros de anchura quizá no parezcan una gran distancia, pero en aquella época, marchando por tierras salvajes y desconocidas, debió ser la leche).



Bueno, pues estas dos cosas sabía, apuesto que dos más de las que te podrá decir el joven estudiante medio de geografía de cualquier IES. Luego he aprendido alguna cosilla más, que algunos consideran menos edificante, pero en un mundo globalizado no es compatible que yo pretenda comprarme una cazadora por nueve euros y que los fabricantes, transportistas y demás tributen en Europa, manteniendo, a la vez, precios tirados y ventajas sociales.



Vale, me recrearé pues en las imágenes del Panamá de hace unas décadas.

lunes, 16 de mayo de 2016

Majaderos Sin Fronteras

Uno de los articulistas de opinión que leo con placer en “El País Semanal” es el escritor Javier Marías. Me agrada y sorprende, porque es un español que tiene peor opinión acerca de sus compatriotas que yo mismo y eso pensaba, sencillamente, que no era posible. Cada semana se descuelga con una iracunda diatriba contra los vicios de sus paisanos: que si sucios, que si vocingleros, que si protestones, egoístas, malhablados, ignorantes, descontentos, dados a la picaresca, envidiosos, criticones, disipados y belitres. A un defecto por semana, tiene tema hasta el 2113 y me quedo corto… Lo encontré sublime en la entrada titulada “La tremenda”, cuya lectura recomiendo:
https://javiermariasblog.wordpress.com/2016/05/08/la-zona-fantasma-8-de-mayo-de-2016-la-tremenda/

Pero, ay, resulta que, como advierte ya en el comienzo, no tenemos la patente de la majadería que consiste en arrojar sandeces sin medida y ofendernos, con volcánico ímpetu, ante cualquier sandez ajena. No tengo Twitter, así que disfruto sin contrapartidas del magma gregario de simplezas y mamarrachadas. Finalmente todo el ámbito político, social y cultural ha sido impregnado por la mierdecilla pandémica y puedo acordar con el señor Marías que, en efecto, el griterío de los vejados, el ruido y la furia, no son privativos de este país.


Aprovechando pues, el pujante esplendor de los ultrajados y los mentecatos, mi amigo el Resentido y yo hemos comenzado a redactar los estatutos de una nueva ONG que, de momento, llamaremos “Majaderos Sin Fronteras”, dedicada a ofender a colectivos susceptibles, alcanzando de este modo una resonancia política, social y cultural que, ni tenemos ni merecemos, y vaya usted a saber, igual un día ofendemos al colectivo apropiado y pillamos una subvención… O, en esta dialéctica de hooligans que se ha apoderado de la vida pública y de los medios, damos con la idea certera para acabar, de una vez por todas, con los ciclistas, los fumadores, los alfabetizados, los homófobos, los machistas, las feministas, los aquejados de vigorexia, los corruptos, los escépticos acerca del calentamiento global, o la minoría que esté bien visto injuriar y desarticular en ese momento concreto (los misterios de la corrección política son inescrutables).



Asomándonos al panorama, llamémosle exterior, disfrutamos con el célebre indignado italiano Beppe Grillo que, hablando del nuevo alcalde de Londres, el musulmán Sadiq Khan, expresa una peculiar forma de dar la enhorabuena: "Quiero ver cuándo se hará saltar por los aires en Westminster"… A mí, por un lado, me parece llamativo que todos los medios se hayan hecho eco de la confesión religiosa del alcalde (por cierto, nadie nos contó si el anterior era anglicano, ateo o de la secta Moon) y, por otro lado, el político antisistema, señor Grillo, con esta majadería absoluta, fundacional, merece ser el Presidente de Honor de nuestra ONG, quizá lo elijamos.



O quizá a la simpática miembra del Parlamento inglés, la laborista Naseem "Naz" Shah, partidaria de solucionar el conflicto palestino reubicando a Israel en los Estados Unidos. Tal idea está llamada a ser muy fecunda en nuestra organización: usted elige el país, región o pueblo objeto de su animadversión y sugiere reubicarlo en donde le salga de los cojones, por ejemplo, le caen mal los de la plaza Sant Jaume, pues aproveche que están reunidos y reubíquelos en el sur de Argelia a que esperen la llegada del simún.


De momento, mi amigo y yo hemos acordado iniciativas que, esperamos, serán ofensivas (o al menos, deleznables) para bastante gente, ahí van algunas, buscando una mayor diversificación, basada en polemizar con sectores muy variados:


Exigir, para afiliarse a un partido de la derecha tradicional, el haber salido en los “Papeles de Panamá”, de no ser así, ello querrá decir que “no eres nadie” (o sea, un pelagatos sin clase).


Promover que se haga una investigación fiscal a todos los que ejercían el oficio de odontólogo, entre ocho y veinte años atrás (ahora las clínicas low-cost les pueden haber dejado el negocio bastante menos “offshore”). Esta es una broma particularmente arriesgada: ofender a los dentistas puede ser peligrosísimo.


Proponer transparencia en la compraventa de resultados en las principales ligas futbolísticas europeas: de este modo la tarea de los apostantes será menos ingrata, la de los hinchas menos violenta y la de las plantillas y profesionales en general, más racionalizada: si sabes que, en tu visita al estadio del poderoso e influyente equipo X, te van a hacer un hat-trick de penaltis y vas a acabar con 9 jugadores en el campo, mejor lleva a los suplentes más prescindibles o a los juveniles con menos futuro.


Sugerir una tasa local (de unos 3.000 € anuales, dependiendo de la categoría del municipio y del tamaño del cánido) a todos los propietarios de perros, por las molestias cívicas originadas (ladridos, cagarrutas…) y la eventual peligrosidad (el otro día, en la comunidad de Murcia, un perro masticó hasta hacerle un daño muy considerable a una persona, menos mal que se trataba de su dueño).


Articular una denuncia colectiva, exigiendo reparación, en nombre de todos aquellos que hemos sido discriminados sexualmente por nuestra falta de atractivo.




And so on, pirulero. El que no se ofenda / pagará una prenda… 

domingo, 15 de mayo de 2016

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 54

33.                  NEGOCIOS OSCUROS Y DOLORES DIFUSOS
Una de las más incomprensibles circunstancias de aquél verano laberíntico fue la extraña amistad que se había establecido entre mi hermano Rosendo y Serafín. Yo no podía concebir dos personas que pegaran menos o que les separaran más cosas. Por un lado, la edad; mi hermano iba a cumplir 23 años ¿Y cuántos tendría Serafín? Treinta y tantos, o cerca de cuarenta. Esto, para mí, en aquellos tiempos, era una barrera infranqueable: solo podías ser amigo de los que, más o menos, tenían la misma edad que tú, de no ser así, el asunto me sonaba poco más o menos a lo amigo mío que había sido don Gregorio.


Y no solo eso: eran dispares de tamaño (el de mi hermano alcanzaba ya al de un rinoceronte bien cebado), de carácter, de cultura y formación, de actitudes, de aficiones, de todo lo que me pueda imaginar. Serafín era tranquilo y apacible, en tanto que mi hermano era, probablemente, el mayor camorrista de Jaca; a Serafín le gustaba charlar y era refinado, correcto, pulcro y un tanto empalagoso, mientras mi hermano era hosco y de pocas palabras, la mayoría de las cuales eran una peculiar combinación de gruñido, eructo y juramento; Serafín sabía un poco de todo y estaba muy al día en la música moderna, mi hermano fuera del taller era un acendrado ignorante y se había quedado entre Jorge Negrete y Manolo Escobar; Serafín era más religioso que el propio Pablo VI y estaba siempre a vueltas con Jesucristo, la Virgen María, los Apóstoles y los Santos, igual que mi hermano, solo que éste, para revolcarlos por el fango y sepultarlos bajo una tupida masa de excrementos tiernos…



A menudo salían juntos a pescar al río Gas, un riachuelo que corría mansamente por detrás del campo de fútbol, los dos montados en una petardeante y descacharrada Montesa que mi hermano había restaurado, en el taller donde trabajaba, con las más heterogéneas piezas de quincalla robadas a los chatarreros. A su regreso, Serafín abría el bar más tarde y, de alguna manera que no sabría explicar, se mostraba como intranquilo y azorado. Rosendo, que se había convertido en un sempiterno cliente, cosa que no me hacía ni pizca de gracia, parecía vigilarlo y, en términos generales, nuestro amado antro nos daba la sensación de estarse echando a perder de modo paulatino: aún más cochambroso y con una humareda todavía más espesa, aún menos frecuentado por las chicas y atrayendo, tal vez por la nefasta influencia de Rosendo, a alguno de los tipos de peor catadura del pueblo que, sin ser muchos, bastaban para hacer que los chavales del instituto comenzáramos a sentir una notoria incomodidad.


 - Ese es uno que llaman el Magras – me informó Chus, bajando mucho la voz. – No mires hacia allí, joder, Pinchaúvas, que eres menos discreto que la caravana del circo Price. Hizo la mili con tu hermano en Ceuta, aunque parece diez años más viejo y dicen que el otro día le sacó la navaja a un quinto en el bar “El Marroquí”, sólo porque lo estaba mirando y no le gusta que le miren allí donde tiene la oreja cortada, así que tú dirás si no se está deteriorando el ambiente en este bar. Tendríamos que hablar con Serafín, para ver de qué va todo esto. Un día que no estén esos, claro; coméntaselo tú, que contigo no sé por qué tiene mucho miramiento. Dile que nos vamos a tener que largar a otro bar: Jezú tiene miedo de ponerse a jugar a las cartas si están por ahí el Magras, tu hermano y ese otro que le dicen Chachán el Negro…


Serafín ya no me daba el latazo con sus ínfulas de supuesta paternidad, menos mal, pero a cambio, bajo la atenta mirada de mi hermano Rosendo, me esquivaba, por lo que pensar que tendría un rato para charlar tranquilamente conmigo era poco realista. Para mí, sencillamente, los mayores estaban comiéndonos el terreno y aquél ya iba a dejar de ser nuestro bar: se habían apropiado de la máquina del millón, ponían horteradas en la sinfonola y trufaban con gargajos grandes como huevos fritos el suelo. Entró Josemari y saludó jovialmente:


 - ¿Qué tal chavales? Hola Serafín, ponme un blanco, ¿Qué tal se está dando la pesca de la anguila y el barbo? ¿O encontráis ostras en el río Gas y os vais a forrar con las perlas?


Nos miró para ver si le apoyábamos con nuestras risas desustanciadas, pero Rosendo le encaró con malas pulgas:


 - ¿Y a ti qué cojones te importa lo que este y yo pesquemos o dejemos de pescar en el río Gas, mochuelo? ¿Acaso nos vas a comprar la mercancía?


 - Por favor – terció Serafín -, que se trata de buenos clientes y no se meten con nadie, además son solo unos chavales y no tienen mala intención.



Josemari era un bromista obstinado y no dio su brazo a torcer:


 - Vale, Serafín, seguro que alguna tapa de pescadito frito caerá un día de éstos, será todo un detalle.


Rosendo no se paró a pensar que estaba dirigiéndose a mis amigos:


 - Nos estás ya tocando los huevos, gracioso: tú has venido hoy aquí porque te la querías ganar.


En estas, el Magras se había aproximado, desde atrás y cogió a Josemari por la tira de su camisa:


 - ¡A la puta calle, chaval, que aquí no estamos para hostias!


De modo harto deshonroso y sin acabarnos los chatos, salimos los tres del bar: no parecía cosa prudente enfrentar al Magras ni a mi hermano. Caminamos desanimados calle Mayor arriba, calle Mayor abajo. Chus y Josemari estaban tan acalorados que juraron no volver a poner los pies en “El Arcángel” y me culpaban a mí por tener un hermano tan impresentable. 


Mi hermano que, por cierto, había roto con Antonia y eso me hizo recordar de nuevo a Nines y echarla mucho de menos. Por supuesto que no les iba a comentar nada de eso a estos dos, menudo cachondeo se montarían los muy desaboridos.

Hacía tres o cuatro días, Josemari había debido reparar, casualmente, en la cantidad de tiempo que hacía que no se me veía callejeando con Nines y lo comentó a su modo, digamos, mesurado:


 - Joder, Pinchaúvas, hace días y días que estás a dieta de mejillones, ¿qué comes ahora, almejas?


Yo me hice el sordistraído, pero Chus no me dio tregua y tradujo:


 - Es verdad, Pinchi, me he enterado de que te has quedado sin novia, se te acabó el chollo. Mi madre fue a comprar gambas a lo de Rapún y el Congrio le dijo que la ha mandado a trabajar al país de los gabachuzos: ya no la verás más. Menudo el adelanto que nos llevan: yo estuve allí una semana, ya sabes, el verano pasado y es como viajar al futuro. Además, con lo que se gana allí, se comprará un descapotable para irse a la playa, a la costa Azul a hacer esquí acuático, y tú, pobrecillo, a meneártela pensando en esta seductora escena.


Me puse rojo de vergüenza: Chus había adivinado mi sórdido pecado, aunque la escena era diferente, digamos que de menor opulencia. Chus pensó que me había cabreado y paró el carro.



Pero no era cosa de echarlo de nuevo a rodar. Y menos esa tarde, con lo cariacontecidos que estábamos: nos habíamos quedado sin nuestro antro de toda la vida y nos habíamos portado, al menos ante nuestra propia estima, como unas ratas pusilánimes, por no saber afrontar con un resto de dignidad el exceso arbitrario de mi hermano y el Magras.


 - Llevas mucho rato callado, Pinchaúvas, ¿no estarás echando a faltar a alguien? – empezó esta vez Chus.


 - ¿Tal vez a una pequeña estrella del teatro…? ¡Igual se hace actriz en Francia! - remató Josemari.


 - Callad sosos, os he dicho mil veces que no me gustaba, no-me-gus-ta-ba, ¿es que no se os queda?
 – Y, en mi cabeza, resonó un tercer eco: no sabía cuánto me gustaba. Menos mal, que antes de que se me notara la alarma en la cara, Chus cambió de tercio:

 - Joder, qué muermo pueden llegar a ser las vacaciones cuando no se tiene plan. Hala, vamos a mi casa a escuchar otra vez el álbum blanco de los Beatles, hasta que se gasten los dos discos y se queden traslúcidos.

Nos apuntamos y nos encaminamos a la avenida de José Antonio, Chus iba tarareando el Ob-La-Di Ob-La-Da como si le pareciera una tonadilla muy ridícula.


jueves, 12 de mayo de 2016

El Chopo Y El Agua Enamorados - Pedro Salinas

Copio este poema que las musas dictaron al gran poeta del amor, Pedro Salinas, de una antología poética de Vicens Vives, titulada “La rosa de los vientos”. La he tomado prestada de la mochila de mi hijo el pequeño, alumno de Primero de la ESO. Me imagino que su profesor de Lengua y Literatura estará intentando que el muchacho se aficione a la expresión de lo inefable…


Mi propia profesora, doña Ángela Abós, lo intentaba hace 50 años con “Platero y yo” sin ningún éxito: es ahora cuando paladeo y venero a Juan Ramón Jiménez, en aquél lejano entonces, me parecía un cursi, un excéntrico, un pesado, un relamido y un sensiblero, por orden alfabético, los dioses me perdonen tanta carencia y desatino.



Salinas tuvo algo más de fortuna inicialmente: servía para requebrar a las chicas… No me atrevo a preguntarle a mi hijo cómo hacen eso ahora.



EL CHOPO Y EL AGUA ENAMORADOS


El agua que está en la alberca
y el verde chopo son novios
y se miran todo el día
el uno al otro.


En las tardes otoñales,
cuando hace viento, se enfadan:
el agua mueve sus ondas,
el chopo sus ramas;
las inquietudes del árbol
en la alberca se confunden
con inquietudes de agua.


Ahora que es la primavera,
vuelve el cariño; se pasan
toda la tarde besándose
silenciosamente. Pero
un pajarillo que baja
desde el chopo a beber agua,
turba la serenidad
del beso con temblor vago.


Y el alma del chopo tiembla
dentro del alma del agua.


martes, 10 de mayo de 2016

Matemáticas Y Diversión 21. ¿Podemos Fiarnos De La Lógica?

Mi creencia en el poder de esa disciplina llamada Lógica se ha debilitado mucho con los años y, en los últimos tiempos, he llegado a pensar que la pobre sirve tan sólo para resolver acertijos de sospechoso ingenio, viendo como en la política y en los medios informativos el sujeto X afirma el cumplimiento simultáneo de A y no A, cada vez que ambos sucesos le vienen bien para su propósito en el instante T, o asistiendo a la palmaria demostración de lo que a cada uno le conviene y al reinado del argumento ad hominem.

La lógica matemática siempre me ha parecido nebulosa y a los alumnos que disfruté en el pasado, no digamos: los pedagogos hablaban de que había que aprender sin darse cuenta, sin esfuerzo y divirtiéndose mucho; los psicólogos hablaban de “pensamiento lateral” y de “inteligencia emocional” y, siempre que oigo esos términos, me viene a la mente el recuerdo de un muchacho tratando de resolver el cubo de Rubik: como tuvo la fortuna de haberlo comprado en los chinos, despegó todas las etiquetas y las volvió a pegar en las caras de su conveniencia, hasta dejar todas y cada una del mismo color, ¡toma estrategia alternativa!




Así que cuando yo les contaba la paradoja de Cantor, en su versión del barbero, todos tenían una solución personal y ninguno creía que la cuestión fuera insoluble: “En un pueblo, el barbero afeita a todos los hombres que no se afeitan a sí mismos, ¿quién afeita al barbero?”


Mi afición a los acertijos me llevó a un libro titulado “¿Cómo se llama este libro?” (en serio) y a proponerles a los alumnos el conocimiento de la isla de los caballeros y los escuderos, notables habitantes, los caballeros siempre dicen la verdad y los escuderos siempre mienten, lo cual da lugar a enredos lógicos, adivinanzas y más paradojas. Propondré un par de las más fáciles para solaz del lector:


En el primero, un extranjero llega a la isla y se encuentra a A, B y C. Les pregunta: ¿Cuántos caballeros hay entre vosotros? A contesta, pero en voz tan baja que no se le oye.
B aclara: ha dicho que hay un caballero entre nosotros.
Y C dice: No hagas caso de B, está mintiendo.
¿Qué son B y C?




Este segundo procede de la inventiva de un alumno, pues una vez que entienden que no se acierta de chiripa, ni tampoco el aspecto externo de caballeros y escuderos puede dar pista alguna, se aficionan al mundillo de los que siempre dicen la verdad o siempre mienten y, bueno, sus cerebros se activan:


El extranjero llega a la isla y pregunta a tres personas qué son cada uno. He aquí las respuestas:
A dice: B es escudero.
B dice: C es caballero.
C dice: Todos somos caballeros.
¿Quién es caballero y quién escudero?


Aunque he dicho dos, como soy escudero, me descolgaré con la más conocida de las adivinanzas de esa isla: vas por un camino y se bifurca, sabes que un ramal conduce al castillo de los caballeros y otro al acantilado de la muerte cierta, pero no sabes cuál tomar pues no conoces la isla. Hay un paisano sentado en el cruce, pero ignoras si es caballero o escudero: ¿qué le preguntas para seguir por el camino correcto? Aaaah…




El área y el volumen del cuboctaedro, vale, de la entrada pasada:



Para el volumen, voy a combatir la superficialidad de esta página con el enlace a una de Matemáticas de verdad, maja, de nivel e interactiva:

domingo, 8 de mayo de 2016

Aspersores En Las Alturas

 - Y Jesús le dijo a Lázaro: “levántate y anda”. Y Lázaro, al instante, se levantó y andó.
 - ¡Anduvo, atontao!
 - Hombre, sí, al principio anduvo bastante atontao, pero luego ya andó más despierto…


Andaba yo, pecador de la pradera, riéndome por el campo mientras me contaba a mí mismo este chiste clásico, cuando mi vista deficiente me gastó una mala pasada: ¿qué es aquello que brilla en la corona de los sasos? ¿No será humo? Y me acordé de otro chiste de corte clásico, debido al talento inconmensurable del humorista Perich: “Cuando un monte se quema, algo suyo se quema… señor conde”.



Nadie que no haya vivido en el anterior Régimen puede captar este vetusto chascarrillo: la TVE de la dictadura nos educaba para la ciudadanía a golpe de slogan institucional: “Vive deportivamente”, cuando ni dios practicaba el running ni el paddle, “Piense en los demás”, cuando todos ejercíamos obstinadamente la picaresca, y el citado “Cuando un monte se quema, algo suyo se quema”, cuando todos íbamos a los bosques a asar chuletas de cordero con la abundante madera seca. Una vez confiada la representación política al mangato popular, los eslóganes escasearon, encaminándose a lo jocundo: “Hacienda somos todos”, y fakes por el estilo.



Como veo menos que un gato de escayola, recuerdo ahora un sketch de Tip y Coll, la excelsa pareja de humor absurdo: Coll iba al oculista, que era Tip, y se sentaba frente al panel con las letras. Tip le colocaba un cubo, de metal con asa y todo, al revés, tapando su cabeza y le preguntaba: “dígame, ¿qué ve usted?”. “Nada en absoluto”. “Huy huy huy, esto es peor de lo que me imaginaba”.



Y, pese a abusar del zoom, hasta que no llegué a casa y descargué las fotos, no aprecié el reflejo de los aspersores, con su lluvia en diferido añadida a las abundantes lluvias de esta primavera: el viento esparcía un encaje de gotas que brillaban al sol. Y aunque, desde el entorno en el que yo disparaba las tomas, la belleza paisajística no era, ni mucho menos, sobrenatural, no dejaron de parecerme curiosas: portadoras de una extrañeza que me lleva a compartirlas.