lunes, 30 de marzo de 2015

Puertas En La Calle Mayor De La Puebla De Roda



 
Siempre que tengo ocasión de darme una vuelta por la Ribagorza, esta comarca tan extensa, tan despoblada y tan fronteriza, regreso a mi casa con un descubrimiento, con una sorpresa, prendado con un nuevo motivo de fascinación: el caso es que aprovechamos que al Domingo de Ramos le había dado por obsequiarnos con buen tiempo y fuimos a investigar si la primavera se había posesionado de los alrededores del monasterio de Obarra (y no, aún están con el atuendo invernal).


 
Al volver, acostumbramos a parar en algún lugar de interés monumental o histórico, comúnmente Roda de Isábena, cuyo complejo eclesiástico es de disfrute obligatorio (incluso teniendo en cuenta que somos infieles).


 
Siendo así, habíamos pasado siempre de largo por la Puebla de Roda, una población que está un poco más arriba en el valle del Isábena y que, no sé por qué, nos había parecido siempre un lugar de paso, de tránsito (perdón por el error).


 
El caso es que esta vez nos decidimos a parar y a visitar este pueblo que, hablo por mí, desconocía a la perfección: solo sabía que, como es muy frecuente aquí, fue un núcleo importante antes de que la despoblación del medio rural en los años 50 y 60 aquejara a esta zona, dejándola convertida en un desierto demográfico.

 
Dos calles principales corren, más o menos paralelas, una cercana al río, la calle Mayor y la otra, la calle Baja, próxima a la carretera, desde la cual, no se acaban de apreciar motivos de especial interés.

 
Así que no sospechaba de las bellezas que esconde y muestra su calle Mayor, entre casas de piedra, horadando mediante arcos tres pasadizos y con un muestrario de esos objetos para mi secreta pasión fotográfica que, como ya he dicho, son las puertas rústicas.


 
Aquí las hay de todos los géneros: restauradas y ruinosas, con dinteles rectos y semicirculares, con cuarterones de madera, con arcos de piedra, en fin todas las variantes de lo que es la arquitectura popular de por estas elegantes tierras.


 
Puertas. Espero que disfrutéis como yo, de su sereno misterio, de lo que ocultan a la mirada y de lo que muestran a la imaginación. Aquí, al menos, no estaban todas clausuradas, atrancadas con cerrojo y abandonadas al tiempo y al olvido.


miércoles, 25 de marzo de 2015

Una Lámina De Cactus

Soy el afortunado poseedor de una estrecha y desnuda terraza, adornada e interrumpida por un pilar de la construcción del edificio, gordo como la otrora célebre y ya olvidada Ramona de Fernando Esteso. Está orientada al sur-suroeste, con lo que le da el sol desde el mediodía hasta que se pone. Como en mi pueblo hace un sol, no de justicia, sino de abuso de poder, las plantas que he intentado poner para atenuar su hormigonítica desnudez, se han evaporado en lugar de secarse.

Ello me ha llevado a interesarme en el mundo de los cactus, esos admirables seres vivos que resisten la sequía y el sol verdicida, no molestan, no dicen nada, pinchan a los entrometidos y, de cuando en cuando, florecen con una alegría y una vistosidad propia de los más hermosos estampados veraniegos. O sea, que son ideales para mí y he decidido adornar la terraza con su presencia agradable y armoniosa. Una vez, en una tienda de informática, me regalaron uno en un tiestecito y es el ser vivo, no humano, con el que me he sentido más identificado. Además, según rezaba un prospecto adjunto al pequeño cactus, protegía (no desentrañé por qué motivo) de las nocivas radiaciones de la pantalla del ordenador, ante la cual pasaba yo algunas horas de trabajo y todas las de asueto. Así, con el cactus cerca, no te quedabas impotente, ni se te hacía la saliva más viscosa, ni te salían tumores en el entrecejo, almorranas en el esfínter ni forúnculos en el gañote. Un fiel compañero, vamos.

 
Así que estoy resuelto, la próxima vez que pase ante una floristería, a entrar y apadrinar uno de estos fieles compañeros y, si lo saco a flote, hacerme con una discreta colección de estas plantas que, alguien que con seguridad no las ha mordisqueado, clasifica como “suculentas”, esto siempre me ha hecho gracia, los cactus tipificados como plantas suculentas; no me extrañaría ver en la taxonomía botánica a cerezos y melocotoneros situados en el orden de las repugnáceas. No pienso airear más mi ignorancia siguiendo por este camino. En realidad, más bien, he intentado informarme en este enlace: Plantas suculentas. Información

Y además he dado con esta bonita lámina de mi vieja enciclopedia que, como viene siendo costumbre, adjunto aquí a una resolución discretamente elevada:

 

domingo, 22 de marzo de 2015

Atando Cabos

Creo haber dicho ya que esta aventura ciberespacial, emprendida hace unos dos años y medio y consagrada por entero a la falta de sustancia, es fruto de los desvelos de un pensionista sin otra cosa que hacer. Releo “La Entrada Número Cien”, que publiqué el 10 de abril de 2013, y me doy cuenta de que he seguido fiel a mis objetivos, con esa pertinacia que permitió a los seres humanos alcanzar la Luna, sólo para darse cuenta de que no se les había perdido nada allí.

Qué duda cabe de que me muero de envidia cuando visito los blogs serios, los blogs bien hechos y, sobre todo, los blogs especializados. Si tuviera idea de algo, fuera cine, literatura, música, política o la lucha contra el escarabajo de la patata, me encantaría hacer una publicación especializada en cualquiera de estas parcelas interesantes de la vida. ¿Qué hago y seguiré haciendo, a cambio? Pues escribir simplezas y partirme de risa ante la improbable idea de que alguien las lea, con la suficiente falta de indiferencia como para reírse también, o sentirse fastidiado ante mi acreditada escasez de prudencia, justicia, fortaleza y templanza (las famosas virtudes cardinales, con las que nunca he logrado orientar nada de lo que escribo, ni pienso hacerlo).

 
Pese a todo, me veo perturbado por el modesto eco de algunas entradas, que no se han cerrado en su día, así que aprovecharé hoy para dar respuesta a algunos interrogantes que preocupan a más de uno, pongamos que a dos o, en el mejor de los casos, a tres, vaya usted a saber.

Empezaré con “Tres Jeroglíficos Sobre Nuestra Historia”. La respuesta a la cuestión planteada de “¿Quién era el lendakari en Euskadi, cuando Napoleón invadió España con sus tropas?” Es: “No me acuerdo” (no mea cuerdo). Y la verdad es que es probable que no tenga ni puta la gracia, pero yo, como el faltado que me enorgullezco de ser, me sigo revolcando de risa. Y es más, me permito anunciar, en breve, un monográfico de jeroglíficos con nombres de provincias españolas, con el que espero ofender de nuevo la decencia y el buen gusto.

 
El otro tema es más serio, porque además se me ha ido de las manos. Empecé a publicar, hace casi dos años, “LA PEQUEÑA CIUDAD EPISCOPAL EN TIEMPOS DE LOS BEATLES”, partiendo de unas pocas hojas manuscritas que tenía en un cuaderno de hace muchísimo tiempo. Es un relato por entregas que me pongo a redactar una o dos veces al mes y que ya ha alcanzado el tamaño de media novela. Bueno, pues confieso que carece de guion, de plan, de líneas argumentales planificadas o de cualquier otra guía que me permita saber a dónde irá a parar… Hace ya más de veinte entregas que tomo asiento y son los personajes los que deciden qué vamos a contar ese día, vamos, que estoy columpiándome en el trapecio, esperando que alguien ponga una red porque si no, no puedo bajar. Y debo aclarar que es, casi por entero, una historia de ficción. No son las memorias de cuando yo iba al instituto, de mi vida familiar, ni nada por el estilo…

 
Acabo de darme cuenta, además, de que cualquiera que no lo hubiera seguido y quisiera empezar a leerlo, tiene el enrevesado cometido de rebuscar en el baúl de los recuerdos del archivo del blog. Como algún alma caritativa me ha dicho que la historia gana, cuando se lee de un tirón (y yo quiero creérmelo), pongo un enlace a un solo archivo, con formato EPUB (valido para muchos lectores de libros electrónicos), donde se puede leer todo lo publicado hasta ahora y, me doy ánimos diciéndome, que es más de la mitad de la obra. Envío un agradecimiento a cuenta, a cualquiera que me señale fallos, defectos, inconsistencias o cualesquiera otras taras del texto. Si son subsanables, me habrá hecho un favor y si no lo son, la verdad duele pero curte. Vale, aquí está el medio libro:
 

      

miércoles, 18 de marzo de 2015

De Nuevo En El Valle De Gistaín

Una escapada familiar de fin de semana al valle de Gistaín es, entre otras muchas cosas, un pretexto para volver a echar, de nuevo, las mismas fotos. Siempre las mismas. Siempre diferentes. Me asombran esos turistas que dicen: “en Egipto ya hemos estado. Ya hicimos fotos de las Pirámides”. “Si ya he visto el acueducto de Segovia, ¿para qué tengo que volver otra vez?” Parece como si la repetición tuviera, por fuerza, que aburrirnos. Personalmente discrepo, porque no creo en la repetición. Cada momento de nuestra existencia es único e irrepetible: nunca podemos ir dos veces al mismo sitio. No están los tiempos como para hacer una paráfrasis de Heráclito y decir “nadie ficha dos veces en el mismo trabajo”, aunque es así. La rutina es una trampa de nuestra mente, con la que, creyendo protegernos, nos automutilamos, pero en fin, allá cada cual con los piercings que se ponga en el cerebro.

El caso es que anduve (e incluso, a veces, andé) por estos valles, durante tres semanas, en el verano de 2004 y juré amor verdadero y eterno a estos paisajes, a donde vuelvo siempre que puedo, o sea, siempre que me llevan, pues el transporte público brilla por su ausencia. Para jactarme de conocer un poco semejante valle, necesitaría visitarlo durante trescientos años más, hasta que se me apareciera el zorro que me hablara, como en El Principito de Saint-Exupéry: “Sólo se conocen bien las cosas que se domestican… …Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!”

Para empezar, me disculparé porque habiendo hecho una entrada con fotografías de puertas en el valle de Gistaín, se me pasó ésta, muy obvia de la escuela y casa consistorial y hoy tengo ocasión de enmendar el despiste.

 
Las vistas del majestuoso macizo de Cotiella, desde esta magnífica terraza de casa Fontamil, podrían tenerme ocupado algunas temporadas: nunca es igual, según le alcanza la luz, va cambiando. Y también con las variaciones estacionales. Los habitantes del valle lo usaban como un gigantesco reloj de sol, de ahí los nombres de sus puntas: Peña Las Once, Peña El Mediodía, Peña La Una… Hoy no ha habido suerte, el día está brumoso.

 
La noche del sábado, estuvo nevando suavemente. Me desperté el domingo a la hora del amanecer y tuve la fortuna de poder hacer esta bonita captura: Los primeros rayos del sol iluminan la Peña de Artiés (¿o de San Martín?), mientras en la zona oscurecida un manto blanco poco espeso está esperando a los primeros calores del día para derretirse, ¡a las 11 de la mañana ya se había fundido toda la nieve!

 
¿Qué por qué me desperté tan pronto? Es la hora en la que la bendita próstata me empuja al cuarto de baño: ésta es la imagen que me sorprendió a través de la ventana… ¿Y la cámara? Duermo con ella debajo de la almohada.
 
 

lunes, 16 de marzo de 2015

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 37

Enterado el innoble Chus, me arrastró a presencia del profesor y le comentó la posibilidad de que una chica de fuera, una que ya trabajaba, viniera como artista invitada a la función. Villalobos nos atendió con una deferencia inaudita, mientras se sobaba su ridícula barbita, que tenía el aspecto de una brocha de afeitar: para él, que una joven trabajadora pudiera incorporarse al desempeño de los estudiantes, no supe por qué, tenía un inusitado interés. Para mí, que conocía a Nines, Chus estaba urdiendo una burla sangrante y me las pagaría. Nuestro director artístico consultó una desvencijada libreta que le servía de agenda y nos dijo:

 - Bueno, ¿qué os parece si mañana por la tarde, a las siete y cuarto, me traéis a vuestra joven amiga y le hacemos una prueba.

 - A las siete y cuarto aún está despachando en la pescadería – contesté.

 - Ya – me cortó Chus – pero el Congrio la dejará salir porque está muy animada con lo de participar en la obra y representar un papel ante todo el pueblo. Es su padre, tendrá que estar orgulloso. Además ella ya tiene la copia de la obra. Se la di yo y me dijo que se la iba a aprender enseguida.

 - Chavales, no pongáis el carro delante de las mulas. – Nos advirtió Villalobos – todavía no sabemos si sacaremos algo en limpio del intento. Mañana ensayamos con todo el reparto y a ver si se acopla y nos convence. Lupe está deseando perder de vista un papel que aún no se ha tomado la molestia de aprender, pero si no encontramos nada mejor, lo hará, por mis barbas que lo hará.


Salimos a la gélida avenida, enfrente de Correos, Chus bufando de risa con su emboscada, pues ya se imaginaba el planchazo y el ridículo, y yo, deseando que lo atropellara mi beodo padre con su herrumbroso carrito del reparto, a ver si le contagiaba el tétanos.

Al día siguiente, llegada la hora fatídica, me encaminé, tres pasos por delante de Nines, al instituto, cuya siniestra silueta se perfilaba, ante la somera iluminación, como la de un matadero industrial. Villalobos había tenido el buen sentido de anteponer media hora la prueba a la aspirante, al ensayo con toda la jauría. Con un poco de suerte, Nines saldría trasquilada antes de que comenzara a llegar más gente y se montara la barahúnda generalizada de befa y mofa.


Entró muy decidida a la tutoría, se quitó el abrigo de fieltro con solapas de viscosilla rosa y, muy ceremoniosa, le dio la mano al profesor que no pudo evitar un gesto de extrañeza al ver que se las había con una zagalilla tan joven.

 - ¿Estás nerviosa? – Le preguntó, precisamente para ponerla nerviosa pues, me daba cuenta yo, algo en su aspecto escuchimizado y su porte carente de garbo o encanto, le había decepcionado.

 - No señor, estoy preparada y dispuesta para la prueba que usted disponga.

Su voz de flautín asmático no pareció mejorar su situación. Pensé que Villalobos la iba a despachar con cualquier excusa antes de que Nines volviera a abrir la boca. Éste, distraídamente, le tendió un manoseado manojo de folios grapados, donde la carbonilla desprendida del papel de calco no dejaba casi reconocer las letras. Con un tanto de displicencia, le dijo:

 - Toma. Busca la página ocho y empieza a leer donde habla Martina. Hazlo con voz alta y clara y con la mejor entonación que puedas. Ojo a las pausas.

Nines ni alargó la mano hacia el ceniciento legajo. Sonrió con sus labios descarnados de roedora y contestó:

 - No señor, no me hace falta. Esta noche pasada me lo he aprendido todo de memoria.

Volvió a sonreír, se estiró, creciendo un palmo, como si se desenroscara. Entonces puso los brazos en jarras y recitó con aplomo:

 - “Como que yo le vi. Mire usted, aún no hace tres semanas que un chico de unos doce años se cayó de la torre de Miraflores, se le troncharon las piernas, y la cabeza se le quedó hecha una plasta. Pues, señor, llamaron a don Bartolo; él no quería ir allá, pero mediante una buena paliza lograron que fuese. Sacó un cierto ungüento que llevaba en un pucherete, y con una pluma le fue untando, untando al pobre muchacho, hasta que al cabo de un rato se puso en pie y se fue corriendo a jugar a la rayuela con los otros chicos.”

Me quedé patidifuso, miré de reojo al profesor y él se había quedado de pasta de boniato. Para empezar, la voz de Nines se había timbrado en un registro que la había hecho crecer diez años. Más que alta y clara, como se le había pedido, era poderosa y diáfana. Los gestos, el ritmo, el sosiego, ¿de dónde había sacado semejante pedorra la exhibición de gracia, de chispa que había extendido ante nuestros ojos y oídos atónitos. Siguió, tras una detención, como si hubiera dado un pie muy natural a la respuesta del interlocutor:

 - “¡Pero, sobre todo, acuérdense ustedes de la advertencia de los garrotazos!”

Villalobos intervino:

 - Basta, basta chica, guarda tus energías para el ensayo general que haremos a continuación con los demás. Yo te presentaré. Benditos sean los dioses, con esto ya tenemos el reparto completo – y, en mi espalda, descargó dos golpes con su afectuosa manaza abierta, que casi me sacan las costillas por la boca.


En estas llegó el rastrero de Chus, haciendo zalemas y morisquetas, seguro que el muy cerdo esperaba encontrar a Nines con el culo sobresaliendo de la papelera y a mí hundido en la vergüenza, pidiendo una “Beter” para cortarme las venas.

 - Buenas tardes, ¿se puede pasar? – Preguntó, un tanto intrigado porque el cuadro que veía no se amoldaba a sus expectativas de pasarlo bomba con nuestra humillación.

 - Pasa, pasa – dijo Villalobos – quiero que hagáis la primera escena ante los demás cuando hayan llegado todos.

 - Bueno, yo me voy – dije a mi vez, viendo la calva de la ocasión, que me evitaría las chanzas más inminentes. Ya afrontaría más adelante las afrentas que el pueblo zulú tuviera a bien infligirme.

 - Teo, por favor, quédate a vernos y luego me acompañas – suplicó Nines con su gazmoña voz de siempre.

 - Que no, que no, que tengo que acabar los problemas de Física y después tengo que estudiar Filosofía para el examen del viernes.

Chus, que aún no se había recuperado de su perplejidad, me hizo un gesto de despedida con la cabeza. “Mañana me ajustará las cuentas, el muy mamón”, pensé. Y deseando que ese día no llegara nunca, hundí las manos en la franela de los bolsillos y, cabizbajo, fui dando tumbos hasta mi casa de Puerta Nueva por las calles desiertas. Hacía una noche desapacible y fría, las rachas de un viento atroz traían copos de nieve arrancados de algún monte no muy lejano, que herían como agujas…

Llegó el temido día siguiente al ensayo y, para mi sorpresa, absolutamente nadie me dijo nada, incluso sentí como si me hicieran un discreto vacío, un tanto incomprensible, hasta que Chus vino a explicármelo con su contundencia de siempre:

 - Esa niña tuya es un tesoro que estaba oculto en los mares de donde le traen el pescado a su padre. No sé cómo ha tenido la escasísima inspiración de fijarse en ti. Eres un tío afortunado Pinchaúvas y nadie lo sospechábamos. Hasta ayer no había conocido una gachí que valiera más que las pesetas sin estar buena: no te la mereces.

Y dale. Otra vez en la misma mejilla. Lo que me faltaba. 

Un agradecimiento por la parte gráfica
a jacaenlamemoria.blogspot.com
  

miércoles, 11 de marzo de 2015

Un Poema De Amor Reciente

Hace tres días, pese a los desvelos de los medios, se me pasó por alto el “Día de la Mujer Trabajadora”. Hoy caigo en la cuenta, al pensar que convivo con una mujer (o esposa) trabajadora, a la que no felicité, no invité siquiera a merendar y no regalé un mal frasco de mermelada ecológica. Dice, en un libro que estoy leyendo (“Canadá” de Richard Ford), que si estás enamorado de alguien es “la persona que te mantiene vivo”. Como no puedo estar más de acuerdo y, a fin de remediar el descuido de la omitida celebración, me siento a escribir un poema. Tras tanto tiempo, he perdido la práctica y las musas, como de costumbre, están con Alejandro Sanz, así que me tendré que apañar, como pueda, yo sólo.


Varias horas y muchas hojas rotas después, me ha salido un soneto (no sé hacer otra cosa), lo voy a poner aquí porque considero de cierto mérito intentar un poema de amor a estas alturas, con las bodas de plata ya cumplidas. No se me ha ocurrido ningún título. (ni argumento. Los sonetos de amor sólo sirven para decir que estás enamorado: carecen de planteamiento, nudo y desenlace). Así que ahí va:


Me atrevo a declararte, tributario,
que te amo con sereno desconsuelo,
corvas y hombros hundidos bajo el cielo
y, a punto de abismarme en el terrario,

aún alzo la cabeza, medio lelo,
y murmuro muy quedo, fiel sicario,
por ti mi más rendido abecedario
que adorna la extensión fértil del celo.

Con sendas de cristal, con playas huecas,
cuando desaparezco en las Batuecas
por esos vericuetos tan extraños,

con letras que se agregan a tus notas,
con hojas que se adhieren a tus botas
y así te llevo amando treinta años.


No suelo transitar en estas entradas por territorios tan personales, así que espero que un eventual lector no interprete nada en especial, es sólo lírica, un tanto desmañada. La adorno con fotos de la flor de almendro que me sobraron ayer, para dar un contrapunto menos otoñal.

martes, 10 de marzo de 2015

Regreso Triunfal De Las Flores De Almendro

Fiel a mi cita anual con la flor del almendro, que es para mí algo así como mi cumpleaños medido desde un ciclo biológico externo aunque muy cercano, me armo de mi querida Pentax K5, mi más apreciada cámara y me acerco, a golpe de calcetín o, como me decían de pequeño, “en el coche de san Fernando: un ratico a pie y otro andando”, hasta el campo de un paisano de la Almunia de San Juan, donde unas almendreras (como dicen aquí) se yerguen ya floridas y tumultuosas de insectos.

 
Hoy hace un sol muy rico, el campo está muy lindo y la atmósfera, como es costumbre aquí, algo sucia, enturbiada por no quiero ni saber qué emanaciones.

 
Transito la blanca arboleda con paciencia pues tengo mucho tiempo, está impregnada de un olor dulce y, como música de fondo, hay un persistente zumbido de insectos que no consigo ver ni fotografiar.

 
Para dar un aire diferente a las tomas que acompañan a esta entrada, me propongo dos cosas: una no se aprecia a simple vista (¿o sí?) y es que las imágenes están tal como salieron de la cámara. Verás tengo que confesar una cosa: soy un adicto a Photoshop y las fotos que cuelgo están fuertemente editadas y retocadas. Pues hoy, no, ¿vagancia? ¿Sinceridad? No logro saberlo. No he hecho más que recortarlas para corregir el encuadre. Ni cambiar tamaño, ni filtros, ni retoques de brillo, saturación, nitidez o contraste. Tal cual.

 
La otra cuestión es más de índole expresiva y, algún lector perspicaz, ya la habrá apreciado: las tomas están hechas a contraluz, con la finalidad de que se aprecie lo traslúcidos que son los pétalos, bañados todos en una luz que les viene desde atrás. En fin, es un intento de dar un sello a la colección de primavera de este año.

 
No sé por qué me tomo la floración de los almendros como una especie de garantía de que la vida continúa con lo suyo: es reconfortante, en medio de la invasión de lo superfluo. A ver si la primavera próxima me es dado presenciar estas solemnidades.



 

lunes, 9 de marzo de 2015

Tres Jeroglíficos Sobre Nuestra Historia

¿Eres aficionado a los pasatiempos? Me alegro, porque hoy te traigo tres jeroglíficos muy clásicos, bastante conocidos y plenos de un humor “vintage”, o sea, rancio y pasado de moda. Yo me he reído como un idiota con alguno de ellos, pues soy ultrapartidario del “desatino controlado” que Carlos Castaneda pone en boca de Don Juan, aunque algunos piensan que soy una víctima del desatino puro y duro.

Sea como fuere, el primero de ellos motivó, durante la pasada dictadura, el cierre gubernativo de “La Codorniz” durante varios meses. Una sanción de campeonato, los salvapatrias, tanto ayer como hoy, exhiben poco sentido del humor. La Codorniz, “la revista más audaz para el lector más inteligente” y, pese a esto, cuánto se echa de menos… No es que el humor indecente y mongoloide de “El Jueves” no tenga su cosa, pero, en fin, allá va, esta es la pregunta respondida gráficamente en el jeroglífico:

¿Qué gritaba la multitud enfervorizada al paso del Caudillo?

 
Solución: “¡Frasco! ¡Frasco! ¡Frasco! ¡Arriba es Piña!” Si no te ha hecho gracia y te tengo que explicar el porqué de los (creo que fueron cuatro) meses de suspensión de la revista… Es igual, déjalo, trataré de que aprecies este otro, que también es todo un clásico:

¿Qué emperador francés invadió España a comienzos del siglo XIX?


Solución: “Nabo León Boina aparte”. Pero si eres una víctima reciente de la ignorancia histórica dispensada en la ESO, te queda el último y más descacharrante… Mi favorito, de todas todas. En éste no te pondré la solución, para que caviles un rato, en la confianza de que si la hallas por tus propios medios, te vas a petar de risa:

¿Quién era el lendakari en Euskadi, cuando Napoleón invadió España con sus tropas?

 
(Es muy bueno y creo, que alguien me corrija de no ser así, que es creación propia. La parte gráfica es un tanto desdichada, pues últimamente no practico el noble arte del dibujo, al no tener que asistir a largas, tediosas e insustanciales reuniones de trabajo).
 

viernes, 6 de marzo de 2015

Cuento Nº 1 - Eugene Ionesco

No es infrecuente que un peso pesado de la literatura universal vuelva su mirada hacia el mundo de la infancia y, a modo de abuelo cum laude, derrame sus narraciones sobre niños indefensos. En el caso del rumano afincado en Francia, Eugene Ionesco, las pobres criaturas serán sometidas a una subversión de los valores lógicos y comunicativos del lenguaje que, con esfuerzo, han adquirido y ya nunca volverán a ser los mismos. Es decir, será difícil que vuelvan a creer que las palabras significan lo que significan las palabras. Además, el autor se aproxima a la desprevenida infancia siendo Eugene Ionesco, esto es, el más señalado creador del teatro del absurdo, uno de aquellos guerrilleros dispuestos a dinamitar nuestra seguridad en que somos capaces de hacer nuestro discurso inteligible para el otro.

Mis hijos aún no eran capaces de leerlo por sí solos y, a menudo, con la típica insistencia que tienen los renacuajos, me solicitaban que les contara el Cuento nº 1 y el Cuento nº 2 (hay cuatro, pero los otros dos no los tengo). Por un lado, se partían de risa, pero por otro les asaltaba cierta inquietud: algunas cosas que estaban claras, dejaban de estarlo; algunas cosas que tenían sentido, dejaban de tenerlo. Se internaba uno, pues, por un territorio donde las arenas movedizas del absurdo podían absorberlo a simas donde reina una lógica diferente.

 
La editorial Altea, en su colección Benjamín, publicó esta muy sugerente versión, con ilustraciones de Delessert en España hacia 1985, hace 30 años. El original francés data de 1983. El ejemplar que tengo ha sufrido tantas visitas, está tan manoseado, que parece una vieja baraja y ahora me rinde un último servicio, inmolándose para ser publicado en la red y quizá contado a otros ingenuos habitantes del reino de la infancia que verán que, junto a las princesas, castillos, ogros y brujas, se instala algo más insidioso, sembrando dudas, atizando perplejidades, instaurando el desorden…

 
Un cuento, con cierta ambientación y apariencia de época, una especie de antecesor de “Hora de aventuras”, también merece ser disfrutado por los niños de hoy. Sin miedo.













 
Y, si gustó a los adultos, aquí tienen un vídeo de “La cantante calva”, una de las obras más conocidas del talento de Eugene Ionesco en el género llamado teatro del absurdo, ¿del absurdo, dicen? Pero ¿qué lado del escenario es el más absurdo?