martes, 8 de abril de 2014

Demasiada Felicidad - Alice Munro

A esta sagaz cuentista canadiense, le dieron el premio Nobel de literatura el año pasado. Esto despertó mi curiosidad lectora hacia una autora que desconocía completamente, pues considero que los yerros de la academia sueca son escasos, pero tenía que vencer dos prejuicios que lastran, una y otra vez, mi disposición a sumergirme en determinadas creaciones literarias.

Uno de ellos es hacia los relatos cortos. No soy un lector dado a la narrativa breve. Me fatiga cambiar cada treinta páginas de protagonistas, de situaciones, de líneas argumentales y demás: si despierta mi interés, prefiero un novelón bien largo a un ramillete de historias breves.

El otro alude a la temática: las historias orientadas al mundo de la mujer, al papel de la mujer en la sociedad o al punto de vista específico de la mujer, no me suelen interesar demasiado. Aún recuerdo el tedio que tuve que superar para leer “El Cuaderno Dorado” de la también premio Nobel Doris Lessing, al final creo que valió la pena el esfuerzo, pero no es mi palo favorito.

Alice Munro, Nobel de literatura en 2013
Pues bien, en este caso, también me esforcé por superar tales prejuicios e incapacidades y puse en mi lector electrónico “Demasiada Felicidad” de la citada Alice Munro y vaya palo que me dio. No estaba yo preparado para el sopapo que me iba a atizar en los belfos la autora con estos diez relatos TAN inquietantes. Los nueve primeros son historias cortas, que se leen en poco más de media hora cada una. Entre una y otra hay que tomarse un respiro para asimilar algo que normalmente es muy hermoso, muy crudo, muy triste. Y, sobre todo, INQUIETANTE o, si se quiere, desasosegador: aun resultando todos interesantes en extremo, no constituyen una lectura de carácter recreativo. Y no es que sean difíciles, son intensos.

La décima historia, la que da el título “Demasiada Felicidad” al conjunto del libro, es un poco diferente, en lo formal y en lo temático, y también más larga. Es una especie de biografía de Sofía Kovalevski, una notable matemática rusa de finales del siglo XIX que, para no perder la costumbre, también me era desconocida por completo. Que nadie se deje engañar por el título: si bien por un lado es una historia vivaz y luminosa, por otro lado resulta angustiosa y desoladora. Por un lado, nos habla de la primera mujer en ocupar una plaza de profesora universitaria de matemáticas y que, llegada a la madurez, obtiene el merecido reconocimiento científico y académico y además se va a casar con el hombre al que ama, pero por otro lado… No puedo chafarte la historia, va a ser mejor que la leas.

Sofía Kovalevski, matemática
Los nueve relatos anteriores al de Sofía Kovalevski conforman un todo bastante unitario y son otros tantos viajes por el lado oscuro de las relaciones humanas. Resultan bastante abrasivos para el espíritu, más que si se tratara de terror o de novela negra, porque el tono de vida cotidiana, el carácter casi costumbrista que recuerda el modo amable de Chejov, te hace bajar la guardia y entonces es cuando se impregna todo de algo amenazador, o cuando irrumpe el hecho atroz que pone del revés las vidas, es por eso por lo que he dicho antes que te atiza un sopapo y te dices ¿cómo es posible? Si eran todos tan simpáticos, tan normales… Además un estilo muy nítido, muy claro y muy preciso se aplica todo el rato al esclarecimiento de lo borroso, lo incierto, lo inexplicable, las motivaciones de esa zona oscura que quiero creer que todos arrastramos en la penumbra o en los márgenes de nuestra conciencia.

Todos me han gustado, pues todos tienen tensión, firmeza, pulso narrativo y maestría a chorros, pero mis favoritos han sido los relatos más punitivos, entre los que destacaría dos particularmente salvajes: el primero, titulado “Dimensiones” y el octavo, llamado “Juego De Niños”. Normalmente, cuando leo un libro de relatos, luego no me acuerdo de sus pormenores individuales y singularidades, un poco se me mezclan y confunden unos en otros, pero aquí me basta con volver a leer el índice para recordar el disgusto concreto y la desazón específica que cada uno me ha dado.

En “Dimensiones” una mujer, Doree, va a terapia y, de cuando en cuando, a visitar a su marido. El angelito está en un centro mitad penitenciario, mitad de reclusión para dementes. Y es que el pobre tuvo una mala tarde en la que liquidó a sus tres hijos pequeños. La cosa es que tuvo una discusión con su mujer. Doree se fue a casa de una amiga y cuando volvió, a la mañana siguiente, él los había ahogado, a los pequeños con la almohada y al mayor, con sus propias manos. Lo curioso es que el marido, ahora, ya lo está superando, porque es capaz de comunicarse con ellos en otra dimensión, donde sabe que están bien. Todo esto contado con precisión de cirujano y, al final, no sabes si vomitar, ponerte a rezar el rosario o cerrar el libro y arrojarlo por la ventana.

En “Juego De Niños”, dos chicas que se han hecho inseparables en un campamento de verano, comparten un secretito, cuya atrocidad se desvela al final, cuando una de ellas, Charlene, va a morir y reclama a su amiga Marlene con la que mucho tiempo atrás había perdido el contacto. Al parecer ésta se sentía intimidada por Verna, una niña deficiente que se le aproximaba buscando su compañía y amistad. Marlene sentía una mezcla de aprensión, miedo y repugnancia por Verna y se la contagia a su amiga Darlene, a la que logra impregnar de estos sentimientos de rechazo por la “niña especial”… hasta que ocurre un inesperado “accidente”. En ésta se condensa algo común a todas las historias: están teñidas de un tono crepuscular y están contempladas casi siempre, como nítidos recuerdos, desde una ancianidad que es capaz de comprenderlas y, cuando es posible perdonarlas o superarlas.

La portada del libro
Reconozco que, al igual que un café muy cargado no es una bebida para todos los gustos, tampoco lo es una autora de semejante densidad dramática, pero si eres lector de bebidas fuertes, has dado con una escritora de verdad resuelta. Mira de qué forma tan expeditiva acaba un relato cuya trama ya ha cerrado:
“Dorothy Crozier sufrió un derrame cerebral pero se recuperó, y se la recordaría por comprar caramelos de Halloween para los niños a cuyos hermanos mayores había echado de su casa.
Yo me hice mayor, y vieja”.(Un final de notable contundencia).

Y ahora te dejo, que me voy a sumergir en “Mi Vida Querida” o “El Progreso Del Amor” o en cualquier otro libro de relatos de este anciano monstruo (literario) que me tiene, desde hace unas semanas, dominado.
 
No sé por qué me imaginaba una mujer más adusta
 

domingo, 6 de abril de 2014

Ajedrez. El Anticuado Y Encantador Espectáculo De Las Simultáneas

No sé por qué (y como no lo sé, no me extenderé), me da la sensación de que, en el mundo del ajedrez, el bello espectáculo de un gran maestro jugando simultáneas contra una treintena de parroquianos en un local social, o en el casino de un pueblo, es ya algo un tanto obsoleto y desfasado.

Arturo Pomar con un veterano jugador local
El ajedrez ha cambiado mucho, lo digo con conocimiento de causa, pues es un mundo en el que llevo más de cuarenta años paseando mis asombrados y curiosos ojos de principiante. Ha cambiado para otra cosa, ni mejor ni peor que aquel juego mítico que conocí hacia 1970, en el que un plantel de monstruos, en su mayor parte soviéticos, configuraban un universo de leyenda del que ya no quedan ni los escombros. El advenimiento de los programas informáticos, de internet y la generalización del ranking ELO hasta las más modestas categorías, han hecho desaparecer los ritmos pausados de juego, las partidas aplazadas, las exhibiciones de simultáneas y gran parte de lo que de misterioso y arcano tenía este “condenado juego medieval”. Posiblemente, a cambio, se ha elevado el nivel de juego, con lo cual estoy dudando de si lo obsoleto y desfasado no serán, precisamente, mis nostálgicas concepciones.

El maestro argentino Quinteros y el carismático veterano
A día de hoy, los grandes jugadores son seres mucho más terrenales, muy lejos de los luminosos mitos que aparecían exhibiendo su capacidad y su sabiduría en los tiempos de mi juventud. No tienen nada que ganar, ni en prestigio ni en dinero, con las maratonianas sesiones de simultáneas, la exhibición de uno contra todos, y estos espectáculos, otrora tan populares, languidecen en el limbo de lo desusado: nadie oferta la menor cantidad de dinero para tales circos, hay muy poco dinero en el ajedrez, nadie es Fernando Alonso, ni Rafa Nadal y el poco que hay, va a los torneos.

El maestro Quinteros dando espectáculo
Me invitan a jugar contra Karpov
Dicho lo cual, soltaré la bomba: yo he jugado contra el campeón del mundo. Contra Anatoly Karpov, entonces un ser de leyenda, que dio una sesión de simultáneas en Huesca, contra 25 tableros locales, obteniendo 24 victorias y cediendo solamente unas tablas, contra un jovencísimo y prometedor Ángel Vallés. No conservo mi partida, que perdí con cierto desahogo: jugué una Benoni moderna, que yo entonces acababa de “inventar” (no teníamos libros de aperturas mínimamente actualizados) y supongo que aguantaría unas 35 jugadas sin salir de una posición pasiva, que el oficio del campeón debió de derrumbar sin despeinarse.

El veterano maestro Medina triturando a Himphame
Uno de mis escasísimos momentos de gloria me aguardaría trece años más tarde en la biblioteca de Estadilla. Vino a dar una sesión de simultáneas Juan Manuel Bellón, a quien no sabíamos si admirábamos más por ser uno de los pocos grandes maestros españoles, por ser un jugador sólido, serio, táctico brillante y fuerte en la competición ¡que había ganado nada menos que al terrible Korchnoi! o por ser la pareja de la jugadora sueca Pía Cramling, una de las más fuertes del mundo… el caso es que lo enfocábamos con la mirada que se dedica a los habitantes del Olimpo. De las veintitantas partidas, perdió sólo 2, una con mi amigo Arturo Puértolas y otra ¡conmigo! Esa sí la guarde, oh funesta presunción, y hoy la reproduzco aquí, con fotocopia de la defectuosa planilla y todo (siempre apunto mal) ¿en qué estaría pensando el gran maestro?

La planilla firmada por mi ilustre rival
Bellón ,J.M. - Landa,Víctor Simultáneas Estadilla10.08.1989

1.d2-d40 Cg8-f60.1 2.Ac1-g5 g7-g6 3.Ag5xf6 e7xf6 4.e2-e3 f6-f5 5.h2-h4 h7-h6 6.h4-h5 g6-g5 7.Af1-d3 d7-d6 8.Cb1-c3 Cb8-c6 9.Dd1-f3 Cc6-e7 10.0-0-0 Af8-g7 11.e3-e4 f5xe4 12.Ad3xe4 c7-c6 13.Cg1-e2 d6-d5 14.Ae4-d3 Ac8-e6 15.g2-g4 Dd8-d7 16.Th1-g1 b7-b5 17.Td1-e1 0-0 18.Cc3-d1 f7-f5 19.g4xf5 Ce7xf5 20.Ad3xf5 Ae6xf5 21.Df3-b3 a7-a5 22.Cd1-e3 a5-a4 23.Db3-b4 Af5-e4 24.Ce2-c3 Ae4-f3 25.Cc3-b1 Tf8-f4 26.Cb1-d2 Ag7xd4. He de decir que aquí mi ilustre oponente ya está perdido, pero ahora se columpia de lo lindo:

La posición blanca es ya bastante chunga
27.Cd2xf3?? Ad4xe3+ 0-1 La partida, desde luego, no refleja nuestros respectivos niveles: a mí se me apareció la virgen y a él, la dama de picas.
http://www.chessnc.com/biography/person-116.html
Aurelio Chesa se bate con Himphame

viernes, 4 de abril de 2014

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 23

14.                        UN CONFUSO DESPERTAR NADA PRECOZ

Aquél tórrido verano de 1966 anduvimos inmersos en el descubrimiento del sexo. Del propio, porque el complementario íbamos a tardar algunas temporadas más en descubrirlo, fuera del terreno de unas vagas nociones intuitivas. Unos más pronto y otros más tarde, arribamos a ese inexplorado terreno, pero siempre a cuentagotas y, en general, tardísimo.

Para empezar, las gachís, genérico que utilizábamos entonces, eran para nosotros unos seres tan desconocidos como si hubieran procedido de la galaxia más remota del Universo. Sus costumbres gregarias y sus risitas cantarinas nos exasperaban de un modo extenuante y molesto. De todas formas, un irresistible impulso, una oscura atracción, nos hacía interesarnos por todo lo relativo a esos seres con los que íbamos a compartir la sala de clases durante el siguiente curso y que, de repente, llamaban nuestra atención con una especie de grito, que nos pulsaba interiormente como los latidos de nuestra propia sangre.

 
Recuerdo haber ignorado, durante un tiempo a todas luces excesivo, todo lo relativo a su anatomía. Era curioso: sentía una intensísima pulsión física ante la mera proximidad de cualquier gachí que “estuviera buena”, desconociendo por completo y más que por completo en qué consistía “estar buena” y qué atributos, trazas o formas caracterizaban ese aspecto que, por otra parte, me traía de cabeza. Y a mis amigos y compañeros, no digamos.

Un día, Chus me enseñó un libro que había sacado de la biblioteca del Instituto, un raidísimo y pringoso ejemplar del Decamerón, la inmortal colección de relatos de Giovanni Bocaccio:

 - Mira, mira Pinchaúvas, lo que me he agenciado, este libro es más verde que los chistes que cuenta Jezú. Te voy a leer un trozo pero no te pongas cachondo, escucha. - Y continuó, leyendo con aplomo una página muy gastada y algo amarillenta:

 - “Y Peronella, como si quisiera ver lo que hacía, puesta la cabeza en la boca de la tinaja, que no era muy alta, y además de esto uno de los brazos con todo el hombro, comenzó a decir a su marido:

—Raspa aquí, y aquí y también allí... Mira que aquí ha quedado una pizquita.

Y mientras así estaba y al marido enseñaba y corregía, Giannello, que completamente no había aquella mañana su deseo todavía satisfecho cuando vino el marido, viendo que como quería no podía, se ingenió en satisfacerlo como pudiese; y arrimándose a ella que tenía toda tapada la boca de la tinaja, de aquella manera en que en los anchos campos los desenfrenados caballos encendidos por el amor asaltan a las yeguas de Partia, a efecto llevó el juvenil deseo; el cual casi en un mismo punto se completó y se terminó de raspar la tinaja, y él se apartó y Peronella quitó la cabeza de la tinaja, y el marido salió fuera.”

Luego me leyó la historia en la que “Alibech se hace ermitaña, y el monje Rústico la enseña a meter al diablo en el infierno, después, llevada de allí, se convierte en la mujer de Neerbale.” La verdad es que acogimos, primero yo y luego Josemari, estas citas con grandes aspavientos y muestras de rijosidad pero, en realidad, apenas sabíamos de qué iban semejantes cosas.

 
Para empezar, estaba o estábamos absolutamente indocumentados sobre las cuestiones físicas o anatómicas relativas al otro sexo. Ni Josemari, ni Chus, ni yo, teníamos hermanas que pudiéramos haber observado o espiado subrepticiamente. Otro compañero, a quien llamábamos Jezú, un hijo de militar, procedente del sur y algo mayor que nosotros, sí tenía una hermana, bastante guapa por cierto, y él, siempre derrochando una simpatía cafre y cuartelera, se tomaba la molestia de orientarnos respecto de las picardías básicas, pero sus informaciones procaces, vulgares y chistosas, eran muy vagas en lo tocante a lo que de verdad nos hubiera iluminado: se limitaban a chascarrillos brutales sobre la “rajita”, el “sepillito” o el “chocho”, cuando no bromeaba en términos aún más gruesos, parece que lo estoy oyendo, “estaba yo allí en el sine, en Ronda, que no es como aquí, allí la gente monta un cachondeo que te mueres durante la película y, a oscuras, de repente un tío se tira un pedo, oye tú, como un trueno con tropesones. Y uno dise en arto ¡ese culo pide polla! Y desde la otra punta del sine, otro contesta gritando ¡y esa boca pide mieeerda!” Y se reía feliz de su anécdota y luego se iba a desplumar a algún pardillo que quisiera jugar con él al siete y medio.

 
Como no se habían popularizado otras drogas que el clarete, la cerveza y el tintorro, en aquellos tiempos, el vicio prohibido de buena parte de la juventud y el que provocaba pesadillas a los padres dispuestos a preocuparse, era el juego, las cartas, donde enseguida podías perder mucho más dinero del que tenías… Gracias al celo del Caudillo y sus, por entonces, numerosísimos adláteres, tampoco había publicaciones eróticas, donde hubiéramos podido satisfacer lo más básico de nuestra curiosidad. Eso sí, la villa estaba superpoblada de curas, que insistían en que los pecados contra el sexto y el noveno mandamiento eran los que más enfurecían a Dios. Y en que no habría ni una pizca de misericordia para los guarros y degenerados que se daban a esta inmunda forma de pecar. Nosotros no teníamos ni idea de cómo podía desobedecerse el mandato divino en este terreno y tampoco Jezú nos lo aclaraba mucho: “En este pueblo follar no es pecado, es un milagro. Además, no se pa qué nos ha puesto Dió en el cuerpo la sona recreativa, si luego pensaba prohibinos que nos fuéramo allí a columpiá”.

 

miércoles, 2 de abril de 2014

Las Farmacias En El Cerro De La Alegría De Monzón

Paseando por los alrededores de mi pueblo, me topo a menudo con este misterioso enclave que aquí se conoce popularmente como “Las Farmacias” de la Alegría. Aun dando por descontado que el mundo está lleno de fenómenos inexplicables, me permitiré traer aquí éste, por supuesto sin el ánimo ni la posibilidad de aclarar nada.

¿Son oquedades naturales de la roca o alguien se ha entretenido en trepanar esta, relativamente extensa, estantería rupestre con alguna finalidad concreta? Aunque en las areniscas de por estos pagos hay espectaculares muestras de erosión que, a veces, tallan relieves increíbles y frisos sorprendentes, todo parece indicar que las hileras, aquí formadas por orificios triangulares de unos treinta centímetros de altura, proceden de la esforzada mano de nuestros ancestros. Y algún trabajo que se ha hecho para datarlas, nos remite a la era precristiana.


¿Cuál era su finalidad? ¿Por qué aquellos primitivos pobladores, que no debían estar muy distanciados del nivel de subsistencia, se entretendrían tan largamente en excavar unos agujeros tan regulares? Al ser el cerro un lugar considerado mágico desde tiempos inmemoriales, cabe cualquier hipótesis. Las más serias que he oído hablan de un lugar de enterramiento, supongo que para cenizas, pues aquí no cabe un paisano muerto, por muy escurridos o esmirriados que anduvieran en aquellos remotos y difíciles tiempos.

Hay quien se inclina por adscribir al lugar una función de depósito: quizá se guardarían semillas, para que la roca sagrada las fertilizase, o tal vez se albergarían lamparitas, figuras u otro tipo de exvotos. La imaginación que les impuso el nombre de Farmacias, debe inclinarse por pensar que allí se almacenaban hierbas medicinales o cualquier otro tipo de remedios de índole más o menos mágica. Vaya usted a saber, nuestros antepasados no dejaron por allí ningún libro de inventario.


Es por tal motivo por lo que me voy a permitir unas hipótesis más imaginativas y, por supuesto, menos serias, sin base científica ni arqueológica alguna, que para eso no tengo que presentarme ya a ningún examen de Historia, ni nada por el estilo.

Para mí, pudieran tratarse de las taquillas del vestuario de un protoequipo deportivo de paleofútbol, o de un club de disciplinas atléticas, encaminado a formar y seleccionar a nuestros representantes en los juegos olímpicos que se celebraban en la Hélade durante la antigüedad. Esto corroboraría que el eslogan “Monzón, cuna de deportistas” se ancla en una tradición de tiempos muy remotos.


O pueden ser las estanterías de una juguetería prehistórica, que se arruinó y tuvo que cerrar, debido a la crisis provocada por la llegada de los fenicios a la península Ibérica, cuando la inundaron de unas mercaderías de carácter novedoso y a unos precios sin competencia. Los niños ya no querrían jugar a la taba con huesos de fabricación nacional y pedirían a sus padres caracolas, cuentas y birlas de importación.


Por último, podría tratarse de un esfuerzo para copar la portada de la revista “Hogar Y Decoración”, en el ejemplar cincelado en el año 600 antes de Cristo. Se supondría que un rico íbero se hizo tallar unos estantes para guardar discos, pero como tardaban en inventarlos, el mueble rupestre quedó abandonado en el lugar donde ahora puede ser admirado por propios y forasteros, en el sur del cerro, a un paseo de un par de horas, entre ida y vuelta, desde el centro del pueblo.


lunes, 31 de marzo de 2014

Repulsivos Y Fascinantes Arácnidos

Una de las experiencias que más perplejidad le producían al mediocre profesor de “Ciencias de la Naturaleza” que fui en una vida anterior, es la siguiente: cuando intentaba introducir a un grupo de tiernos infantes en el conocimiento básico del otrora llamado Reino Animal, me encontraba con que todos sabían una barbaridad de datos sobre los tipos de animales más mediáticos. De la mano de las nuevas tecnologías, los documentales del National Geographic, la televisión y otras fuentes, se habían empapado de una información exhaustiva sobre la orca y el lobo gris, los delfines, los elefantes, las jirafas, el oso polar y los pingüinos… A cambio ignoraban prácticamente todo sobre las gallinas y los cerdos, no habían tenido contacto real ninguno con bichos no tipificables como mascotas y costaba casi un trimestre consolidar cualquier conocimiento formal de zoología, por muy básico que fuera: como que diferenciaran entre vertebrados e invertebrados, o que supieran cuántas patas tiene una hormiga, o cuántos dedos tiene un caballo en cada pata, o de qué está cubierto el cuerpo de los peces y otros ítems por el estilo.

 
Los más perjudicados por este sesgo de conocimientos eran los pobres artrópodos, reducidos a la infame condición de “bichos asquerosos” y englobados universalmente en una categoría sujeta a la más pertinaz animadversión: todos pican, muerden, pellizcan o irritan, son dañinos, peligrosos, molestos, feos, malolientes y sucios. Hasta las mariposas tienen un cuerpo peludo que “da cosa”, De este modo, cuando cualquier insecto o cualquier arañita se colaba en el aula, cundía la histeria colectiva: “¡Aaaah, nos va a picar! ¡Mátalo, mátalo!” Con un poco de suerte, el bichito se iba volando por la ventana o se perdía de vista, antes de que el más aguerrido de los muchachos le estampara el cuaderno de Conocimiento del Medio en su indefensa anatomía.

 
En lo que a mí respecta, como amigo personal de Spiderman, siempre he tenido una simpatía especial por la paciente e industriosa araña. Recuerdo cuando pasaba los veranos en Francia, en casa de mis abuelos, donde el clima suave y húmedo las hacía visibles a todas horas, que hasta memoricé un refrán: “araignée du matin, chagrin ; araignée du midi, souci ; araignée du soir, espoir”. Esto se podría traducir como: “araña por la mañana, berrinche; araña al mediodía, problema; araña al atardecer, esperanza”, que vaya usted a saber por qué lo dirán, aparte de por la rima. Volviendo a mi vieja amistad con Spiderman, cuando éramos jóvenes, busqué material gráfico para confeccionarle y regalarle una revista erótica adaptada a sus gustos. Como, al final, no se la pude dar, se la pongo aquí para que les silbe a las arañas más guapetonas.
 
Fotografié este vigoroso ejemplar en Zugarramurdi,
en agosto de 2009
   
 

jueves, 27 de marzo de 2014

La Concordia Fue Posible (Pero Poco Probable)

De verdad que me ha gustado el sonoro epitafio que adornará la tumba del más insigne de nuestros ex presidentes. Al menos de los del periodo constitucional posterior al autodenominado “Caudillo de España por la G. de Dios”. En general, me ha sorprendido que nuestro nunca bien ponderado cainismo nos haya permitido reconocer con unanimidad que Adolfo Suárez fue un prócer. Uno como aquellos cuyas estatuas adornan los emplazamientos más principales de las avenidas, plazas y parques de Europa y América. Aquí andamos muy escasos de esos grandes hombres de la vida pública cuyo recuerdo no defenestra el siguiente gobierno, el siguiente régimen o el siguiente antojo de los tiempos, las modas o las masas. Últimamente, los escultores figurativos recibían tan sólo encargos de las efigies de Iniesta y Bob Esponja. Veremos si la de Suárez preside algún espacio público en Barcelona o Bilbao. (Aunque parezca no venir a cuento, ninguno de los cuatro presidentes norteamericanos representados en el monte Rushmore era oriundo de Dakota del Sur).

Jefe Nacional Del Movimiento
Más vale tarde que nunca, pero a este hombre el reconocimiento le llega tarde. Yo recuerdo su figura en la época de sus mandatos y se hallaba tres puntos por encima de “controvertida” y tan sólo uno por debajo de “vituperada”. Andaba el buen señor, con su pulido aspecto de actor guaperas de los sesenta, pilotando una nave que daba bandazos en el escabroso mar de las componendas políticas más difíciles, tratando de complacer, sin conseguirlo, a tirios y troyanos y siendo objeto de chanzas, zancadillas, emboscadas y algún que otro Golpe de Estado. Finalmente, el desgaste y la enfermedad pudieron con él pese a su mucha gallardía, la que le hacía entonar aquel bizarro “puedo prometer y prometo…” que tanta hilaridad despertaba, y lo arrumbaron fuera de los focos, apartándolo de la vida pública en la que tan duramente le tocó fajarse. Bien es verdad que, al morir una persona tan destacada, sólo el rencoroso Dante era capaz de ensañarse con sus vicios y defectos. No es éste el caso, así pues, descanse en paz, presidente.

Fumando en el hemiciclo. Qué tiempos
Somos muchas las personas mayores y no tan mayores que, a raíz del fallecimiento del egregio duque, hemos caído en la trampa de la nostalgia y falseamos el recuerdo de aquel periodo incierto y convulso, tiñéndolo de una pátina de ilusiones y esperanzas que nada nos permitía albergar. Por supuesto, éramos más jóvenes y algunos, entre los que me cuento, bastante más lilas, pero ya hubiéramos debido saber que la misión de los políticos no consiste en mejorar nuestras condiciones de vida, sino las suyas. Aunque he de reconocer que el difunto ex presidente se empeñó en un substancial cambio de procedimientos y formas, que han acabado teniendo una influencia determinante en nuestros humildes destinos. Yo, en estos momentos, creo honradamente que el homenajeado en el funeral y su cabal adversario, don Santiago Carrillo, fueron dos de los gigantes capaces de mover las rocas que entorpecían el camino de la transición política hacia una democracia formal, como la que hoy, pese a todas sus contrastadas podredumbres, disfrutamos.

¿Qué pasa aquí?
Por supuesto que los mecanismos de poder y privilegio siguen, en su mayor parte, inalterados. Y que las disfunciones de esta partitocracia de tendencias centrífugas, están comenzando a ser insufribles, pero este hombre que se ha ido, fue capaz, engañando a unos, seduciendo a otros y camelando a los demás, de edificar un sólido entramado de acuerdos básicos de partida, que resistió cerca de treinta años y que voló por los aires, con los trenes de cercanías de Madrid, el 11 de marzo de 2004. Meses después, el presidente Zapatero daría por finiquitado el espíritu de la transición, en cuanto que impulso de concordia para superar los traumas atroces de la Guerra Civil y la Dictadura. Y tanto él y los suyos, como sus chasqueados oponentes, regresaron al ánimo sectario que ha caracterizado las facciones políticas en este aporreado país, desde los tiempos de Alarico, Amalarico y Gesalerico.

Los demás estaban bajo los asientos
No comparto el punto de vista de mi amigo el Resentido, que viene a decir que “aquí y en casi todas partes, mandan siempre los mismos: si las cosas les van bien, están contentos y adquieren confianza, abren la mano y eso se llama democracia. Cuando las cosas les van mal y están disgustados o atemorizados, cierran el puño y eso se llama dictadura. De ser cierta, tal simplificación minimizaría el esfuerzo y la obra de este hombre que creyó que “la concordia era posible”. Aunque yo añado que “poco probable”, a juzgar por el lodazal al que hemos sido llevados (con mano poco firme, esta vez). Dejémoslo en algo así como “el espejismo fue posible”.
Con el Rey. ¡Qué jóvenes!
El galán en una pose característica

miércoles, 26 de marzo de 2014

El Monstruo Peludo

Henriette Bichonnier es una escritora francesa de cuentos infantiles que cosechó un considerable éxito en 1982 con “El Monstruo Peludo”. Hay una segunda parte, pero no he conseguido echarle el guante.

 
Este es un breve cuento, disparatado y atrozmente guasón, que solía contarles a los niños en la escuela. Si tienen más de 6 años y menos de diez, lo pueden leer luego con agrado. A los niños, tal como son hoy en día, no es necesario enseñarles a ser atrevidos, espontáneos, descarados y transgresores pero, de todas formas, es una historia muy divertida y los dibujos les intimidan, a la vez que les hacen reír. También es ideal para contárselo cuando se van a la cama, sobre todo si no son propensos a las pesadillas.

Me recuerdo paseando entre los pupitres con el librito, editado por Altea hará como treinta años, tratando de declamar con voz terrible las frases del monstruo, mientras los alumnos estiraban el cuello para mirar las graciosas ilustraciones de Pef y decían “¡a ver, a ver!”… Más tarde y más mal que bien, digitalicé el libro para contarlo con la ayuda de un proyector y hoy lo comparto aquí por si tienes niños en edad de creerse estas historias y asustarse un poco. (Un simple click agranda las imágenes, posibilitando la lectura).