sábado, 16 de noviembre de 2013

Setas Del Bosque Y Setas Urbanas

Como parece que este otoño, finalmente, ha conseguido convocar la lluvia, pueden los aficionados a coger setas albergar alguna esperanza de que, en los bosques más cercanos, eclosionen estos preciados tesoros culinarios. Por mi parte, las setas estarán bien tranquilas en sus húmedos y umbríos rincones, esperando que alguien más espabilado que yo las recolecte.
 

Podría estudiarme la bonita lámina que figuraba en mi vieja enciclopedia, pero ya he desistido como desistió mi padre de llevarme a coger níscalos, aquí llamados robellones, que se ocultan y confunden en apartados rincones de cualquier pinar por estas tierras. Si tras mucho hurgar y afanarme, doy con un ejemplar, o mejor aún, con un corro de ellos, nunca estaré seguro de si es el preciado lactarius deliciosus, que así le dicen los científicos, o se trata de un flaticidius megatóxicus, el cual ingerido en una ponzoñosa tortilla, conseguiría llevarme derecho al dispensario más cercano. De modo que me limito a fotografiarlos, como si fueran florecillas en peligro de extinción. Puestas así las cosas, el único lugar donde me veo capaz de ir a coger setas, es el mercado, donde el elemento disuasorio es su astronómico precio y no su posible venenosidad.
 

Durante el otoño de 2006, que debió de ser bastante húmedo por aquí, me sorprendió encontrar una considerable cosecha de setas urbanas: los solares, los jardines, los descampados pedregosos y los parques se hallaban poblados de los ejemplares que traigo a esta página. Ni sé cómo se llaman, ni he averiguado si son comestibles o venenosas, deliciosas o repugnantes, aunque naturalmente me temo lo peor.
 

Es por este motivo recurrente (y por carecer de una cesta donde ponerlas), por el cual me limité a digitalizarlas, sin ponerles los dedos encima para llevarlas a casa y ver qué tal se portaban en la plancha con dos gotas de aceite, un ajo picado y perejil. ¿Hice bien? Confío en no llegar a saberlo.

 
 

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