Me dan un poquitín de pena los cómicos, vivimos malos tiempos para el humor. Y es que en la sociedad de los colectivos es bastante peliagudo meterse con cualquiera de ellos, sean mujeres, homosexuales, gitanos, tartamudos, subnormales, musulmanes, veganos, en fin, si te pones a mofarte de cualquier colectivo que no sean los blancos, los pijos, los ricos o los cegatos, ello supondrá tu linchamiento social y tu muerte civil.
Hay una teoría muy consolidada en la que, como norma general, el de abajo puede reírse del de arriba, el oprimido puede burlarse del opresor, el débil puede mofarse del fuerte, pero no al revés. Voy a detallar más la argumentación con la malvada idea de ver a dónde conduce. El negro puede hacer chistes de blancos, el musulmán puede pitorrearse de los cristianos, los empleados del jefe, las mujeress de los hombres, los tartamudos y gangosos de los que hablan bien, los jorobados de los que tienen la columna vertebral derecha, los homosexuales de los heteros, los alumnos de sus profesores, los gitanos de los payos, los ignorantes de los instruídos, los peatones de los conductores, aunque esto último me gustaría verlo. Quede bien claro que al revés las burlas son inaceptables.
Hay una excepción, de los ciegos, burriciegos, miopes, cortos de vista y cegatos, puede burlarse todo el mundo sanamente. Ahí está Rompetechos, las políticas miopes, la ceguera ante los problemas sociales, cuatro ojos y compañía. Yo, como pertenezco a este grupo, quisiera que todos los mermados fuéramos igualmente objeto de sana mofa: los tullidos y cojos, los sordos, los deficientes mentales, los espásticos y los desdentados, yo qué sé, todos los averiados.
Ahora que he reflexionado un minuto más, me doy cuenta de que hay, además de los ciegos, dos colectivos más susceptibles de ser blanco de animadas bromas: los gordos y los calvos, por supuesto, siempre que sean varones blancos, heterosexuales y no estén en situación de vulnerabilidad social.
Bien, siguiendo este modelo en el que los inferiores estamos habilitados para burlarnos de los superiores, resulta que los gobernados podemos permitirnos burlarnos de los gobernantes. Esto formaba el núcleo o meollo del humor clásico, los chistes de Franco, del Rey, llamar manos de ministro a las patas de cerdo, la figura del bufón medieval, el Spitting Image, las viñetas políticas de los periódicos y, hasta no hace mucho, los monólogos de los cómicos o las imitaciones de políticos.
Esto se ha acabado. Ya no es posible. Ya no hay margen. Uno ve a los políticos en los noticiarios y advierte que son imposibles de ridiculizar. Su discurso es tan pobre, tan grotesco, tan inusitadamente estúpido, que ya no es posible caricaturizarlo. El original siempre será más ridículo que cualquier imitador. Nada puede ser tan gracioso como unas declaraciones de María Jesús Montero, Pilar Alegría o Pedro Sánchez. Malos tiempos para los cómicos, no tienen la menor posibilidad de hacer la competencia a los personajes reales en lo tocante a hacer reír al público. Creo que incluso corremos el riesgo de atragantarnos de la risa.
 
