lunes, 12 de agosto de 2013

Ibón De Paderna En El Valle De Benasque

De cuando en cuando me cito con este pequeño lago en un singular paraje, recóndito, solitario y silencioso, a la vez que muy accesible. Se trata de llegar en coche hasta el Hospital de Benasque y embarcarse en la línea de autobuses que, en verano, detentan la exclusiva para acceder a la Besurta.

 
Antes se permitía llegar en coche hasta el final de la pista asfaltada que desemboca en el llano de la Besurta y era un horror, un horror comparable al aspecto que presentaba, antes de las restricciones de acceso, la Pradera de Ordesa con cinco mil coches aparcados. Va costando, pero también en el Tercer Mundo progresamos.

 
Al bajar del autobús en la Besurta, tomamos el camino señalizado hasta el refugio de la Renclusa: una ascensión cómoda que nos llevará unos cuarenta minutos. Tras recuperar el aliento junto al refugio, bajamos a mano derecha y cruzamos un torrente enfilando la canal por la que baja saltando entre gruesos peñascos.

 
Una vez remontada esta canal, por trazos de sendero a uno y otro lado del torrente, llegamos a una llanura elevada con agua remansada, aquí las denominan pletas, y en poco más de veinte minutos desde el refugio, tendremos ante nosotros este diminuto trozo de espejo caído del cielo. Sus dimensiones aproximadas, difíciles de conjeturar, son de 110 metros por 70. Sus aguas son apacibles, limpias y frías. Un desconcertante estanque zen a 2250 metros de altitud.

 
En verano, el valle de Benasque puede estar abarrotado de visitantes, pero este ibón de Paderna o de la Renclusa, sigue siendo un lugar tranquilo y meditativo (espero y confío en que esta enamorada reseña no cambie su status).

 
Un lugar apartado y a desmano para el gran público y un lugar de paso para montañeros que coronarán sus ambiciones en el pico de Alba o en las Maladetas.

 
Las fotos que tomo cuando llego a tan apacible e idílico paraje, muestran asimismo su soledad y se aprecia un lugar fresco y silvestre, idóneo para un tranquilo descanso. Tras un rato de recogimiento o de abandono, regreso cargado de imágenes aptas para combatir la depresión invernal.

 
Por cierto, de ellas, las dos primeras están bastante retocadas: lo hice para ver si podía atrapar y retener la intensa sensación poética que, una y otra vez, me produce el encuentro con el lago. Las restantes, más naturales, apenas están un poco editadas. Pertenecen todas a tres visitas diferentes a este precioso entorno.

 
 

1 comentario:

  1. Qué bonitas las excursiones a los ibones. Lamentablemente por alguna razón me parece que las que he hecho las hice en una vida anterior a algún fallecimiento mío, no sé si reuniré fuerzas o ánimos para volver a ver uno de esos.

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