jueves, 14 de noviembre de 2013

Mi Tío - Jacques Tati

Algo compartido por un considerable número de especímenes humanos, a partir de cierta edad, es la nostalgia de una Arcadia (con características personalizadas), donde cada uno llevó una vida inocente y feliz. ¡Quién pudiera volver a habitar su particular Arcadia! En ese lugar imaginario o, más bien, mítico, reinaba la felicidad, la sencillez y la paz en un ambiente idílico sin apenas incertidumbres ni conflictos. Pero ya que no podemos regresar a esta incierta ubicación espacio-temporal, tenemos la oportunidad de consolarnos viendo esta maravillosa película que ofrece uno de los más tiernos retratos de aquel paraíso que perdimos sin haberlo disfrutado, o peor aún, sin haber comprendido siquiera su naturaleza.
 
El cartel

Dado que “Mi tío” fue estrenada hace ahora poco más de veinte mil días y, en sus tiempos, tuvo un considerable éxito popular y una muy benevolente acogida de los entendidos, cometo el error de dar por sentado su carácter de película-clásica-conocida-por-todo-el-mundo. Y no es así. La mayor parte de las personas jóvenes la desconocen y ni han oído hablar de ella. O peor aún: la han visto superficialmente y la han confundido con una película cómica de gags, algo lenta y algo sosa. El manifiesto de humanismo y vitalidad que atesora y despliega en sus poco menos de dos horas, puede pasar bastante desapercibido, pero para esto hace falta ser un espectador poco atento.

Jacques Tati, un director francés de origen ruso, estrena esta enternecedora comedia en 1958, año en el que obtiene con ella un triunfo considerable (Oscar a la mejor película extranjera, gran popularidad del film y de la canción homónima de su banda sonora). Además de dirigir, interpreta el papel del protagonista, monsieur Hulot, un personaje cortés, complaciente, amable y dócil que obtiene su carácter de irreductible rebeldía gracias a un don que le ha otorgado la naturaleza: es torpe hasta lo catastrófico y su despiste raya a inconcebible altura. Por si fuera poco, se hace entrañablemente simpático y establece una mágica complicidad con el espectador, al que cautiva con la majestuosa irresponsabilidad con la que se instala en su momento presente, en su impulso vital, donde las consecuencias y los resultados de las acciones no es que no sean tenidos en cuenta, sencillamente no se contemplan. Bueno sí, los contemplamos nosotros entre divertidos y aterrorizados.

La película, rodada en un color muy luminoso, con una fotografía muy diáfana, se desarrolla en dos escenarios contrapuestos. Uno es el pueblecito de toda la vida, una Arcadia bulliciosa, traviesa y feliz, donde el tiempo transcurre como un relajado marco para una existencia humana casi exenta de preocupaciones y estrés: el barrendero no barre, los perros corretean en libertad, los niños se divierten con sus trapacerías, la jovencita florece día tras día en su portal, cualquier momento es oportuno para entrar en “Chez Margot” a tomar una copa, el vecindario vive en la calle o entre los puestos del mercado, donde aún hay carros con caballerías. A esto se contrapone la zona urbana moderna, fría, uniformizada, saturada de coches, donde todo es rectilíneo, tiene una escala desproporcionadamente grande y es aburrido, anodino u opresivo. Una tapia de piedras, derruida, marca la frontera que comunica ambos mundos, frontera permeable a personas y… a perros.
 
La vivienda de Monsieur Hulot

Casi al comienzo, en un larguísimo plano-secuencia, se nos muestra la casa del señor Hulot. Desde fuera y, a través de distintas ventanas y barandas, en un encuadre fijo, le vemos ascender por unos complejos y enrevesados vericuetos que le llevan hasta su vivienda, una buhardilla en alto, a la que accede desde la terraza. Es un momento antológico, la magia es conjurada ante nuestros ojos. Jugando con el cristal de la puerta de su balcón, el señor Hulot manda el reflejo del sol hasta la jaula de un pájaro que, al ser bañado por la luz, se pone a cantar. Con este y otros sencillos trucos, Tati consigue una sugestión poética que va a impregnar toda la película.
 
El sobrino, el padre y el tío

Luego está el mecanicista y poco acogedor mundo de los Arpel, donde reina un orden previsible (y risible). Han sido abducidos por el confort y el ruidoso maquinismo del mundo moderno y sus vivencias, superficiales y rutinarias, son satirizadas a base de bien. El matrimonio Arpel, cuya esposa, siempre afanada en sacar brillo, es hermana de monsieur Hulot, tiene un hijo único, Gerard, que en ese microcosmos rígido y pautado, se aburre como una ostra en un acuario. Menos mal que a menudo viene su tío a rescatarlo y a llevarlo al lugar donde los niños y los perros corren en libertad y hacen trastadas.
 
De palique con la vecinita

Como los Arpel son acomodados (él es un importante ejecutivo en una fábrica de plástico), viven en una casa con jardín, que es una especie de extravío del funcionalismo: todo es grande, geométrico y… feo (o sea, de diseño). La señora Arpel está preocupada por monsieur Hulot, su hermano. Piensa que necesita una pareja, que tal vez así se centre. Prepara una fiesta a la que invita a algunos amigos y a una vecina soltera: en el absurdo jardín de la fea casa, con planos generales llenos de detalles hilarantes, asistimos al frustrado romance, la actuación de monsieur Hulot desencadena un contenido aunque persistente desastre.
 
La fiesta en el jardín

Otra de las funestas ocurrencias de la señora Arpel, consiste en presionar a su marido para que emplee en la fábrica de plástico al incorregible hermano. La llegada de monsieur Hulot a la factoría, será el detonante de una serie de gags al estilo del antiguo cine mudo. Aquí es oportuna una observación: en general en la película hay muy poco diálogo (las primeras frases se hacen esperar casi diez minutos), cediendo paso a sonidos ambientales y una continua presencia del célebre tema de la canción “Mi tío”. Al señor Hulot casi no le oímos hablar en toda la película, más allá de cuatro frases de cortesía. Es más que evidente el homenaje al cine mudo.
 
El desperfecto se avecina en la cocina

Hay quien dice que la película carece de argumento, consistiendo en una mera yuxtaposición de cuadros y escenas costumbristas, en un sarcástico retrato del advenimiento del mundo moderno y sus nefastas consecuencias. Podría estar de acuerdo, con dos importantes matizaciones. Una, que el ritmo y el equilibrio impecables de la película, sin duda, han exigido un rodaje minucioso donde todo se sincroniza y encaja a la perfección y no hay nada gratuito o superfluo. Para dar esta sensación de espontaneidad y factura episódica o accidental, no quiero ni pensar en lo milimétricamente calculado que debió de ser el trabajo. Nada pues de rodar escenas improvisadas. Y dos, la burla, la sorna con que es contemplado el mundo de los Arpel, nuestro mundo de hoy en definitiva, nunca es agria, no descalifica ni vitupera. Tati no era un agitador y su mirada está siempre cargada de ternura: incluso los ridículos Arpel son redimidos: hasta ellos pueden ser felices a su modo en los muros de la jaula que se han construido. Con sus disparatadas comodidades, son tratados con la más generosa clemencia, únicamente parece proponerse al espectador que huya, si puede, de ese lastimoso modo de vida, a un lugar donde se reencuentre con la fantasía y lo inesperado. Allí lo aguardará Monsieur Hulot con su pestilente pipa, su incómodo paraguas y su lento velomotor, dispuesto a promover, con la mejor intención, una nueva hecatombe.

Allí, en la inexistente e imprescindible Arcadia.  

Y aquí, la célebre canción que suena durante gran parte de la película.
 
 
 

2 comentarios:

  1. Con Elena pasamos un buen rato, aunque la casa de los cuñados que trata de denigrar nos pareció un divertido parque de atracciones.
    Dale duro,

    luis

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  2. Excelente reseña de una película genial! Es una de las más divertidas críticas a la modernidad. Volví a verla hace poco y me impactó la escena de la casa con ojos, sobre la que he escrito un breve texto. Adjunto el enlace por si a alguien le interesa echarle una ojeada:
    http://bailarsobrearquitectura.wordpress.com/2014/02/10/ojos-que-vigilan/
    Saludos y ehorabuena por el blog,
    Iago López

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