martes, 28 de julio de 2015

Preparando La Desconexión

Inmerso en el abandono autoindulgente de las vacaciones, apenas he sido capaz de reparar en el inaudito nivel de payasicidad con el que las variopintas castas políticas de la despellejada piel de toro despachan el curso antes de concederse las suyas.

Los motivos de hilaridad se amontonan: se diría que pretenden disputarse el pan del inefable Chiquito de la Calzada, la raigambre de Tip y Coll o el aroma intenso de las bribonadas de los Morancos. No obstante, cada vez me convence más la idea de que se trata de lo que los ciudadanos hemos escogido y por tanto nuestros representantes electos actúan conforme a lo que de ellos esperábamos y exigíamos. Éstos roban hasta no saber cuántos haigas tienen en el garaje, aquéllos pretenden retrasar el reloj del país 80 años, los de más allá esgrimen un  hecho diferencial que los sitúa a ellos en el oasis y a todos los demás en el desierto y sólo se ponen de acuerdo todos en arrullarnos con el espejismo de que estamos a salvo de la violencia. Es lo que hemos querido, así es la vida política en Inania.
 

De entre todos los despropósitos que proponen combatir el brutal calor imperante con la más fresca irrisión, hay uno del que creí que no volvería a hablar en estas páginas pero, ea, me retracto, debido sobre todo a un término novedoso que acaricia con su resonancia lo más recóndito de mis neuronas, tornándolas mordaces y malévolas.

¿Que a qué me refiero? Pues a la prometida desconexión que el actual presidente autonómico de Cataluña, el ínclito y jamás periclitado don Artur Mas promete, si la candidatura que él enculeza (invento este término debido a que don Artur la comanda sin ocupar el primer lugar de la lista) y que se presenta como “Junts pel SÍ” (“juntos por el sí”, como si de una boda se tratase, éste es el primer chiste, pues se acude con ánimo de proponer un divorcio, o ni eso, un ahí te quedas). De obtener una mayoría suficiente (no especificada), don Artur saldrá al balcón de la plaza Sant Jaume y anunciará al pueblo catalán la buena nueva de su liberación nacional. El hombre cree que es Nelson Mandela, aunque, en este otro meridiano, lo confundimos con Joe Rigoli (en su papel de Felipito Takatún).
 

En la citada lista, que pretende ser una candidatura independentista unitaria, van políticos y no políticos, éste es el segundo chiste: entre los políticos figuran los de las siglas de CDC (que han alcanzado ya la independencia respecto de UDC, cuyo melifluo y untuoso líder sigue deshojando la margarita), ERC (divertidos folloneros, los echaremos de menos en el parlamento español) y algunos ex comunistas de ICV. A éstos se suma una nutrida representación de no-políticos, por ejemplo, un entrenador de fútbol, por si en el interín deciden jugar un partido de solteros contra casados, un célebre cantante, pues acaso se avengan a amenizar una velada junto a la hoguera con ese bello himno que es “L’estaca” (o cualquier otro de esa nueva Ítaca donde esperan arribar), supongo que también habrá un cocinero famoso para untar el tomate en el pan, una monja para rezar el santo rosario y tres escayolistas para, si fuere necesario, restaurar el Palau.

Aquí, de ser votante catalán, me surgiría una duda: los no-políticos saldrán, en muchos casos, elegidos parlamentarios autonómicos, ¿ocuparán su escaño o no? De no ocuparlo ¿para qué se han presentado? ¿No es un timo al elector? Y, si lo ocupan y desempeñan sus funciones, ¿para qué decir que NO son políticos? ¿Qué serán entonces? ¿Becarios? ¿Legisladores en prácticas? En fin, un puro disparate.
 

Pero estoy divagando como siempre y me voy a centrar en dos cosas. Una es la magnética abducción que produce la palabra desconexión. Su retumbo sonoro es cojonudo, pero me pregunto cómo se realizará en la práctica, no la visualizo en su dimensión plástica. ¿Qué desconectará el señor Mas cuando salga al balcón de la plaza Sant Jaume, a ejecutar el gesto sublime ante dios y ante la historia? ¿Una yogurtera de la red eléctrica? ¿Pondrá un androide ataviado de guardia civil en off? ¿Desconectará los cajeros automáticos para proceder a su rellenado con la nueva moneda del país estelar? Ay, amigos, la incertidumbre nos atenaza, ¿verdad?
 

La segunda es una duda que emerge de la factura legal y política del asunto: el 27-S se celebran unas elecciones a una cámara legislativa autonómica. Se mire como se mire, no emana de allí un mandato para dirimir un tema de soberanía. Es como si en mi comunidad de vecinos, votáramos la incorporación de nuestro inmueble al imperio turco: apenas tendría efectos prácticos de cara a nuestra corporación municipal, o eso creo. Con esto quiero decir que tan ilegal va a ser proclamar unilateralmente la independencia de Cataluña tras el 27-S, como pasado mañana; por lo tanto sería preferible contar con el factor sorpresa y hacerlo antes de irse de vacaciones, ¿qué se puede perder? Nada. ¿Acaso alguien imagina, en los tiempos que corren, una enardecida ocupación por parte de unos nuevos requetés? ¿Temen el regreso de los regulares?
 
 
Pongamos que, en la convocatoria electoral, se da una participación del 60 % (la habitual por allí), de los cuales un 40 % otorgan su confianza a Junts Pel Sí: estamos hablando de un 24 % de la población mayor de edad… ¿Cuánto es una mayoría suficiente? ¿No lo deberían establecer ANTES? Y además, una mayoría suficiente en las urnas NO les daría más legitimidad a los soberanistas (tercer chiste, llámanse soberanistas aquellos que pretenden mandar a un soberano a la lista del paro), porque no estamos hablando de una descolonización y, en el ordenamiento jurídico de una democracia, existen instrumentos para obtener, legítimamente incluso, una desconexión. Basta con alcanzar un consenso para modificar la Constitución y establecer una Carta Magna donde las desconexiones tengan un marco de referencia y un procedimiento.

Todo lo otro es burlar la ley. Y si de eso se trata, pues nada, a burlarla con hechos consumados (siempre se ha hecho y, en Cataluña, llevan 40 años de intenso entrenamiento). Lo demás son ganas de vender ibuprofeno, paracetamol y Biodramina. Qué pesadez.
 
Encara més estelada

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