lunes, 28 de noviembre de 2016

Comenzar Con Buen Pie

Un amigo me envía una referencia de un artículo de Manuel Rodríguez Rivero, donde se habla de los comienzos de novela más aptos para despertar el interés del lector con un arranque sugestivo. Traigo aquí la cita literal:

 « ...Algún día tengo que escribir algo acerca de los incipit novelescos que más me han inquietado: por ejemplo, los de Anna Karenina, de Tolstói (“Todas las familias felices se parecen...”); Historia de dos ciudades, de Dickens (“Eran los mejores tiempos, eran los peores tiempos...”); Malone muere, de Beckett (“Pronto, a pesar de todo, estaré por fin completamente muerto..”); Mañana en la batalla piensa en mí, de Marías (“Nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta entre los brazos...”); El extranjero, de Camus (“Hoy, mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé). Primeras frases como aldabonazos, que ponen al lector en guardia y prometen algo que, finalmente, dan. El principio de la novela maldita de Lawrence también está en esa lista: “Nuestra época es fundamentalmente trágica, por eso nos negamos a tomárnosla trágicamente”... »



Mi amigo opina (y le doy la razón) que el artículo es flojo, la selección de inicios tópica y, particularmente, que el comienzo de la novela de Marías es catastrófico, dado lo cual, mi colega apostilla: “Para que luego digan que no es suficiente con leer el primer párrafo para hacerse una idea de lo que dará de sí una novela. ¡Y hasta un escritor!”



Inmerso en lo tópico y lo previsible, me pregunto: ¿cuál es, para mí, el mejor arranque de una novela que yo haya sido capaz de leer? ¿El de Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen? ¿El de Don Quijote de la Mancha?... No, ya lo sé:



«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo... »


 “Cien años de soledad”, de Gabriel García Márquez. Can you beat this?



2 comentarios:

  1. —Señores pasajeros, en nombre del comandante Flippo, que, por cierto, se reincorpora hoy al servicio tras su reciente operación de cataratas, les damos la bienvenida a bordo del vuelo 404 con destino Madrid y les deseamos un feliz viaje.

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