miércoles, 4 de octubre de 2017

Enterrado En Vida - Arnold Bennett

En esta tibia sobremesa, con la digestión en “pause”, voy a contar cómo conocí a Priam Farll y a Alice Challice. La culpa la tuvo mi obstinada afición a coleccionar colecciones. Esta vez, el coleccionismo me llevó a una promoción de quiosco titulada “Biblioteca Borges”, construida alrededor de las preferencias lectoras del maestro argentino. Eran, creo recordar, unos 80 libros de tapa dura, con letras doradas sobre cubierta negra, prologados por el propio Borges, cuya labor, aparte de haberlos leído y elogiado, se concretaba en una breve reseña introductoria, no más de una o dos páginas. Yo, a mi vez, leí la mayoría de los títulos, descubriendo obvias o escondidas maravillas y algún que otro indigesto ladrillo.

“Enterrado en vida” fue uno de los libros que iba descartando una y otra vez. El título me desanimaba, pues creía que escondía un relato del estilo de Lovecraft, o de Stephen King que, decididamente no es mi palo preferido: me gustaría asustarme con ellos, pero me asusta lo pronto que empiezo a aburrirme. En éstas, un amigo aficionado a la lectura en general y a Borges en particular, me lo recomendó como uno de los textos más divertidos de la literatura anglosajona (que es mucho decir). Tenía razón. Otro amigo, en cambio, lo despachaba como “una novelita intrascendente al gusto burgués”, para este otro amigo “el gusto burgués” es lo peor, los burgueses son una subespecie indeterminada del género humano, caracterizados por la insensibilidad, la ramplonería y el mal gusto, sin otro interés que el provecho económico e incapaces de leer a Virginia Woolf, pobrecillos.


Here it is

El libro de Bennett pretende ser un relato de confusiones, engaños y enredos pero, tocado por una gracia concreta, por completo singular, es muchísimo más que eso, e igual que se dice “falla por todas partes”, yo acuñaré aquí la expresión “acierta por todas partes”. Particularmente por tres:


Uno, la estructura argumental es simple, estamos en los comienzos del siglo XX y un artista muy tímido y sensible, Priam Farll, ha regresado a Londres. Justo al llegar a su domicilio, muere su criado de una pulmonía, un bribón llamado Henry Leek. El médico que certifica la defunción, por las trazas y el atavío, cree que el señor de la casa es el fallecido y Priam, el criado. Por no contrariarle y porque le parece buena idea desaparecer de la vida pública, Priam se hace pasar, en lo sucesivo, por el granuja de Leek, el criado, haciendo creer a todos que ha muerto el artista. No hay problema para hacer verosímil la suplantación, porque sólo tiene un pariente lejano y Priam ha vivido siempre, de hotel en hotel, fuera de Inglaterra. El problema que sí tiene Priam Farll es que es uno de los pintores más reputados de su país, nadie le conoce personalmente, pero sus cuadros le reputan como “el mayor pintor que ha habido después de Velázquez”... Semejante artefacto narrativo, un embrollo clásico, nunca pierde ritmo ni credibilidad y va conduciendo a un desenlace tan lógico como inesperado.


Enoch Arnold Bennett, el autor

Dos, el humor. El propio Arnold Bennett dice de su libro: «He empezado a leer “Enterrado en vida” y no puedo dejar de sonreír. Creo que jamás he leído un libro más divertido que éste». Y no es petulancia, resulta que tiene razón. Las reflexiones del autor se embarcan muy a menudo en un humor irónico, muy fino, muy sutil; en otras ocasiones, es ácido y sarcástico, pitorreándose con llamativa seriedad de la justicia inglesa, del arte, de los marchantes, de la vida moderna, de la gente influyente o poderosa... A mí me hubiera gustado burlarme, con esa aparente inocencia ecuánime, de todo lo que me parece ridículo.


Y tres, los personajes. Amén de una extensa corte de secundarios muy característicos, están el tímido e hipersensible Priam Farll, una de las mejores encarnaciones del temperamento artístico que asoma en una novela... Y Allice Challice, nunca me hubiera imaginado a las huríes regordetas, cincuentonas y llenas de cachazuda sensatez y sentido práctico: “Alice era la criatura más acogedora que había producido la evolución del universo.” leemos en un párrafo de la novela y a fe que el autor no exagera un ápice, vemos en la realista Alice su lealtad a Priam, su firmeza, su humildad y honestidad, las cuales a ti te pueden hacer sentir bien en todo momento, ¡y eso que considera que la ocupación artística es una bobada! pues leemos: “¡Como si no hubiera ya bastantes museos con cuadros! Cuando los que hay estén tan llenos que no se pueda ni entrar, entonces será el momento de construir más. He entrado dos veces en la National Gallery, y te juro que yo era la única persona que había allí. ¡Y eso que es gratis! La gente no necesita museos. Si los necesitara, iría a visitarlos. ¿Has visto alguna vez una taberna vacía, o los almacenes de Peter Robinson vacíos? ¡Y allí sí que se gasta uno el dinero! ¡Una tontería, eso es lo que yo digo!” Claro que Alice no podía saber que, cien años más tarde, los rebaños de turistas acudiríamos en tropel a corretear sin sustancia por los pasillos de estos mausoleos de las artes plásticas, que testimonian al mundo-supermercado actual algo que, en otro tiempo quizá, florecía y tenía algún significado (al menos uno que a Priam se le hacía muy presente).


Más cerca del autor

Leer este libro ha sido una experiencia, para mí, muy divertida, claro que la diversión es una cuestión muy subjetiva, hay quien no encuentra nada divertido leer, hay quien encontrará este libro muy superficial, o muy espeso, o muy de otra época, incluso habrá quien encuentre más divertido a Saramago, que ya es encontrar. Bueno sí, leer es encontrar y yo encontré a tiempo este libro casi perdido de un prolífico autor casi olvidado. Y me lo he pasado de fábula:
Leer no nos hace mejores, en particular y en lo referido a los últimos tiempos, contra más leo, más me encabrono. Pero clásicos como éste nos despiertan esa parte del espíritu lobotomizada por la vulgaridad, la insensatez, el gregarismo, la manipulación, la mediocridad y otros tuits.


Una versión española reciente

Dos citas más, hay centenares de perlas de la ironía como éstas, ocultas en el libro para hacerte sonreir:


“Un hombre gordo y sucio se aproximó a la entrada de la valla con aire meditabundo. Llevaba en la mano un rollo de planos, y el extremo de un lápiz largo y grueso en la boca. Era el hombre que interpretaba los sueños del arquitecto para que pudiera comprenderlos el soñoliento obrero británico. La experiencia de la vida lo había convertido en un ser un tanto brusco.” ... ...


“No tenía derecho a mostrar su mal humor en un banco completamente inocente, que pagaba un veinticinco por ciento de interés a sus accionistas y mil libras al año a cada uno de sus directores, y repartía después las migajas que quedaban entre los hombres que tenía encerrados en aquellas jaulas.” ... ...


Y así lo encuentran en las librerías inglesas.

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