jueves, 28 de diciembre de 2017

El Día De Los Inocentes

El abogado de oficio que me habían asignado parecía sinceramente perplejo.

 -Pero, hombre de Dios, ¿en qué estaba usted pensando? ¿Lo suyo es locura o estupidez? ¿Acaso estaba proyectando colgar un vídeo en Youtube para que sus amigos vieran lo memo que es, o estaba buscando que alguien le diera dos hostias?


 Me sorprendió que, pese a mi edad, no mucho más allá de la veintena y sin tomar en consideración mis pintas de retrasado, todos los que me conocen dicen unánimes “este chico parece un retrasado”, bueno, pues que el abogado cincuentón me tratara de usted y, aunque yo veía en su mirada una cierta conmiseración, no me apeó el tratamiento en los veinte minutos que estuvimos largando de lo mío.


El caso es que yo soy un enamorado, o más bien un fanático, del Día De Los Inocentes y de la más clásica de las inocentadas, el monigote de papel de periódico de toda la vida. Durante todo el día de ayer, estuve recortando periódicos: primero los doblo con un primoroso cuidado en forma de acordeón, para recortar de una sola vez tres o cuatro muñequitos totalmente simétricos. Luego les pongo una tira de celo en la cabeza, la doblo sobre sí misma para que no se ande pegando donde no debe y ya los tengo preparados; para mayor disimulo, los acabo ordenando en una carpeta.



Hoy por la mañana, como cada 28 de diciembre, salgo de casa con la carpeta en la mano, veo a un señor despistado y me hago el despistado yo también, saco el primer monigote como si fuera un documento que quisiera mirar, deshago la doblez del celo y paf, se lo planto disimuladamente en el gabán. Luego coloco dos o tres más a unos caballeros que están fumando en una terraza, me subo al 28 y allí endoso tres o cuatro más a algunos viajeros que van agarrados mirando al techo. Me bajo y, con el sigilo que me da la experiencia de años y años de trabajar la misma inocentada, me deshago de todos los muñecos menos uno, y es entonces cuando caigo en un detalle que me inquieta sobremanera: todas las víctimas de la sempiterna broma han sido varones, esta mañana y siempre. Toda la vida inocentes sólo del sexo masculino, desde que empecé a los siete años a colgar el papelito en las espaldas de mis compañeros. Esto me perturba, porque no sé si obro de esta manera por caballerosidad o por machismo. 


Así que, a bote pronto, decido endosarle el último a una fémina. Por la avenida hacia la plaza Aragón va una que me parece idónea, camina hablando por el móvil en voz más alta de lo normal y gesticulando un poco. Como considero que está en Babia, me acerco sigilosamente por detrás y le adhiero el monigote.


A continuación todo pasa tan rápido que me resulta difícil recordar la secuencia exacta. El grito y los ecos “¡me están acosando!””¡Un acosador! ¡Un acosador!” La pequeña multitud que se congrega con celeridad, me insulta y me zarandea. El coche patrulla que aparece de la nada, el policía que me introduce en él sin contemplaciones, la gente que pregunta “pero, ¿no lo van a esposar?” La llegada a los juzgados, que ahora están en las afueras... “¿Abogado? ¿Para qué voy a tener yo un abogado, si estoy estudiando un máster en robótica y, además, no me he metido en un lío en toda mi puta vida?”


Sin lugar a dudas, esta noche dormiré en el calabozo que comparto con dos yonquis desmejorados y temblorosos. Mañana, si hay suerte y dependiendo de cómo se tome la juez la denuncia, me pueden soltar, puesto que a todos parece golpearles la evidencia de que no soy peligroso: es casi seguro que, en nochevieja, me estaré tomando las uvas fuera, o eso me ha dicho el abogado que se va a encargar de mi defensa. Lo malo es que me van a echar del Colegio Mayor y, la fama que me va a colgar un incidente como éste, va a ser muy negativa. Estoy dudando si prefiero pasar por acosador o por imbécil.



“Muy probablemente por ambas cosas” ha rematado mi abogado, debe ser porque es el de oficio.

(© Prudencio Melgarejo. 2º Premio del concurso de microrrelatos de Gurguzcullar del Purejón.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario