jueves, 13 de junio de 2013

Champán En La Fachada

Hace unos años, cuando las cámaras fotográficas eran todavía analógicas, tuve ocasión de fotografiar en un pueblo llamado Monesma, esta casa con la fachada decorada con cascos de botellas de lo que entonces se llamaba champán, nombre ahora desterrado de nuestras fiestas y celebraciones y sustituido por el mucho menos evocador de cava. Creo que tal cambio se debe a la rapiña congénita de unos leguleyos que opinan que solo el producto francés tiene derecho a denominarse champán, derecho que, por ejemplo y por fortuna, no se ha ejercido con el arroz a la cubana o la ensaladilla rusa que preparo en mi cocina, o las persianas no fabricadas en Persia, ni con los mantones de Manila o con las faldas escocesas, espero que la voracidad de los picapleitos no nos obligue a seguir dando tumbos con nuestro vocabulario, ya muy maltratado por la corrección política, la incultura y la soplagaitez.

La agradable sorpresa del champán en el muro, nos la topamos sin más, porque en aquella época solíamos hacer turismo por los pueblos de los alrededores a lomos de una bicicleta y yo fotografiaba aquello que me parecía curioso o notable, como esta casa con indudable encanto kitsch, con esa fachada abigarrada a la vez que armoniosa y con ese arco de reminiscencias exóticas. Tenía por aquel entonces montado un rudimentario laboratorio de positivado en blanco y negro, e invariablemente forzaba un punto o dos el revelado de los negativos persiguiendo un efecto que, ahora no recuerdo por qué, me gustaba, me parecía que mis antiguas fotos simulaban grabados.

 
Esta utilización de vidrios de botella en muros y fachadas es inmediatamente anterior al concepto actual de reciclado, con sus panzudos contenedores verdes y la he visto en varios lugares, donde los dueños debían guardar las botellas vacías confiando en sus cualidades decorativas. Por aquellos años, estaban desapareciendo los traperos tradicionales, que nos pagaban a los demás unas humildes monedas por los cascos vacíos de champán que les llevábamos. También pagaban algo por el papel, el cartón, los trapos o la madera de muebles viejos. Los modernos ayuntamientos han hecho desaparecer este oficio, distribuyendo los afanes y las obligaciones del trapero entre todos los ciudadanos que las realizamos gratuita y gustosamente. Suponemos que los magros beneficios de tal recogida de materiales reutilizables irán a parar, en los ayuntamientos democráticos, al presupuesto municipal, como ingresos, aliviando de este modo un tanto la carga impositiva de unos ciudadanos que cada vez disfrutamos de más servicios, incluso de aquellos que jamás hemos solicitado. Aunque hay maledicentes que propalan que esta ofrenda de las basuras, que los ciudadanos separan, clasifican, almacenan y llevan al contenedor adecuado es, a gran escala, un negocio formidable (y opaco). Mi amigo el Resentido me ilustra de que la Camorra del sur de Italia ya no tiene su negocio principal en la droga, sino en los materiales reutilizables de las basuras y de que ETA ha dejado de dedicarse al secuestro y la extorsión porque, en los ayuntamientos que controla, el negocio de las basuras le proporciona réditos más saneados; pero yo no me fío de las fuentes del Resentido, que suelen ser los borrachines de más edad de los bares de menos distinción, donde se junta con sus tal para cual.

 
Volviendo a la casa achampanada, de gusto un poco indiano, pues nada, reiterar que es muy curiosa y, dado que no ofrece unas soluciones constructivas que estén muy a la última, admito que le queda bien este añejo blanco y negro y, con el tácito permiso de sus dueños, la traigo aquí para que la vean los amantes de excentricidades coquetas y placenteras, y otros curiosos. 
 
Otro ejemplo, aquí como muro de contención
 

lunes, 10 de junio de 2013

Para Mis Películas

Hoy abro mi programa favorito (Reason), resuelto al intento de componer un tema de banda sonora, para una imprecisa película que se proyecta algunas madrugadas de insomnio en la pantalla de mi imaginación. Sería una película con mucho amor, un poco de acción, unos malos un punto risibles y por tanto, ficticios. a los que liquidar y, sobre todo, unas actrices muy guapas de mirada soñadora y sugerente. Qué mas puedo pedir. La música la pongo yo.

Y para acentuar la ensoñación cinematográfica, me he divertido de lo lindo montando un desmañado vídeo (no soy capaz de un amago de sincronización con la música), con quince fotogramas de otras tantas películas, de las que se cuentan en mi culto personal… El reto es adivinar las quince, difícil porque son muy variadas y, desde luego, no pienso incrementar la motivación con ninguna clase de premio, pero avísame si las has adivinado todas. Una pista: aparecen por orden alfabético y sus títulos, en español, comienzan por “a”, “b” o “c”.
 

Viene a casa mi amigo el Resentido y adivina ocho a la primera que, tomando en consideración su nivel de garrulería, se lo contaré como un exitazo. Respecto a la música, me achicharra con una de sus contundentes aseveraciones:

-Bueno, no está mal, pero no le veo el mérito: lo hace todo el ordenador.

Esto me encabrona un poco y le contesto:

-Ah sí, listo, pues toma, siéntate un rato en el ordenador y a ver la música que eres capaz de hacer tú.

El tío no se corta un pelo. Se sienta al ordenador, abre Spotify y en pocos segundos, la armoniosa voz de Julio Iglesias canta “hey, no vayas presumiendo por ahí…”

-Toma - me dice el Resentido muy ufano - y mejor que la tuya… Cuando seas así de famoso, me vuelves a poner tus musiquitas.
 
 

sábado, 8 de junio de 2013

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 05

Entonces surgió lo de Pinchaúvas. Sospecho que la ocurrencia fue de Chus, que estaba algo molesto porque no quise compartir con él un paquete de Chester, que el profesor de francés se había dejado en la biblioteca y yo había mangado por ver a qué sabía el tabaco rubio americano, deleite que no formaba parte de nuestras experiencias cotidianas. Sea como sea, Pinchaúvas emergió como un apodo arrollador y cada vez era más numerosa la hueste que así me llamaba. Comprendí que me quedaría con tal seudónimo de por vida, cuando se le escapó al profesor de Matemáticas que era despistado y solemne, un solemne despistado:

-A ver, Pinchaúvas, haga el favor de salir al encerado a hacer el problema.

Para toda la vida no ha sido, pero aun hoy, los que entonces fueron mis amigos y muchos lo siguen siendo, me llaman de la única forma que espontáneamente les sale, esto es, Pinchaúvas.


3.                          EL NIETO DEL SEPULTURERO

Para comprender las peculiares inclinaciones que manifesté desde que comencé a gatear por este mundo y las consecuencias a que me llevaron, puede uno imaginarse sin dificultad a un niño ciego de nacimiento que aspira, desde su edad más temprana a convertirse en una estrella de fútbol y a rematar de cabeza los balones que vienen templados desde el córner. Tal era mi situación si bien en otros terrenos: los de una vocación intelectual y libresca que nadie se explicaba de dónde había podido salir, pero que casi todos sabían a dónde podía llegar, pues a todas luces era yo lo más opuesto que imaginarse pueda a un niño agudo, despierto y espabilado.

Mi padre, hombre de labia fácil, pues era un brillante orador, consagrado ante la barra de numerosos bares, resumía el sentir general de familiares y conocidos con esta cruda interrogante:

- ¿De dónde coño habremos sacau a semejante zamarugo?

Seguida de esta virulenta exclamación:

- ¡La madre que lo cagó!

Debo aclarar que, en mi poco acomodada familia, la letra impresa era objeto de desconfianza velada, cuando no de repugnancia manifiesta. Y como no creo que jamás caigan en sus manos estas líneas, puedo dedicar un capítulo a hablar de ellos sin tapujos y así me los quito de delante para hacer sitio a los auténticos protagonistas de esta narración.

Lo más acomodado socialmente que se había dado entre mis ancestros, a no dudar descendientes de conspicuos siervos, era mi abuelo materno, hijo de Jaca y sepulturero de sus convecinos en el hermoso cementerio que, a dos kilómetros de la ciudad, erguía sus soleados panteones, sus abigarrados nichos, sus ajardinadas tumbas, todos los primores funerarios a los que mi abuelo daba cuidado y lustre con habilidad sin par. Nunca moradores de lugar alguno tuvieron un reposo eterno acondicionado con un gusto tan exquisito, como cuando mi abuelo erraba por el vergel de la muerte bruñendo losas, regando macizos de crisantemos, adecentando las lápidas de los nichos y haciendo reinar, en el cementerio todo, la pulcritud y el orden que darían marco a mis primeros escarceos sentimentales, amores adolescentes arrebatados y puros, que se beneficiaban de este romántico entorno que, era tan familiar para mí, como ominoso, intimidatorio, escalofriante y estremecedor para alguna amada de aquel, ay, lejano entonces.

 
Llegó a Jaca con los últimos calores de un septiembre indeciso el que, con el correr de los años, habría de erigirse en mi legítimo progenitor. Vino sin oficio ni procedencia conocidos y, en un tiempo muy breve, se había labrado una aureola de sinvergüenza e inútil con la que habría de luchar estérilmente durante el resto de su vida, que no fue mucha ni muy ejemplar. En un movimiento a la desesperada, comenzó a cortejar a la joven hija del funcionario municipal y eclesiástico, a la que más adelante convertiría en mi santa madre. En aquel entonces, era ésta una muchacha bajita y regordeta (enana y gruesa sería después), de facciones pequeñas y poco agraciadas, a excepción de la nariz, facción esta que era grande y horrorosa, réplica exacta de un nabo deforme, con el agravante de tratarse de un carácter genético decididamente dominante, pues lo heredé. Comoquiera que mi futura madre andaba asaz escasa de pretendientes, cuando dio comienzo el asedio al que la sometió mi futuro padre, más que suspirar por él, boqueaba; sobre todo cuando el muy bribón le recitaba aquello tan romántico de don José María Gabriel y Galán: “Qué tendrá la hija / del sepulturero…” que, aunque no tenía mucha relación con ella que no robaba los pañuelos de las muertas sino, en todo caso, las alhajas, la emocionaba mucho.
 
 

viernes, 7 de junio de 2013

Papá, Ven En Tren

Hoy me he desayunado con esta noticia: Renfe ha anunciado el cierre de chorropotocientos servicios de trenes de cercanías. Según El País, “el recorte de oferta de trenes afectará a 900.000 viajeros” …”y va en la línea del objetivo del Ministerio de Fomento de supresión de los trayectos y de las estaciones que se consideren ineficientes por su baja rentabilidad o escasa ocupación”. Sinceramente no me cuesta ningún esfuerzo cerrar los ojos en la modorra de la siesta e  imaginarme al preboste responsable declarando ante los medios, respecto a los viajeros afectados: “Que se jodan. Han tenido tiempo de comprarse un Audi como yo, que es más cómodo y tiene mejor tapicería que cualquier vagón. Además, si en algo estamos de acuerdo todos los que mangdamos o hemos mangdado, sin partidismos de ninguna clase, es en que el tren no es rentable, del tren no sacamos casi nada y hay que meter mucho dinero. En cambio, con la construcción de carreteras, algunos nos hemos puesto los coturnos y otros se han puesto las katiuskas, y no olvidemos que la fabricación de automóviles es la locomotora de la economía. Se me ha pasado colocar la palabra sostenibilidad, pero póngala usted donde le venga bien.”

El Zaragoza-Lérida a su paso por Selgua Station
Con la noticia, me ha venido a la memoria este eslogan paleopublicitario: “Papá, ven en tren.” Qué risa. En los tiempos de dos coches en cada garaje y miles de pueblos sin servicio ferroviario de ningún tipo, a papá le preguntan, ¿te gusta conducir? y de grado o por fuerza, papá disfruta del atasco cotidiano porque “el tren no es rentable”, mientras que un Senado con pinganillos y diecisiete parlamentos autonómicos, lo son mucho (para algunos).

La señal no miente: pasa un tren cada 120 días
No es mi intención esbozar aquí una sentida reminiscencia nostálgica del moribundo medio de transporte. Nunca lo he disfrutado en exceso. El tren que yo he conocido siempre me ha parecido lento, incómodo, sucio, impuntual, caro (si no era un borreguero) y poco fiable. Es un servicio que aquí ha pasado del subdesarrollo a la extinción sin llegar a modernizarse. Tengo que ahorrar un día para coger el AVE y ver si cambio de opinión, porque imagino que los señoritos y los ejecutivos serán más exigentes que la chusma de la que formo parte como viajero. Eso sí, Monzón-Río Cinca, la estación de tren que tengo cerca de mi casa, veía pasar doce o catorce trenes en cada dirección hace treinta años, ahora pasan tres y amenazan ya, con suprimir uno… Papá, ven como puedas.

Parece de época colonial, pero es de hoy
No conduzco, así que he tenido siempre que morir al palo del transporte público. Cruel destino en este país tan hipermotorizado por una parte, y tan hiperatrasado por otra. El tren no me ha servido nunca jamás para ir al trabajo: o vives en las cercanías de una de las cinco o seis ciudades más grandes del país, o que te den. Los autobuses son un poco menos peores, pero tampoco creas que hay servicio de autobús para ir a todas partes, amiguito: vivo en un pueblo de diecisiete mil habitantes y si quiero ir a la capital de mi autonomía a hacer una gestión administrativa o académica o, simplemente, a contemplar cómo es el entorrrno donde sus señorías se tocan el nabo (o el higo), pues tengo que hacer un transbordo a mitad de camino ¡Y tampoco está tan lejos! Señor, qué cruz. Total que solo quedamos como usuarios del transporte público los bulliciosos y sufridos estudiantes, ancianos achacosos que se dirigen resignados a los distintos puntos de atención sanitaria, inmigrantes de países que antes se llamaban del tercer mundo y ahora países emergentes, que deben encontrarse con un servicio que les resultará muy familiar y yo. Lo digo recién aterrizado de un autobús, aún no me he desenrollado las piernas de las orejas.

Un púlpito para predicar
las excelencias del tren
He repensado lo del tren: vale más un servicio malo y pobre que su absoluta carencia. De crío viajé mucho de Jaca a Zaragoza (costaba cinco horas y media y era tremendo, venían viajeros franceses a hacer turismo exótico y de aventura avant la lettre, lo juro). Y es que el “Canfranero” era mítico. Si ibas a Francia, partiendo de Jaca, costaba el mismo tiempo llegar hasta Pau (150 km. más o  menos), que de Pau a Paris por Burdeos (casi mil km.). Y este es un viaje que he hecho en alguna ocasión, pues mis abuelos paternos vivían exiliados por allá arriba. En aquella época entrabas en Francia y era como viajar en el tiempo. Veinte años al futuro o así. Entonces, como todos los niños, adoraba los trenes, tenían algo mágico… Mis nietos se lo perderán. 
 
Una estación en medio de ninguna parte
  
Enterrados bajo los escombros yacen algunos viajeros
a los que no se avisó de que el servicio había sido interrumpido
Observarás que en ninguna foto sale ningún tren: y es que los han suprimido.

martes, 4 de junio de 2013

Ciudad Jardín - Ojos Más Que Ojos

Ciudad Jardín: Abre bien los ojos.

“¡Pasajeros a Nairobi,/ el embarque en puerta uno! / Lucas fue al restaurante, / al oír ese aviso, / una joven europea se levanta / y va al vestíbulo, / no es turista, él lo sabe, / la vigila, es muy listo.

En la calle aprendes muchas cosas, / a mí, nadie me enseñó, / “abre bien los ojos”, ese es mi lema, y mi religión.

Lucas se acerca al bar, / quiere estar seguro. / Se hace el interesado, / en lo que cuenta la cajera, / para enterarse de otras cosas / de importancia, / pero pega hebra / y le larga su experiencia.

En la calle aprendes muchas cosas, / a mí, nadie me enseñó, / “abre bien los ojos”, ese es mi lema, y mi religión.

Entretanto, la europea / ya no está a la vista, / Lucas va hacia la puerta uno, / el alma en la garganta, / se tropieza con un gato, / tira a un niño y lo pisa, / ¡No, Señora, no me chille, /sea buena ciudadana!

En la calle aprendes muchas cosas, / a mí, nadie me enseñó, / “abre bien los ojos”, ese es mi lema, y mi religión.”

 
Estamos a finales del otoño de 1992. Se están apagando los ecos de los insufribles gorgoritos de Freddie Mercury y Montserrat Caballé: ¡BaAarseloOonaAa! Las olimpiadas habían sido un éxito y  nuestros atletas habían cubierto su pecho de azul español, con los más variados metales. En un orden de cosas mucho más modestísimo, el grupo madrileño de música moderna Ciudad Jardín, se había cambiado de compañía discográfica: habían migrado muy descontentos con Fonomusic que, según ellos, ni les había prestado suficiente apoyo, ni les había promocionado lo más mínimo y se habían mudado a Hispavox, donde según creían, iban a triunfar.

Quizás se precipitaron un poco, porque sacaron un disco, este "Ojos más que ojos", nada más aterrizar en la nueva compañía y no, no triunfaron, ni mucho menos. Pasó más desapercibido aún que los dos anteriores: “Primero así, y luego más” y “Atún y algas”, de los que, pese a todo es una dignísima continuación. ¿Qué es pues lo que falló para que el grupo más interesante, por aquel entonces, de la escena musical española se volviera a quedar en ayunas? Ocurre, tal vez, que el disco está concebido un poco apresuradamente y no acaba de estar enfocado: ¿a qué público se dirige?¿Quién puede apreciar las sutiles estampas de “Abre bien los ojos", “Él sopla y le sopla” o, más difícil todavía “La secta de la hormiga”, el poco accesible tema que abre el disco? El problema es que es un álbum demasiado ecléctico, toca muchos palos y le falta conjunción y homogeneidad, una cierta unidad de estilo.

Un disco promocional.
No obstante se trata, como se dice ahora, de un discazo. He hecho la siguiente prueba: lo hago sonar en tres o cuatro ocasiones distintas ante los oídos distraídos de alguien, aficionado a la música, que no ha escuchado a Ciudad Jardín. A la de tres o cuatro, capta algo: ¡Qué disco tan bonito! ¿Quiénes son? No suele fallar, e infiero que en su contra, jugó una falta de inmediatez letal. Poca gente da tres o cuatro oportunidades si un estribillo no le entra a la primera. Demasiado sofisticados. Unos Steely Dan hispanos. La bomba que, esta vez, tampoco explotó. No nos los merecíamos. Ese mismo año, Joaquín Sabina vendió 400.000 ejemplares de su funesto "Física Y Química". Los críticos tampoco anduvieron más despiertos. Hojeo la prensa musical de entonces (Rockdelux) y están abducidos por la pachanga reivindilavativa de los insufribles Kortatu.
 

Ciudad Jardín: Él sopla y le sopla.

“El milagro sucede cada noche, / sólo queda este bar / de tremendo calor, / hay tanto humo / que parece que arde el local. / Todo el público / contiene la respiración, / en una mesa, / los que miran, a punto de oír, / pueden tocar los instrumentos / con las manos.

Él sopla en el saxo / sus lánguidas frases, / le sopla en la oreja / las largas estrofas, / se acuerda, pues ya son muchos años juntos, / garitos, teatros, y bodas, diciéndole: / ¡Haz las estrofas más cortas!

La hora de la verdad ha llegado / en cuanto se toma unos rones, / ya sean con hielo, solos, /o con marrasquino, / olvida las largas letras / de sus canciones, / pero el saxofonista, / (que toca a su lado) / le clava el codo / para que reaccione.

Él sopla en el saxo / sus lánguidas frases, / le sopla en la oreja / las largas estrofas, / se acuerda, pues ya son muchos años juntos, / garitos, teatros, y calles y bodas, diciéndole: / ¡Haz las estrofas más cortas!

¡Son muchos años ya! / ¡Son, Son! / Le sopla el saxo / en las orejas, / le sopla letras / en las orejas. / Son muchos años / y muchas salas…

Él sopla en el saxo / sus lánguidas frases, / le sopla en la oreja / las largas estrofas, / se acuerda, pues ya son muchos años juntos, / garitos, teatros y bodas, diciéndole: / ¡HAZ LAS ESTROFAS MAS CORTAS, TÍÍÍOOOOO!”
Aquí tienes el enlace para que lo bajes y lo oigas:

 

 

domingo, 2 de junio de 2013

Exabrupto Exaragonés (Y Un Zaragoza De Segunda)

Uno de los sentimientos generalizados que me resultan más ajenos es el de sentirme orgulloso de la comunidad en la que el azar quiso que naciera. Por supuesto, nada dice eso de la comunidad en concreto, sino de mi sentimiento de desarraigo, de ser un advenedizo en cualquier lugar. No entiendo el porqué de esa empobrecedora obcecación por la propia identidad cultural, habiendo cosas tan interesantes de origen checo, turco, argentino o japonés. Cuando alguien me dice: “como no eres de aquí, no lo puedes entender” yo traduzco por “dado que no lo soy, no hay nada aquí que valga la pena entender”, si me dicen “es algo que compartimos todos los de esta tierra”, pienso, por ejemplo, en el polvo, la codicia o los mocos. Los sentimientos nacionalistas, acostumbro a mirarlos, consecuentemente, como una ridiculez (además, peligrosa). Para mí sensibilidad, catalanismo, españolismo y vasquismo, por traerme los más cercanos, los aprecio elaborados con la misma hedionda caspa. Cuando mi exilio permanente me condujo a trabajar a L’Hospitalet, un compañero me trajo una revistilla intitulada “Fuellas”, y me dijo: mira, esto te gustará, es de tu tierra”, le contesté: “yo no tengo más tierra que la de las orejas”. El insistió, haciéndome ver que estaba en aragonés, “la lengua que habláis allí” y otras razones igual de bien fundadas, total que cogí el obsequio para no ofenderle con un desaire que a él le hubiera parecido incomprensible y gratuito.

Dicho todo lo anterior, una de las cosas que más me extrañan de mí mismo (y que más me avergüenzan en este momento, por el mismo motivo fútil por el que me enorgullecieron en otros pasados) es que soy un hincha, un forofo irracional del Real Zaragoza. Por éste motivo hoy es un día triste para mí y quiero celebrarlo con toda la amargura de la que sea capaz. Cierto que se veía venir, ya abominé de San Jorge, un santo patrón de segunda, cuando regresamos de Balaidos en la zona roja, pero mientras hay vida hay esperanza. La semana pasada, en abierto por televisión, tuve ocasión de ver como el Betis nos pasaba por encima. Y ayer, consumatum est, al infierno, allí será el llorar y el crujir de dientes…


Obcecado por la desesperación, di en buscar y encontré un soneto que escribí para cuando me acometiera un arrebato como éste. Lo cierto es que viene al pelo, aunque creo que exagero un poco (se trata de un desahogo). Ahí va (agua va):

EXABRUPTO EXARAGONÉS

Con odio majadero te bendigo,
oh, patria, más que cualquier cosa, chica,
Aragón, por pesar, tierra no rica
ni noble, donde nacer fue castigo.

 Sea el desprecio que mi verso aplica,
forma de saldar mi deuda contigo:
que amo más la cizaña que tu trigo
y más al betún que a la Pilarica.

 Eres madre que a sus hijos expulsa,
abortándolos de tu tierra insulsa,
en busca del pan, a la Conchinchina;

qué digo madre, siquiera madrastra.
Hez de tu aliento, mi origen me castra,
soy de tu raza y... mejor la porcina.


viernes, 31 de mayo de 2013

Romance Del Prisionero

Una sorprendente afición escolar de los niños de ahora mismo, todos ellos nativos digitales, es la de realizar un Power Point con cualquier pretexto: un trabajo de Ciencias, una excursión, una fiesta de cumpleaños, los planetas del Sistema Solar, los personajes de “Juego de Tronos”, una canción, un cuento, un poema o la biografía del cantante de moda, que con sólo dieciséis años ya se ha divorciado tres veces y ha logrado rehacer su vida al salir de la clínica de desintoxicación donde ha superado sus adicciones.

 
Alguien mucho más mayor verá en ello una actividad de mérito, una muestra de dominio de los arcanos de la informática, pero lo cierto es que se trata de un reto de escasa complejidad, que los niños, incluso los menos avispados, acometen con tanta facilidad como jugar a cualquier videojuego de moda. Realmente lo difícil es dotar de un contenido aprovechable en el ámbito educativo a una actividad tan simple. Hace tres o cuatro años les propuse ilustrar en un Power Point el célebre “Romance del Prisionero”, haciendo una diapositiva con cada par de versos.

 
Pues bien, este último día de Mayo en el que no ha hecho la acostumbrada calor ni de lejos, pues llevamos diez días de tiempo muy ventoso y fresco, me he acordado (por contradicción) de aquel trabajillo y he recuperado algunas ilustraciones que traigo aquí para entreverarlas en el poema.

 
ROMANCE DEL PRISIONERO

Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,

 
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;

 
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión;
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,

 
sino por una avecilla
que me cantaba el albor.
Matómela un ballestero;
déle Dios mal galardón.

 
Notaremos que lo más evocador para los niños es la estancia en la cárcel del pobre prisionero, que es representada con crudeza y una evidente influencia de las películas norteamericanas. Las dos últimas son sensacionales: no olvidemos que los artistas tenían diez años.

Éste aún no ha aterrizado

Triste, cuitado

Encadenado al muro. Y qué humedad

La celda más lóbrega

Una anacrónica silla eléctrica

A ver si me hago con las llaves

Malherido y en el cepo