jueves, 6 de febrero de 2014

Fondos De Escritorio HDMI

Soy una persona bastante voluble. De joven, unos amigos de Zaragoza me decían: “tú tienes más pareceres que una fulana”, frase ésta que me sonaba llamativa y sentenciosa y que no ha empleado nadie más que yo haya oído, en ninguna circunstancia, desde hace mucho tiempo. El caso es que tengo la costumbre de cambiar, cada dos o tres semanas, el fondo de escritorio del ordenador. A veces echo mano de una página que se llama “Fonditos” ( http://www.fonditos.com/ ) y, a veces, busco en Google a pelo, sin más. Cualquier cosa que me guste o me haga gracia (y ocurre a menudo), la zampo en mi escritorio, donde hace de wallpaper hasta que me canso, que suele ser pronto.
 
 

Por este motivo, el otro día andaba yo de navegación, con el ánimo de pescar una buena imagen y escribí en el buscador: “fondos de escritorio HDMI”, lo de HDMI viene a cuento porque gasto un monitor de 1920x1080 píxeles, es decir, alargado, panorámico, y de nada me sirve pillar una imagen que me guste, si luego tengo que recortarla (mal), o deformarla (peor aún).
 
 
El caso es que le doy al “intro” para que Google se ponga a buscar sitios e imágenes por mí, cuando, cuál no sería mi (grata) sorpresa, da con una de mi propio blog, de Entusiasco. Me sentí muy halagado por esta fortuita (y afortunada) coincidencia, así que hoy he decidido hacerlo aposta, con alevosía: mandar a la nube (o al viento), una docena de imágenes de 1920x1080 para que se las ponga en su monitor, sin tener que modificarlas, cualquier navegante que las encuentre de su gusto. Y desde aquí le doy, además, las gracias, ¿o no?
 
 
Incido en mis habituales temas fetiche: flores, cielos y demás. Procuro que las fotos sean “naturales”, frente a las imágenes demasiado “perfectas” que se suelen encontrar por ahí como fondos…
 













 

martes, 4 de febrero de 2014

El Peso De La Rima En La Sabiduría Popular

Me he estado ennegreciendo las uñas con un polvoriento ejemplar del Diccionario de Refranes de José Mª Sbarbi. Me he divertido como un duende con los miles de dichos que trae, ordenados alfabéticamente por palabras clave. La mayoría son sentencias populares rimadas, de las que copio unas pocas, si no, no acabaría en meses.
 
 
Primero busqué los de febrero:
En febrero se hiela el agua en el puchero.
Febrero, mes corto, un día peor que otro.
Febrerillo el loco no pasó de veintiocho; sacó su padre al sol, y después lo apedreó.

Con éste, me sentí retratado:
Muchos ajos en un mortero, mal los maja un majadero.

Otros hablan de la actualidad política:
Administrador que administra y enfermo que se enjuaga, algo traga.

O de los que se van al otro barrio:
¡Adiós, Toledo; tú te vas y yo me quedo! (Bonita despedida)
Más vale oler vivo a mierda, que muerto a incienso y a cera. (Sabia reflexión).

La opinión popular sobre los hombres de iglesia es algo intemporal, por lo que veo:
Al fraile y al cochino, no le enseñes el camino.
El abad y el gorrión, dos malas aves son.

Observo que la rima, casi siempre, guía y condiciona al pensamiento. Si en español, por ejemplo, culo rimara con juez, habría todo un repertorio filosófico popular de apreciación y evaluación de la justicia.

 
Mi amigo el Resentido es muy aficionado a los dicharachos rimados. Hoy me ha soltado éste que, en su aparente sencillez, encierra una concepción sociológica propia de la clase media laica. Lo transcribo aquí para no perderlo y es, junto con el Diccionario de Refranes reencontrado, lo que me ha impulsado a recopilar esta veleidosa entrada, con altísimas dosis de frivolidad:

No te fíes de los ricos
y a los pobres no les des,
ni hagas caso de los curas
que te joderán los tres.

Este serventesio puede tener su gracia, entonado con la dosis adecuada de garrulería y recalcando que las palabras finales de cada verso son (incorrecta pero eficazmente) llanas:

En tiempos de los apostóles,
los hombres eran barbáros,
se subían a los arbóles
y se comían a los pajáros.

En cuanto a este concienzudo dicho, hace referencia a mi pueblo. Rústico pero no zafio, atesora una locuaz musicalidad:

Cómo campa Villacampa
por los llanos de Aragón:
de Monzón a Tamarite,
de Tamarite a Monzón.
Y si el tiempo lo permite,
otra vez a Tamarite.

 
Por su parte, la copla es inabarcable. Copio aquí dos, aptas para cantar como jotas. Los versos pares riman en consonante:

En mi pueblo los Toribios,
los Juanes y los Marianos,
cuando se lavan la cara
suelen mojarse las manos.

O, más habitualmente, en asonante:

Llevé al chico a Zaragoza
pa que eligiera un oficio
y ninguno le gustaba,
hasta que vio al arzobispo.

Salud y sonrisas.

 

domingo, 2 de febrero de 2014

Por San Blas, La Cigueña Verás

“Por san Blas, la cigüeña verás” dice el antiguo refrán. Y es que en una climatología menos enloquecida que la actual, el 3 de febrero marcaba el regreso de estas populares aves zancudas a sus campanarios, a sus espadañas, a sus torres… A sus domicilios veraniegos, donde llevaban a cabo la crianza de sus desvalidos cigoñinos. Ahora, al parecer ya no emigran a sus bases invernales subsaharianas, eso que se ahorran en gasolina. Y se las ve por san Blas, por san Severino, por san Marcelo Papa y por santa Prisca de Roma, es decir, hasta en lo más crudo del invierno.

 
Claro que los santos del santoral ya no parecen ser una referencia que ilumine el camino de mucha gente: estamos más acostumbrados a pedir ayuda a la ciencia y a la tecnología que a los santos, antaño tan solícitos a nuestras plegarias y que, a día de hoy, deben de pudrirse de aburrimiento en el cielo que tan duramente se ganaron.

 
Recuerdo cuando era chiquillo que, en mi pueblo, bendecían unas sobrias tortas semiesféricas el 2 de febrero, o sea, la víspera de san Blas, y si te comías un trozo, estabas a salvo de los males de garganta, esto es, no tenías que ir al otorrino en una buena temporada. Esta simple y eficaz devoción, me temo que se habrá perdido, al igual que han perdido la brújula las cigüeñas, que gracias al calentamiento global, ya no necesitan hacer 3.000 kilómetros, en su vehículo de tracción animal, para desplazarse a tierras más cálidas.

 
También ha caído en desuso la antropocéntrica clasificación de la fauna en animales beneficiosos y perjudiciales, pese a todo, estos bichos blancos ribeteados de negro no han dejado de gozar de las simpatías de las gentes sencillas que, ni las cazamos, ni las apedreamos, ni les ponemos cepos o trampas, ni les robamos los nidos. Por aquí nos son muy útiles como decoración viviente de las torres de alta tensión en desuso.

 
En tiempos, se iba a construir una línea de conexión para el suministro eléctrico a la que se denominó Aragón-Cazaril, pero cuando caímos en la cuenta de que, en Aragón, la demanda industrial de electricidad era escasa, al haberse cerrado la última fábrica de botijos que, hasta entonces, estaba en activo y, siendo que además los ecologistas se comprometieron a lavar sus prendas de ropa a mano y a retomar el uso de las cocinillas de carbón, pues se encontró adecuado ceder las torres recién construidas a las cigüeñas que, tras firmar el oportuno convenio, instalaron en las mismas sus robustos nidos para alegrar el paisaje.

 
Dicen que los nidos de la Ciconia ciconia (cigüeña blanca o común), pesan alrededor de doscientos kilos (algo menos si son de protección oficial) y que albergan a la misma pareja durante varias temporadas… En las fotos que hice, cerca de la orilla del río Cinca, se aprecia una numerosa colonia de estas aves que, al igual que nosotros, son muy gregarias y también muy atareadas con la crianza y aficionadas a tomar el sol.

 
 
 
 

jueves, 30 de enero de 2014

Tella Y Sus Ermitas 1. Ermita De San Juan Y San Pablo

Si fuera víctima de una sibilina encuesta con una pregunta rastrera del estilo de ¿cuál es para ti el rincón de mayor belleza de todo el Pirineo? debería callarme, pues ni mucho menos conozco todo el Pirineo, pero como soy dado a las respuestas garrulas e irreflexivas, antes de parpadear contestaría “Tella”. Y me quedaría tan ancho.

 Ya hace algún tiempo que quería publicar una entrada con impresiones y fotografías de este lugar inaudito, pero tenía tanto material que no sabía por dónde empezar. Al final en lugar de teclear tres o cuatro folios y adjuntar diecinueve fotos, he optado por fraccionar el asunto, en un intento de hacerlo más llevadero, por un lado, y no dejarme nada, por otro. En próximas entradas iré añadiendo más comentarios y más imágenes relativas a este tema que me motiva de lo lindo.

 
Subimos por la carretera que recorre el valle del Cinca y lleva hacia Bielsa y hacia Francia, partiendo de Aínsa y, pasado Hospital de Tella, antes de meternos en el sobrecogedor desfiladero de las Devotas, tomamos un empinado y estrecho ramal asfaltado que sale a mano izquierda y, unos ocho o diez interminables kilómetros más tarde, llegamos al techo del mundo. Tella es un pueblo más que pequeño, diminuto. No cuesta nada imaginárselo, durante siglos, como un lugar perdido en el que unos cuantos aldeanos vivían en una economía de montaña, propiamente de subsistencia.

 
Si no fuera, claro, porque en un radio de apenas un kilómetro nos topamos con una iglesia parroquial y tres ermitas. Las ermitas son hermosas, sin duda, pero lo que hace que tengamos que frotarnos los ojos, es el asombroso conjunto de piedra, verdor y cielo que forman los tres edificios sembrados en la roca, con el majestuoso, incomparable paisaje, lo que ahora se llama el entorno.

 
La presencia del más allá, del misterio, de lo sobrenatural es, en este lugar, casi palpable, casi sensorial. No es nada extraño, por tanto, que hombres de todas las épocas, desde los remotos constructores del dolmen, pasando por hechiceros, druidas, brujas, sacerdotes de olvidados cultos paganos, hasta llegar a la heredera reciente de la creencia en “lo otro”, la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, se hallan aposentado aquí en la búsqueda del contacto con esa otra realidad que hoy en día, ay, nos es tan esquiva, tan lejana, tan ignota.

 
Hoy sólo colgaré fotos de la Ermita de San Juan y San Pablo (dos pesos pesados), que con la proverbial economía de palabras que nos caracteriza a los aragoneses (menos a mí), se han contraído en San Juanipablo (ver mapa). Es fama que se trata de la ermita más antigua de todo el Sobrarbe, consta de una nave rectangular, rematada por un único ábside. En su interior (accesible, de momento) hay una curiosa cripta. Con ser muy linda y asaz románica, lo que corta la respiración es su enclave, junto al Llamado Puntón de las Brujas, con la montaña del Castillo Mayor al fondo. Para creer en la magia, vamos.
 
 
 
 

martes, 28 de enero de 2014

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 20

Tal vez de una manera interesada, un día me compadecí de él y fui a hacerle compañía a su solitario refugio frente a los urinarios. Junto al radiador, bajo la ventana que daba al soleado patio de recreo tuvimos, a partir de entonces innumerables conversaciones sobre todo lo divino y lo humano, que acabaron convirtiéndonos en almas gemelas. Resultó que estábamos leyendo el mismo libro, una novela neoclásica titulada “Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes”, del padre Isla, una obra muy apreciada entonces por los jóvenes empollones, pues encontrábamos muy gracioso su lenguaje y su léxico y nos permitía acrecentar nuestra pedantería de seres muy leídos. Ahora que él no podía seguir decantándose por el deporte (de hecho, dudaban acerca de si volvería a caminar bien), resultó que compartíamos todo tipo de aficiones: éramos medio artistas, medio científicos, medio poetas, medio músicos yeyés y más que medio ingenuos y bobos (pero esto último, sólo lo sabían los demás, nosotros lo ignorábamos, gracias al cielo). Charlábamos acerca de la temible reválida de Grado Elemental de junio, un examen con el que todo el estamento docente se gozaba en atemorizarnos, de que el próximo curso elegiríamos Ciencias, como alumnos buenos que éramos, de que, en ese futuro inmediato y fascinante, iríamos a la misma clase con chicas, esos seres misteriosos que eran depositarios a nuestros ojos de todas las maravillas imaginables: la belleza, la delicadeza, el atractivo y otras cosas de todavía mayor enjundia y más enigmáticas. Chus no solía estar tan cachondo como Rivero, pero no cabía duda de que el bello sexo y sus inauditas posibilidades eran su tema favorito. En estas andábamos, cuando entró Biela, el profesor de Física en los lavabos, se situó de espaldas a nosotros, encajado en un urinario y comenzó a aliviar una copiosa micción. Esto nos dejó un poco cortados, pues en aquel entonces, los profesores eran para nosotros seres sobrehumanos y no podíamos imaginar que fueran víctimas de necesidades fisiológicas. Pero el colmo de nuestro asombro llegó cuando, a renglón seguido, abrió el grifo del lavabo y se lavó esmeradamente las manos. A continuación salió, dedicándonos un discreto, casi imperceptible saludo. Nosotros, a duras penas, podíamos reprimir las risotadas que estallaron cuando creímos que habría alcanzado la sala de profesores:

 - ¡Se lava las manos después de mear! ¿Es que tiene asco de su propia polla?

 - ¡Igual es que se las ha manchao de pis! Se le habrá escapado entre los dedos.

 - ¡O igual tiene lepra en la picha!

 - No seas repulsivo. Lo más probable es que le dé repugnancia el olor de su orina rancia o, vete a saber, igual sólo llevaba una costra de tiza en las manos.

Unas carcajadas entrecortadas como cacareos, que tan sólo evidenciaban nuestra necedad y patanería compartidas, fueron como las vigas maestras que apuntalaron la mutua amistad en los años siguientes.

 
Poco tiempo después conocí a su otro amigo fetén, que durante el curso próximo vendría con nosotros al instituto, pues en los Escolapios, donde estudiaba ahora, solo se podía cursar el Bachillerato Elemental. Se llamaba Josemari. Era el hijo del dentista y nos caímos bien de inmediato, porque él también llevaba el pelo largo y, la primera vez que nos vimos, me comentó:

 - Mi padre es un cafre: a los del seguro les arranca las muelas sin anestesia. Y a mí, ¿sabes qué me dice? “Llevar los pelos largos es de gachís. A ti acabará cayéndosete la minga, Josemari, te lo digo como médico: los mariquitas estáis enfermos.”

Algo más adelante, ya gritaba en el Paseo, a los oídos de un grupo de chicas sentadas en un banco:

 - ¡Josemari, Chus y Pinchaúvas, los tres mosqueteros! Chicas, ¿queréis ver los mosquetones?

A mí me hacía pasar un poco de vergüenza, pero Josemari era así, extrovertido hasta la muerte (de su dignidad, por lo menos).

Corría ya el buen tiempo amenizando un recreo soleado y primaveral, en el que los cantos de los pájaros se percibían apenas, tras los alaridos de gozo y los rebuznos de urgencia de centenares de púberes gozosos, cuando vinieron las chicas de la otra clase, con el cuento de que ellas también querían jugar a Churro, media manga o manga entera. A Chus, que hacía de “madre”, porque aún estaba recién desescayolado y convaleciente, casi le da un ataque de risa:

 -A “Churro”, vosotras, no me digas, si os ibais a escachar con el peso de un cachorro que os saltara encima…

Para tratar de explicar al lego la sorpresa de Chus, resumiré el juego diciendo que se formaban dos equipos de tres a cinco jugadores, compensados en talla y peso; más uno que hacía de “madre”, el cual era a la vez, cabecera y soporte de los que la “pagaban” y árbitro de la contienda. El equipo que la pagaba, formaba una cadena, lo más sólida posible, de jugadores agachados y trabados: el primero, se sujetaba en la “madre” y los siguientes cogían al anterior con firmeza de los muslos y metían la cabeza por entre su entrepierna, con lo que se articulaba una especie de tren de maromos agachados. Los del otro equipo saltaban entonces, de uno en uno, sobre las chepas y riñonadas de los que la pagaban y, cuando todos estaban instalados en lo alto, el último gritaba “¡Churro media manga o manga entera!” situando una mano sobre la muñeca (churro), el codo (media manga) o el hombro (manga entera) del otro brazo. Si el jefe del equipo que la pagaba, lo adivinaba, por ejemplo, decía “!Manga entera!”, que era la mano sobre el hombro contrario, las tornas se cambiaban y los, hasta entonces, cabalgados, cabalgaban a su vez sobre el otro equipo. Era un juego físico y rudo, donde los que la pagaban, a veces, se escachaban bajo el peso del equipo rival, lo que motivaba, de modo inmisericorde, que volvieran a pagarla. Si alguno de los saltadores se caía, se escurría o tocaba suelo, era su equipo el castigado y tenían que poner sus lomos a disposición del peso de sus adversarios.

 
Tanto porfiaron las chicas que, al final, Chus cedió, diciendo:

 - Va, chicos contra chicas.

 - Ya, pero vosotros la pagáis. Y cuando nos toque a nosotras, elegimos qué chicos saltan, que no es lo mismo que te caiga encima Pinchaúvas, que debe pesar como un gatico, que Sánchez…

Y todas y todos se rieron, menos Sánchez que se puso colorado.

Y allí estuvimos jugando, tan ricamente, por primera vez, chicos y chicas juntos, lo cual entonces representaba una deliciosa transgresión. Pero la segunda vez que me tocó saltar, me pasó algo un poco extraño: caí sobre Fefa, una rubia rellenita que, pese a que la acabo de nombrar, cuando salté aún me faltaban cuatro meses para saber cómo se llamaba. El caso es que, al tacto mullido, cálido y agradable de su espalda, una cosa que apenas la rozaba se me puso muy muy dura y crecida, como, recordé, aquellas veces le había pasado a don Gregorio en el cine.

Por supuesto, se lo comenté, más tarde, a mis dos amigos y Josemari me palmeó con efusividad en el dorso:

 - Tienes suerte, chaval. Esta es la prueba de que, aunque lleves el pelo largo, no eres maricón. Un día de éstos tengo que enseñarte a cascártela.

 
La reválida llegó y la reválida pasó y no había sido para tanto: nos habían preparado a conciencia, adiestrándonos para un examen que, en definitiva, todos los años venía a ser el mismo. Así que, si te habían entrenado hasta la náusea, como habían hecho con nosotros, lo pasabas con facilidad. De modo que aprobé con buena nota y mantuve la beca. El buen tiempo había arreciado y todo eran parabienes y planes para las vacaciones.

 - Esto hay que celebrarlo, - dijo Chus – ya os puedo invitar a un trago.

 - ¿Dónde nos van a poner ese trago que dices, a unos pedorros de catorce años, Chusefino? – le objeté.

 - Vámonos al bar de Serafín, - dijo Josemari – ese tío se lo monta de puta madre, y encima tiene buena música en la Sinfonola. Ayer había un disco nuevo de Los Brincos y, como estaba lleno de gente, lo ponían todo el rato.

Trotábamos por la calle Mayor, doblamos a la izquierda por Gil Berges y nos metimos en el bar “El Arcángel”. Yo todavía iba con pantalones cortos.
 
 

lunes, 27 de enero de 2014

Construya Su Propio Submarino Nuclear

Los aficionados al bricolaje tienen aquí un verdadero desafío: uno de esos que puede mantenerte ocupado los fines de semana de, al menos, un trimestre. En la casa donde vivíamos anteriormente, se instaló un vecino en el piso situado encima del nuestro y, recién llegado a su nueva vivienda, comenzó a levantar el suelo del piso entero, para reemplazar las baldosas por otras de un tono más fucsia o menos beige, no llegué a saberlo. También destruyó todos los tabiques, a fin de redistribuir los espacios más a su gusto. El caso es que durante las primeras horas de los sábados y domingos de una buena temporada, el alegre repicar de un martillo neumático o el ameno tañido de un pico, amenizaban nuestros despertares y una generosa parte de la mañana. Mi mujer y yo nos mirábamos perplejos: “si no le gustaba el piso, ¿para qué se lo ha comprado?” Ahí lo tenemos: para consagrarse al bricolaje, para tener un reto.
 
 
Estas láminas de la antigua enciclopedia ilustrada, nos dan acceso a algunos de los secretos mejor guardados de occidente, ríete tú de Güiquilics; nada menos que cómo son las tripas de los submarinos atómicos norteamericanos, para uso de cualquier patriota que, salvo que viva en Paraguay o en Bolivia, quiera construir, botar y sumergir tan amenazadores ingenios.

De crío, uno siente la fascinación por estos pintorescos vehículos y piensa que sería una saludable y divertida idea navegar, a bordo de uno de ellos, yendo desde Barcelona hasta Montevideo, saludando a los calamares y poniéndose, de cuando en cuando, el traje de buzo para salir a recoger un ramillete de algas aromáticas. De mayor, uno comprende que se trata de artefactos ominosos y costosísimos, fabricados con finalidades militares, que se chupan enormes cantidades de presupuesto. Los políticos de toda laya aseguran que sería mejor destinar estos millones que se arrojan al agua al bienestar social (OTAN, de entrada no, y esas chorrimemeces), pero una vez instalados en el poder, con sobornos o con amenazas, o con ambas cosas, se ven impelidos a seguir autorizando su financiación. Faltaría más. Y no sé por qué digo “políticos de toda laya”: no hay más que una y todos pertenecen a ella. No recuerdo qué escritor inglés, decía que la política era el pasatiempo en que se ocupaban los vástagos más degenerados de las clases altas. Hoy en día, habría que añadir a todos aquellos que, careciendo por completo de escrúpulos, quieren acceder rápidamente a ellas.

 
Tampoco es que me queje de que los submarinos nucleares estén destinados al desguace, a la chatarra o a la basura: apañados estaríamos si se emplearan a menudo. Ya parecemos haberlo olvidado, pero en los años ochenta, bajo el imperio de Ronald Reagan, flotaba en el ambiente un palpable pánico al desastre nuclear. Había gente que empleaba su afición al bricolaje para construirse un refugio contra el holocausto atómico y otros, más pudientes, adquirían estos bunkers de supervivencia (hormigón y plomo), en un mercado que me consta que fue floreciente: se ofertaban refugios equipados con alimentos, medicinas, generadores eléctricos y pilas de sudokus para ocupar los trescientos años que tardarían en disiparse las radiaciones más nocivas. Me pregunto si aún estarán habitables para la “élite” que habrá de sobrevivir a la amenaza, no ya de los rusos, cuyos K-19 parecen yacer desde siempre en los fondos marinos de la ineficiencia y el olvido, sino de cualquier potencia islamergente, organización terrorista o cualquier otro hombre del saco que justifique tener sumergido y alerta ese horror bajo la superficie de los océanos.

 
Así que, o te apuntas a Grinpís, para afearles la conducta a los del complejo militar-industrial y, de paso, defender el hábitat del pez regadera del acoso del lanzamisiles subacuático, o te construyes tú mismo un Nautilus para operaciones de represalia con estos planos. Estás avisado.    

 
 

sábado, 25 de enero de 2014

Puertas Y Ventanas En El Valle De Benasque

Hace treinta años, cuando fui a pasar mis diez primeros días de vacaciones de verano a Benasque, me encontré con un entorno rural que comenzaba a ser tocado por el rey Midas del desarrollo turístico. Su sabor tradicional no había desaparecido todavía bajo la maraña de apartamentos, segundas residencias y remodelaciones urbanísticas. Bien es verdad que de “encanto” o de “sabor” no se vive y, en líneas generales, los servicios han mejorado mucho. Además un notable patrimonio arquitectónico ha sido preservado.

Pero, pese a esta consciencia, el vertiginoso, incluso en algún momento, explosivo crecimiento de la construcción y la incesante ampliación del coqueto casco urbano primigenio, ha dado lugar a disfunciones, esparciendo aquí y allá la característica fealdad de nuevo cuño y llevándose algunas de esas imágenes que me gustan a mí: rincones residuales, donde el tiempo se detiene entre lo meditativo y el abandono, lo inmemorial y lo agreste… Normalmente, cuando se “arreglan” las casas, este encanto inmaterial se pierde, el “confort” se lo lleva a un lugar melancólico de la memoria de los que lo apreciaron y al olvido de todos los demás.

Pero bueno, aún he recogido una buena gavilla de imágenes, puertas y ventanas, que tienen ese algo del que hablaba y que no sé muy bien lo que es.

 
Empiezo con el portal de la iglesia de Anciles, en una especie de recinto mágico y silencioso al que se accede por el arco que se ve a ala izquierda. Anciles es una umbría aldea de piedra, situada a menos de dos kilómetros de paseo desde Benasque, por una carreterita que sería una delicia de no ser por la sempiterna prisa de los conductores.
 
 
 Aquí nos descansamos en un apacible rincón con una especie de hornacina y una jardinera hecha con una rueda de molino (para comulgar).
 
 
Este portal  de Anciles da acceso a un patio. Cuando lo fotografié tuve una fantasía recurrente: el portal que se ve al fondo, da acceso a un patio con un portal al fondo, que da acceso a otro patio con un portal al fondo...
 
 
Las hiedras rodean la ventana que parece emerger de ellas, como de una selva de trepadoras que ha devorado la casa. La ventana se ha abierto paso aleteando con los postigos.
 
 
Los pasos perdidos conducen a otra puerta sin señas, que no sabemos cuanto tiempo lleva cerrada. Nada nos impide pensar que muchísimo.
 
 
De regreso a Benasque capital, fotografío la puerta de la iglesia. El lucernario tan abocinado me recuerda el ojo de un cíclope, sobre el espacioso y elegante arco (la boca).
 
 
Éste es mi portal favorito, con dos escudos, uno en la clave y otro sobre el propio arco, que anuncian que, tras el portón, ofrecen el doble de hidalguía. Destaca también, la puerta claveteada que, a juzgar por su color, da acceso al mismísimo reino de la aterciopelada noche (y, sin embargo, es la claridad del día lo que se filtra por ella).
 
 
 Sobrevolada por un ventanuco con el postigo cerrado y trabada por dos candados, uno cuya cadena se asemeja a la de un gigantesco reloj de bolsillo y el otro, en los bajos, pareciendo el de un cinturón de castidad, ésta muy rústica portada, es de una solemne nobleza, un poco venida a menos: el enlucido se ve un poco deslucido y está tan obstinadamente clausurada que rehuía mi objetivo y no pude centrarla.
 
 
En ocasiones se ha rehabilitado con conciencia y aquí el portón conserva su alma y el ritmo de sus líneas: cuadrado-redondo-cuadrado. El pavimento es otro punto a favor.
Y vale de fotos por hoy, aunque hay tantas puertas (y ventanas) sugestivas por este valle, que amenazo con volver el día menos pensado.