viernes, 31 de julio de 2015

El Valle De Otal

Con el alentador título de “Excursiones para peques” encontré el otro día en internet una reseña de este cómodo recorrido que tengo fotografiado por primera vez en julio de 2008. El de Otal es un valle secundario de origen glaciar, un tanto colgado sobre el valle principal que es el de Bujaruelo, por el que transita el río Ara. Llegados desde Torla hasta el puente de los Navarros, a la derecha queda Ordesa y a la izquierda, Bujaruelo.

 
Y aquí me embarcaré en una disquisición innecesaria y gratuita: en verano no está permitido el acceso en vehículo particular a la pradera de Ordesa. Hay que dejar el coche en un vasto aparcamiento sito en Torla y echar mano de un servicio de autobuses que, más bien que mal, nos remontan por la pista asfaltada hasta Ordesa. Es una idea excelente, no sé a qué estratega de la política o de la administración se le ocurriría, pero por menos le han hecho a alguno una estatua. Aún recuerdo con repeluzno el aspecto de la pradera de Ordesa cuando era una explanada polvorienta con diez mil vehículos estacionados.

 
A Bujaruelo, en cambio, aún se puede acceder, hasta el mesón de san Nicolás, con coche propio. Es una estrecha pista con algún tramo de hormigón, pero en su mayor parte de tierra. Retomamos el término “polvorienta”. Como no se puede acceder es andando (muy larga) y si vas en bicicleta los coches te atufan, en el mejor de los casos, o en el peor, te pasan por encima. Y digo yo: ¿no habría un modo de restringir el tráfico en verano, como en la vecina Ordesa? Mi mujer que es más sensata me explica que no, debido al tema de que hay campings en la zona, pero algún modo habrá de evitar semejante reguero de vehículos llevando el sempiterno atasco hasta la alta montaña.

 
Desde el mesón de san Nicolás, una cómoda pista, ya cerrada al tránsito a motor, va remontando el río Ara y luego, a mano izquierda, sube trazando amplias lazadas. El recorrido es tan plácido que sería hasta aburrido de no mediar la grandiosidad del paisaje. Lo suyo, si uno está en forma, sería hacer la subida en bicicleta por estas pistas de buen piso.


 
Alcanzado el collado y una verja para evitar que las vacas corran en libertad, el valle se abre ante nosotros en toda su magnificencia, que es mucha. A partir de aquí, es casi llano y llegamos al final donde hay una sólida cabaña para la cosa del ganado y, un poco más allá, la cabecera del valle, a los pies de Tendeñera y la Peña de Otal (nieve a finales de julio) con una cascada donde se despeña un barranco menguante temporada tras temporada. Cuesta como hora y media subir hasta la cabaña y algo menos bajar.

Vista hacia la cabecera del valle


Vista hacia el collado donde se inicia
 
El valle forma una amplia “U” con el fondo tapizado por una pradera de hierbas altas, repleto de vacas y sus fragantes deposiciones, y alegrado por los silbidos y el correteo de cautelosas marmotas. Hay flores para llenar un tren de mercancías, hasta lirios blancos vimos (que dicen que son escasísimos). Después de aquél 2008, vuelvo cada año, al ser una excursión apta para “peques” y “personas mayores”. Este año estaba todo muy agostado, con la hierba amarillenta y menos flores. Y es que, si no llueve, es un sitio muy soleado.

El barranco de Otal desciende hacia Bujaruelo

Uno de cada 10000 lirios pirenaicos es blanco

Grandiosa vista con la cabaña al fondo (se ve minúscula)
 

martes, 28 de julio de 2015

Preparando La Desconexión

Inmerso en el abandono autoindulgente de las vacaciones, apenas he sido capaz de reparar en el inaudito nivel de payasicidad con el que las variopintas castas políticas de la despellejada piel de toro despachan el curso antes de concederse las suyas.

Los motivos de hilaridad se amontonan: se diría que pretenden disputarse el pan del inefable Chiquito de la Calzada, la raigambre de Tip y Coll o el aroma intenso de las bribonadas de los Morancos. No obstante, cada vez me convence más la idea de que se trata de lo que los ciudadanos hemos escogido y por tanto nuestros representantes electos actúan conforme a lo que de ellos esperábamos y exigíamos. Éstos roban hasta no saber cuántos haigas tienen en el garaje, aquéllos pretenden retrasar el reloj del país 80 años, los de más allá esgrimen un  hecho diferencial que los sitúa a ellos en el oasis y a todos los demás en el desierto y sólo se ponen de acuerdo todos en arrullarnos con el espejismo de que estamos a salvo de la violencia. Es lo que hemos querido, así es la vida política en Inania.
 

De entre todos los despropósitos que proponen combatir el brutal calor imperante con la más fresca irrisión, hay uno del que creí que no volvería a hablar en estas páginas pero, ea, me retracto, debido sobre todo a un término novedoso que acaricia con su resonancia lo más recóndito de mis neuronas, tornándolas mordaces y malévolas.

¿Que a qué me refiero? Pues a la prometida desconexión que el actual presidente autonómico de Cataluña, el ínclito y jamás periclitado don Artur Mas promete, si la candidatura que él enculeza (invento este término debido a que don Artur la comanda sin ocupar el primer lugar de la lista) y que se presenta como “Junts pel SÍ” (“juntos por el sí”, como si de una boda se tratase, éste es el primer chiste, pues se acude con ánimo de proponer un divorcio, o ni eso, un ahí te quedas). De obtener una mayoría suficiente (no especificada), don Artur saldrá al balcón de la plaza Sant Jaume y anunciará al pueblo catalán la buena nueva de su liberación nacional. El hombre cree que es Nelson Mandela, aunque, en este otro meridiano, lo confundimos con Joe Rigoli (en su papel de Felipito Takatún).
 

En la citada lista, que pretende ser una candidatura independentista unitaria, van políticos y no políticos, éste es el segundo chiste: entre los políticos figuran los de las siglas de CDC (que han alcanzado ya la independencia respecto de UDC, cuyo melifluo y untuoso líder sigue deshojando la margarita), ERC (divertidos folloneros, los echaremos de menos en el parlamento español) y algunos ex comunistas de ICV. A éstos se suma una nutrida representación de no-políticos, por ejemplo, un entrenador de fútbol, por si en el interín deciden jugar un partido de solteros contra casados, un célebre cantante, pues acaso se avengan a amenizar una velada junto a la hoguera con ese bello himno que es “L’estaca” (o cualquier otro de esa nueva Ítaca donde esperan arribar), supongo que también habrá un cocinero famoso para untar el tomate en el pan, una monja para rezar el santo rosario y tres escayolistas para, si fuere necesario, restaurar el Palau.

Aquí, de ser votante catalán, me surgiría una duda: los no-políticos saldrán, en muchos casos, elegidos parlamentarios autonómicos, ¿ocuparán su escaño o no? De no ocuparlo ¿para qué se han presentado? ¿No es un timo al elector? Y, si lo ocupan y desempeñan sus funciones, ¿para qué decir que NO son políticos? ¿Qué serán entonces? ¿Becarios? ¿Legisladores en prácticas? En fin, un puro disparate.
 

Pero estoy divagando como siempre y me voy a centrar en dos cosas. Una es la magnética abducción que produce la palabra desconexión. Su retumbo sonoro es cojonudo, pero me pregunto cómo se realizará en la práctica, no la visualizo en su dimensión plástica. ¿Qué desconectará el señor Mas cuando salga al balcón de la plaza Sant Jaume, a ejecutar el gesto sublime ante dios y ante la historia? ¿Una yogurtera de la red eléctrica? ¿Pondrá un androide ataviado de guardia civil en off? ¿Desconectará los cajeros automáticos para proceder a su rellenado con la nueva moneda del país estelar? Ay, amigos, la incertidumbre nos atenaza, ¿verdad?
 

La segunda es una duda que emerge de la factura legal y política del asunto: el 27-S se celebran unas elecciones a una cámara legislativa autonómica. Se mire como se mire, no emana de allí un mandato para dirimir un tema de soberanía. Es como si en mi comunidad de vecinos, votáramos la incorporación de nuestro inmueble al imperio turco: apenas tendría efectos prácticos de cara a nuestra corporación municipal, o eso creo. Con esto quiero decir que tan ilegal va a ser proclamar unilateralmente la independencia de Cataluña tras el 27-S, como pasado mañana; por lo tanto sería preferible contar con el factor sorpresa y hacerlo antes de irse de vacaciones, ¿qué se puede perder? Nada. ¿Acaso alguien imagina, en los tiempos que corren, una enardecida ocupación por parte de unos nuevos requetés? ¿Temen el regreso de los regulares?
 
 
Pongamos que, en la convocatoria electoral, se da una participación del 60 % (la habitual por allí), de los cuales un 40 % otorgan su confianza a Junts Pel Sí: estamos hablando de un 24 % de la población mayor de edad… ¿Cuánto es una mayoría suficiente? ¿No lo deberían establecer ANTES? Y además, una mayoría suficiente en las urnas NO les daría más legitimidad a los soberanistas (tercer chiste, llámanse soberanistas aquellos que pretenden mandar a un soberano a la lista del paro), porque no estamos hablando de una descolonización y, en el ordenamiento jurídico de una democracia, existen instrumentos para obtener, legítimamente incluso, una desconexión. Basta con alcanzar un consenso para modificar la Constitución y establecer una Carta Magna donde las desconexiones tengan un marco de referencia y un procedimiento.

Todo lo otro es burlar la ley. Y si de eso se trata, pues nada, a burlarla con hechos consumados (siempre se ha hecho y, en Cataluña, llevan 40 años de intenso entrenamiento). Lo demás son ganas de vender ibuprofeno, paracetamol y Biodramina. Qué pesadez.
 
Encara més estelada

lunes, 13 de julio de 2015

Cuánto Cuesta Llegar A La Cumbre


 
A ésta que muestra la fotografía, en concreto, entre cuatro y cinco horas de vigoroso pateado de senderos, algunos apenas insinuados, otros más evidentes, que empiezan remontando el curso del barranco del Calcón, por un cañón umbrío, saltando de piedra en piedra, como rana que baila la yenka, ascendiendo luego en dirección norte, hacia el collado, y dándonos un sofoco de campeonato cuando salimos de la hondonada por una ladera cuya pendiente nos pone los belfos a un palmo del suelo, hasta alcanzar el llamado “Llano de los Hongos”, antesala de la cumbre del Tozal de Guara, sí, la cumbre de la fotografía, prácticamente inabordable en estas fechas tan calurosísimas (mejor en otoño o en primavera).

 
Subí con unos amigos muy pacientes, montañeros ellos, yo que apenas deshonro la categoría de senderista, con lo que pretendo señalar que se trata de una ascensión al alcance de cualquiera que tenga la paciencia y la obstinación del Lute, “camina o revienta”, aunque aquí las dos cosas están en tu mano. Tanto las vistas, como las reflexiones que te posibilita semejante cumbre, son de primer orden, aunque el día que subimos (15 de mayo de 2006, te lo digo para que no se te ocurra ir ese día) disfrutamos de muy mala visibilidad, así que en lugar de ver el Moncayo, la Peña Oroel y las grandes cumbres pirenaicas, lo que vimos fue la puntera polvorienta de nuestras botas. A cambio no pasamos el horroroso calor que estas laderas orientadas al sur pueden proporcionar.

 
Siendo una cima de fácil acceso, demanda un esfuerzo exigente, así que tiende a tratarse de una cumbre solitaria, lo que me facilitó sumergirme en esas insípidas cavilaciones que hoy te voy a largar:

La sociedad individualista y competitiva que nos amamanta y educa, cifra como objetivo de cada cual este “llegar a la cumbre” que, fuera del ámbito de la calcetinada montañera, es, para el común de los mortales, una meta criminal y autolesiva, a la que nos lanzaremos dándonos cabezazos como una polilla contra el cristal de una farola. Con el correr de los años, la impotencia y la amargura atemperan el ímpetu de las tozadas y vamos comprendiendo que, no sólo no nos será dado llegar a la cumbre, sino que además no habríamos sabido qué hacer allí. ¿Permanecer, desafiando el frío y la soledad, para contemplar el vasto paisaje desde un punto de vista privilegiado? ¿O descender para compartir nuestra experiencia de lo allí observado con los pocos que quisieran dar crédito a las maravillas que quizá no seríamos capaces de referir? Por otra parte, la cumbre no tiene un carácter democrático, no cabríamos todos allí. Puestas las cosas de este modo, alguna disciplina oriental viene en nuestra ayuda, con la buena noticia de que hay un camino personal y una cumbre propia para cada uno. La mala es que esto no nos facilita mucho el trabajo ya que, a poco que nos descuidemos, ni sabremos dónde encaminarnos ni tendremos noticia de haber llegado a cumbre alguna, al menos tan evidente y hermosa como ésta que me aposenta hoy.

 
Tras toda esta especulación baldía, acabé mi bocadillo de chorizo (con pepinillos, para que el pan no estuviera tan seco) y emprendí el regreso, tomando algunas fotos tamizadas por una cierta neblina. Y hoy, cuando me doy cuenta de que ya se trata de una cumbre un tanto fuera de mi alcance, me animo a publicarlas aquí, quién sabe si para que las vean aquellos amigos que me acompañaron ese 15 de mayo de 2006 (lo recalco para que no vayas: la cima estará ocupada por un grupo algo numeroso).   

miércoles, 1 de julio de 2015

Del Escrache Al Despacho. Toma Humor Negro.

El humor negro es como las piernas: algunos tenemos y otros no tienen. Las elecciones del 24-M han dado un veredicto claro: el pueblo español ha hecho un uso masivo del humor negro y ha determinado que se fía más de los fanáticos y de los sectarios que de los corruptos y de los caciques de toda la vida.

Me pregunto si este sufrido pueblo ha puesto sus ojos en Grecia y, animoso como es, desea disfrutar una ola de calor como ésta en paciente y ordenada cola, durante horas, ante un cajero para sacar 60 euros… No me extraña que, en esas condiciones, haya ciudadanos que quieran salir del euro. De este modo, sin tener que chuparse semejantes esperas, podrían sacar 200000 dracmas para comprarle al niño un chupete y que dejara de llorar, aunque el que no llora, no mama. En esa soleada terraza de la Europa sureña que es la Hélade, unos gobernantes similares a los que aquí han copado ayuntamientos y baronías autonómicas, convencieron a sus gentes de que, una vez apurados sus refrescos, podían hacer un “sinpa” y tan frescos… Lo malo es cuando al día siguiente vuelves a la terraza a sentarte y el camarero, sea un sicario del Banco Central Europeo o un criminal del FMI, te reconoce y se niega a volver a servirte. Perra vida.


No debería estar yo haciendo humor negro a costa de tanta gente que sufre, de tanta gente que lo pasa mal, pero no puedo evitarlo: toda esta pobre gente pone sus esperanzas y su rabia a disposición de unos populistas, para cuyo medro, es necesario que haya cada vez más gente que sufre y que lo pasa mal, hasta que consigan juntar una masa crítica, que será la herramienta de choque con la que alcanzar un poder omnímodo, duradero y… beneficioso ¿Para quién? Seguro que lo adivinas.

No es que vaya yo aquí a salir en defensa del señor Amancio Ortega, ¿o sí? Ya que estoy con el palo del humor negro, lo haré, legitimado además por una existencia en la que he estado siempre muy cerca sociológicamente de esa gente que “sufre y lo pasa mal”. El caso es que los que vivimos de las migajas, ojo, deberíamos tener la experiencia de que son muchas más las que derrama la opulenta y bien surtida mesa de Amancio Ortega, que las que puedan caer de la parca y espartana colación de… ¿Íñigo Errejón?


Lo digo por poner un ejemplo del nuevo “Frente Popular”, cuyas “líneas rojas” son siempre las mismas y muy claras. Éste último sujeto anda solicitando el final de la dispersión de los presos de ETA porque, cito literalmente, el caso “tiene que ver con que la pena se aplica a una persona pero no a las familias”.

Muy considerado Iñaki, hay que evitarles molestias, desplazamientos y gastos, bastante tienen con que uno de los suyos sufra la represión del Estado Español y el odio de los fachas, al menos el de aquellos que no tuvo ocasión de eliminar (a veces, el humor negro carece de gracia y es una pena, porque estos compadres de artificieros abertzales, dictadores latinoamericanos y alborotadores en la tribuna de invitados del Congreso, tienen muchísimo salero).

Yo que soy tan entusiasta del humor negro como el señor Zapata y tengo tan pésimo gusto como él, dado que no voy a llegar en mi vida a concejal de cultura ni nada por el estilo, puedo permitirme este “tuit”, en la seguridad de que no va a tener más allá de cero o dos lectores: cuando me enteré (yo vivía en Barcelona) del atentado de Hipercor (21 muertos), hubiera escrito en las entonces inexistentes redes sociales: “Seguro que no han sido ni Lasa ni Zabala”. Luego, cuando los etarras se reunieron con Carod Rovira, del Tripartito Feo, para hacerle saber que, dado que estaban en la misma pendencia, el territorio de Catalunya quedaría exento de “acciones de lucha armada”, éste les disculpó, supongo, por lo de Hipercor, y se me ocurre otro “tuit” de humor negro, les diría “Bah, no os preocupéis, la mayoría eran charnegos…”


Pero lo que me trae hoy aquí es, no el sarcasmo chabacano y de mal gusto, sino el asombro. El asombro de la solidez de un sistema democrático que es capaz de alzar ciudadanos, desde el apedreamiento de escaparates a la toma de decisiones, desde el asalto de las capillas a los sitiales de los consistorios, desde los escraches a los despachos… Qué maravilla, sinceramente, enhorabuena, qué deslumbramiento. Tan sólo me lo empaña un inconcreto recelo: ahora que, por poner otro ejemplo, doña Ada Colau tiene mando en la Policía Urbana… ¿Usará de este formidable instrumento para continuar con sus escraches a sus adversarios…? Sería un puntazo.

jueves, 25 de junio de 2015

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 40

25. LA ESTACIÓN DE LOS AMORES
No pasó desapercibido a mis compañeros un cierto cambio en mi estado de ánimo, también mis reflejos se habían hecho más espasmódicos y torpes y mis palabras más escasas y lerdas que de costumbre. Cuando Chus me hizo el tercer tanto seguido de saque, observó:

 - ¿Qué te pasa Pinchaúvas? Estás más muermo que de costumbre.

Estábamos jugando al ping pong en una mesa situada en la planta baja del Casino Principal. Se alquilaba por horas, con lo que resultaba un entretenimiento caro y no podía permitirme perder con ellos, pues el que perdía, pagaba y yo llevaba tres pesetas rubias enredadas en el zurcido de los bolsillos, sin contar que ya le debía más de doscientas a Josemari por sus préstamos. Éste, árbitro y único espectador de la contienda, remachó:

 - Lo que le pasa a Pinchi, es que se ha enamorado sin darse cuenta. – Chus me coló un mate inapelable y, fingiendo sorpresa, preguntó:

 - ¡No jodas! ¿Y de quién? ¿No será de la gachí aquella de Sabiñánigo…? Sí hombre, aquella larguirucha que parecía el palo de una escoba… Te tienes que acordar, si era más fea que la portera del infierno ¡La de los pelos de estropajo! Aquella que tenía un nombre tan ridículo…

 - ¿Cuála?

 - ¡¡La Pascuala!!

Y estallaron en risotadas soeces, mientras yo daba con la paleta en la esquina de la mesa, tratando de devolver una pelota que venía con mucho efecto.

 
 - Ey, Pinchi, – continuó Josemari – ojo con cargarte la paleta que la tendremos que pagar, que tú estás tan pobre que no te llegaría ni para comprarte condones para marcharte a ver a tu Pascuala en el coche de línea. No sería una mala idea: vas, te la follas y vuelves en el tren, más sosegado, más centrado y, de paso, te habrás sacudido el muermo.

 - Ya, -terció Chus, mientras estrellaba una certera pelota en el borde esquinado de mi campo – pero a éste no le venden un condón en ninguna farmacia de Jaca, es un puto crío, con cara de crío y minina de crío, aún tiene los huevos con menos pelo que estas pelotas. Y no se te vaya a ocurrir hacerlo sin goma, Pinchaúvas, que le harás un bombo y su padre te la cortará a rodajas.

 - Jezú se lo hizo con Chari Gimeno y, como no tenía condón, se puso una bolsa de pipas. La vació por el suelo con las prisas, dice. Y luego se las comieron juntos… No sé si me lo crea, por supuesto, puede ser uno de los típicos faroles de Jezú. ¡Pinchi! ¡Atiende al juego, coño! – En este momento de la exhortación de Josemari, yo ya había tirado la paleta sobre la mesa y me dirigía, hastiado de sus vulgaridades, a la salida – Eh, Pinchi que te vas sin pagar como de costumbre y además hoy te tocaba apoquinar, que has perdido, rata miserable…

 
Cuando ya salía, Chus me gritó:

 - ¡Acuérdate de que mañana sábado es el día de la función! Y, si ves a la Mejillones, le dices que a las cinco de la tarde, hay ensayo con vestuario y toda la hostia. Mateo y tú tendréis que haber puesto por la mañana la puta tramoya. ¡No sé por qué cojones habéis esperado hasta última hora, me cago en el Copón, si algo sale mal, nos joderemos a base de bien!

Así era Chus: tres matrículas de honor y más malhablado que el herrero de Barós, que herraba las cabalgaduras, ultrajando a la Madre de Dios. Hasta que por su sagrada intercesión, su todopoderoso Hijo hizo que una mula le hundiera la tapa de los sesos de una coz. Cuenta la piadosa leyenda que esto le sirvió de lección, arrepintiéndose y muriendo cristianamente tras apenas setenta y dos horas de agonía.

Pero Chus no escarmentaba y yo demasiado bien sabía que, al día siguiente, sábado 6 de abril, víspera del domingo de Ramos, estrenábamos “El médico a palos” en el salón de actos del instituto ante todo Jaca, es un decir, ante los que cupieran allí y hubieran tenido la decencia de sufragarse una entrada. Si la cosa salía bien y podíamos repetir la función al día siguiente, antes del comienzo de la Semana Santa, sacaríamos una buena pasta y el viaje de estudios nos saldría casi, casi, por la cara. Villalobos había invitado a Nines a venir, en su calidad de primera actriz del reparto, pero su padre se opuso:

 - Bastante reparto ha tenido que dejar de hacer estos días por culpa de la farándula, que se me han echao a perder más de veinte kilos de chicharros frescos – dijo el Congrio -. Además, ¿Qué pinta ella, dígame usté, diez días en un autobús zanganeando con los estudiantes, una recua de gandules de los que no puede salir cosa buena. La chica se queda aquí, que es donde hace falta.

 
Villalobos iba a decirle que el nombre correcto de los “chicharros” es “jureles”, pero se contuvo y el gigante del sanguinolento delantal verde lo despidió con la displicencia que los humildes laboriosos y seguros de sí mismos gastaban con los señoritos.

Así que no vendría Nines y yo tendría ocasión de reflexionar y puede que de más cosas, pero urgía reflexionar sobre el esquinazo definitivo tan largamente postergado.

Ahora, que andaba yo, posiblemente, enamorado de verdad por vez primera, podía comprender mejor su situación: enamorarse no era mirar el muestrario de ganado y elegir a la mejor oveja para hacer una buena pareja. Era algo que venía sin darte cuenta y te atrapaba de modo incondicional sin que te apercibieras de haber hecho una elección de ninguna clase. Así pues, eso le pasaba también a la pobre Nines. Encima con un zascandil que no correspondía a ninguna de sus frecuentes y desinteresadas muestras de afecto. Sin ir más lejos, el otro día se había presentado en mi casa con un abultadísimo cucurucho de papel.

 - Tenga, señora Anacleta, estos chicharros los ha dejado pagados su marido al pasar por delante de la pescadería con el carro del reparto.

No era cierto ni por casualidad: aquél día mi padre había transitado, zorro como un canasto, de la ceca a la meca y, a la compasiva Nines, le había dado lástima y, dado que sabía que el hombre no se acordaría de si había comprado chicharros o la torre Eiffel, ella, por su cuenta y riesgo, decidió mejorar nuestra parva nutrición con el citado ardid. Me estoy refiriendo de este modo al impulso ciego de Nines que, en realidad, no me había escogido, sino que, sencillamente era víctima de la pasión y el impulso más viejos del mundo. Tenía yo la responsabilidad, pues, de terminar con eso cuanto antes.

 
Y la función, sí, fue un exitazo. Salió todo peor que en los ensayos, porque todos estaban más nerviosos. Nines, en su papel de Martina, en uno de sus más airosos mutis, trastabilló y cayó rodando por el escenario, con lo que el público se partió de risa, creyendo que el suceso formaba parte del guion, extremo que la medio maltrecha Martina aprovechó para continuar, un poco renqueante, como si así fuera lo que el autor había determinado como ocurrencia cómica añadida.

El domingo, el salón de actos estaba aún más lleno, hasta Serafín había cerrado el bar para acercarse y, esta vez, todo salió aún peor. Nines se había quedado afónica el día anterior y apenas se la oía, Chus, en su papel de Bartolo, sufrió varios prolongados lapsus después de que un trozo del decorado, malamente sujeto con cinta de embalar, se desprendiera y fuera a dar en su cabeza, justo cuando se había quitado la gorra. El público no se rio ni aplaudió tanto como el día anterior y, al final de la función, estaba en su mayoría entre distraído e inquieto.

Pero lo importante era que ya habían pagado como panolis y nuestro viaje de estudios nos saldría baratísimo, pues las arcas comunes estaban a reventar. Ole por nosotros, hasta los autores del despanzurrado decorado salimos a saludar. El Pirineo Aragonés, nuestro bienquisto periódico local, hizo una larga y elogiosa reseña, aunque casi todo el mérito se le atribuía a Villalobos.  

 

lunes, 22 de junio de 2015

Matemáticas Y Diversión 16. Juegos De Azar

Los publicitarios son la repanocha: sus taimados eslóganes son capaces de convencernos para que nos lancemos todos (y yo el primero, como Fernando VII, el Deseado) por la senda del más irreflexivo consumo, creyendo a pies juntillas que nuestra felicidad radica en la adquisición de cualquier mierda, contra más innecesaria, mejor. ”…Porque no hay sueños baratos”, oía yo hace unos días anunciar la Lotería Primitiva por la radio, a una voz tan persuasiva que tardé un buen rato en percatarme de la estupidez de la frasecita. Los sueños no son baratos: soñar es gratis. Otra cosa es el cumplimiento de tales sueños que, ni barato ni caro, las más de las veces es imposible. ¿Quién no ha soñado alguna vez que podía volar con el mero impulso de su cuerpo? Pues, aunque te toque la primitiva, no vas a poder hacerlo y, aunque no te toque, hay sucedáneos baratos, yo qué sé, un curso de parapente.

El sueño de ser rico es muy recurrente entre la gente de humilde condición, entre los que me cuento. Pero, ni aunque me tocase la Primitiva, sería tan rico como puedo soñar. Un rico como los de antes, aquellos que acumulaban patrimonio, poder e influencia. Un tipo que llega al Bernabéu en su limusina, cinco minutos antes del comienzo de un Madrid-Barça y aparca en el círculo central del terreno de juego, advirtiendo a los jugadores de que tengan buen cuidado de no darle ningún balonazo a la carrocería de nácar incrustado de diamantes del haiga, que se quedará allí estacionada, mientras él sigue el partido en una litera, que ocho jueces de línea con esmoquin se encargarán de transportar.

Como además la gente insignificante y plebeya envidiamos a los ricos y desahogados cosa mala, el Estado, en su insaciable voracidad recaudatoria, ha inventado un reclamo, tan engañoso como eficaz, para que los pobres, que somos los únicos que tributamos por carecer de capacidad evasoria, paguemos un impuesto más, y encima, lo hagamos por gusto: los juegos de azar, entre los cuales el que más colas promueve y el que menos probable es que te toque es la Lotería Primitiva. Para llevarte el Gordo, tienes que acertar seis números escogidos entre 49. Ya te adelanto que, según la más elemental ciencia estadística, eso es más difícil que ser agraciado con un cáncer de colon, o disfrutar de un grave accidente de tráfico. He mentado la bicha, porque ahora parece estar de moda el humor negro pero, vamos, que es muy muy poco probable. Verás:

 
Para simplificar, imaginemos que estamos en un país diminuto, como los que constelarán Europa en 2050, con la octava parte de la actual extensión y población de Andorra. En la Primitiva de ese micropaís, de 10 números, el paisano elige 4. ¿Cuántas posibilidades diferentes tiene? Para elegir el primero, diez. Para el segundo, le quedan 9. El tercero, lo elige entre 8. Y, para el cuarto, ya sólo le quedan 7. En total tiene 10 x 9 x 8 x 7 = 5040 posibilidades. Pero ¡ojo! En realidad no son tantas, porque el orden en que anote los números es indiferente. Si ha elegido, pongamos, el 6, el 4, el 3 y el 9, puede señalarlos de estas 24 maneras:

6439   6493   6349   6394   6934   6943
4639   4693   4369   4396   4936   4963
3694   3649   3964   3946   3469   3496
9364   9346   9436   9463   9643   9634

A efectos de haber acertado los cuatro números, estas 24 posibilidades son la misma cosa.

Y ¿por qué 24? Imagina que ya has escogido los 4 números: para señalar el primero tienes 4 posibilidades; para el segundo, te quedan tres; el tercero, lo eliges entre dos y, para el cuarto, sólo te queda uno. 4 x 3 x 2 x1 = 24. Esto es lo que los matemáticos llaman permutaciones y lo escriben así:

 4! = 24. Leyéndolo factorial de 4 igual a 24. O sea que no hay 5040 posibilidades distintas, sino que, de 24 en 24, 5040 : 24 = 210. La probabilidad de acertar es una entre 210, que no está mal, aunque los premios serán modestos: tres puerros ecológicos o un cuello de gallina para el caldo (pues todo apunta a que la crisis se habrá agravado).

Resumiendo:

 
Ahora volvamos a la España actual. Al elegir 6 números de entre 49, sale:

49 x 48 x 47 x 46 x 45 x 44 = 10068347520. La leche. Pero claro, esos seis números se pueden ordenar de 6 x 5 x 4 x 3 x 2 x 1, o sea de 120 maneras distintas. Lo cual da un total de combinaciones diferentes de 10068347520 : 120 = 83902896. Lo vuelvo a resumir:

 
Es decir, tu probabilidad de pleno por cada apuesta es una entre casi 84 millones. ¡Jodo petaca! Ahora entiendo por qué los ricos juegan a la otra, a la Lotería Nacional. La probabilidad de pillar el gordo es alrededor de mil veces mayor. Claro, que hay que arriesgar más dinero para que te toque una buena morterada, pero así son las cosas en estos vicios multitudinarios.

 
Y, para despedirme, un cálculo en principio mucho más sencillo: ¿Cuál es la probabilidad de acertar los catorce en una quiniela de fútbol?
 

viernes, 19 de junio de 2015

Sir Gawain Y La Abominable Dama

Hoy me ha parecido interesante tomarme un poco más de trabajo del habitual y tirar de escaneado y edición de imagen como un forzado o un galeote, para poder subir y compartir este cuento de corte clásico, cuyas ilustraciones me parecen prodigiosas y cuyo desarrollo argumental estremecerá a los pequeños y hará sonreír a los mayores.

Desempolvo la que, sin duda, es una de las joyas de la sección de libros infantiles de mi biblioteca, encareciendo con la más ferviente insistencia que os toméis la molestia de leer y disfrutar y de difundir este pedazo de leyenda entre la peña menuda que tengáis a vuestro alcance, sean hijos, sobrinos, nietos, ahijados, vecinos, alumnos o tutorandos.

Se trata de un libro que adquirimos en casa a principios de los 90 y con el que he conseguido que mis hijos se durmieran estremecidos de pánico, paralizados por el espanto y, luego, fueran asaltados por las más horribles pesadillas, para poder correr a consolarlos y después arroparlos, haciéndome pasar así por un padre inmune al pavor y digno de confianza.
 

Bueno, en realidad no hay para tanto, lo que sí les inquietaba (y a mí también) es el dilema en el que se ve envuelto sir Gawain, ¿qué es mejor? ¿Qué es peor? ¿Qué preferirías ? Al final, el libro sale de la encrucijada por la vía del humor, pero todavía discutimos en casa sobre qué opción era la mejor posible…

A mí me sonaba esta historia porque, desde joven, me di un atracón con todo lo relacionado con el ciclo de las leyendas del rey Arturo, comenzando por la endeble cinta de animación de Disney, pasando por la inconclusa novela de Steinbeck, los gruesos ladrillos de Thomas Malory, hasta acabar en el brutal y bellísimo filme de Boorman: Excalibur (1981). A partir de ahí, mi interés se orientó hacia las historias de corte más sexurreralista, como las películas de Almodóvar y la programación de Telecinco.
 

En cuanto a este lujoso librito, de tapa dura y formato cuadrado y algo grande (23x23), lo publicó Altea en España en 1988. La versión literaria de la historia es achacada a Selina Hastings y las maravillosas ilustraciones deben su prodigio de ambientación, elaboración y detalle a Juan Wijngaard. Ignoro su disponibilidad actual y su precio, pero si lo localizas y hay un menor por ahí cerca, date un capricho y regálaselo (cuando se haga mayor, si le queda algo de memoria y sensibilidad, puede recordarte quizá con afecto).

Ahí va, todo seguido, sin más rollo. Comentaré sólo que las páginas 22-23 y 28-29 deberían ir unidas en una sola ilustración. Todas se pueden agrandar, con un click ratonil, para leer y sobresaltarse con más comodidad.