jueves, 31 de marzo de 2016

El Abandono (5 de 5)

 - ¿Y no se ha destruido usted con el alcohol?

 - Puede. Pero al menos he manipulado en mi propia destrucción, o digamos que la he sometido a una intervención consciente, a un plan premeditado y personal. Verá, considero que no es lo mismo hacerlo a tontas y a locas, juergueándose en el más estricto cumplimiento de un necio cliché social, que detenerse como individuo en la encrucijada del porvenir y plantearse una tarea para llenar la vida: estudiar esto o aquello, tener hijos, pintar, robar bancos, construir casas, inventar mecanismos, escribir en los periódicos, qué… Lo que sea, pero con conciencia y con ganas de hallar algo definitivo y coherente… Por ejemplo, ¿por qué no? Beber, pero, llegados aquí, beber con conciencia de cumplir una tarea y darse a ello con entrega, respondiendo a un deber…




El Ministro se sacó el mando a distancia de entre el calcetín y la pantorrilla, apagó el televisor y se dirigió a un mueble de palosanto boliviano que, tras una puertecilla abatible, celaba varias botellas de whisky Chivas. Llenó un vaso hasta la mitad y lo apuró de un trago, luego otro y otro, sin agua ni hielo. Hasta el cuarto vaso no se dio cuenta de que estaba bebiendo en el cubo de poner a refrescar el champán.

… … …

5
Dionisio se despertó con la boca como de arpillera empapada de serrín, un columpio describía en los aires un cadencioso vaivén, con una bola de bronce que le daba en la sien una y otra vez, sin fallar ni una, cada vez que el columpio bajaba; no pudo reprimir una desgarradora arcada y un vómito fluido de color beige puso una nota seria sobre el escarlata de los cojines del sofá.

Una madrugada macilenta y lluviosa colaba sus desvaídos estertores por el sinuoso laberinto de las cortinas del salón. Al pie del sofá que había consagrado como letrina, Dionisio distinguió una botella de Martini vacía y otra de coñac Veterano en la que apenas quedaban dos dedos de ámbar tostado; ante tal aparición, se llevó una mano a la frente sofocando un amago de desvanecimiento.


Se levantó y dejó correr el agua fría de la ducha sobre sí, mientras seguía vomitando y reflexionaba acerca de cómo remediaría el desaguisado del sofá antes del regreso de sus padres, si regresaban, claro, porque habiéndose embarcado en un crucero para la tercera edad…




Tardó unas once horas en reunir la energía vital suficiente para vestirse y en recomponer la forma física necesaria para ponerse unos zapatos de ante, primero con el pie cambiado y después bien. Ya sólo quedaba por consumir un residuo de sus vacaciones, pensó que dentro de tres días tendría que volver al Colegio Mayor.


Una tarde lluviosa y macilenta apuraba sus últimos estertores con mansedumbre en los vidrios y rendijas del balcón entreabierto…


Entonces llamó Lafcadia.


Y era otra vez como Campanilla y Wendy reunidas en una sola pieza, con una voz cantarina con modulaciones de orfebrería, y se disculpaba, y reía de sus propias ocurrencias, y cautivaba con promesas enrevesadas y tornaba lo negro, blanco, y la tarde viró a verdegrís, y Dionisio se apercibió del arco iris que salió de un rincón de la habitación, entre el sofá y la librería, y supo que esta vez iba en serio.


Con lo que se le venía encima, el pobre no pudo sino pensar que Lafcadia lo haría feliz o algo por el estilo. De todos modos, hay testimonios que lo confirman, no volvió a beber sino leche con cacao; acaso un porrón de cerveza con gaseosa en verano, o alguna botella de Freixenet por navidades.


Y es que, como todo el mundo sabe, le damos esquinazo al destino con la primera que llega.




martes, 29 de marzo de 2016

El Abandono (4 de 5)

Mientras bebía, Dionisio no hacía otra cosa: ningún movimiento apreciable de más, no pensaba, no fantaseaba, tenía la mente en blanco, no podía perder la concentración: una leve vacilación y caería en la cama sin haber cumplido el duro objetivo diario de apurar hasta la última gota. Siempre lo consiguió; entonces se permitía derrumbarse desde el sopor en un sueño compacto y denso en el que nunca tenía sueños ni pesadillas.

 - La botella más fuerte, o sea, la de más grado, me la dejaba yo para por la noche – seguía diciendo Dionisio, desde su absurda presencia en la pequeña pantalla – a veces he tenido problemas con licores de mucha graduación, absenta o ajenjo por ejemplo, o un bourbon que me mandaron una vez y que hubiera hecho toser al mismísimo Robert Mitchum en una película del Oeste. Los aguardientes, por más que parezca extraño, tienen efectos muy distintos: los hay como una puñalada, un schnapps húngaro de cerezas me tuvo cuatro semanas hospitalizado, y los hay como una caricia, un orujo bien destilado, una bagaceira o una cachaça de calidad y al día siguiente estaba fresco como una lechuga.



 - ¡Pero este cretino va a dar un curso completo de borrachería! – Baladró el Ministro, royendo el mando a distancia del televisor – Y ahora, no te jode, la publicidad y justo, hostia puta, nuestro spot para apartar a la juventud del alcohol, como si no fuéramos ya el hazmerreír de esta jodida nación. Hay que retirar esta campaña, hay que llamar al orden a los de la tele, esta puñetera chirigota no tiene ni pizca de gracia, no tiene ni pies ni cabeza, seguro que lo hacen para darnos por culo, por puro gusto de buscarle tres pies al gato, se aprovechan de que estamos en una democracia y no hay censura, si no, tendrían los cojones en el mismísimo gaznate, pandilla de maricones, ya les daría yo, se creen que porque somos socialistas y liberales nos pueden llevar como puta por rastrojo, habría que ponerlos firmes a todos, habría que ser un poco chulo y hacerlos cuadrarse y que saludaran, más de uno se tendría que llevar dos hostias; si a mí me dejaran…


El reportaje ahora se demora en la variedad de lo consumido por Dionisio y se hace un poco pesado: los vinos, Riojas, Chiantis, Borgoñas, Burdeos, vinos de California y de Israel, almibarados o resinosos vinos griegos, finos andaluces, vinos de Jerez, amontillados, manzanillas, Moriles;  desorden de botellas vacías, o más bien un confuso orden de cadáveres, de esqueletos del espíritu etílico, vinos del Rhin y de Alsacia, Dionisio muestra acá una botella de Beaujolais, allá una de Vega Sicilia con más de treinta años, otra de Dom Perignon acullá como algunas de las joyas de su colección.


 - Algunas de estas botellas valían más de lo que yo ganaba en un mes, tenía que ir con mucho cuidado y dosificar lo que compraba… Claro que aparte de esto no tenía otros gastos, bueno sí, este sótano que ven, que alquilé para guardar las botellas.



Y los licores, licores dulces y licores secos, el desfile de etiquetas puede marear al espectador, centenares de marcas de coñac, vodkas de dieciséis países, botellas de anisados que aún conservan las ramas de escarcha, licores de todas las frutas imaginables, mango, kiwi, coco, melón, dátil, exóticas botellas de Curaçao, Peppermint, Saké con caracteres japoneses en la etiqueta y una de un licor chino de nombre indescifrable con una serpiente casi descompuesta en su interior.


- Ésta que parece como de vino a granel – dice Dionisio – la conservo porque contenía un licor que me envió un ermitaño de los Cárpatos; en general los licores de los monjes, el Chartreuse, el Calisay, el Aromas de Monserrat… el Cointreau, son demasiado dulzones y no sientan bien al cuerpo, al día siguiente me levantaba con la boca como un pergamino y un martillo neumático dentro del cráneo; bueno, siempre ha sido duro el despertar y ponerse en marcha, pero estos brebajes pueden acogotar a cualquiera.


El Ministro dejó de barrenarse la nariz con el mando a distancia y se puso en pie de un salto, acudió al teléfono y lo descolgó de un zarpazo:


 - ¡Ortega! – Escupió - ¡Ya lo tengo, Ortega! ¡Los vamos a demandar por publicidad encubierta! Iniciaremos un proceso administrativo, como si fuéramos una Organización de Consumidores, contra el Ente Público de Radiotelevisión, los vamos a joder a base de bien, los vamos a empapelar, ¡muéveme esto rápido, Ortega! ¡A ver si se les cae el pelo a unos cuántos de una puta vez! ¡Ortega! ¿Qué haces ahí como un pasmado? ¿No me oyes?


Sólo entonces se dio cuenta el señor Ministro de que había estado hablando solo porque no había marcado ningún número.



Y en éstas que, de modo insospechado, llega para Dionisio el momento estelar de su efímera gloria, la joven entrevistadora, que ha mariposeado con levedad en torno a él durante los quince minutos del programa y que tiene un aire a Lafcadia de joven, con sus ojos del color de los higos brevales, le pregunta:


 - ¿Y cuál es el motivo que le llevó a esta larga aventura con la bebida?


Dionisio no entiende o finge no entender así, a bote pronto, la pregunta.


 - ¿Que cuál fue la razón que le impulsó a beber durante toda su vida de una forma tan… continua, tan disciplinada?


Dionisio medita o finge meditar un momento:


 - Bueno… verá, señorita, yo siempre… es decir, hace mucho tiempo, antes de embarcarme en esta interminable travesía… sí, desde siempre, vamos, era consciente de que uno debía dar a la fugaz vida que se nos ha otorgado, una dirección concreta o, al menos, un impulso en una dirección determinada. Creía, creo, que si no somos capaces de intentar adueñarnos de una decisión que nos haga ser algo o hacer algo con seriedad y determinación, hasta donde sea posible en un máximo esfuerzo, la existencia lo acarrea a uno por un transcurso chato y sin interés, uno entonces no es dueño de su propio destino y se cumple, con una mezcla de torpeza y sufrimiento, la reiterada ejecución de los actos de un único y repetido papel, que nos arrastra por la lamentable comedia del vivir cotidiano, haciendo lo que se espera de nosotros, calcando hasta la saciedad y la náusea, un insípido modelo de agonía que nos destruye y aniquila.



domingo, 27 de marzo de 2016

El Abandono (3 de 5)


3
El señor ministro de Sanidad, Consumo y Ocio arruga el periódico con negligente rabia y abre una línea de interfono:

 - Ortega – brama – déjese caer por mi despacho a la velocidad de la luz.


Luego medita con levedad, en que no recuerda si la velocidad de la luz son trescientos mil kilómetros por segundo o por minuto, pero poco importa, porque ya Ortega asoma su melindrosa cabeza abriendo una rendija en la puerta de ébano fluorescente:


 - Excelencia, ¿da usted su permiso?


 - Déjate de hostias, Ortega, si te mando llamar es que doy mi permiso y no hace falta que pierdas tiempo en la puerta, cojones. ¿Has visto la solemne mamonada que han publicado hoy estos hijoputas de la Prensa? Dos páginas centrales de reportaje y una gacetilla que es casi un editorial, me cago en la leche que mamaron…


Y esto diciendo, arroja a Ortega un cadáver de periódico. Ortega lo caza al vuelo y balbucea:


 - S… sí, excelencia.




El señor Ministro truena:


 - ¿Y no te das cuenta de que me van a sacar a ese gilipollas en mis mismas narices en la televisión pública? ¿Me oyes? ¡En la pública! ¡Semejante mamón! ¡En la pública, para darme por culo y echar más tierra en nuestra inmacuLAda e intaCHAble campaña institucional de publicidad sanitaria!


 - Sí, see… ñorministro.


 - Y que un capullo como tú no sepa informarme a tiempo, pagado para eso y no me informa a tiempo de dar marcha atrás al programa de esta noche, con el que se nos va a descojonar de risa medio país y el otro medio va a ponernos de vuelta y media, ¡cretino! ¡Eunuco!


 - Su excelencia, yo…


 - Vuela de aquí a poner en marcha todos los mecanismos que hagan falta y más para vetar ese programa. Anda que como lo emitan en plena Campaña de la Juventud sin Alcohol, vaya cagada, ¡vuela! ¡A la velocidad de la luz!


Ortega hace mutis y el señor Ministro de Sanidad, Consumo y Ocio comprueba aliviado que ahora recuerda perfectamente el monto exacto de la velocidad de la luz: trescientos mil metros por segundo.


Una tarde macilenta y lluviosa destila sus últimos estertores a través del alambique de vidrio blindado del ventanal del despacho del señor Ministro.


El cual no las tiene todas consigo: “Mira que si me sacan – piensa - al payaso ese por la tele, cinco mil millones de pesetas en publicidad institucional a la mierda, las comisiones que me abona la empresa publicitaria en el tejado, cinco mil millones del presupuesto al vertedero… La oposición se pondrá loca de alegría”.


Y luego matiza:


“Cerdos”.

… … …


4
El reportaje televisivo en cuestión se intitulaba: “La bodega íntima”. La cámara recorría anaqueles y anaqueles de botellas antes de enfocar el rostro, más íntegro que pícaro, cuajado de arrugas, de Dionisio:

 - Todas las botellas están vacías – le espetaba a un hipotético telespectador más horrorizado que divertido. – He tardado alrededor de cincuenta años en beberme su contenido, a razón de dos diarias. Hay treinta y dos mil ciento diecisiete botellas, todas diferentes, de tres cuartos o de un litro en su mayoría.




La cámara esbozaba esta vez una panorámica vacilante. La abigarrada babel de vidrios y etiquetas oscilaba, se desenfocaba y, finalmente, se fundía para dar paso, otra vez, al abotargado primer plano de Dionisio:


 - Todo el vino, champán, cerveza o licor que llenaba estas botellas, está ahora en mis entrañas – añadía, más resignado que fatuo.


 - ¡Este Ortega es más tonto que el ojo del culo! – Bramaba el ministro, arrellanado en un sillón de cuero color fucsia, dándose golpes con el mando a distancia en los belfos. – No sólo se me deja colar el programa, sino que para colmo no es capaz de impedir que lo metan en este magazine que tiene una audiencia del copón… Mañana lo pongo de patitas en la puta calle o dejo de llamarme Gumersindo.


En la pantalla seguían desfilando los pormenores del espeluznante pasatiempo de Dionisio. El cual había alternado la existencia de un, hasta cierto punto, respetable administrativo de una compañía eléctrica, con la devastadora ejecutoria que lo había catapultado a una momentánea fama: trabajaba hasta las tres de la tarde en la sección de reclamaciones en la oficina central de la compañía, salía y durante la comida trasegaba una botella de vino o sidra, de cava o champán; si era cerveza, tres o cuatro botellines diferentes.




La resolución de variar cada día de marca, de clase, de tipo o de cosecha le había conducido rápidamente a complicaciones en el abastecimiento que, un hombre menos tenaz o menos prevenido no hubiera sido capaz de subsanar.


Dionisio residía en una casa de huéspedes y disfrutaba del privilegio de comer en mesa aparte, de ser tomado por un tanto arisco, reservado, excéntrico y majareta y, esencialmente, de que le dejaran en paz, habiendo tratado de no ocasionar molestias ni solicitudes. Como es natural en un hombre que decide adueñarse de su propio destino, ya para cumplirlo, ya para malbaratarlo, Dionisio era soltero.


Al oscurecer, se recluía en una habitación espartana y trataba de establecer o de medir sus fuerzas para concentrarse en la parte más ardua, más exigente de la jornada: a menudo, los últimos estertores de una tarde lluviosa y macilenta lo turbaban desde un tragaluz poluto que hacía las veces de ventana en su reducido cubículo mientras, previsor, desleía en un vaso de agua dos tabletas de Alka-Seltzer y se disponía, flexionando los dedos, tensando y destensando los músculos de las mejillas, a destapar, primero, y a libar completamente, después, una botella de brandy, de schnapps, de vino dulce, de whisky o de licor de frailes, lo que hubiera previsto para aquella noche.


En una banqueta de rejilla, frente a una mesa de tablas muy bastas, se comportaba como un bebedor metódico, esforzado y solitario, más aplicado que ardoroso, una copita de cinco centilitros cada cuarto de hora, en un esfuerzo que lo dejaba tumbado, más exhausto que ebrio, aunque cuando comenzaba a beber, todavía le duraba el mareíllo de la botella con que había acompañado la comida.




sábado, 26 de marzo de 2016

El Abandono (2 de 5)

Dionisio mira alternativamente al reloj de pared y al teléfono, uno no para, el otro calla. Piensa: qué se le va a hacer, se le escapa un suspiro circunspecto y es que Lafcadia tampoco llamará hoy, ya es bastante tarde.

Se sirve, ya sin la hipocresía del hielo y del limón, otro vaso de Martini hasta el borde, coge un cuaderno de rayas y un boli Bic, carraspea como siempre que va a escribir algo, y escribe esta vez:

 “¿Qué queda hoy de aquél que quisiste ser sino acaso unas cenizas grises en un oscuro rincón de la memoria? ¿Qué queda de aquél adolescente orgulloso y puro, intolerante y ridículo, sincero y altivo que un día despediste de tu alma y nunca más se atrevió, o se dignó, a asomarse a tu hastío, a tu nulidad preñada de afanes y estribillos, a tu tedio disfrazado de ocupaciones? ¿En qué sótano se pudrió, en qué desván quedó empolvada e inerte aquella soberbia que anhelaba modelar, transformar, crear o destilar? Por nuestro mundo visible circula, para congoja tuya y compasión de nadie, el triste remedo de lo que intentabas hacerte, la pálida sombra de la persona que aspiraste a realizar." 

 "Ahora yo puedo recordarte, con precisión pero sin crueldad, el modelo que tu sueño tallaba, para que puedas comprobar cómo has ido claudicando, perdiendo terreno en un escalonamiento de concesiones tan vergonzosas como inútiles."

 "Recuerdo pues, que te esforzabas por ser singular, no único e incomparable, sino simplemente singular, distinto, a la búsqueda de unas vivencias y realizaciones que no fueran un reflejo mimético de las de millones de seres cuyos modelos considerabas obsoletos, fracasados, inútiles, absurdos o, como mínimo, poco interesantes para trasladarlos al centro de tu existencia."

 "Recuerdo asimismo que buscaste ser creativo, no un ente creador de lo original, de lo artístico, de lo conmovedor, para lo cual, a todas luces, te faltaba capacidad y mérito, intuición y constancia, sino un mero rastreador de lo bello y lo verdadero, un explorador de palabras, sonidos, colores y estructuras, que nada tiene que ver con el grotesco diletante, con el consumidor de formas adocenado y conformista que hoy nos muestras."

 "Recuerdo también un implacable afán de ser sincero, de buscar y mostrar las palabras que diseccionaban un hecho, una idea, un sentimiento a expresar al lado o enfrente de quien fuera. Mas ahora me encuentro con la caricatura del hipócrita soso y débil que busca contentar y agradar a los demás al bajo precio de la adulación estúpida, de la elusión y el eufemismo, de la baratija verbal que encubre la ausencia de contenidos del que habla cuando no tiene nada que decir, ¿a quién pretendes que deslumbre tu fatua bisutería de cortesía y cumplidos?"



 "Recuerdo, por último, que anhelabas ser altruista, no un apóstol o un revolucionario, que se sitúan al otro lado de tus posibilidades, tampoco servicial ni pródigo a ultranza, sino tan sólo un individuo pensando, trabajando y caminando por la existencia con los demás: de la mano de muchos y en armonía con las aspiraciones de muchos más. Pero he aquí que te ves de espaldas al pensar, caminar y trabajar de casi todos, en el círculo cerrado de tu férreo e inabordable egoísmo, desentendiéndote, aislándote, desconectando. Sólo pareces ser sensible y compasivo cuando te autocontemplas, con esa especie de ternura senil fofa y repugnante.”

 “Y te repites a ti mismo que soñabas con un triunfo que no está al alcance de los ineptos, con un gran amor que no se dio a egoístas ni solitarios, con un cambio del destino que no impulsará un pusilánime… Piensas en fin que harás mejor en archivar, en enterrar en una sima por debajo de la memoria consciente, a aquél que quisiste ser cuando aún no sabías de qué material estabas hecho en realidad. Aspirante a conformista te presiento fuerte como una rueda vieja, abandonada al borde de la ruta.”

 “Lamentable y feliz.” 

Tras esta asmática parrafada, notable por su morbidez, si tenemos en cuenta que Dionisio cumplió anteayer veinte años, el susodicho verifica que se le ha terminado la botella de Martini; acude a la alacena que hace las veces de magra bodega familiar y verifica que el coñac Veterano se halla en un envase que no ha sido abierto. Procede a su desprecintado, pues, y se sirve, de momento, medio vaso. 

Los últimos estertores de una tarde lluviosa y macilenta se filtran a través de unos visillos perlados de cagaditas de mosca y Lafcadia sigue sin llamar; ya no llamará, a las nueve tiene que estar en casa, su padre la tiene sometida. 



De pronto, como un rayo, como una llamarada de luz, en la mente de Dionisio irrumpe la idea esclarecedora y se consolida el plan que cambiará el curso de su vida, Dionisio, como Saulo de Tarso en el camino de Damasco, se queda apamplado, parpadeando ante la revelación que le deja todo absolutamente claro, el futuro despejado por completo. 
… … …

jueves, 24 de marzo de 2016

El Abandono (1 de 5)


EL ABANDONO
1
En realidad, importancia… ¿Qué importancia tiene? Sí; es una colección un poco extravagante si usted quiere. Admito que es probable que no haya nada parecido; y ejemplar lo es poco, desde luego. Creo que lo que puede llamar la atención es su dimensión descomunal, aunque soy consciente de que carece de auténtico mérito.


Usted me pregunta si me preocupa que pueda parecer irrisorio; verá, estoy convencido de que, de hecho, lo es. A cualquiera puede ocurrírsele de inmediato motejarme… de lo más evidente. No; ponga que no me preocupa lo más mínimo, que ahora que el suceso ha alcanzado cierta notoriedad estoy dispuesto a afrontar sus consecuencias… Las habladurías, los chistes, la maledicencia, las críticas, el desprecio o, incluso, la indiferencia.


Tenga en cuenta que esto no lo he hecho por ningún afán de notoriedad; hace cincuenta años cuando comencé resultaba todo mucho más sencillo en más de un sentido: salía más barato y no estaba tan mal visto. Y no era problemático al principio el asunto de la variedad, de la no repetición, vamos, estaba a la vuelta de la esquina y en cambio ahora, no imagina los esfuerzos, los pasos, los desembolsos… Una puñetera ruina.


No, no, ¿qué dice? ¡Qué va! Nunca hice trampa, no, ¿con qué objeto? O sea, ¿para engañar a quién? Sí, puede poner que dos diariamente, es la pura verdad, bueno hay que matizar: como usted imaginará he pasado largas temporadas enfermo y entonces, es natural, no podía; no, claro, ¡ja ja! Tampoco en el hospital me lo hubieran permitido, jamás me atreví a preguntarlo, si es por eso.
Póngalo como guste, pero sin sensacionalismos ni exageraciones, yo lo siento como si durante alguna temporada hubiera faltado a mi deber, no, suena muy grave, como si simplemente hubiera fallado por motivos ajenos a mi voluntad: uno emprende un esfuerzo perjudicial y no puede decidir que tendrá siempre una salud de hierro. Siempre que he podido he cumplido, eso sí, las transgresiones a mi propia norma han sido de una importancia tan nimia que no se las detallaré.


¿Que qué pienso hacer ahora? Oiga, mire, le he dicho que llevo cincuenta años en esto, hasta ahora nadie había montado ningún revuelo y, dentro de lo que cabe, me habían dejado en paz. ¿Qué cree que voy a hacer ahora? ¿Ponerme a participar en shows de televisión? ¿O asomar canas y arrugas desde alguna valla publicitaria? Hace ya algún tiempo que me he jubilado, no, no le diré cuánto, pero de todas formas el suficiente para no tener ya ganas de hostias. Eso no lo ponga, sé que me conservo bien, por supuesto, ¡me estaba administrando un buen conservante, ja ja! Pero vamos, ya no soy un chaval y además sé perfectamente que esta mínima popularidad será lo bastante efímera para que, la próxima semana, no me recuerde ni usted mismo.


Por mi parte, ponga que continuaré entregado a mi paciente y obstinada labor, no se ría, durante el poco tiempo que me queda; no se ría, hombre, el médico me ha confirmado que tengo una cirrosis hepática en fase terminal.

… … …


domingo, 20 de marzo de 2016

¡A Mí La OTAN!

Hará cosa de un par de semanas me enteré del fallecimiento de doña Nancy Reagan, ex primera dama de los Estados Unidos de América. Su reverenciado esposo nos abandonó en la primavera de 2004 y, vaya, de modo casi intempestivo me acordé de los espectaculares escenarios de Guerra Fría que el egregio matrimonio surfeó durante la añorada década de los ochenta, en la que el terror nuclear santificaba nuestras insignificantes existencias.



No creo que tal desatino haya sido conjurado: las armas atómicas siguen velando por el bienestar de los pueblos, asegurando el equilibrio geopolítico y constituyendo una periclitada pesadilla que, el día menos pensado, puede volver a ganar el favor de políticos y periodistas y ponernos a todos otra vez a rezar el miserere nobis.



Yo recuerdo aquella época de la ominosa pareja que, desde la Casa Blanca, anunciaba el Apocalípsis según san Dwich. Y a los pérfidos rusos que, en contrapartida, amenazaban con medir el aforo de nuestros culos. Qué tiempos… En lo que a mí respecta, aún engrosaba las filas del progretariado y me indignaba cosa mala que los políticos de nuestro país nos ofertaran como carne de misil balístico. 


OTAN, sí; OTAN, no; OTAN de entrada, no… Y aquí estamos, treinta y cinco años después, en el club de doña Nancy y don Ronald (o del tío Gilito): el enemigo se ha disuelto, ellos se han disuelto y yo he encontrado una gacetilla que escribí y publicó por aquellos tiempos un periódico local en el que me entretenía, como ahora hago, en destilar impericias para tres o cuatro audaces lectores. La recupero, pues, consciente de que el futuro está obsoleto:


Click para bajar imagen a tamaño natural, si se quiere leer.

Por aquél entonces, yo firmaba como "Momo". Un adversario ideológico de genio vivaz, al replicarme, fingió confundirse con el seudónimo y me desfiguró en "Memo". Buen zasca, pardiez, siempre se aprende.

jueves, 17 de marzo de 2016

También Este Año Florecieron Los Almendros

Mira tú por dónde. Tal pareciera que hallándose este país paralizado por falta de un Gobierno, se iban a malograr las oportunidades de disfrutar de los heraldos de la primavera, qué cursi me ha salido, como si yo también anduviera empecinado en “defender la belleza”, en fin, dejando a un lado necias alusiones, compartiré este año, como viene siendo costumbre en las remotas páginas de Entusiasco, las habituales y siempre renovadas fotos de las florecillas blancas, este año menos rumorosas de insectos, pues las han sorprendido estos fríos extemporáneos y las han desarbolado un poco.


Varias de estas fotos fueron tomadas en una caminata de 24 kilómetros, una andada popular a la que tuvo el detallazo de invitarme un hermano que tengo (él dice ser hijo único) y que es también muy andariego. Acompañados de nuestras respectivas, disfrutamos, en un día ventoso y desapacible eso sí, de una caminata maravillosamente organizada por una organización, por esta vez, digna de tal título.



Recorrimos por la Hoya de Huesca, en el entorno de Ayerbe, unos luminosos páramos plantados de interminables hileras de almendros.




La floración ya estaba un poco pasada o no estaba en su momento más lozano ya, el domingo 6 de marzo, día de la excursión, pues en este invierno tan suave han venido las flores muy pronto y los fríos muy tarde.



A fin de recomendar la caminata a cualquiera que guste de “el coche de san Fernando”, daré su nombre oficial: Ruta Senderista “Floración del almendro”, valdrá la pena no perdérsela si, como parece probable, se animan a organizar y patrocinar, desde el ayuntamiento de Ayerbe, sucesivas ediciones (ésta era la primera).




Quinientos testigos avalan esta recomendación: los caminos eran pistas agrícolas en excelente estado, la dureza era asequible (pocos desniveles), las vistas magníficas, la fideuá que nos dieron para comer estaba buenísima… y desde luego, almendros había para parar un tren. Más de los que salen en las fotos.