jueves, 11 de agosto de 2016

1984 - George Orwell

Uno de mis libros fetiche, de esos que releo cada cuatro o cinco temporadas es este “1984” del británico (aunque nacido en la India) George Orwell. Junto con “Un mundo feliz” del también británico Aldous Huxley, forma la pareja de distopías más célebre de la literatura mundial. Hay que ver estos británicos, cómo le dan al coco, mezclando literatura con sociología, política, consideraciones éticas, y un pelín de metafísica para salpimentar. Estos cocidos de letras no suelen ser un plato elaborado por los escritores de habla hispana, pero tienen su indudable gracia.

Distopía opone su significado al de utopía. Mientras en la utopía se contempla una organización social perfecta, en la que todos los hombres son verdaderamente libres, iguales, felices y más buenos que Flanders, en las distopías asistimos horrorizados a organizaciones sociales que nos hacen sentir un vértigo de miedo, asco y estupor. La primera “Utopía” se debe al moralista y santo inglés Tomas Moro (siglo XVI), que da este nombre a una isla ficticia donde los hombres conviven en paz y armonía, en una sociedad patriarcal que ha puesto coto a los placeres insanos y a los demás, gozando sus habitantes con el acto de “liberar a los intestinos de su molesta carga” y otros igualmente inocuos. La falta de ambición les provee de felicidad, ahí está el quid.



George Orwell

Por el contrario, Orwell, que no elabora un relato tan ingenuo como el del antiguo humanista, claro, nos pinta el retrato espeluznante de una sociedad donde ni tú ni yo querríamos sobrevivir. La característica que definió la trayectoria vital de Orwell, fue la lucha contra los totalitarismos. Pero lucha, lucha. A menos de setenta kilómetros de mi pueblo, fue herido en el cuello por los fascistas contra los que había venido a pelear en la Guerra Civil Española. Tras la Segunda Guerra Mundial, concentró sus ardores en la madre de todos los totalitarismos: la Unión Soviética del padrecito Stalin, en la que, de modo bastante evidente, se basa esta novela, escrita en 1948, dos años antes de la muerte prematura del gran escritor y periodista, 48 se cambia por 84 para situar la acción en el futuro, cuando el totalitarismo domina el mundo entero y unas perspectivas ciertamente negras se cierran sobre la existencia humana, sobre cualquier existencia humana.



Edición de bolsillo

Así como la novela de Huxley, “Un mundo feliz”, de carácter más literario, se basa en llevar el “Estado del Bienestar” a sus últimas consecuencias, produciendo en el lector un sordo (y divertido) malestar, en este “1984” impera un opresivo y brutal feísmo, una pátina de polvo, grisura y penuria.


Todo lo que difunde el Ministerio de la Verdad, es falso; el Ministerio de la Abundancia provee una sórdida escasez; la Policía del Pensamiento está, a la más mínima, dispuesta a torturarte en los sótanos del Ministerio del Amor, y el Ministerio de la Paz desvía todos los recursos económicos y tecnológicos a una guerra sin fin con las otras dos potencias, igualmente totalitarias, tres contándonos a nosotros, en las que el planeta está repartido. ¿Cómo se mantiene esa situación miserable y horrenda? Sencillo: todo el mundo vigila y espía a todo el mundo. En todos los lugares y hogares están instaladas las ubicuas telepantallas ¡que son de ida y vuelta! Ves y te ven. Ves lo que “ellos” quieren que veas y te ven hasta cuando estás durmiendo, indefenso, tal vez gritando en sueños “¡Abajo el Gran Hermano!”


El Gran Hermano (vaya estupidez de nombre para un concurso televisivo, por cierto) es la representación y cúspide jerárquica del Partido. Un rostro que personifica el Poder, ni siquiera se sabe dónde vive o si existe realmente… Pero te vigila. Y te ama. Es una obvia encarnación de Stalin en la novela: incluso su retrato, cuando se describe en los carteles o en la telepantalla, concuerda con el del dictador soviético aunque, no nos fiemos, quizá se esté hablando de Dios.



Ejemplar de Círculo de Lectores

El personaje principal de esta narración en tercera persona, de corte muy clásico, aunque con numerosas digresiones, es Winston Smith, un gris funcionario del Partido, con un trabajo burocrático en el Ministerio de la Verdad. Trabajo que consiste en cambiar las noticias, en los periódicos de fechas pasadas, cuando son inexactas, ¿y cuándo son inexactas? Cuando contradicen la actualidad. Es decir, se modifica el pasado. De este modo, antiguos ilustres, caídos en desgracia, desaparecen; antiguas declaraciones en contradicción con la situación presente, se modifican; predicciones inexactas del Gran Hermano, se arreglan. A Winston su trabajo le parece una continua falsificación, pero es lo que hay, y es que el pobre no es muy bueno en el doblepensar, una acción con la que una cosa y su contraria se pueden simultanear en la mente sin que te estalle el cerebro: ya lo dicen las consignas del partido, “la guerra es la paz”, “la libertad es la esclavitud”, “la ignorancia es la fuerza”.


Winston conoce a una joven del Partido, Julia, con la que se cita burlando patrullas, espías y telepantallas. La lealtad que desencadena la relación de pareja es siempre sospechosísima para el Partido. Y la sensualidad, uno de los objetivos a eliminar (Liga anti-Sex). A lo largo de varios capítulos transita la obra por una historia de amor bastante emocionante ¿los pillarán? ¡Ay como los pillen! ¿Y dónde pueden esconderse?




Es momento también aquí de una digresión: no toda la población de “Oceanía” (la potencia donde reside Winston) pertenece al Partido. El ochenta y cinco por ciento son proletarios (“proles”), trabajadores miserables y embrutecidos a los que se les permite casi todo, porque no le importan a nadie. Los miembros del Partido son una élite dirigente, su relevancia política no acaba de ponerles a salvo de la escasez imperante y sus privilegios son un arma de doble filo: a la menor falta, incluso la pensada y no cometida (“crimental”), las van a pasar moradas: les espera la tortura, la muerte, la vaporización… o la reeducación. Así que un “prole”, una especie de viejo anticuario venido a menos, les da cobijo, alquilándoles un cuarto (sin telepantalla), donde Winston y Julia viven un sensual idilio sin esperanza, porque saben que les van a coger.


Al margen de la trama, el atractivo principal de la novela son las sugerentes ideas con las que el totalitarismo es expuesto y desenmascarado: la neolengua, menos palabras ambiguas para ayudar al bienpensar. Y también el doblepensar, lo negroblanco, el paracrimen… Es decir, se apunta que lo primordial para controlar a un ser humano, es controlar su mente, de modo que no pueda pensar siquiera la rebelión, que no se le pueda ocurrir. Y si esto falla, siempre quedará la tortura: la habitación 101 del Ministerio del Amor, donde lo más horrible que puedas concebir, toma cuerpo real.


La novela ha dado lugar a dos películas que yo conozca. Decentes pero poco más, no acaban de dar en el clavo. Las dos se titulan “1984” y las dos son británicas. La que me gusta un poco más es de 1956, y tiende a centrarse en la historia de amor. La otra es ¡de 1984, cómo no! Y, protagonizada por John Hurt, pone el acento en los ambientes opresivos, densos y claustrofóbicos.



Cartel de la película de 1956

De la novela, solo he podido conseguir este ejemplar electrónico, un tanto defectuoso porque está lleno de errores tipográficos. De todas formas, lo comparto con gusto:

https://drive.google.com/file/d/0B-jREZodu-JmYm1mZVQ3NFFKakU/view?usp=sharing

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