martes, 23 de agosto de 2016

Un Mundo Feliz - Aldous Huxley

En mi juventud, “Un mundo feliz” era considerado poco más o menos un libro juvenil, de lectura obligada, eso sí. Un libro que habías de leer como entretenimiento en los últimos años del instituto o en los primeros de la universidad. Se consideraba una saludable diversión, pero se hallaba lejos de poder ser tomado intelectualmente en serio. La hegemonía cultural de la izquierda, en aquellos momentos, nos dotaba de las poderosas herramientas del materialismo histórico y del materialismo dialéctico, a la luz de las cuales, esta fantasía literaria no tenía más consistencia que la más pachanguera de las películas de ciencia ficción. Qué tiempos.

En el segundo cuarto del pasado siglo florecieron los totalitarismos, a tal punto que la intelectualidad de las metrópolis capitalistas temía por la libertad de sus inquietos culos, con la tétrica sospecha de que, finalmente, habrían de rendirlos a la tutela del Estado. Por un lado la situación social engendrada por la industrialización y el maquinismo era espantosa, lo cual incitaba a una huida hacia adelante; por otro lado, las soluciones del autoritarismo engendraban gran temor y manifiesta repulsión, por lo cual se describían literariamente sus indeseables efectos. Dos sagaces distopías han trascendido, llegando hasta nuestros días con insospechada vigencia: “1984”, cuya negra desesperación traté de comentar en la entrada anterior y “Un mundo feliz” cuyo empalago rosa y sintético trataré de describir en ésta.


En “1984”, la revolución socialista ha finiquitado el capitalismo, dando paso al reinado del partido único. Al parecer, tras la caída del muro de Berlín, la pesadilla plasmada en esta novela, crucemos los dedos, parece perder vigencia… Pero en “Un mundo feliz” la situación es diferente: capitalismo y colectivismo son superados en una síntesis que se describe minuciosamente y que, aún hoy, cuando la releo por enésima vez, me da que pensar más de lo que hubiera sospechado antaño: lo aquí descrito parece el Estado del Bienestar llevado a sus últimas consecuencias. Y, para estar escrito en 1932, retrata sospechosamente algunas de las aspiraciones sociales vigentes en nuestros días.




Describiría a Aldous Huxley (1894-1963), como el típico escritor inglés liberal, rico y sofisticado, de orientación intelectual, si yo supiera qué es eso. “Un mundo feliz”, la obra que lo haría más popular, está en el punto medio de una evolución personal y literaria muy interesante, que aquí no voy a comentar. Un aspecto que me causa notable admiración es que, de joven, pudo superar una ceguera, de resultas de lo cual escribió un libro “El arte de ver”, al que me gustaría echarle el guante.


“Un mundo feliz” es, en primer lugar, una delicia literaria por su estructura y argumento, sus referencias, sus vivaces neologismos, su lenguaje y su estilo a la vez cuidadoso y llano. Una lectura singularmente rica, entretenida y fácil, lo cual hace que podamos pasar por alto la enjundia que atesora el texto… Un texto para disfrutar de su encanto a la par luminoso y siniestro, aunque lo que a mí me sorprende es la actualidad de lo propuesto ¡en un libro que tiene más de ochenta años! Y que describe la sociedad de consumo casi casi tal como la conocemos.


Vamos por partes, en el libro Huxley retrata una sociedad humana dotada de una indudable comodidad material y casi por completo exenta de tensiones y malestar. ¿A qué precio? Recordemos el lema de la Revolución Francesa: “Libertad, igualdad y fraternidad”. Pues bueno, las dos primeras han sido sacrificadas y la tercera sometida a estrictas regulaciones. ¿Cómo? La libertad ha sido sustituida por el condicionamiento psicológico: una especie de hipnosis durante el sueño, la cual cumple la función de nuestra actual publicidad, con la interminable repetición de consignas, aforismos y normas que, inconscientemente van a moldear la existencia de unos seres humanos troquelados desde el momento de su nacimiento con unos patrones que no van a poder eludir.




La igualdad es un escollo considerable que se combate con unos métodos de reproducción y de gestación absolutamente controlados: se configuran cinco castas, desde los inteligentes alfa para las tareas de dirección técnica y social, hasta los intoxicados y disminuidos épsilon para las tareas físicas más rutinarias y pesadas. Esto se lleva a cabo mediante técnicas genéticas y de clonación que hacen que nadie llegue a estar descontento con el lugar que ocupa en la estructura social.


Respecto a la fraternidad, sí, tiene sus ceremonias y “todo el mundo pertenece a todo el mundo”, pero se desaniman las relaciones que impliquen exclusividad, como la pareja monógama estable: el sexo es una cosa natural y saludable, la pasión amorosa, no. De hecho, la mayor obscenidad en ese contexto social son las palabras padre y madre. Refutando la maldición bíblica (“parirás a tus hijos con dolor”), los niños son fruto de una elaborada manufactura biológica: vienen al mundo en un tarro y no son paridos, sino “decantados”.


Marx, Freud, pero sobre todo Henry Ford son los padres de esta revolución social que ha conducido a un mundo en el que la angustia, la escasez, la vejez, el dolor y la muerte han sido atemperados por la ciencia y la racionalidad, hasta donde éstas pueden llegar… Y es bastante lejos. El declive de la ancianidad es combatido con hormonas y sales de magnesio, haciendo que una persona tenga a los sesenta años el mismo aspecto que a los treinta. El abrupto final de la existencia desencadenado a aquélla edad, se considera parte natural de la vida, incluso desde los jardines de infancia los niños son condicionados para ver el lado alegre del último viaje (y el fósforo de los que se van es reciclado). Por último, pero no de menor importancia, está el soma, la droga perfecta: “el soma, el delicioso soma, medio gramo para una tarde de asueto, un gramo para un fin de semana, dos gramos para un viaje al bello Oriente, tres para una oscura eternidad en la luna; y vuelven cuando se sienten ya al otro lado de la grieta, a salvo en la tierra firme del trabajo y la distracción cotidianos, pasando de sensorama a sensorama, de muchacha a muchacha neumática…”




Pero la novela encuadra lo que podrían ser fatigosas disquisiciones en una eficaz línea argumental: Bernard, un “alfa” rarito y disconforme (en la medida en que se puede serlo en esta sociedad), consigue a pocas mujeres y, queriendo deslumbrar a Lenina Crowne, una neumática joven (el término “neumática” para describir a una mujer atractiva es un hallazgo), obtiene el permiso para visitar con ella una reserva. Las “reservas” son lugares donde viven colectivos humanos no integrados en la sociedad feliz, indios en este caso, y allí conocen al joven John… El “choque de culturas” acabará precipitando un dramático desenlace que, esta vez no, no te voy a chafar.


Uno da en imaginar que, entre los aficionados a la lectura, deben de quedar tres o cuatro que tienen la suerte de no haber leído aún este libro imprescindible. Si eres uno de ellos y has dado con esta entrada, prueba estos enlaces:

Un mundo feliz - Aldous Huxley.epub
Un mundo feliz - Aldous Huxley.mobi

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