lunes, 26 de junio de 2017

Dos Poemas De Dámaso Alonso

Aprovecho casi tres semanas de insomnio, producido por un calor recalcitrante e insoportable, para reconciliarme con algunos poetas de los que ignoraba casi todo. La cultura en la que declino, me agoto y voy menguando, ha honrado a sus poetas, a casi todos ellos, con el más despreocupado de los olvidos. Y hoy rescato, para mis casi tres lectores, dos de los cuales ya han hallado en este blog motivos para enfadarse conmigo o, mejor aún, para ignorarme; recupero, como digo, a un cantor de la angustia, la desesperanza, la pobreza y la aflicción que sumergieron a la sociedad española en los años cuarenta y primeros cincuenta del pasado siglo, lo que llamamos la posguerra (entonces se llamó, oficialmente, la victoria, pero han perdurado pocos motivos de júbilo por ella).



Entonces la gran ciudad, pendiente de reconstrucción e inmersa en el racionamiento, la sarna, la tiña y los sabañones, daba más motivos de insomnio que una mera ola de calor, pero lo hemos dado al olvido. Al igual que al poeta que la cantaba, con una inspiración humanista y sombría.


Siempre me han gustado los poemas de Dámaso Alonso, particularmente los que se recogían en “Hijos de la ira” y en “Oscura noticia”. No fue el más popular de la Generación del 27, trágicamente señalada por la guerra: los vencedores no eran muy sensibles a la poesía social y para los vencidos no era uno de los suyos, así que hoy en las enseñanzas medias, creo que ni lo nombran. Transcribo dos poemas con los que aspiro a despertar tu curiosidad; si no fuera tan vago, hubiera copiado también el impresionante, el descomunal “Mujer con alcuza”, no se puede estar en todo.





INSOMNIO

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?



CALLE DEL ARRABAL


Se me quedó en lo hondo
una visión tan clara,
que tengo que entornar los ojos cuando
pretendo recordarla.


A un lado, hay un calvero de solares;
al otro, están las casas alineadas
porque esperan que de un momento a otro
la Primavera pasará.

Las sábanas,
aún goteantes, penden
de todas las ventanas.
El viento juega con el sol en ellas,
y ellas ríen del juego y de la gracia.

Y hay las niñas bonitas
que se peinan al aire libre.

Cantan
los chicos de una escuela la lección.
Las once dan.

Por el arroyo pasa
un viejo cojitranco
que empuja su carrito de naranjas.


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