viernes, 20 de diciembre de 2013

Suevos, Vándalos, Alanos Y Otros Artistas Urbanos

Inmersos en el desánimo inducido por estos últimos y desapacibles días del otoño, que nos han cercado de nieblas, lluvias, vientos y fríos, sumiéndonos a los espíritus más débiles en el ámbito de lo melancólico y lo deprimente, hallamos un momentáneo refugio en el fugaz consuelo de las emociones estéticas. En contra de lo que pudiera parecer, mi pueblo es pródigo en manifestaciones artísticas de vanguardia, mal comprendidas por algunos y sujetas a la indiferencia de los más.
 
Pese a todo, contamos con un nutrido grupo de jóvenes artistas urbasnos, cuyas infatigables actuaciones perlan el espacio público de intervenciones atrevidas y desconcertantes. Tales montajes están orientados a expresar la angustia y el desasosiego propios de nuestra época carente de horizontes. Su mérito nos alerta a los auténticos conocedores del valor que tiene la deconstrucción del mobiliario urbano y su conversión en objetos artísticos. Conocedores que, de momento somos pocos, aunque influyentes.
 
Influyentes, digo, porque si no, los jóvenes guerrilleros del arte que sacuden nuestras conciencias y embellecen nuestro entorno, se verían privados del necesario apoyo moral. Sin él, carecerían de compensación para ejecutar tan a menudo estas exhibiciones y happenings que, aun contando con el beneplácito de los ediles del ámbito cultural, adolecen de falta de recursos, al no disponer (quizá debido a los recortes) de subvenciones, óbolos, patrocinadores, o cualquier otro tipo de soporte económico o publicitario. Quiero señalar que los artistas ponen, de modo gratuito, su trabajo y su entusiasmo, sus materiales, cuando éstos son imprescindibles, y sus propias herramientas, obteniendo, a cambio, la incomprensión de la mayoría y siendo ignorados por las instancias oficiales del arte: promotores, galeristas, etc., cuya concepción reaccionaria e inamovible, desafían con estas brillantes composiciones.
 
Aunque entre las citadas manifestaciones, casi siempre interdisciplinares, predomina la pintura, como el grafiti es ya muy popular (bueno, más conocido que popular), hoy haré una especial incidencia en la escultura, trayendo a esta ventana privilegiada una memorable instalación que tuvo lugar en el parque de la Azucarera, a finales de enero del 2000. Aquéllos jóvenes vanguardistas, responsables de esta singular muestra de arte urbano, deben estar ya rondando la treintena y su vocación artística puede haberse esfumado. Si la consagración les ha sido esquiva y vieran esta obra, no podrían reprimir una punzada de nostalgia.
 
Aquí tenemos “Banco para sentarse erguido y papelera conceptual”, armoniosa y eficaz.
 

Dejaron este “Caballito desnudo” para que los niños lo vistieran con su imaginación.
 

Este precioso “Banco higiénico” permite y facilita la defecación del usuario, mientras, por ejemplo, lee acuclillado el periódico.
 

Adaptaron este “Banco para personas muy altas”, de modo que, sentadas en el suelo, se apoyaran cómodamente en el respaldo.
 
El proyecto más ambicioso: “Quiebra bancaria”, en una, por entonces, profética anticipación de la crisis.
 
 
En este “Airee sus genitales” se ha llevado a cabo una actuación minimalista, que apenas perturba la comodidad de cualquier cansado transeúnte.
 
Puede parecer una instalación esquemática y poco elaborada, pero hay que matizar que a nuestros artistas no se les catapulta con los privilegios que, en el País Vasco, disfruta la “kale borroka”. Aquí, como se ha dicho, nada de apoyo institucional ni de financiación pública: los artistas callejeros se lo tienen que currar a palo seco.
 
Con el agravante de que algunos sectores, los de la derecha más conservadora, expresan insidiosas dudas sobre la utilidad de estas manifestaciones para sacudir las conciencias y expresar el desarraigo y la desesperación de los oprimidos. Algunos llegan a tildarlas de gamberrismo y, para impedir estos efluvios de libertad de expresión, reclaman de la policía urbana que vigile los parques.
 
Como si no tuvieran otra cosa que hacer.
 
Y como si no hubiera habido siempre gamberrismo: el que no haya roto una farola a pedradas cuando era joven, que tire la primera piedra.
 
O que no la tire ya, que quizá es demasiado tarde.
 
 
 

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