sábado, 26 de abril de 2014

Bestialismo. La Verdad Sobre Perros Y Gatos

Revisando alguna entrada antigua de este blog, me apercibo de que, en la correspondiente al 15 de febrero de 2013, el vídeo de YouTube en el que el diputado de UPyD, Tony Cantó, intenta utilizar la tribuna del Congreso para alfabetizar un poco a sus compatriotas (e incluso a sus señorías, de paso) acerca de que, en sentido estricto, los animales no son sujetos de derechos, ha desaparecido: “este vídeo no existe”, dice. Lo han borrado o lo han retirado, digo yo. Que, por cierto, ando un poco despistado respecto de YouTube, empresa filial de Google a la que , a veces, confundo con un servicio público, en donde confiar la difusión de determinados contenidos audiovisuales, qué ingenuo. Con el tiempo esta popular página se ha situado en un nivel de fiabilidad quince puntos por debajo de “incierto” y sólo uno por encima de “calamitoso”.

No existe, ya te digo. Busco un posible sustituto que recoja la intervención del bizarro orador, para reconstruir la integridad de aquella entrada, y me encuentro, ¿qué me encuentro? Una alocución mutilada, proveniente de alguna televisionzucha, que ha usado la oratoria de Cantó para subtitularlo y ridiculizarlo. Penoso. Pero claro, ¿Qué refleja? Una opinión pública que, de tanto ser moldeada en el animalismo estilo Walt Disney o “Liberad a Willy”, va a acabar en el bestialismo (platónico, eso sí, nada de beneficiarse a las gallinas).

Lindos Gatitos
 
Viene esto a cuento, a raíz de una polémica que se ha suscitado en mi pueblo, acarreada por la ocurrencia del concejal de festejos de reinstaurar las vaquillas durante la celebración de las fiestas patronales. No sé si es una buena o mala idea. No soy adepto a semejante diversión y puedo garantizar, a cinco meses vista, que me la perderé. Pero tampoco, aún menos, me voy a apuntar como seguidor de los talibanes que quieren imponer la corrección moral, en este terreno, a sus convecinos. Semejantes dechados de rectitud y posesión de la verdad existen en todas partes y, en cada una, martirizan a sus paisanos de forma distinta. Yo, como digo, los llamo talibanes y, en este momento, toda actuación pública (por tanto, política) está en manos de dos clases de ciudadanos, dos formas de actuar y de entender el mundo, dos ideologías: chorizos versus talibanes, aunque también hay grupo mixto, Dios nos asista.

Un representante talibán se muestra muy ufano de que, en Monzón, estén prohibidas las exhibiciones de animales en espectáculos del tipo de zoos ambulantes, exhibiciones ecuestres, circos y empresas semejantes. Pone a su adversario a bajar de un burro por lo de las vaquillas. Espero que nuestro fogoso prohibicionista no sea vegetariano, porque su próximo paso podría ser desmantelar las granjas, cerrar el matadero o atacar el Mercadona con carritos para decomisar los productos cárnicos. Vaya con los activistas: si no me dieran un poco de miedo, me darían mucha risa.

Y no es que yo sea partidario de maltratar a los animales, ni de mal tratar nada, ni siquiera a los minerales, no me veo inmensamente rico y comprándome un diamante del tamaño de una castaña, para aplastarlo con un pedrusco y decir “¡juo, juo, pues no era tan duro!” Que nadie me malinterprete, prefiero el arte de la tauromaquia al espectáculo de la Fórmula 1. En cuanto a las vaquillas, me parecen una diversión dudosa. Y tirar una cabra o un burro desde un campanario, como en algunos lugares se hacía hasta no hace mucho (cosas de la tradición), lo considero abominable y vergonzoso, pero por la bajeza y la insensibilidad que promueve en los asistentes a semejante demostración, no por otro motivo. A Dios tampoco parece preocuparle el sufrimiento animal, ¿o no exigía que le sacrificaran corderos?

En fin, qué le vamos a hacer, todos hemos visto “El Rey León” y otras chufas similares y, en los recientes tiempos de bonanza económica (que tanto echamos de menos), floreció la industria de la mascota y nuestros hogares se llenaron de perritos, gatitos, peces, tortugas y alguna iguana.

No lo abandones. Él nunca lo haría
 
Entre los detentadores de mascotas, los que han apadrinado un perrito (o un perrazo) son los más ufanos y rara vez se dan cuenta de que los demás no compartimos su entusiasmo, su alborozo y ese desafío al civismo que, a veces, les lleva a pensar que los derechos de su chucho están por encima de los de los prójimos a los que, la pobre bestezuela en su inconsciencia, podría molestar, incomodar, asustar o, incluso, dañar (aunque no lo crean, se han dado casos). Yo mismo estuve diecinueve días en el hospital debido a que un perrito suelto me tiró de la bicicleta y, aunque no me ciega el odio (como se dice en las emisoras progres acerca de las víctimas del terrorismo), tampoco me ciega la simpatía por los chuchos. Si leo la célebre frase, atribuida a Diógenes el Cínico, aquella de “más conozco a los hombres, más quiero a mi perro” no solo no establezco ningún acuerdo moral con él, sino que pienso que, decididamente, le pasaba algo. No obstante, algo profundo y ejemplar debe removerse con tan curiosa máxima: muchos detentadores de perros muestran un absoluto desprecio por el género humano. El otro día paseaba yo por la extensa y cada vez más concurrida chopera de mi pueblo, cuando un perro suelto, de buen tamaño, se acercó a ponerme el hocico en la entrepierna. “No hace nada”, me dijo, sonriente y con aire tranquilizador, alguien que colegí que se trataba del dueño. “No hace nada, pero si yo fuera trotando a ponerle la nariz en el chocho a tu madre, igual no lo encontrabas tan gracioso”. Fui tildado (con razón) de grosero y (sin ella) de amargado. En general, la urbanidad está de más y ¿cómo va a pensar el dueño de un perro que su noble compañero puede ir por ahí ocasionando algún tipo de molestia, de malestar, de susto? Ya lo he dicho: inconcebible. No puede ser.

Sobre éste más valdrá que
el dueño asegure que "no hace nada"

Alguna vez, estando en un grupo de amigos, cuando no hay ningún tema mejor del que hablar, se plantea, para animar una discusión, el siguiente dilema moral: “Hay un horroroso incendio y tienes que ponerte a salvo pitando. Sólo puedes llevarte, para salvarlo de las llamas, un cuadro de Picasso o un pobre perrito indefenso, ¿qué elegirías?” ¿Qué es más valioso, el arte o la vida? Ese sería el planteamiento general, aunque es irresoluble sin someterlo a todo tipo de matizaciones: ¿Un cuadro de Picasso o una lombriz? Suelo sentir más cariño por las lombrices de tierra que por la mayoría de los perros, ¿Un cuadro del imitador más zopenco de Tàpies o un cerdo bien cebado? Sí, lo has adivinado por fin, apareció mi animal favorito.

Bueno, más o menos a mi edad, cada hombre es presa de un extravío. Con más precisión, diría que consiste precisamente en ese extravío: bien sea el desmedido amor por las bestezuelas, que estoy criticando, o el desmedido amor por las divagaciones, que estoy padeciendo. Los hombres acabamos siendo un hatajo de fracasados, menos algunos que escapan a la suerte común, siendo frasolteros. Si has llegado hasta aquí, ya me perdonarás, no quería batir ningún récord de incontinencia verbal. 
 
Del mal, el menos
 
  

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