lunes, 26 de mayo de 2014

Cuchufluses

El de “cuchuflús” es un término poco menos que inventado, no he encontrado su significado ni su definición por parte alguna y creo que lo he heredado de un amigo de la infancia, allá en Jaca, el cual lo usaba para designar todos los cacharritos inútiles que en cualquier casa se tienen de adorno en aparadores, estanterías y muebles de salón. En sentido estricto acordamos que, para que una cosa sea un cuchuflús, tiene que ser pequeña, pretendidamente decorativa e inservible para cualquier otra finalidad que no sea la de estorbar en medio de otros cacharros más funcionales.

 
La búsqueda del significado de cuchuflús en diccionarios y demás ha sido infructuosa. Lo más parecido ha resultado ser cuchuflí, nombre de un dulce de cierta popularidad en Chile. Las pocas referencias que he encontrado en internet sobre cuchuflús, aluden a un término “nonsense”, apto para designar un gesto o una respuesta extravagantes, que más bien lo relacionarían con cuchufleta. Y así lo empleo yo: para nombrar objetos de cuchufleta.

 
De este modo serían cuchufluses unos botijos o unos platos de cerámica en miniatura, las esferas de cristal con un monumento sumergido en su interior, que si se agitan, reproducen una nevada en un reducido espacio, los souvenirs turísticos (hace cincuenta años no faltaba aquí en ningún hogar una figura de hawaiana), los marcos para fotografías (algunos enseñando aún la imagen de muestra con la que salieron de la tienda) o, si me pongo radical, un huevo de Fabergé que, pese a su estratosférico coste, a mí me parece un objeto muy kitsch.

 
Los niños son muy aficionados a toda clase de cuchufluses y eso lo saben los aviesos fabricantes que les inundan de ofertas de figuritas, cachivaches, bártulos y trebejos, a cual más horrendo, instándolos a coleccionar la fauna más aterradora en sucesivas hornadas de miniaturas, más que feas, pavorosas. Dragon Balls, Digimones, Gormitis, Invizimals y demás parentela han protegido desde los estantes, durante años, el sueño de mis hijos.

 
Como yo no he tenido el necesario valor para matar al niño que llevo dentro, soy inevitablemente muy aficionado a determinados cuchufluses. Parafraseando el chiste, mis hijos jugaban con lo que les salía de los huevos. De los huevos Kinder Sorpresa que yo les regalaba con cualquier pretexto, para ver el juguetillo para armar o la figurita que les salía dentro y que, muy a menudo, me parecía un prodigio de ingenio e inventiva.

 
Por eso, hoy que he encontrado estas fotos de cuchufluses, quiero recrearme con ellas y ponerlas en esta página: son figuritas que admiten dos interpretaciones. En una de ellas son un animal: un elefante, un cocodrilo o un pájaro. En la otra, adoptan el amable aspecto de un enanito benefactor o un simpático gnomo. Además transmiten al tierno infante que se extasía contemplándolas, la saludable enseñanza de que toda realidad tiene, al menos, dos caras. Las dos caras, en este caso, envueltas en chocolate y por cien pesetas (menos de un euro).
 
 
 

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