sábado, 31 de mayo de 2014

Se Acabó El Mes De Las Flores

Venid y vamos todos con flores a porfía,
con flores a María, que Madre nuestra es (bis).
 
 De nuevo aquí nos tienes, purísima doncella,
más que la luna, bella, postrados a tus pies.
 
 Venimos a ofrecerte las flores de este suelo,
con cuánto amor y anhelo, Señora, tú lo ves.
 
 Por ellas te rogamos, si cándidas te placen,
las que en la gloria nacen, en cambio, tú nos des.
 
 Con esta animosa tonadilla especiábamos las tardes soporíferas del mes de mayo durante mi infancia escolar. El cambio de temperatura y los misterios del rosario nos amodorraban en aquellas destartaladas Escuelas Nacionales que, durante aquellos días de los primeros calores de mayo, eran gratuitamente traspasadas a la avasalladora iniciativa de los predicadores católicos y sus pavorosos “ejercicios espirituales”.
 
Ahora que tienen que competir con la pujanza de Al Qaeda, Podemos, la ANC y otras confesiones religiosas, se muestran cautos, contemporizadores y amables, pero cuando se erguían en la cúspide de su influencia y dominio, exhibían modos más ominosos y tonantes.


Recuerdo el caso de un jesuita navarro que vino a amenizarnos aquellas tardes interminables con los novísimos. Por si tú, oh improbable lector, lo ignoras, los novísimos son cuatro: muerte, juicio, infierno y gloria. En este contexto, nos refirió la historia de Agapito (en aquélla época los niños tenían nombres de presidentes funestos del Real Zaragoza). Agapito era un niño modelo, veneraba a la Virgen María y a un consistente surtido de santos, beatos y mártires. Se confesaba cada nueve minutos y comulgaba diariamente para dar ejemplo a sus apáticos compañeros (a alguno de los cuales golpeó por atreverse a tomar la Eucaristía sin haber guardado el preceptivo ayuno que ha de precederla). En un día ventoso y desapacible, Agapito caminaba por el campo en busca de pajarillos heridos a los que socorrer y tropezó con un canto del camino, clavándose otro muy afilado en una rodilla al caer. Entonces profirió una fea blasfemia. El no sabía que era tan grave, porque la había oído a menudo a carreteros, peones de labranza y mozos de mulas… Aterrado por su falta, corrió con su rodilla herida a confesarse. Aunque renqueaba a toda velocidad, no le dio tiempo: el viento tiró una torre de alta tensión y Agapito murió carbonizado. Un solo desliz, una sola falta, le llevó al infierno, ¿Y sabéis queridos niños lo que es el infierno? Una eternidad sin fin de torturas. Tener sed y no poder beber, tener heridas atroces y no poder aliviarlas, ¿os habéis quemado alguna vez con un hierro al rojo? ¿Os habéis clavado en alguna ocasión cristales rotos en la lengua?...

 
Pese a la inconsistencia psicológica del personaje y su avatar, para cuando el bueno del Padre Nalina llegaba aquí, algunos ya nos lo habíamos hecho encima… Es por eso que titulo la entrada “Se acabó el mes de las flores” sin incitar a nostalgia alguna, aunque salvando, eso sí, las rosas. 
 
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario