viernes, 23 de enero de 2015

Macros De Flores E Insectos

Un hombre de campo me comentó hace poco: “ahora se ven menos mariposas y, en general, hay menos bichos que cuando yo era crío”. Sin negar del todo la utilidad de los plaguicidas, yo también empiezo a echar de menos el colorido y la variedad de los insectos que poblaban las primaveras de antaño. No es que, cual ecologista insobornable, prefiera las picaduras de mosquito a la fruta bien presentada, pero entre lo que uno lee sobre la enfermedad de las abejas y su repercusión desastrosa en los fenómenos de polinización, y lo que uno constata cuando va a fotografiar las bellezas del campo, la cosa da para preocuparse.

Cuando era más joven, tenía una simpatía muy escasa hacia el mundo insectil. Consideraba, pobre de mí, que todo lo que tenía seis u ocho patas, o picaba, o mordía, o atormentaba de cualquier otro modo a los seres humanos. No es que ahora me haya apuntado a la sociedad protectora de moscas y mosquitos, pero empiezo a echar de menos a muchos simpáticos, vistosos e inocentes coleópteros, lepidópteros, celíferos y otros antófilos. La peña que hace compañía a las florecicas del campo, vaya.

Fotografiar a estos seres, requiere una buena cámara digital, paciencia y mucha suerte. Las dos primeras fotos, las hice en modo macro, con una Canon EOS D40 que no me gustaba, porque tenía un autoenfoque poco cuidadoso y que ahora ya no tengo. Quien se haya asomado a este blog, habrá notado que gusto de retratar las flores con bicho, cuco o cualquier otro pequeño invitado.

 
En ésta, sobre una amapola transgénica, de un rojo en extremo descolorido, se abaten, como un par de drones, dos avispas asesinas. Pobres. Son dos insectos dípteros, moscas como quien dice, que ataviadas merced a un fenómeno de mimetismo, se hacen pasar a ojos de sus depredadores, por peligrosas portadoras de un doloroso aguijón. O eso creo.

 
En este cardo, se afana perezosamente un escarabajo. Se movía tan poco que ni siquiera podría asegurar que estaba vivo, disfrutando del interior jugoso y perfumado que, pese a su aspecto, tienen los cardos. Cuando éramos críos, en mi pueblo, nos estragábamos las manos pelando las espinas, hasta quedarnos con un reducido corazón, el del cardo, que es dulce y sabroso; siendo de la familia de la alcachofa, está aún más rico, aunque dudo que valga la pena la tortura que hay que infligirse para comprobarlo.

Las dos fotos restantes, las hice con una cámara muy modesta. En la primera, aún trabajaba en el instituto: un muchacho, durante una excursión a Sariñena, se puso un insecto palo en el pelo y fue a comprarse un polo. No exagero.

 
 
 

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