martes, 10 de diciembre de 2013

Operación Dulce - Ian McEwan

La Espía Que Me Amó. Tal podría ser un (lamentable) título alternativo para esta novela. Lo he tomado prestado de Ian Fleming, cuya obra no he leído. Sólo he visto algunas películas del ciclo de James Bond que, en general, me han parecido filmes de acción bastante pueriles, dirigidos a satisfacer las fantasías de lujo y lujuria, de poder e impunidad, entre públicos dispuestos a consumir entretenimientos sin problemas y fábulas poco exigentes. Hace poco vi “Desde Rusia Con Amor” y “Goldfinger” y, pese al buen oficio y al innegable gancho de Sean Connery, no sé si podría con seriedad distinguirlas, o recomendarlas, por encima de las parodias de “Austin Powers” (que a mí me gustan bastante más que los parodiados originales). Quiero, con todo esto, decir que mi inclinación por el género de espías, o por las andanzas de los servicios secretos occidentales durante la Guerra Fría, es escasa, más allá de haber disfrutado ocasionalmente con Graham Greene (El Factor Humano) o John Le Carré (El Espía Que Surgió Del Frío).

Así pues, que mi escritor predilecto se embarcara en “una de espías” no era una gran noticia para mí, pero como estaba dispuesto a perdonárselo todo, la compré y me embarqué en su lectura. Una vez acabada ésta, he necesitado 24 horas para recuperarme del pasmo y poder cerrar la boca. Bueno, aún estoy un poco boquiabierto, ahora que me dispongo a recomendarla aquí, para uso de cualquier mortal que se tenga por amante de la lectura y que disfrute de la suerte y el privilegio de no haberla leído todavía. Aquí no cabe esperar a la película, pues no veo la forma de llevarla al cine sin destruir su principal atractivo, que es estrictamente textual o literario.

“Operación Dulce” es una novela algo voluminosa (400 páginas en la edición de Anagrama) y muy absorbente, poco apta para leerla antes de un examen de Derecho Mercantil o de Didáctica General, o mientras tienes que vigilar el horno o durante una guardia de enfermería. Una vez que te adentras en la trama, ya no conoces ni a tu padre.

 
Es y no es una novela de espías. Admito que éste es su aspecto aparente, aunque va mucho más allá: en realidad es una narración sobre la propia naturaleza y el alcance de la narración misma. Literatura sobre la esencia del hecho literario. Dicho así parece muy abstracto y uno siente unas irreprimibles ganas de salir corriendo a proveerse de un best-seller como Dios manda. Sin embargo, esta novela que habla, entre otras cosas, de cómo se cocina una novela, tiene más gracia, más morbo, más suspense y más interés que cualquier best-seller que yo haya leído en los últimos cincuenta años. Si crees que exagero, léela.

Comienzas conociendo a Serena Frome, una chica de buena familia, atractiva y despierta, a la cual una circunstancia, más o menos fortuita, lleva a ser reclutada por el MI5, el servicio de inteligencia británico. Al principio su trabajo carece del más mínimo glamour, no pasa de ser una auxiliar administrativa mal pagada y sujeta a poderosas restricciones, emanadas de lo más turbio y fétido de las cloacas del Estado, donde mecanografía informes reservados, reservadísimos, pues es tiempo de Guerra Fría, estamos en 1972 y la amenaza soviética se cierne sobre el mundo libre, o eso aseveran sus jefes.

Un día su suerte cambia. “Los de arriba” piensan que hay que hacer frente al comunismo también en el ámbito de la confrontación ideológica y cultural, donde éste parece haber tomado cierta ventaja, ya que su prestigio alcanza a numerosas personas “comprometidas” en el mundo intelectual y universitario, en el de la enseñanza, la literatura y las artes. De este modo se plantea la “Operación Dulce” que consistirá en financiar, a través de una Fundación conectada con los servicios secretos, a periodistas y escritores de valía que puedan denunciar con credibilidad la falta de libertades y la situación real en los paraísos comunistas. Así Serena, haciéndose pasar por directiva de esta supuesta Fundación cultural, conoce y “capta”, para favorecer la promoción de un nuevo talento, a un joven y prometedor escritor, Tom Haley, del que, como era lógico y previsible, se acaba enamorando, lo que la lleva a establecer una potente relación física, sentimental y literaria.

He aquí el conflicto: ella sabe que ha accedido a él con un engaño; si le dice la verdad, perderá el trabajo y la confianza de su amado, si le sigue mintiendo… Hasta aquí puedo leer, que decía el presentador del concurso televisivo “Un, dos, tres…” Por cierto, uno de los tejemanejes habituales en la versión inglesa del famoso concurso, es usado para ilustrar una conocida paradoja probabilística (la propondré pronto en Matemáticas Y Diversión) que, en el libro, da lugar a un pasaje singularmente genial (y es que Serena es matemática por formación universitaria y a McEwan le interesan mucho los ámbitos “de ciencias”, como ya demostró en “Solar”).

 
La obra es original, sólida y una pizca romántica. Su elaborado truco de ingeniería narrativa confunde y sorprende al lector más desconfiado. Su especular (y espectacular) pareja protagonista te arrebata, sea cual sea tu sexo y tendencia y, por si esto fuera poco, hay unos interesantes “bonus” que intentaré enumerar:

Uno. Una rica ambientación de época y situación social nos remite a varios e interesantes temas transversales. Nos asomamos a la Inglaterra de los primeros años 70, con la crisis energética, la Guerra Fría y la lucha contra el IRA Provisional, el cual, reventando autobuses y pubs, trataba de desencadenar un Golpe de Estado. Se ha acabado el optimismo de los 60 y vemos a una de las democracias más viejas y sólidas de Europa, zarandeada por la crisis, el malestar, las huelgas, la inflación, el terrorismo y una cierta desesperanza que se instala en el estado de ánimo de sus moradores. Tiempos oscuros.

Dos. Una descripción de situaciones características de la trastienda del Estado, de los servicios de inteligencia, donde magistralmente se levanta el entramado de relaciones en las que todo es ominoso, todos desconfían de todos, no se sabe dónde está el engaño o la evidencia, la mentira o la verdad, la lealtad o la traición.

 
Tres. Un racimo de narraciones secundarias (las producciones de Tom Haley, el escritor), entreveran la trama principal con otros cuentos e historias que, sin interrumpirla ni entorpecerla, la completan, la enriquecen, la iluminan, hasta configurar un mosaico de variaciones ilustrativas de los procedimientos de creación literaria. Este me ha parecido el más original y emblemático de los planteamientos de la obra: ¿se cuentan unos acontecimientos o acontece lo que unos cuentan? ¿la realidad es fabulada o lo fabulado crea la realidad como una emanación?

Y cuatro. Por último está un estilo, el de McEwan que es muy elaborado sin dejar de ser natural, muy nítido sin dejar de ser misterioso, muy sencillo contando cosas verdaderamente complejas. Y se adorna de sutilezas y matices sin perder su aparente facilidad. Cuando sepamos cómo lo hace, será algo canónico, de aprendizaje obligatorio. Tengo ya planeado que, en una próxima vida, aprenderé a leer inglés a nivel literario, para disfrutar de esto como es debido, maestro.
Una vez lo hayas acabado, si te apetece profundizar en este libro desde una perspectiva de análisis más seria, prueba a leer esta magnífica reseña:
http://vanityfea.blogspot.com.es/2013/09/novelist-spying-on-himself.html

 

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