miércoles, 27 de agosto de 2014

El Monje - Matthew G. Lewis (Novela Gótica)

Encuentro, entre las telarañas de mis estantes de bibliófago, un mugriento y descuadernado ejemplar de “El monje”; lo comienzo a hojear por ver si me acuerdo de qué iba y ¡click! La trampa se cierra, como si se tratara de una atrapamoscas. Durante tres días no estoy para nadie. Y eso que ya la había leído. Dos veces.

Hará unos 30 o 35 años, me brindaron la oportunidad, en un periódico de ámbito local, de publicar una entrada (quincenal) recomendando libros, por aquello de la promoción de la lectura. Vale más que reconozca que no logré promocionarla gran cosa, pero ahí quedaron mis pretenciosas pretensiones.

Hice una reseña de “El monje” y la he encontrado. Me reconozco en el estilo una pizca cargante, pecando a la vez de pomposo e ingenuo, y he sentido ese cariño exculpatorio que se experimenta por el tontolculo que otrora fuimos.

 
Lo voy a transcribir, porque “El monje” es un libro tremendamente válido como novela veraniega o para los grupos de lectura que, últimamente, eclosionan como setas. Pero soy consciente de que la reseña no le hace justicia, por lo que merece, al menos, dos acotaciones más.

En una diré que el libro es un complicado mecanismo narrativo que funciona con la precisión de un reloj suizo. En apariencia hay muchos relatos incrustados que, pudiendo parecer, a primera vista, historias secundarias; luego resulta que encajan en un todo unitario, donde el joven autor no ha dado una sola puntada sin hilo.

En la otra añadiré que, al ser una novela de género, los personajes son, sin demasiados matices, arquetipos de la bondad, la perversidad, la inocencia, la astucia o lo que les toque, lo que hace la lectura muy clara, muy llana. Si tienes la suerte de no conocer esta novela y, en nuestro ámbito cultural es poco conocida, vas a disfrutar como un gorrino en un montón de estiércol tierno.

Ahí va la reseña. Las referencias están bastante obsoletas y los ejemplos no tienen mucha vigencia: fue escrita, creo, hacia 1979, así que “perdonen las disculpas”.

 
“La novela de género ha gozado en cualquier época del favor masivo de los lectores. Los géneros, claro, han cambiado: en el siglo XVI no había novelas del oeste, mientras que en la actualidad, sólo los estudiosos leen las novelas de caballería que tan en boga estaban en aquel entonces. Parece ser además, que nos hallamos ahora en un momento de auge y diversificación de los géneros en la novela. Lo de moda que está la novela negra y no es sino un apartado del género policiaco. Y acaparan el interés de multitud de lectores las novelas de espionaje y de ciencia ficción. Aún estoy por decir que en los últimos ocho o diez años han surgido y se han impuesto dos géneros nuevos: la novela de terroristas y el género petrolífero. En particular la novela de terroristas ha conseguido éxitos de público apabullantes (“El quinto jinete”); un premio Nadal (“Lectura Insólita del Capital”, muy recomendable); un premio Planeta (“Y Dios en la última playa”), e incluso novelas dignas (“El mensajero”). El género petrolífero también prolifera que es un gusto, con sus tópicos: jeques árabes pervertidos, sus conspiraciones, lujo y orientalismo, algo refinado y muy superficial. El último exponente: “La conspiración del golfo”.

¿Por qué se leen tanto las novelas de género? Es sencillo. El fatigado lector busca su comodidad: asimilar lo novedoso exige esfuerzo y cierta disposición mental; en cambio, cuando un lector (o lectora) abre una novela del oeste, o una novela rosa (por citar dos de los géneros más manoseados) ya sabe más de la mitad de la historia, la cual ocurre además de un modo esperado (y aceptado) y desemboca en un desenlace perfectamente convencional y preestablecido. ¿Y por qué decir que el lector de novelas de género sabe previamente más de la mitad de la historia? Imaginemos una genuina novela rosa. Antes de leerla ya sé que al protagonista no le negrean las uñas, ni le huele el aliento, ni tampoco suele ir ebrio, pues de este modo no podría jugar al tenis, esquiar, ni conducir deportivos. La protagonista, a su vez, conviene que sea esbelta y que tenga personalidad y astucia, pues de lo contrario las lectoras femeninas (mayoritarias) no podrían identificarse con ella. Es deseable, asimismo, que uno de los dos sea rico, ya que si tienen que trabajar un montón de horas (como nos ocurre a la chusma) no tendrán tiempo de vivir un complejo y enrevesado idilio, de carácter romántico y no sensual, cuyo destino invariable es una ceremonia nupcial, con el rito católico de por medio si es aquí, y con el rito anglicano si es en Gran Bretaña.

 
Todo esto sabe, y mucho más aunque no se lo confiese un(a) lector(a) de novela rosa, aun antes de leer el título concreto de la obra que tenga entre manos. Ahora bien, si le gustan los convencionalismos en juego, se va a divertir un montón leyéndolos y no le va a exigir ello ningún esfuerzo adaptativo: tendrá el cómodo placer de la lectura de consumo, generalmente no enriquecedora.

Me gustaría comentar un par de títulos de Corín Tellado, pero no he venido a eso. Quería, esta vez, reseñar un género concreto, que está siendo rescatado del olvido, para alcanzar de nuevo el favor popular. Se trata de la novela gótica, algo muy interesante, a mitad de camino entre el folletín y las historias de terror. Algo necesariamente siniestro y enrevesado, donde se mezclan amores pasionales y odios fulminantes, lo terreno y lo ultraterreno, la devoción religiosa desmesurada y los pactos con el diablo, aventuras con un ritmo desenfrenado y pasajes líricos como remansos. La novela gótica es un género de finales del siglo XVIII, anterior al Romanticismo, del cual podemos hallar muestras en “El castillo de Otranto”, Melmoth el Errabundo y, sobre todo, la obra maestra de Matthew G. Lewis, “El monje” (en Bruguera, Libro Amigo, como casi siempre).

 
Tiene “El monje” de particular, la virtud de poder complacer a lectores muy diversos, cultos o ignorantes, ocasionales o empedernidos, concienzudos o evasivos… No importa lo que busquen en un libro: algo de lo que buscan se halla en esta novela truculenta y genial, escrita en 1795 por un inglés de 20 años.

“El monje”, en su día, provocó un considerable escándalo: fue tildado de blasfemo y lascivo y, censurado en parte, se publicó en ediciones “purificadas”.

El libro tiene cierta dosis de morbo, pero no hay para tanto. Un lector actual, por muy seráfico que sea, puede devorarlo de cabo a rabo sin verse jamás acometido de santa indignación. Y lo que es más importante, tampoco se verá agredido por el aburrimiento.

 
El autor, inglés como ya he dicho, quiso buscar un lugar exótico para tejer su intriga. No podía ser de otra forma: la acción ocurre en España, no en la de charanga y pandereta, sino en la de cerrado y sacristía, con aditamentos de capa y espada.

En Madrid hay un convento, cuyo joven abad, Ambrosio, es un hombre santísimo. Su ascetismo, rigor, inflexibilidad y ansia de perfección, le conducirán de forma irremediable (por tanto, trágica) por el camino de la soberbia. El diablo (que, como todos sabemos, nunca duerme) se tomará la libertad de tentarlo por el punto débil de un célibe joven y fuerte: la lujuria. Un fraile de su convento resultará ser una silenciosa y virginal muchacha llamada Matilde. Por otro lado, a la misa que dice diariamente el abad acuden, extasiadas por el vigor de su palabra, todas las grandes damas de Madrid: la iglesia contigua al convento registra unos llenazos formidables; devotos y curiosos se apretujan en sus naves, entre éstos hay dos fogosos caballeros, y entre aquéllos, una muchacha que siente algo especial e inefable cuando oye predicar al monje. Esta muchacha es Antonia y en torno a ella se va a urdir el drama…

Matthew Gregory Lewis
 
La novela engancha y arrastra. Si uno ha conectado, a las treinta páginas no puede despegarse de ella. Las historias e intrigas que contiene se cruzan, se incluyen, se interfieren, se enredan, camino de un desenlace violento y atenazador. El hundimiento de Ambrosio se anuncia, se anuncia con un rastro de muerte y desgracia y, finalmente llega con siniestra brutalidad y una última revelación folletinesca que, como un fogonazo, ilumina hasta los más oscuros rincones de la narración.

Uno se queda sobrecogido por la lectura de este libro, anticuado pero magistral, que tiene un ritmo superior al de muchas celebradas novelas de aventuras y donde lo terreno y lo ultraterreno, lo natural y lo sobrenatural, se mezclan con una habilidad y convicción que desarma al lector más prejuicioso.

Es como ir a ver la actuación de un ilusionista genial que nos hace disfrutar un rato enorme, empalmando truco con truco. Al final uno se dice: ¡Había trampa! Pero, ¿dónde?”

  

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