martes, 5 de agosto de 2014

Funestos Reptiles

“No lo hagas, vas a destruirte”. “Nadie quiere ver esos repulsivos bichejos. Tu número de visitas durante el mes de agosto, va a ser de cero, la mitad que en julio”. Así me advierte mi amigo el Resentido, que considera asqueroso todo ser vivo que se arrastra por el suelo (excepción hecha de los espárragos) y, a esa consideración de nauseabundo, añade un pánico cerval cuando se trata de reptiles: “¡La bicha! ¡La bicha! ¡Malaje!” Grita, como si hubiera nacido en la florida Andalucía en lugar de en los áridos suburbios de Lastanosa.

La (incompleta) lámina de reptiles de mi enciclopedia
 
Cuando más aprieta el calor por aquí es en el crepúsculo, fenómeno rarísimo éste, cuya explicación es de orden psicológico: al ver extinguirse el astro rey, nos inunda la esperanza de un levísimo soplo de fresco que haga descender la temperatura por debajo de los 35 grados. La frustración producida por esta ilusoria brisa, cuya incomparecencia registran todos los poros de nuestra piel, hace que sintamos una sofocación adicional, con oleadas de transpiración fétida, asfixia y lipotimia, mientras los mosquitos se aprestan a caer en picado sobre nosotros. Es en ese momento, cuando unas simpáticas salamanquesas se pasean cabeza abajo por los techos y dinteles de mi terraza, imagino que van a cenarse algún mosquito y siento por ellas una indescifrable ternura, como si fueran mis mascotas.

Los ofidios más comunes por aquí
 
Y es que nací el año de la serpiente, según el horóscopo chino, unas lecturas en las que deposité más fe que en los apuntes de Psicología Diferencial de la Universidad Autónoma de Barcelona, por ejemplo, ya que al menos el librito del horóscopo chino, correspondiente a los individuos nacidos en el año de la serpiente (1941-1953-1965-1977-1989…) explica por lo menos rasgos indiscutibles de mi carácter: sinuoso, frío, poco afectivo… y mi innegable simpatía por saurios, quelonios, ofidios y cocodrilianos, o comoquiera que tengan a bien los naturalistas de nuestros días en clasificarlos, pues aquéllos son los términos que aprendí yo en la escuela a la que me tocó ir, verbalista y libresca, no como la de ahora en la que, en lugar de semejantes chorradas escolásticas, los niños aprenden a convivir con los reptiles, a respetar sus diferencias y a reciclarlos si tal extremo fuera oportuno.

Manifiesto de carga del arca de Noé
No acierto a comprender cómo, entre las preciosas láminas de mi vieja enciclopedia, sólo hay una de reptiles, donde faltan todas las tortugas (llegarían tarde) y todas las serpientes, ¡igual los editores compartían el asco de mi amigo el Resentido! Lagarto, lagarto.
 
Adiós amigossss
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario