viernes, 14 de noviembre de 2014

Pintando Calasanz

Hace algunas semanas estuvimos con unos amigos paseando por Alquézar. La fortuna turística de este enclave es absoluta: era un fin de semana normal, de finales de octubre, y estaba abarrotado. El descenso del río Vero y la visita a la colegiata, por poner dos ejemplos, han remolcado vigorosamente el desarrollo de este pueblo que, a mediados de los años 70 cuando lo visité por primera vez, agonizaba como tantos otros de la zona: abandonados los modos de vida tradicionales, su pintoresco casco urbano de corte medieval y sus atractivos alrededores vinieron a rescatarlo del declive. No ocurrió esto, en modo alguno, con Calasanz, otro núcleo de notable belleza paisajística con el que siempre me da por compararlo. Bien es verdad que este último es más pequeño y carece de ganchos adicionales para deportistas y otros visitantes aventureros. En lo más alto de la comarca de la Litera, languidece este pueblecito, sin que parezcan acudir al rescate sus bellezas paisajísticas, la hermosa factura de sus caserones tradicionales y su situación de mirador de los extensos llanos que se desperdigan a sus pies. La absoluta quietud, solo turbada por el ladrido de algunos perros, acoge al visitante. Ni siquiera un bar: el que quiera beber, que se vaya a la fuente.

 
Me llegaba en numerosas ocasiones a este pueblo de Calasanz ya que desde el mío, en bicicleta es un paseo, exigente debido a las cuestas, pero en absoluto largo. Los casi cuatro últimos kilómetros se hacen por un desvío específico: enseguida van apareciendo panorámicas del compacto conjunto de construcciones encaramadas a un monte no muy elevado pero abrupto y hermoso.

 
En los tiempos en que quería ser paisajista, tomé unas fotos (que he perdido) e hice un cuadro de 100x70 cm. que un amigo tuvo la generosa idea de comprarme, quizá porque le gustaba el enclave como a mí, quizá por motivos de procedencia familiar. No sé qué habrá sido del cuadro, pero el otro día me apareció en un negativo viejo y, antes de que se me vuelva a perder, lo he escaneado y lo pongo aquí, por el mero hecho de que me gusta mucho el pueblo y su entorno, subir cuando llego hasta la ermita de san Bartolomé en el punto más alto y contemplar desde allí el conglomerado de casas, las salinas abandonadas, las ondulaciones menguantes del terreno y los llanos que parecen no tener fin…
 
 
Un día, a no mucho tardar, colgaré algunas fotos de edificios, centradas en sus añejas puertas como de costumbre. 
 
 
 

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