miércoles, 18 de marzo de 2015

De Nuevo En El Valle De Gistaín

Una escapada familiar de fin de semana al valle de Gistaín es, entre otras muchas cosas, un pretexto para volver a echar, de nuevo, las mismas fotos. Siempre las mismas. Siempre diferentes. Me asombran esos turistas que dicen: “en Egipto ya hemos estado. Ya hicimos fotos de las Pirámides”. “Si ya he visto el acueducto de Segovia, ¿para qué tengo que volver otra vez?” Parece como si la repetición tuviera, por fuerza, que aburrirnos. Personalmente discrepo, porque no creo en la repetición. Cada momento de nuestra existencia es único e irrepetible: nunca podemos ir dos veces al mismo sitio. No están los tiempos como para hacer una paráfrasis de Heráclito y decir “nadie ficha dos veces en el mismo trabajo”, aunque es así. La rutina es una trampa de nuestra mente, con la que, creyendo protegernos, nos automutilamos, pero en fin, allá cada cual con los piercings que se ponga en el cerebro.

El caso es que anduve (e incluso, a veces, andé) por estos valles, durante tres semanas, en el verano de 2004 y juré amor verdadero y eterno a estos paisajes, a donde vuelvo siempre que puedo, o sea, siempre que me llevan, pues el transporte público brilla por su ausencia. Para jactarme de conocer un poco semejante valle, necesitaría visitarlo durante trescientos años más, hasta que se me apareciera el zorro que me hablara, como en El Principito de Saint-Exupéry: “Sólo se conocen bien las cosas que se domestican… …Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!”

Para empezar, me disculparé porque habiendo hecho una entrada con fotografías de puertas en el valle de Gistaín, se me pasó ésta, muy obvia de la escuela y casa consistorial y hoy tengo ocasión de enmendar el despiste.

 
Las vistas del majestuoso macizo de Cotiella, desde esta magnífica terraza de casa Fontamil, podrían tenerme ocupado algunas temporadas: nunca es igual, según le alcanza la luz, va cambiando. Y también con las variaciones estacionales. Los habitantes del valle lo usaban como un gigantesco reloj de sol, de ahí los nombres de sus puntas: Peña Las Once, Peña El Mediodía, Peña La Una… Hoy no ha habido suerte, el día está brumoso.

 
La noche del sábado, estuvo nevando suavemente. Me desperté el domingo a la hora del amanecer y tuve la fortuna de poder hacer esta bonita captura: Los primeros rayos del sol iluminan la Peña de Artiés (¿o de San Martín?), mientras en la zona oscurecida un manto blanco poco espeso está esperando a los primeros calores del día para derretirse, ¡a las 11 de la mañana ya se había fundido toda la nieve!

 
¿Qué por qué me desperté tan pronto? Es la hora en la que la bendita próstata me empuja al cuarto de baño: ésta es la imagen que me sorprendió a través de la ventana… ¿Y la cámara? Duermo con ella debajo de la almohada.
 
 

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