lunes, 25 de mayo de 2015

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 39

Caminamos por la carretera en dirección al bello cementerio, el melancólico jardín de los muertos que mi abuelo Jeremías había cultivado con lapidario esmero durante decenios (y que le aguardaba, más pronto que tarde, para premiar balsámico su amorosa dedicación). Caía una tarde apacible y tibia. Se veía a las primeras cigüeñas de la temporada volar sobre el río Aragón y las sombras de los álamos, aún desnudos, se iban alargando perezosamente sobre el desierto asfalto, apenas perturbado por el petardeo lejano de una isocarro. No nos cruzamos ni un alma a lo largo de todo el camino.

 
Íbamos charlando con un ánimo rayano en la exaltación: nos contábamos cosas de nuestros respectivos institutos, yo le obsequié con una semblanza muy graciosa del lado más impresentable y grotesco de Chus, de Josemari y de Mateo. Las peregrinas manías de éste último la hicieron reír de tal modo, que cuando atravesamos el portal del cementerio, unas monjitas del amparo nos obsequiaron con una mirada reprobatoria y, añadiendo un afilado cuchicheo, nos exigieron el respeto que cuadraba a la solemnidad del lugar. Extremo que conseguimos cuando ella se manifestó acerca de su condición de bicho raro en su instituto, a donde había llegado a mitad del curso pasado. Sus padres habían venido desde Galicia a trabajar en la fábrica de aluminio y ella, que era muy estudiosa, retraída y tal vez demasiado moderna, había caído fatal a todos, como “una nueva con muchos aires”. Y digo lo de moderna, porque estaba por completo al tanto de las novedades musicales extranjeras: me habló sobre todo de los Bee Gees y de los Moody Blues, grupos que seguirían estando de moda, aseguró, cuando la estrella de los Beatles comenzara a declinar.

 - Pero eso no será nunca –protesté yo.

 - Mira Teo, antes de lo que crees se van a separar, en realidad ya casi va cada uno por su lado.

 - Y tú, ¿cómo sabes todo eso? – Insistí.

 - Tengo una hermana de veintitrés años que se fue, hace dos, a trabajar a Londres de camarera.

 
Me quedé estupefacto al saberla con noticias de primera mano acerca de los grandes acontecimientos del mundo, aquellos que me interesaban de verdad. Le pregunté si su hermana había visto alguna vez a alguno de los Beatles por la calle y me dijo que no y que además, ahora iba a ser imposible, porque se habían ido a la India de ejercicios espirituales.

Nos habíamos sentado juntos sobre la dura y helada lápida de una tumba y cuando ya llevábamos un considerable rato departiendo, yo tenía un frío espantoso en el culo. Pero es curioso, le había hablado de mis empeños y le había contado mis asuntos, incluso los amorosos, con una confianza tan abierta como no la tenía con mis amigos o con Nines.

La verdad es que fue ella la que me cogió de la mano y la que luego me dijo: “Nunca me había besado con un chico”.

En un arranque de franqueza, hice lo que hasta entonces jamás había hecho y después nunca volví a repetir hasta hoy: le conté el morboso episodio de las asechanzas de don Gregorio. Me escuchó con una seriedad reconcentrada y me dijo:

 - No hay duda de que aquel miserable desvergonzado era un pervertido, como el que el otro día detuvieron en Sabiñánigo, figúrate: éste iba enseñando sus cosas por la calle, pero quédate tranquilo, hace un rato me he dado cuenta de que tú no lo eres, vamos, quiero decir que reaccionas normal. – Hizo una pausa y suspiró – tenemos que volver, que la tarde también se está muriendo en este cementerio y me estoy quedando tiesa.

 
Nos levantamos de la tumba, no como dos espectros, sino como dos compañeros de expedición, enlazados por las confidencias y ya no por las manos, pues las monjitas del amparo acechaban con suspicacia desde la penumbra, unas decenas de metros más allá. Unas letras en latón sobre la lápida que abandonaban nuestras posaderas (congeladas, las mías) reflejaron el más oblicuo e improbable de los rayos del sol moribundo y pude leer: “Don Gregorio López Suelves, capitán de la banca, 1923-1962, Descanse en Paz”.

 - Vaya, también es casualidad… - Dije señalándoselas a Lucía. Ella, sin decir nada, esbozó apenas el gesto de escupir sobre la tumba y nos fuimos. Durante el regreso me echó en cara que, en realidad, no le había enseñado el cementerio así que, para compensarla, le enseñé Jaca, es decir, callejeamos un rato por el bruñido adoquinado de las calles del centro, vimos la catedral y los porches y volvimos al instituto, ya casi a la carrera. A esas alturas ya me tenía sin cuidado ser visto por Nines o por quien fuera.

Lucía regresó a Sabiñánigo en el autobús, que cuando llegamos ya tenía el motor en marcha, entre sordas y ásperas reprimendas de sus profesores, visiblemente alarmados por su imprevisto eclipse, y chuflas y puntadas soeces de sus compañeros que, durante los dieciocho kilómetros de trayecto, corearon “¡Pascuala se ha echao novio, uno de Jaca, pa jugar al meteysaca!”

 
Esto lo sé porque, a partir de ese día, nos carteamos con regularidad. Cada dos semanas mandábamos o recibíamos una larga misiva con todos los detalles de nuestras lánguidas y esperanzadas existencias. Esta correspondencia duró unos seis o siete años, hasta que ella acabó los estudios de veterinaria y se casó con un industrial, el cual la llevó de regreso a su tierra paterna, pues la morriña de la joven hacía aconsejable esta decisión.

Desde este primer y único día, no volví a verla más. Miento: una vez me envió una foto pequeña y borrosa, en la que posaba ataviada de esquiadora. No la hubiera reconocido.

Esa misma primavera, unos dos meses después de nuestra estancia entre los muertos, robé una bici para ir a visitarla. Se me rompió el sillín a poco de comenzar a pedalear, antes de llegar a Guasa y lo consideré como una premonición de que no debía seguir adelante. Regresé andando a Jaca, dejé la bici abandonada en un patio y le escribí la única, de entre más del centenar de cartas que le llegué a remitir, la única quizá, que podía considerarse algo parecido a una declaración de amor. Ella me contestó dándome toda clase de detalles y consejos sobre el inminente examen de reválida de sexto. 
 

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