lunes, 23 de noviembre de 2015

Encinas Agarradas A Las Rocas

Estas encinas que he tenido la ocurrencia de fotografiar se afianzan en las rocas del mismo modo que nosotros nos aferramos a… ¿qué? Ay amigo, si lo supiera, en vez de estar haciendo filosofía barata en esta página de mongólogo interior, estaría escribiendo un libreto para Broadway, con el título de “Qué bello es vivir 2”, mientras un productor andaría buscando una réplica de James Stewart con el sex-appeal adaptado a los gustos actuales (una especie de maltratador desaliñado pero tierno, con tatuajes en la chepa, ¿o ya está pasada de moda esa pinta? Tendré que hojear alguna revista de actualidad para ver anuncios de desodorante masculino, antes de seguir diciendo indocumentadas necedades…

 
Volviendo a las encinas, que aquí llamamos carrascas, he de decir que, personalmente, encuentro que se trata de seres vivos fascinantes, con los que tiendo a identificarme mucho más que, pongamos, con los alcornoques. ¿Y por qué? Las carrascas son unos sólidos árboles de hoja perenne, muy parcos en sus necesidades vitales y detentadores, hasta donde yo sé, de una utilidad muy escasa: ni su madera es particularmente apreciada, ni su fruto convoca la rapiña de ningún gourmet, ni su sombra es nada del otro mundo...


 
Por ejemplo cuando, en verano, intento frenar el sofoco bajo uno de estos poderosos árboles, apenas me da la sensación de proporcionar frescor y su copa cobija miríadas de latosísimos insectos; el suelo pedregoso y árido, erizado de hierbas ásperas y secas, no invita a yacer cómodamente: es como si la carrasca ejerciera la voluntad de privarse de la cercanía de un indeseable como yo, cosa que le aplaudo…

Pero lo que más me admira, claro, es su terca decisión de asentarse y sobrevivir, incluso en estas intemperies tan adversas de las llanuras y somontanos altoaragoneses. Desafía a un sol que evapora las piedras, a las nieblas, a las heladas, a la tenaz sequía y a un viento que sopla por aquí, capaz de desplazar una excavadora hasta el barranco más próximo. De ser necesario, sus raíces se hincan en la roca, llegando a quebrarla como si fuera hojaldre…

 
Su pertinacia admirable me impulsa a llenarme, ahora cuando caigan, los bolsillos de bellotas y, el día que llueva y el terreno esté blando por unas horas, enterrarlas aquí y allá, en los confines de mis paseos para ver si, andando el tiempo, alguna brota y me llena de paternal e insensato orgullo…

 
Y como dicen que una imagen vale más que mil palabras, pongamos que, si la imagen te sale a ochenta céntimos, no esperes más de dos euros por diez mil palabras, así que, por esta vez, lo dejaremos aquí en 475 palabras, nueve céntimos y medio, no me extraña que nadie pueda vivir de periodista (y tengan que malvenderse al poder). En cambio, las espartanas carrascas podrían vivir de lo que escribieran, si les diera por ahí.

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