sábado, 8 de octubre de 2016

Textos De Pérdida Y Ausencia

Alcanzados por la irrevocable experiencia del fallecimiento de una persona próxima y querida, damos de nuevo con el sentimiento de la pérdida absoluta: todos aquellos que nos rodean y a los que amamos, nos faltarán un día, sea debido a su muerte, sea debido a la nuestra; y todos aquellos que conocemos, cuidamos y queremos algún día desaparecerán para siempre.

Ante un dolor tan insondable e ilimitado, algunos escritores y poetas acuden en nuestro auxilio, y nos confortan, aplacando el vértigo de la desesperación. Elijo hoy algunos textos que me han servido, en alguna oportunidad, para atenuar el tormento de las graves heridas que vida y muerte infligen:


“El alma de un hombre es justamente el hombre presente en los otros hombres. Esto es lo que es, esto es lo que ha respirado, de lo que se ha alimentado y embriagado durante toda la vida su conciencia. De su alma, de su inmortalidad, de su vida en los demás. ¿Y qué? Ha vivido en los otros y en los otros se quedará ¿Qué diferencia implica para usted que luego se llame recuerdo? Habrá entrado en la composición de futuro.”


(Doctor Zhivago. Boris Pasternak)





Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando,
y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.


Todas las tardes el cielo será azul y plácido,
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron,
y el pueblo se hará nuevo cada año,
y en el rincón de aquel mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostálgico.

Y yo me iré, y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.

(El viaje definitivo. Juan Ramón Jiménez)


Converso con el hombre que siempre va conmigo
quien habla solo espera hablar a Dios un día;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último vïaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

(Retrato. Antonio Machado)




Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...

(Lo fatal. Rubén Darío)




Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.

Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos
descansamos.

(Coplas a la muerte de su padre. Jorge Manrique)




La muerte de los muertos
De la nuestra depende
Sin ella no es aún plena
Igual que nuestra vida
Desde su inicio va
Agotando ese resto
De tiempo por morir
En que viviendo vamos
Su colmo a procurar
Instante a instante, y todos
Al cabo de los cuales
Los muertos nos aguardan
Expectantes mirándonos
Por ya andados caminos
Marchar a nuestro origen
Donde al llegar no seremos
Como ellos nada más
Que un obscuro reflejo
En la inquieta mirada
De quienes nos sucedan
Para por ellos seguir
Más allá de nosotros
En los días del mundo.

(Antirréquiem. Sebastián Muñoz de la Nava)

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