miércoles, 29 de mayo de 2013

América - Franz Kafka

Tarde o temprano tenía yo que cometer esta temeridad. Ha llegado el momento de hablar de un autor que rebasa mi capacidad crítica. Hablaré entonces desde el asombro, desde el pasmo o desde la estupefacción. Es lo bueno que tiene internet: un lector cualquiera puede tener el atrevimiento de publicar simplezas sobre Kafka y quedarse tan ancho, de acuerdo pues, manos a la obra.

Compré en Amazon unas “Obras Completas” de Kafka para Kindle con índice interactivo (?) por menos de dos euros. Incluyen las tres novelas del autor (El proceso, América y El Castillo) y una nutrida colección de relatos. No incluyen su abundante correspondencia, que también ha sido en gran parte publicada, aunque la desconozco en su totalidad.

Franz Kafka (1883 -1924) fue un judío de Praga que disfrutó de los últimos esplendores del Imperio Austro-Húngaro, su prematura muerte, debida a la tuberculosis, hace que su obra no sea muy extensa (las dos novelas que, hasta ahora, he tenido el placer de leer están inacabadas), sin embargo es probablemente uno de los escritores que más influencia ha tenido en la literatura del último siglo. Apenas publicó en vida, a tal punto que la novela de la que vengo a hablar hoy, estaba destinada a su destrucción y fue publicada inconclusa tras su muerte, por amigos que desobedecieron su última voluntad.

Bonita portada
“América”, originalmente publicada como Amerika en alemán, trata de las penalidades y desventuras de un joven inmigrante, Karl Rossman, un muchacho de 16 años, que llega a Nueva York procedente de Praga, un chico “a quien sus pobres padres enviaban a América porque lo había seducido una sirvienta que luego tuvo de él un hijo”. Al ir a desembarcar, entabla amistad con un inquietante fogonero a quien confía sus aspiraciones de inmigrante pobre: “ya no tengo casi dinero para los estudios. Es cierto que he leído de alguno que durante el día trabajaba en un comercio, y por la noche estudiaba, hasta que llegó a ser doctor y creo que aun alcalde…” Pese a perder su baúl (un baúl varias veces extraviado y recuperado a lo largo del relato) a Karl parece sonreírle la suerte, pues se topa con un tío suyo, de nombre Jakob, un hombre acomodado que lo acoge como a un hijo. Se suceden entonces las clases de inglés, las prácticas de equitación, una introducción a los negocios comerciales del tío, hasta que un nimio incidente, un malentendido, hace que su tío lo rechace y lo expulse de su esfera social.

Aprrrenda alemán
A partir de aquí, el destino de Karl irá por la cuesta abajo, en un mundo hostil y desquiciado, caracterizado por las enormes dimensiones que presentan todos los ámbitos físicos y humanos de esta América de pesadilla. Conoce a Delamarche y Robinsón, algo así como dos infelices maleantes, unos pillos de poca monta que tejerán una tela de araña en la existencia de Karl de la que éste no podrá evadirse. Karl recala en el Hotel Occidental de Ramsés (una localidad próxima a Nueva York) donde consigue un empleo de ascensorista. El hotel es un monstruo descomunal: aólo el cuarto donde duermen los ascensoristas cuenta con cuarenta camas.
 
Allí Karl acabará bajando un peldaño más en su descenso a los infiernos y volverá de nuevo a la implacable tutela de Delamarche y Robinsón. Es ahora cuando surge un nuevo personaje de singular factura: la inolvidable Brunelda, “una magnífica cantante” que “no soporta ningún ruido” de “cuerpo excesivamente obeso”, incapaz siquiera de vestirse sola y de la que Delamarche se ha enamorado perdidamente. Los angustiosos y grotescos episodios en el apartamento de Brunelda, donde Karl muy a su pesar ha entrado a su servicio, dan paso a algún fragmento suelto y a un capítulo de cierre completamente al margen del resto de la trama: “El Gran Teatro Integral de Oklahoma”, que pone un broche final altamente misterioso a la novela, encontrando Karl una incierta esperanza al ser incorporado a una gigantesca empresa en la que se admite como empleado a todo aquél que lo solicita, hecho lo cual se les instala en un tren y… nos quedamos sin saber qué tramaba el bueno de Kafka.

Llegando a Nueva York
De este modo, se culmina imprecisamente un delirio magistral y, al acabar he tenido una revelación: Kafka es, en esta obra, primordialmente un humorista. Es tan aciago el destino de sus protagonistas, tan tremenda la experiencia por la que han pasado que, para hacerlo mínimamente soportable, la cuerda elegida, el tono que impregna el relato, es el humor. Un humor más o menos de incógnito, subrepticio, puesto que cualquier hombre es un ser excluido del mundo, atormentado por la existencia, un desfavorecido de la vida. Así vemos, en vez de los porrazos y los inútiles esfuerzos que en las películas de Buster Keaton gravitan sobre el cuerpo del protagonista, aquí en la novela los golpes, los enredos y las trampas acechan al espíritu de Karl Rossman.
 
Kafka retratado en un cuadro
Sospecho además que hay algo oscuro de Karl que no se nos cuenta: en apariencia sus intenciones y su conducta son diáfanas, en cambio las consecuencias siempre se enredan en su contra, nunca puede salir a flote, la culpa le alcanza sea cual sea su voluntad e intención. Esto me lleva a exponer la evidencia de que para Kafka el hombre es un ser irredento, no hay salvación posible, no es más que un juguete poco valioso con el que el Dios que lo ha creado se entretiene cuando se aburre, martirizándolo para ver si consigue matar Su Infinito Tedio, el que le ha ocasionado una eternidad de ser solo Uno.

Lo que no es tedioso en absoluto es la novela, se sufre mucho leyéndola, eso sí; la tensión nos electriza, la compasión nos sacude íntimamente, la gracia que ha abandonado a estos seres los ilumina de un modo especial y terrible.
 
“América” es una obra maestra del tempo narrativo, me explico: las cosas que van ocurriendo crean una tensión, una considerable intriga y cuando esto ha crecido hasta un grado suficiente, el maestro de Praga para el reloj y nos obsequia con una digresión, o con la minuciosa descripción de un objeto o un lugar importante o simbólico, después recupera el tempo y nos asesta la insoportable revelación que estábamos esperando, o una aún más insoportable por inesperada.

Una foto del maestro de Praga
El una y otra vez extraviado baúl de Karl, el balcón del apartamento de Brunilda, los ascensores del hotel Occidental… atrévete a renovar el atrezzo de tus pesadillas.    

 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario