jueves, 23 de mayo de 2013

Panfleto Antipedagógico - Ricardo Moreno Castillo

Si hay un sector de nuestra escena pública más alejado de un consenso básico, téngase por seguro que es el educativo. Además añadiré, por mi cuenta y riesgo, que hay un abismo entre el interés que la ciudadanía suele afirmar que tiene sobre el asunto (muchísimo) y el que realmente tiene (bastante menos que por las tarifas de telefonía móvil, por ejemplo). La escuela pública sufre hoy de una enfermedad crónica incurable: la desastrosa gestión socialista la llevó a su gravísima fase terminal, y la derecha nunca se ha privado de declarar que la educación es una mercancía, susceptible de convertirse en un magnífico negocio que, bien explotado, puede rendir pingües beneficios. Y más aquí en España, donde buena parte de la privada (léase concertada) es financiada por el contribuyente, vía impuestos, en beneficio de usuarios particulares que prefieren huir de la pública, cuyo carácter subsidiario y asistencial es cada día más patente.


Me sorprende que, a día de hoy, aquellos que, con la LOGSE y sus secuelas, convirtieron la escuela pública existente (digna, pese a sus problemas y carencias), en material de derribo, anden ahora, mediante movilizaciones y huelgas, tan interesados en la defensa de su calidad (!?). Claro que la derecha, con una reforma que, no podía ser menos, no convence ni a tirios ni a troyanos, también pretende defender lo poco que queda de una institución escolar convertida, en general, en una guardería y un aparcamiento de niños de tres a dieciséis años.


Esta supuesta preocupación y esta evidente polvareda me impulsaron a leer sobre las razones de unos y otros, y me topé con este breve y ameno librito, cuyo nombre “Panfleto antipedagógico” ya es una declaración de intenciones. Un enseñante de a pie escribe un apasionado alegato contra la “moderna pedagogía” en su versión de las aciagas pamplinas que modelaron la LOGSE. En la Pedagogía nos topamos siempre con un problema que no se encuentran los ingenieros, médicos o químicos: la falta de experimentación controlada y pruebas verificables hace que sea muy difícil distinguir las proposiciones con valor científico de un conjunto de pedorretas barnizadas de prestigio. Un “experto” o un “asesor”, lo suficientemente iluminado, o con la dosis necesaria de morro, puede venderles a los ignorantes políticos (a muy buen precio, por cierto) una cataplasma facturada con palabrerío rimbombante y vacuo, facturada en la facultad de Ciencias de la Educación de Tocomocho y como luego, si la paparrucha deluxe fracasa, no hay responsabilidades políticas ni económicas, pues a vivir del cuento. Claro que cuando lo que se desperdicia es el talento de una o dos generaciones, alguien debería responder, pero están reunidos, o en Marbella haciéndose dilatar el “proctos”.


Puesto que no vamos a poder azotar públicamente a nadie, voy a centrarme en el libro. Su truco es sencillo: como la terminología pedagógica está tan viciada y desacreditada, uno que se pone a decir verdades de Pero Grullo y a hacer notar que el rey va desnudo, parece, a nuestros ojos, un sabio. La prosa de don Ricardo Moreno es tan amena y transparente, sus razonamientos tan claros e incontrovertibles que cualquier progresista obcecado en la “motivación de la competencia de aprender a aprender y su evaluación diagnóstica”, quedaría, no ya como un charlatán, sino como un memo. Así se recuperan términos como capacidad, disciplina, trabajo, buenos modales y otros expulsados de las escuelas e institutos hace más de dos décadas. Es un libro reaccionario, en el buen sentido, ya que en algún momento había que reaccionar contra la ignorancia y la patanería (¿alguien recuerda al señor Corcuera leyendo resultados en una noche electoral y diciendo les han votáu y han sacáu tres diputáus? Pues con ese espíritu se hicieron reformas educativas).
El autor del panfleto reacciona y propone reformas prácticas, de carácter segregador, huy lo que ha dicho: ofertar un bachillerato riguroso y exigente de los doce a los dieciocho años, para los jóvenes dispuestos a estudiar y mandar a los que no quieran hacerlo, de los doce a los dieciséis, al aprendizaje de un oficio. Ahí le ha dado. Porque, ¿qué necesidad hay de hacerles perder cuatro años a muchachos que deciden activamente no estudiar, y luego mandarlos a los 16 años al mercado laboral sin cualificación de ningún tipo, tal como está el patio? Los efectos nocivos del igualitarismo patatero afectan a todos por igual: también las personas potencialmente talentosas ven su desarrollo mermado por no verse enfrentados a retos intelectuales serios en los años en que el cerebro se cuaja, lleno de potencialidades, que unos hábitos poco exigentes lograrán malograr quizá para siempre. Aquí es donde el panfleto tiene sus mejores páginas y me permitiré una cita literal, acerca de la rebaja en los niveles de enseñanza: “Quien está resolviendo problemas de fracciones cuando por edad podría estar resolviéndolos de cálculo integral, o quien recibe un barniz de cultura clásica cuando por su inteligencia podría estar estudiando en serio griego o latín, está siendo tratado como un niño pequeño, está siendo infantilizado, y en definitiva se le está deformando. Igual que se le deformaría el pie si de adolescente utilizara el mismo número de calzado de cuando era niño.”


Personalmente encuentro que el libro, pese a su elevadísimo interés, soslaya dos cuestiones fundamentales.

En un aspecto, es muy optimista, creyendo que una reforma tendría suficiente alcance para reencarnar una institución educativa saneada y solvente. Esto no es así: las instituciones educativas son hijas de la época y la sociedad que las alberga y desarrolla. Esa misma sociedad les ha quitado autoridad y prestigio en beneficio, por ejemplo, de la publicidad, la moda, el lucro… sinceramente no creo en una regeneración que no viniera precedida de un cambio social que, desde luego, no acecha en el horizonte para restituir la serena laboriosidad en las aulas.


Por otro lado, es muy pesimista, en un sentido que contradice mi experiencia personal, también como docente de a pie: no importa lo nefasto que sea un marco legal, lo olvidados que tenga a sus profesionales, lo absurdas o nocivas que sean las deposiciones teóricas de los expertos de turno, lo atroz que sea el clima en las aulas del igualitarismo por abajo, pese a todo hay chicos y chicas dispuestos a aprovechar el tiempo y el que quiere aprender, aprende, eso lo certifico.


La lástima es que el libro, pese a todo, no dará lugar a una controversia en términos prácticos: cualquier respuesta progresista, en lugar de ampararse en razones contrapuestas a las estructuradas por don Ricardo Moreno, hará el uso acostumbrado de los vocablos talismánicos “franquismo”, “fascista” (ya los he leído en algún blog) y con el autoritarismo intelectual que nos caracteriza, despachará la discusión con las descalificaciones de rigor. Y es que la revuelta juvenil siempre triunfa en Mongolia.
Claro que podría ser peor...
    

2 comentarios:

  1. Estimado Colega:

    Muchas gracias por hacerte eco del "Panfleto antipedagógico".
    por si te interesa, acabo de publicar otro libro en la misma línea: "La conjura de los ignorantes" (Los ignorantes son, por supuesto, los pedagogos).

    Atentamente

    Ricardo Moreno Castillo

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  2. Sí, muchos docentes de a pie estamos bastante hartos.

    http://txazu.blogspot.com.es/2016/07/es-un-ejemplo-extremo-pero.html

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