lunes, 2 de septiembre de 2013

La Publicidad, El Geomag Y Otras Divagaciones

Parece, por el momento, que éste y otros blogs similares son de los pocos lugares de Internet donde no se alberga publicidad. No me hago demasiadas ilusiones al respecto, sé que caminamos hacia la extinción. Un día los avispados muchachos de Google, a cambio de la excitante tribuna que nos proporcionan, nos exigirán insertar el anuncio del patrocinador de moda. Toco madera y confío en que no me lean.

La publicidad es uno de los fenómenos más agresivamente invasivos que se han instalado en nuestra vida cotidiana en el último medio siglo. El otro día pasaba por Madrid y vi con consternado asombro que el fenómeno se ha apropiado, de momento, del nombre de una emblemática estación de metro. La parada de Sol, ahora se llama Vodafone Sol. Nadie me ha pedido mi opinión pero la daré, aprovechando que hay democracia: me parece una mamarrachada espantosa y risible. Me explico:

Si con ese patrocinio, se obtienen recursos para el municipio, me permito proponer algunos bonitos cambios de nombre: Durex Nuevos Ministerios sería muy representativo de la función ejecutiva de los equipos gubernamentales allí instalados, Hemoal Moncloa tendría también su puntito alusivo y sugerente, y Corega Banco De España daría un toque de merecida solera a la vetusta institución financiera. Siendo además la iglesia tan sensible a estos temas financieros, no me extrañaría nada ver, la próxima vez que visite Barcelona, el templo de Casa Tarradellas Sagrada Familia, torres más altas han caído. Recuerdo incluso un club de fútbol que alardeaba orgulloso de que su camiseta no llevaba ni llevaría jamás publicidad en sus sagrados colores, y ahora airea la de las líneas aéreas de un país al que algunos maliciosos acusan de severas carencias democráticas. Qué no lavará el dinero, ¿verdad?


El carácter chusco y algo ingenuo de la publicidad vintage en los albores de la televisión, dotaba a aquellos anuncios de un encanto que producciones ulteriores, más sibilinas, estudiadas e insidiosas, llamadas a implantarse en zonas del inconsciente, no tienen. Haré un homenaje aquí, de pasada a spots tan contundentes como: “Moraleja, compre una Agni y tire la vieja”, o aquél que, a lomos de la célebre marcha nupcial de Mendelssohn, proclamaba “caaasee su roopa con Persil”, eso sí que era clase, sin olvidar aquél tan aclamado de una bebida alcohólica dirigida al mercado infantil, “Quina San Clemente, da unas ganas de comerrr”, que pregonaba el inolvidable Kinito…

Bueno pues, siendo como soy, libre en este cenagoso terreno de los compromisos publicitarios, me puedo permitir y voy a hacerlo, el dar publicidad, absolutamente por la cara, a un juguete infantil que nos ha molado sin descanso a mis hijos y a mí, en los últimos quince años o así. Se trata del portentoso, aunque algo caro, Geomag, uno de los últimos juegos analógicos, de construcción, de manipulación, sin duda creativo y, sobre todo, capaz de aunar lo matemático con lo estético. De todos es sabida la atracción que sienten los niños por los imanes: pues este conjunto de barras imantadas, pequeñas esferas y placas poligonales de plástico coloreado, presenta un catálogo de posibilidades para armar cuerpos y estructuras de carácter geométrico que podría incluso, quién sabe, desarrollar la inteligencia espacial del niño, eso sí, a un alto precio de venta al público.


Y, ya puestos, romperé una lanza (aquella con la que hice la mili), en favor de los juegos analógicos frente a la omnipresencia de los digitales. Estos últimos son escandalosamente adictivos y dan al niño una excesiva gratificación y sensación de progresar en sus destrezas. En cambio, un juego como el Geomag no tiene trampa ni cartón: se construyen, con unas pocas normas inviolables, los más variados poliedros, cóncavos o convexos, asimilando por manipulación conceptos matemáticos tan enjundiosos como diedros, aristas, vértices, caras… y accediendo a una satisfacción muy sana.

Lo que testifico, con la ayuda de algunas fotografías, es que, una vez montados, los variados cuerpos que el kit posibilita, quedan muy resultones. No me digáis que éste no parece la obra de un orfebre visigodo, una corona para su rey, por lo menos. 
  

1 comentario:

  1. ... Y a partir de entonces se empezó a llamar a los plátanos "judías grandes y amarillas".

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