miércoles, 25 de febrero de 2015

Ay, Ese Himno Sin Letra...

La materialización más convincente que encuentro del sentimiento nacionalista es la de un pedo: el mío me produce satisfacción y puede parecerme, en determinadas situaciones, incluso gracioso. El de los demás es asqueroso y apesta.

Puestas así las cosas, no entiendo por qué habría de sentir una emoción negativa ante, por ejemplo, la pitada al himno español en la final de la Copa del Rey de baloncesto por parte de la hinchada barcelonista en Las Palmas, este año; o el aquelarre de Vitoria en la final de 2013; o la madre de todas las pitadas, en la final de la Copa de fútbol, entre el Bilbao y el Barça, en el Vicente Calderón en 2012. Admito que las masas tienen derecho a manifestar su opinión colectiva y hay libertad de expresión, faltaría más. Para redondear la diversión, sólo hubiera faltado que las autoridades de Las Palmas, en un inimaginable ejercicio de cintura e imaginación política, hubieran dado paso a continuación, en la megafonía, a una grabación de “Els Segadors”. Eso hubiera puesto el pabellón calentito, calentito. Aunque, ¿se imagina alguien por un momento que los hinchas del Real Madrid, en un ataque de respeto, se ponen a escuchar en silencio el himno de la comunidad de sus adversarios deportivos? ¿A que no? Y es que las masas se expresan de un modo muy previsible. Masa y masacre son palabras de la misma familia, creo.
 
Pero más allá de una indignación que no siento, o que lamento mucho sentir, la reflexión que me trae hoy a esta página, es la nula articulación de nuestro pedo patrio: no tiene letra. Un himno sin letra, qué anómala carencia. En los pasados mundiales de fútbol, de los que fui telespectador asiduo, todos los combinados nacionales, en respetuosa formación, con una mano en el pecho y los ojos entornados, canturreaban la letra, al sonar el himno propio. Los chilenos que se enfrentaban a nuestra selección, tras entonar algo tan bizarro como: “Que o la tumba serás de los libres, / O el asilo contra la opresión”, nos pasaron por encima, claro, nosotros sólo habíamos cantado: “Lolo loro-lo loró lo-loró lolololó loló lorololooo looo-ló” y así no se va a ninguna parte. Esta es la letra con la que se entona últimamente nuestro himno y, claro, no infunde ánimos. Franceses y catalanes tienen himnos con una bonita letra, aunque yo, personalmente, prefiero la del de Asturias.
 
Y no es que no haya habido intentos por dotar a nuestra marcha real de una letra adecuada: en tiempos de Su Excelencia era extremadamente popular esta versión: “Franco, Franco, / que tiene el culo blanco / porque su mujer / lo lava con Ariel… / Burro, zopenco, / cuadrúpedo, animal, / que con el tiempo lle / garás a re / buz / nar.” Naturalmente está muy lejos de mi intención pedir que se oficialice esta letra. No sólo está pasada de moda, sino que además su carácter bufo nos acarrearía la rechifla de la Asamblea General de la ONU.
Por otra parte, también del lado oficial hubo un intento de corte falangista que no prosperó. Lo recojo aquí, porque el poeta José María Pemán dio lo mejor de sí con una letra que, en definitiva no cuajó:
 
¡Viva España! / Alzad la frente, / hijos del pueblo español / que vuelve a resurgir. // Gloria a la Patria / que supo seguir / sobre el azul del mar / el caminar del sol.
 
¡Triunfa, España! / Los yunques y las ruedas / canten al compás / nuevos himnos de fe. // Juntos con ellos / cantemos en pie/ la vida nueva y fuerte / del trabajo y paz.”
 
Con esto arreciarían los silbidos. Y a día de hoy, encontrar una letra de consenso y una música que concitara el respeto o el afecto de la mayoría de los moradores de las diecisiete autonomías es… Misión Imposible. Ni con la ayuda de Tom Cruise podría llevarse a cabo.
 
Yo, por si acaso, dejo aquí esta propuesta, por si este año Bilbao y Barça vuelven a la final de la Copa:
 

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