martes, 3 de febrero de 2015

Ocurrancias

Hace ya días que no nombro a mi amigo el Resentido y hoy que no encuentro nada mejor en que ocuparme, hablaré de este espécimen, arquetípico y a la vez singular, que me bombardea, siempre que tiene ocasión, con su cosmología deprimente y sus opiniones sobre casi todo lo que desconoce, en particular sobre este blog.

Se trata de un individuo que tiene una alta opinión de su talento y agudeza: cree de buena fe que, si cierta inconstancia o desinterés no se lo hubieran vedado, sería una versión atlética de Stephen Hawking, de haberse dedicado a la ciencia, o un Louis Armstrong blanco, si hubiera seguido con la corneta cuando se licenció del servicio militar, o un Voltaire particularmente pesimista si le hubiera dado por emborronar papeles con sus elucubraciones filosóficas. Yo no sé si asisto a un paradigma individual propio de Aragón, de España o de Occidente, por la frecuencia con que me tropiezo con seres humanos que tienen un tan elevado concepto de sí mismos. Los psicólogos dicen que se trata de una manera de disfrazar la inseguridad, puede ser, pero habrían de ver el esmero en el disfraz que gastamos por estas tierras.


Yo, que no voy sobrado de amigos, ni de aprecio por los que conservo, a éste lo estimo de manera inevitable y especial, por dos características que nos prestan una complicidad rayana en la de los gemelos (aquéllos que golpeaban dos veces).

Una es la incontinencia verbal, es deslenguado, patán y grosero como yo querría ser si no tuviera tantas inhibiciones: el otro día íbamos a cruzar un paso de peatones y el apresurado carro del audiota de turno nos levantó el doble del pantalón y nos aireó los calcetines. El Resentido vociferó: “¡Este pueblo está lleno de hijos de puta!” Y, al reparar en un escandalizado viandante, redondeó: “yo mismo, sin ir más lejos”.

Otra es la necesidad de agradar al auditorio diciendo toda clase de paridas, juegos de palabras y chistes desustanciados y viejunos, hasta el punto de verse incapacitado para llevar una conversación, no ya seria, sino siquiera normal. A mí me ocurre otro tanto: en las dos o tres cenas de carácter más o menos social a las que he acudido esta temporada, he advertido como la conversación se bifurcaba: los de mi derecha hablando, por ejemplo, de si el Atlético de Madrid repetirá título de Liga (parecían de acuerdo en que no) y los de mi izquierda hablando de la posibilidad de que Podemos (valga la redundancia) gane las próximas elecciones generales (parecían de acuerdo en que tampoco). En medio, como un marciano náufrago, yo sacaba la antena, sin saber hacia qué lado inclinarme… ¡Para decir una parida, claro!

Las chorradas del Resentido, hacen gala de un pesimismo acerbo: hay crisis porque nos pusimos todos a fabricar puros mentolados y al final, claro, hubo que cerrar los estancos. La corrupción, según él, no la atajan los jueces porque su patrona es Nuestra Señora del Cohecho, la del Inmaculado Berberecho. Si una fémina le cae mal (cosa frecuente, pues es bastante misógino), dice que es una prostipeja, añadiendo otros títulos como Rufina Rufiana o la marquesa de Culorrugoso. A los que aprovechamos los ratos libres para pasear por la web, nos llama ciberzotas. A los aficionados a la ópera, les comenta que deben escuchar el aria del triángulo. Si uno descuida su aseo, lo llama transpirata. Cuando se refiere a una relación física, habla de amor cerdadero. O va y entra a una tienda y, como es diabético, pregunta si tienen miel sin azúcar. Es infatigable.


A veces dispara contra sí mismo: “yo no escribo nada, porque tengo tantas faltas, que lo mío es abortografía”. Su mayor deseo sería que se le ocurriera la chorrada madrina. Y se muestra animoso porque, según él, el fin del mundo aún no ha terminado.

Un figura. Si se digna leer esta entrada, lo hará lleno de autocomplacencia y, cuando me vea, me dirá: no has puesto aquella vez que esa especie de predicadores se nos pusieron tan pesados y les solté: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de tu culo, que una aguja entre en el reino de los cielos”... Porque su fuerte es la incorrección política y religiosa, tal vez, a estas alturas, un efecto secundario del franquismo (eso sí que fue terrorismo yihadista, afirma el nota).

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