Insisto en el género de la novela negra para comentar y
recomendar esta obra, debida a Lorenzo Silva, que fue premiada con el Nadal en
el año 2000. Es la segunda de una serie de siete títulos, el último de los
cuales ha sido galardonado con el premio Planeta de este año. Esto es
indicativo de que la saga goza de una extensa popularidad y, como acostumbro a
hacer en estos casos, comencé a leer la primera que se publicó: “El lejano país
de los estanques”, en su contra diré que narra un caso decididamente más
endeble que la del alquimista y, a su favor, lo mismo que voy a decir de ésta.
La supuesta originalidad y el indudable gancho de este
invento se halla en los personajes, los detectivescos protagonistas, que son
una pareja, como Sherlock Holmes y Watson, pero en nuestro caso se trata de una
pareja mixta, de la Guardia Civil por más señas, el sargento Bevilacqua y la
guardia Chamorro. Hay un considerable acierto en la dinámica de estos
personajes, una especie de equilibrio inestable, entre lo sentimental y lo
profesional, y en la química de su relación que, en modo alguno podría ser “de
pareja”, en el sentido directo y habitual del término, para lo cual tienen que
vencer algunas trampas que el atractivo de Chamorro pone a su paso.
Bevilacqua, cuyo difícil apellido da lugar a divertidas
deformaciones y equívocos, es un psicólogo en paro, un enamorado de toda clase
de perdedores y perdedor vocacional él mismo y, finalmente, un sargento de la
Guardia Civil escrupuloso y tenaz. Su personalidad construida íntegramente con
rasgos positivos y empáticos, sin apenas lado oscuro, y su pertenencia a un
Cuerpo que tiene fama de áspero y estirado, conviven sin aparente conflicto. Un
Guardia Civil culto y sentencioso, que narra en primera persona y dota a la
novela de una decidida voluntad de estilo literario, cuajándola de dichos,
alusiones y citas y situándola, merced a una prosa muy cuidada, un punto por
encima de lo habitual en su género.
Chamorro, la obstinada y vocacional guardia ayudante del
protagonista, es reflexiva y discreta, aguda y sacrificada, aunque, cuando la
situación lo exige, se transmuta en una rubia belleza sensual, que enreda y
atrapa incautos. Se hace valer, pese a las reticencias machistas que subyacen
aún en el Cuerpo al que pertenece y fuera de él, incorporando un contrapunto
femenino de lo más atinado, frente a lo cerril y lo cañí.
El juego de estos dos personajes, entre una pléyade de
secundarios a uno y otro lado de la línea que marca la ley, junto con un estilo
aseado y directo, sencillo y en ocasiones, de un irresistible humorismo, es lo
mejor de la novela. A remarcar la hilarante entrevista entre los guardias
protagonistas y un cacique sospechoso y moribundo llamado Ochaíta, una
apoteosis de vivacidad y mala leche. Otro hallazgo: el español en el que se
expresa un ruso, medio proxeneta, que colabora con Bevilacqua…
Por lo demás, el aspecto menos convincente es el propio caso,
de corte clásico y desarrollo algo convencional: un hombre aparece en un motel
de la autovía cerca de Guadalajara, atado a una cama y vejado, muerto sin otros
aparentes signos de violencia. Era ingeniero de la cercana central nuclear y
las sospechas basculan entre algo relacionado con la propia central, o con su
viuda, o con unos poderosos caciques de muy mala pinta, con los que tenía productivos
negocios. Al final se esclarece de acuerdo con la costumbre: los poderosos son
malos, aunque como tienen buenos abogados, hay ciertas dudas sobre si se les
caerá el pelo. En la Suecia de Mankell, sí; pero en la España cañí, nunca se
sabe. Si me sigo refiriendo a la entrada anterior, los casos de Mankell son
cuidadísimos artefactos de precisión, narrados en un lenguaje para nada
literario, mientras que aquí, en Lorenzo Silva se da casi el fenómeno opuesto:
importa menos el qué y mucho más el cómo.
Pues, y aquí está la gracia, el viaje que transcurre hacia
el esclarecimiento del caso, con su prosa ágil y luminosa, sus diálogos
naturales e ingeniosos, y su descripción certera y concisa de ambientes y
personajes, junto con las sabrosas apreciaciones del propio Bevilacqua, hacen
que la lectura merezca la pena y el relato se cumpla sobradamente.
Creo que voy
a seguir disfrutando de los siguientes títulos de la serie. Bueno, adiós, me
espera “La niebla y la doncella”.
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