Cada niño anhelado, querido o, tan sólo, aceptado, que es alumbrado sin mayores tropiezos, es un homenaje, una pleitesía que la vida se rinde a sí misma, en su irresistible designio de perpetuarse.
Las víctimas, sacrificadas en honor y provecho de lo que anhela vivir y crecer, son los venturosos padres, pero ellos no lo saben.
O sí, lo saben, y aceptan su sacrificio, sumisos y avasallados por la armonía del universo.
Enhorabuena, valientes, y cuidad de mi sobrino. Por si no se os duerme, le he compuesto una nana electrónica. No tiene probada su eficacia, pero podría valer.
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