Abocados como estamos a otro esplendoroso triunfo de los, por nosotros denominados nacionalistas, en las inminentes elecciones autonómicas catalanas, triunfo que, de manera harto indudable, y hasta anunciada, dará paso a la concreción, por los vencedores, de sus anhelos secesionistas, soberanistas, independentistas o, como tengan a bien llamarlos, dada la correlación de fuerzas existente tras las elecciones, hoy me daré el gustazo de hablar del tema de la lengua española y la llengua catalana, y sus inarmónicas relaciones.
Dos no se entienden si uno no quiere, por lo tanto, difícilmente llegará el entendimiento, si los que no quieren entenderse son ambos, estableciendo posturas irreconciliables de antemano, para, desde ellas, lanzar al adversario descalificaciones esenciales. Fatigoso y cansino asunto, pero llevamos treinta y cinco años así (!). Desde el bando "catalanista", se acusa a los "españolistas" de falta de sensibilidad para apreciar el hecho diferencial. Y es enteramente cierto: el aprecio por la lengua catalana y el afecto o apego a su cultura brillan aquí por su ausencia. Esto es tan obvio que no me extenderé sobre ello ni una línea más.
Porque lo que aquí quiero comentar es que ese desafecto y desaprecio, existentes en el marco de un grave error político, es la mejor baza que se han encontrado los nacionalistas catalanes, el regalo ideal para sus fines, que no son de ayer a hoy, sino que llevan décadas incubándose y ahora han encontrado el marco propicio: un estado desorientado políticamente y en quiebra económica, que parece carecer de fuerza y legitimidad para oponerse al reto secesionista, más allá del pataleo.
La agudeza de los soberanistas no ha consistido en detectar el momento oportuno, sino en preparar, propiciar y acercar ese momento con astucia y constancia. Esto lo han hecho muy bien, aprovechando el complejo de culpa de los que nos autodenominamos constitucionalistas, para filtrar concesiones más y más estratégicas, llegando con naturalidad a un punto en el que ya no queda terreno para nuestra argumentación. Un ejemplo: se habla largamente de cuáles serían las condiciones que permitirían un encaje de Cataluña en España. Nadie habla de cómo encajaría España en Cataluña. Es ridículo, no ha lugar: España ha sido erradicada de Cataluña.
La agudeza de los soberanistas ha consistido en detectar los sectores clave y apoderarse de ellos, expulsando cualquier rastro, no ya de "españolidad", sino de espacio común. De este modo, los medios de comunicación social y la educación han sido intervenidos con asombroso éxito. Se ha expurgado de ellos la referencia a lo español, salvo en los aspectos negativos que se han amplificado machaconamente: "Espanya ens roba" es un slogan emblemático de efectos maravillosos: es de sencilla comprensión, cuesta apercibirse de que es una falacia, allí les une y aquí nos irrita. Objetivo cumplido al cien por cien. Los medios hablaban del "oasis catalán" (allí nadie se enriquecía con las comisiones, nadie robaba al erario público...) Los medios hablaban de la magnífica sanidad sin colas, de las imponentes autovías que tenemos en España y que ellos financian con sus impuestos, mientras en Cataluña hay listas de espera de diecisiete años en cualquier hospital y carreteras bacheadas de cuarta categoría que unen Mollerussa e Igualada. Los medios hablaban del legítimo nacionalismo catalán como la libre e incuestionable elección del pueblo, frente al nacionalismo rancio, trasnochado y casposo, de las cavernas de España. Fantástico. Goebbels decía que una mentira repetida suficiente número de veces, deja de serlo. Y en las antípodas, un amigo mío dice que los nacionalismos son como los pedos, los que apestan, son los ajenos.
La agudeza de los soberanistas, en fin, la máxima agudeza ha sido el uso de la lengua como arma política. Y esto lo han hecho de una manera tan admirable que mi arrobo no sé si me dejará explicarme, así que iré por partes.
Primero, el nombre de la lengua que uso es español o lengua española y no castellano, que aludiendo a su origen, es empleado siempre por los catalanohablantes, para establecer una frontera lingüística muy conveniente, ya que se elimina el carácter común. Es muy corriente que un catalán, a no ser que sea muy joven, sepa expresarse en catalán y en español, pero él nunca lo dirá así, pues sería aludir a la lengua común, sino que dirá castellano, identificando de este modo a la lengua impuesta. Castellano es nombre de parte, es como si yo me empeñara en que allí hablan ampurdanés (y allí colara).
Segundo, el catalán es la lengua propia de Cataluña, toma. Cuando los romanos llegaron a sus costas ya quisieron imponer el uso del latín, sin éxito. Si yo dijera: el español es la lengua propia de España, me tomarían por un fascista o por un necio, y ambas cosas serían ciertas. Una lengua es una cosa viva, la hacen sus hablantes, sus escritores, sus lectores, el uso la acrece, el desuso la extingue y si piensas que está esencialmente vinculada a un territorio, vale, tómate algo.
Tercero, el catalán es una lengua amenazada por largos años de prohibición, que debe recuperarse: de este modo, la educación se hace por inmersión, exclusivamente en catalán. Brillante idea. La misma que tuvo Franco, pero al revés. Hay una comunidad bilingüe, pero no hay una educación bilingüe porque el español ya lo aprenden los niños viendo Telecinco. Soberbio. Si conoces otro país, distinto de Cataluña, donde un niño no pueda educarse en su lengua materna, siendo ésta lengua oficial, seguro que no es del primer mundo. Creo que éste es el mayor gol que hemos recibido los constitucionalistas españoles, el que ha permitido las recientes proclamas. Es obvio que si no se admite de raíz, desde el comienzo, que hay una lengua común y otra particular o vernácula, los que están empeñados en la desaparición de lo común tienen mucho camino andado.
Cuarto, han conseguido hacer creer como dogma, las soflamas de los nacionalistas alemanes del siglo XIX, que equiparan una lengua con una nación. Y cada nación aspira a un Estado. Siguiendo este trasnochado razonamiento, podría haber un sólo Estado que empezara por el norte en Méjico y acabara por el sur en Argentina y Chile, otro formado por Estados Unidos y el Canadá angloparlante... y otro por Quebec, siempre nos quedará Quebec. Por otro lado, Suiza no tiene derecho a ser un Estado y no sigamos, por higiene mental.
Y quinto, que ya va siendo hora de plegar, todo vale para confundir al adversario. A mí me han robado los nombres propios, en español decimos Londres y no London, Nueva York y no New York. Si yo digo Lérida y Gerona, no digamos San Baudilio de Llobregat, soy, en según que ámbitos, confundido con un australopiteco carpetovetónico, retrasado y medio nazi. En cambio, en catalán, has de ver como muy natural que digan Osca, Terol y Saragossa, y yo así lo veo. Lo que no veo es por qué tengo que decir yo Girona, usando incluso, en la primera sílaba, un sonido que mi idioma ni siquiera tiene.
Así, señor juez, vale que se quiera divorciar, pero ella también ronca.
Dos no se entienden si uno no quiere, por lo tanto, difícilmente llegará el entendimiento, si los que no quieren entenderse son ambos, estableciendo posturas irreconciliables de antemano, para, desde ellas, lanzar al adversario descalificaciones esenciales. Fatigoso y cansino asunto, pero llevamos treinta y cinco años así (!). Desde el bando "catalanista", se acusa a los "españolistas" de falta de sensibilidad para apreciar el hecho diferencial. Y es enteramente cierto: el aprecio por la lengua catalana y el afecto o apego a su cultura brillan aquí por su ausencia. Esto es tan obvio que no me extenderé sobre ello ni una línea más.
Porque lo que aquí quiero comentar es que ese desafecto y desaprecio, existentes en el marco de un grave error político, es la mejor baza que se han encontrado los nacionalistas catalanes, el regalo ideal para sus fines, que no son de ayer a hoy, sino que llevan décadas incubándose y ahora han encontrado el marco propicio: un estado desorientado políticamente y en quiebra económica, que parece carecer de fuerza y legitimidad para oponerse al reto secesionista, más allá del pataleo.
La agudeza de los soberanistas no ha consistido en detectar el momento oportuno, sino en preparar, propiciar y acercar ese momento con astucia y constancia. Esto lo han hecho muy bien, aprovechando el complejo de culpa de los que nos autodenominamos constitucionalistas, para filtrar concesiones más y más estratégicas, llegando con naturalidad a un punto en el que ya no queda terreno para nuestra argumentación. Un ejemplo: se habla largamente de cuáles serían las condiciones que permitirían un encaje de Cataluña en España. Nadie habla de cómo encajaría España en Cataluña. Es ridículo, no ha lugar: España ha sido erradicada de Cataluña.
La agudeza de los soberanistas ha consistido en detectar los sectores clave y apoderarse de ellos, expulsando cualquier rastro, no ya de "españolidad", sino de espacio común. De este modo, los medios de comunicación social y la educación han sido intervenidos con asombroso éxito. Se ha expurgado de ellos la referencia a lo español, salvo en los aspectos negativos que se han amplificado machaconamente: "Espanya ens roba" es un slogan emblemático de efectos maravillosos: es de sencilla comprensión, cuesta apercibirse de que es una falacia, allí les une y aquí nos irrita. Objetivo cumplido al cien por cien. Los medios hablaban del "oasis catalán" (allí nadie se enriquecía con las comisiones, nadie robaba al erario público...) Los medios hablaban de la magnífica sanidad sin colas, de las imponentes autovías que tenemos en España y que ellos financian con sus impuestos, mientras en Cataluña hay listas de espera de diecisiete años en cualquier hospital y carreteras bacheadas de cuarta categoría que unen Mollerussa e Igualada. Los medios hablaban del legítimo nacionalismo catalán como la libre e incuestionable elección del pueblo, frente al nacionalismo rancio, trasnochado y casposo, de las cavernas de España. Fantástico. Goebbels decía que una mentira repetida suficiente número de veces, deja de serlo. Y en las antípodas, un amigo mío dice que los nacionalismos son como los pedos, los que apestan, son los ajenos.
La agudeza de los soberanistas, en fin, la máxima agudeza ha sido el uso de la lengua como arma política. Y esto lo han hecho de una manera tan admirable que mi arrobo no sé si me dejará explicarme, así que iré por partes.
Primero, el nombre de la lengua que uso es español o lengua española y no castellano, que aludiendo a su origen, es empleado siempre por los catalanohablantes, para establecer una frontera lingüística muy conveniente, ya que se elimina el carácter común. Es muy corriente que un catalán, a no ser que sea muy joven, sepa expresarse en catalán y en español, pero él nunca lo dirá así, pues sería aludir a la lengua común, sino que dirá castellano, identificando de este modo a la lengua impuesta. Castellano es nombre de parte, es como si yo me empeñara en que allí hablan ampurdanés (y allí colara).
Segundo, el catalán es la lengua propia de Cataluña, toma. Cuando los romanos llegaron a sus costas ya quisieron imponer el uso del latín, sin éxito. Si yo dijera: el español es la lengua propia de España, me tomarían por un fascista o por un necio, y ambas cosas serían ciertas. Una lengua es una cosa viva, la hacen sus hablantes, sus escritores, sus lectores, el uso la acrece, el desuso la extingue y si piensas que está esencialmente vinculada a un territorio, vale, tómate algo.
Tercero, el catalán es una lengua amenazada por largos años de prohibición, que debe recuperarse: de este modo, la educación se hace por inmersión, exclusivamente en catalán. Brillante idea. La misma que tuvo Franco, pero al revés. Hay una comunidad bilingüe, pero no hay una educación bilingüe porque el español ya lo aprenden los niños viendo Telecinco. Soberbio. Si conoces otro país, distinto de Cataluña, donde un niño no pueda educarse en su lengua materna, siendo ésta lengua oficial, seguro que no es del primer mundo. Creo que éste es el mayor gol que hemos recibido los constitucionalistas españoles, el que ha permitido las recientes proclamas. Es obvio que si no se admite de raíz, desde el comienzo, que hay una lengua común y otra particular o vernácula, los que están empeñados en la desaparición de lo común tienen mucho camino andado.
Cuarto, han conseguido hacer creer como dogma, las soflamas de los nacionalistas alemanes del siglo XIX, que equiparan una lengua con una nación. Y cada nación aspira a un Estado. Siguiendo este trasnochado razonamiento, podría haber un sólo Estado que empezara por el norte en Méjico y acabara por el sur en Argentina y Chile, otro formado por Estados Unidos y el Canadá angloparlante... y otro por Quebec, siempre nos quedará Quebec. Por otro lado, Suiza no tiene derecho a ser un Estado y no sigamos, por higiene mental.
Y quinto, que ya va siendo hora de plegar, todo vale para confundir al adversario. A mí me han robado los nombres propios, en español decimos Londres y no London, Nueva York y no New York. Si yo digo Lérida y Gerona, no digamos San Baudilio de Llobregat, soy, en según que ámbitos, confundido con un australopiteco carpetovetónico, retrasado y medio nazi. En cambio, en catalán, has de ver como muy natural que digan Osca, Terol y Saragossa, y yo así lo veo. Lo que no veo es por qué tengo que decir yo Girona, usando incluso, en la primera sílaba, un sonido que mi idioma ni siquiera tiene.
Así, señor juez, vale que se quiera divorciar, pero ella también ronca.
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