Entre los entretenimientos que nos proporciona el ámbito sociopolítico cercano a mi pueblo, no hay nada comparable a la anunciada secesión catalana. Asegura una prolongada diversión en tertulias, debates, noticiarios, discusiones bizantinas y otros cotilleos. El reto ha sido lanzado y, sorpresa, algunos pobladores no orientales de la península, parecen caerse del guindo y decir: pero, ¿cómo es posible que este asunto se plantee precisamente ahora, con la que está cayendo?
¿El Estado es un barco que se hunde y las ratas son las primeras en abandonarlo? Demasiado simplista. ¿Es un signo de cobardía, vileza y deslealtad aprovechar la quiebra económica de España para elegir el momento de plantear el adiós? Pues no lo sé, pero tomaré un símil del boxeo, ese injustamente desacreditado deporte que tanto me apasiona: ¿Es vil, cobarde o desleal tratar de noquear al adversario que da signos de flaqueza? Bueno, se me dirá, España y Cataluña no son adversarias pugilísticas, sino piezas mal encajadas de un mismo Estado. Ahí creo que está el error: una parte por desconocimiento, insensibilidad, desidia o error de cálculo y la otra, tras 37 años de una férrea, obstinada y voluntariosa preparación, son ahora contendientes en un match que, se presume, será poco deportivo.
Tomaré ahora un símil de un deporte muy popular que aborrezco, el automovilismo: desde el punto de vista de "los castellanos", España es la carrocería y la marca de un bólido en el que Cataluña estaría destinada, en el mejor de los casos, a ser el motor (aunque los catalanes piensan que serían el depósito de combustible), desde la perspectiva catalana, en cambio, se desea correr en dos coches diferentes y, por supuesto, ganarle al coche español. Ya postuló el señor Mas ante sus aún-no-socios de la Comunidad Europea que Cataluña, sin el lastre de Extremadura y Andalucía, y sin el freno de Madrid, sería uno de los Estados más ricos de Europa (?).
Como este tema me motiva lo suyo, volveré a parlotear sobre el nacionalismo catalán, contrapunto de mi nacionalismo rancio y casposo (y socarrón). Para despedirme aludiré al fino detalle de actualidad, de la macrobandera articulada el domingo pasado, por los más de noventa mil asistentes al Camp Nou, para pasmo del mundo mundial, ¿qué grado de disciplina, docilidad y, por qué no decirlo, consenso, son necesarios para conseguir que los casi cien mil asistentes a un evento deportivo, en los tiempos que vivimos, pongan sobre su testa la cartulina asignada? En mi país eso hubiera sido imposible, aquí cada uno va por su lado, es como su madre lo parió y no hace caso ni de los semáforos. Notable acción patriótico-deportiva, pues. A Leni Riefenstahl le hubiera encantado filmarla.
¿Qué cartulina hubieras puesto sobre tu cabeza? |
Si llueve, las tres sobre la cabeza y si no... ¡ninguna!. Las tres bajo el culo que el cemento de general es muy frío.
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