lunes, 6 de mayo de 2013

Profesor Lazhar (Monsieur Lazhar)

Me producen una invencible desconfianza las películas ambientadas en el entorno escolar. Debe tratarse de una deformación profesional, pero las suelo encontrar afectadas y falsas como una moneda de tres euros. Desde la horrorosa “El club de los poetas muertos”, hasta la muy decepcionante “La clase”, todas reflejan la vida en las aulas con algún propósito espúreo, con alguna intención ideológica o con una torpeza monumental. Las estadounidenses y las españolas consagradas a este desdichado tema suelen ser las más tropezosas y burdas, así que me las tengo, no estrictamente prohibidas, pero sí muy dosificadas.

Ésta que, pese a todo, me atrevo a recomendar hoy es canadiense, francófona, y parte de un comienzo truculento y desalentador, que no anuncia nada bueno: una maestra se suicida colgándose (con su foulard) de una tubería en su propia clase y, al día siguiente, menudo espectáculo, un par de niños, atisbando por la puerta, se la encuentran.

Cartel de la versión española
Pese a todo, no queda más remedio que buscar un sustituto. Y aquí se impone una digresión: al parecer, en la próspera zona de Montreal, a las personas ambiciosas y cualificadas no debe pasárseles por la cabeza dedicarse a la ardua y desdichada profesión de la enseñanza elemental, trabajo que termina recayendo en los inmigrantes, como aquí la recolección de la fruta y otras sacrificadas labores. De modo que un argelino que ha solicitado asilo político se ofrece, a través de un procedimiento bastante irregular, para desempeñar la difícil tarea de continuar la educación de unos niños de once y doce años, traumatizados por el suceso que acaban de encajar, e intelectualmente soporizados por un apatusco que tienen allí en vigor, muy similar a la LOGSE.

A partir de aquí comienza una desapacible pero conmovedora maravilla para el espectador. La situación fluye con una naturalidad y una concisión narrativa asombrosas. El austero y diligente Bashir Lazhar compone un personaje delicioso que, en más de un sentido, viene de otro mundo y aterriza en nuestro planeta con la atención muy despierta y el corazón en la mano. Lo más sorprendente y divertido radica, no sólo en el choque cultural, sino también en el talante anticuado del desempeño pedagógico del señor Lazhar, cuando trata de inculcar una cortesía tan irrenunciable como trasnochada, cuando trata de exigir que los niños sean capaces de escribir al dictado un texto literario, nada menos que de “La piel de zapa” de Balzac, cuando programa una salida para que los alumnos vean “El enfermo imaginario” de Molière (“van a flipar” dice un compañero), o cuando muestra su irritación en el momento en que un niño con su cámara, le toma una foto en clase. Florecen los malentendidos con los colegas, los alumnos, los padres y la dirección del centro, pero la templanza y la prudencia de nuestro entrañable Bashir, lo ponen, casi siempre a cubierto de perjuicios serios.

Cartel original
Lo narrado en la película, aunque tiene un atisbo de nudo y desenlace, se demora esencialmente en un transcurso cotidiano recreado con detalles reveladores en medio de muchas elipsis. El actor que encarna a Bashir Lazhar (Mohamed Fellag) compone con mucha solvencia el difícil papel protagonista de un cincuentón contenido pero entrañable, desgarrado por una monstruosa tragedia íntima y que, pese a un evidente engaño, acaba siendo la imagen misma de la honradez. La dirección (Philippe Falardeau) es magnífica, teniendo en cuenta lo dificilísimo que debe ser encerrar veinte niños en una clase y que parezcan mínimamente naturales, espontáneos y creíbles, como es aquí el caso. La verosimilitud con la que es recreado el ambiente escolar: profesores, alumnos, padres, dirección… es la más convincente que recuerdo haber visto, y eso que la película no deja de ser muy original, incluso con su puntito estrafalario. Fue nominada al Oscar a la mejor película extranjera en 2011, galardón que no consiguió, creo, porque se trata de una cinta con un ámbito de interés muy preciso.
El profesor se presenta
Redondea la producción una fotografía clara, nítida, pulida y aseada (el colegio es muy bonito), con una muy certera elección de los planos y de la iluminación en las secuencias desarrolladas en la clase.

Simon, el niño difícil
Recomendable sin apenas contraindicaciones, para cualquiera que se mueva en, o próximo a, una institución educativa, apta para pasarla en clase, para una velada familiar con niños (no se aburren, pese a la falta de “acción”), y para cualquier persona sensible que guste de una sosegada película dramática con calado para reflexionar. 
 
Bailando en el aula desierta, mi escena favorita
       
 

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