Una de las más sugerentes perspectivas que se pueden obtener
del castillo de Monzón es ésta que hoy rescato en dos fotografías tomadas desde
el camino que llaman de las Loberas. La imponente mole se beneficia de una luz
matinal muy limpia y del contraste con las peñas que aparecen en primer plano,
areniscas con la más descarnada erosión. La sierra de la Carrodilla cierra la
toma por el fondo y el pueblo apenas se atisba en la hondonada, a la izquierda
del castillo.
Todo el paseo de las Loberas, cuyo sendero da comienzo encima de las
pistas de atletismo, y nos conduce hasta las proximidades de la ermita de la
Alegría es muy agradable y asequible, llevándonos unas dos horas entre ida y
vuelta, caminando entre olivos y almendros por la falda de los Sasos, orillando
piedra y cielo.
En las fotografías, enturbian un poco lo bucólico del
paisaje dos grúas Liebherr, enclavadas allí en medio, como testimonios de una
época más boyante: la anterior a la crisis. La peña sobresaliente de primer
término, que algunos llaman “la nariz de Castro”, vista desde el camino de
abajo, parece sostenerse por un milagro que contradijera la ley de la gravedad.
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